Prólogo de La infancia de Jesús.
Debido a las incertidumbres y ansiedades de su estadía en Belén, María no destetó al niño sino al llegar sin contratiempos a Alejandría, donde la familia pudo llevar una vida normal. Vivieron con parientes, y José pudo mantener a su familia porque consiguió trabajo poco después de su llegada. Por varios meses trabajó de carpintero; luego lo promovieron a capataz de un grupo grande de obreros que estaban empleados en la construcción en uno de los edificios públicos erigidos en esa época. Esta nueva experiencia le dio la idea de volverse contratista y constructor al regresar a Nazaret.
Durante estos primeros años de infancia indefensa de Jesús, María mantuvo una larga y constante vigilia sobre él, para evitar que ocurriera algo que pudiese poner en peligro su bienestar o de alguna manera estropear su futura misión en la tierra; jamás hubo madre tan dedicada al bienestar de su hijo. En el hogar en que Jesús se encontraba había dos otros niños aproximadamente de su misma edad, y en el vecindario otros seis niños cuyas edades les permitían ser aceptables compañeros de juego. Al principio María trataba de mantener a Jesús muy a su lado. Temía que le ocurriese algo si se le permitía jugar en el jardín con los otros niños, pero José, con la ayuda de sus parientes, consiguió convencerla de que esa actitud privaría a Jesús de la útil experiencia de aprender cómo conducirse con otros niños de la misma edad. María se dio cuenta de que tanta y tan exagerada protección podría resultar en que el niño se volviera cohibido y un tanto egocéntrico; por consiguiente, acabó por permitir que el hijo prometido creciera como cualquier otro niño; pero aunque cumplió con esta decisión, no dejaba de vigilar constantemente a los pequeños cuando jugaban ellos en la casa o en el jardín. Sólo el amor afectuoso materno puede comprender los temores que María llevaba en su corazón por la seguridad de su hijo durante los primeros años de su infancia y niñez.
Durante los dos años de su estadía en Alejandría, Jesús gozó de buena salud y siguió creciendo normalmente. Aparte de algunos amigos y parientes, a nadie se le dijo que Jesús fuera el «hijo prometido». Uno de los parientes de José se lo reveló a unos amigos de Menfis, descendientes del distante Ikhnatón; y éstos se reunieron con un pequeño grupo de creyentes de Alejandría en la suntuosa casa del pariente y benefactor de José poco antes del retorno de la familia nazarena a Palestina, para augurarles buenaventura y homenajear al niño. En esta ocasión los amigos reunidos regalaron a Jesús un ejemplar completo de la traducción griega de las escrituras hebreas. Sin embargo, primero intentaron nuevamente convencer a José y María de que se quedaran en Egipto, y sólo cuando ellos rechazaron su invitación, los amigos menfitos y alejandrinos le entregaron las escrituras a José. Estos creyentes afirmaban que el hijo del destino ejercería una influencia mundial mucho más grande como residente de Alejandría que de cualquier lugar determinado en Palestina. La insistencia de estos creyentes hizo que José y María demoraran su regreso a Palestina por un tiempo después de recibir la noticia de la muerte de Herodes.
José y María zarparon de Alejandría en un barco de su amigo, Esraeon, con destino a Jope, puerto al cual llegaron a fines de agosto del año 4 a. de J.C. Se dirigieron directamente a Belén, y allí pasaron todo el mes de septiembre en conversaciones con sus amigos y parientes para decidir si debían quedarse allí o volver a Nazaret.
María aún acariciaba la idea de que Jesús creciera en Belén, la Ciudad de David. José no creía en realidad que su hijo fuera a ser el rey libertador de Israel. Además, sabía que él mismo en verdad no descendía de David, sino que pertenecía a la familia davídica sólo porque uno de sus antepasados había sido adoptado por esa familia muchos años antes. María naturalmente consideraba la ciudad de David el lugar más apropiado para criar al candidato que ocuparía el trono de David, pero José prefirió echar su suerte con Herodes Antipas más bien que con su hermano Arquelao. Mucho temía por la seguridad del niño en Belén o en cualquier otra ciudad de Judea, y concluía que era más probable que Arquelao, más bien que Antipas en Galilea, continuara con la amenazadora política de su padre Herodes. A pesar de todas estas razones, José abiertamente dejaba saber que prefería vivir en Galilea, porque la consideraba un sitio más indicado para criar y educar al niño; sin embargo le llevó tres semanas superar las objeciones de María.
Para el primer día de octubre José había conseguido convencer a María y a todos sus amigos de que lo mejor para ellos sería regresar a Nazaret. Por consiguiente, a principios de octubre del año 4 a. de J.C. partieron de Belén rumbo a Nazaret por el camino de Lida y Escitópolis. Salieron un domingo temprano por la mañana, María y el niño cabalgando la bestia de carga que acababan de adquirir, mientras que José y cinco parientes los acompañaban a pie; la familia de José no quiso permitir que viajasen solos. Temían ir a Galilea camino de Jerusalén y el valle del Jordán, y las rutas occidentales no eran del todo seguras para dos viajeros solitarios con un niño pequeño.