En el curso de este año nuestro mancebo viajó repetidas veces con su padre, también visitaba frecuentemente a la granja de su tío y de cuando en cuando iba a Magdala para pescar con el tío pescador que tenía su base cerca de esa ciudad.
A veces José y María estuvieron tentados en mostrar favoritismo por Jesús, o revelar su conocimiento de que era el hijo de promesa, el hijo del destino. Pero ambos padres eran extraordinariamente sagaces y sabios en estos asuntos. Las pocas veces cuando dejaron traslucir una preferencia por él, aun en pequeñísimo grado, el muchacho inmediatamente rechazó toda consideración especial.
Jesús pasaba mucho tiempo en la tienda de abastecimientos de las caravanas, y conversando con los viajeros de todas las regiones del mundo, adquirió un conocimiento sobre los asuntos internacionales, el cual era sorprendente para su edad. Éste fue el último año en que pudo disfrutar de juegos y de la alegría juvenil; de aquí en adelante las dificultades y las responsibilidades se multiplicaron en la vida de este joven.
Durante la noche del miércoles 24 de junio del año 5 d. de J.C., nació Judá. Hubo complicaciones en el alumbramiento de este séptimo niño. María estuvo tan enferma por varias semanas que José se quedó en la casa. Jesús estuvo muy ocupado trabajando para su padre y ocupándose de las múltiples tareas ocasionadas por la grave enfermedad de su madre. Nunca más pudo este joven volver a la actitud infantil de sus primeros años. Desde el momento de la enfermedad de su madre —poco antes que él cumpliera los once años— tuvo que asumir las responsabilidades inherentes al hijo primogénito y hacerlo todo uno o dos años antes de lo que normalmente hubiera sido el caso.
El chazán pasaba una velada por semana con Jesús ayudándole a aprender las escrituras hebreas. Le interesaba mucho el progreso de este prometedor estudiante; por eso estaba dispuesto a ayudarlo como pudiera. Este pedagogo judío ejerció gran influencia sobre la mente en crecimiento de Jesús, pero nunca pudo comprender por qué Jesús era tan indiferente a sus sugerencias sobre la perspectiva de que fuese a Jerusalén para continuar su educación con los rabinos eruditos.
Promediaba el mes de mayo cuando el joven acompañó a su padre en un viaje de trabajo a Escitópolis, la principal ciudad griega de la Decápolis, la antigua ciudad hebrea de Bet-seán. Por el camino José le contó mucho de la antigua historia del rey Saúl, los filisteos y los subsiguientes acontecimientos de la turbulenta historia de Israel. Jesús quedó gratamente impresionado por la limpieza y el orden que dominaban a esta llamada ciudad pagana. Se maravilló del teatro al aire abierto y admiró el hermoso templo de mármol dedicado a la adoración de los dioses «paganos». José se preocupó mucho por este entusiasmo del joven y trató de contrarrestar estas impresiones favorables hablándole de la belleza y de la magnificencia del templo judío en Jerusalén. Jesús muchas veces había observado con curiosidad esta magnífica ciudad griega desde la colina de Nazaret, preguntando qué eran las amplias obras públicas y los elegantes edificios, pero su padre siempre evitaba contestar estas preguntas. Ahora, encontrándose cara a cara con las bellezas de esta ciudad gentil, José no pudo ya dejar de prestar atención a las preguntas de Jesús.
Ocurrió que por aquella época se estaban realizando los juegos competitivos anuales y las demostraciones públicas de proeza física entre las ciudades griegas de la Decápolis en el anfiteatro de Escitópolis. Jesús insistió que lo llevase a ver los juegos, e insistió tanto que José no pudo negárselo. El joven se entusiasmó con los juegos y participó de todo corazón en el espíritu de las demostraciones de desarrollo físico y habilidad atlética. José se escandalizó inefablemente al observar el entusiasmo de su hijo que miraba estas «paganas» exhibiciones de vanagloria. Una vez que los juegos hubieron terminado, José recibió la sorpresa de su vida, al oír que Jesús no sólo expresaba su aprobación a los juegos, sino que sugería que los jóvenes de Nazaret también deberían tener la oportunidad de practicar estas sanas actividades físicas. José tuvo una larga y seria conversación con Jesús tratando de hacerle ver la naturaleza proterva de estas prácticas pero sabía muy bien que el joven no estaba convencido.
La única vez que Jesús vio a su padre enfadado con él fue esa noche cuando, en el cuarto de la posada, el niño se olvidó a tal punto los principios del pensamiento judío, que llegó a sugerir que se vuelvan a casa y actúen en favor de la construcción de un anfiteatro en Nazaret. Al oír José a su primogénito expresar pensamientos tan poco judíos, olvidó su calma habitual y, aferrándolo por el hombro, exclamó con enojo: «¡Que no te oiga nunca más en tu vida expresar pensamientos tan protervos, hijo mío!» La explosión de su padre sorprendió a Jesús; por primera vez sentía en carne propia la indignación paternal, y se quedó pasmado y sobresaltado. Se limitó a contestar: «Muy bien, padre, así será». Nunca más, en vida de su padre, aludió el muchacho a los juegos o otras actividades atléticas de los griegos.
Más tarde vio Jesús el anfiteatro griego en Jerusalén y comprendió cuán odiosas podían ser tales cosas desde el punto de vista judío. Sin embargo, intentó integrar en su vida actividades de sana recreación y más tarde, dentro de lo que la práctica judía permitía, programas regulares de actividades para sus doce apóstoles.
Al fin de su undécimo año de vida, Jesús era un joven vigoroso, bien desarrollado, moderadamente dotado del sentido del humor, y con tendencias optimistas, pero de allí en adelante pasaba con más frecuencia períodos de profunda meditación y seria contemplación. Mucho pensaba en cómo cumplir con sus obligaciones familiares y obedecer al mismo tiempo al llamado de su misión en el mundo; ya había concebido la idea de que su ministerio no se limitaría al mejoramiento del pueblo judío.