Al día siguiente Jesús y los seis fueron a ver a Mateo, el recaudador de aduanas. Mateo los esperaba, pues ya había puesto en orden los libros y preparado para traspasarle los asuntos de su oficina a su hermano. Al aproximarse a la casa de aduanas, Andrés se adelantó con Jesús, quien, fijando la mirada en Mateo le dijo: «Sígueme»; y él se levantó y se fue a su casa con Jesús y los apóstoles.
Mateo le dijo a Jesús que él había organizado un banquete para esa noche, por lo menos, dijo que deseaba ofrecerles una cena a su familia y amigos si Jesús estaba de acuerdo y si consentía en ser el huésped de honor. Jesús consintió con un gesto. Entonces Pedro llevó a Mateo aparte y le explicó que había invitado a un tal Simón a que se uniera a los apóstoles y se aseguró de que Simón también fuera invitado a la fiesta.
Después de almorzar a medio día en casa de Mateo, se fueron todos con Pedro a llamar a Simón el Zelote, a quien encontraron en su antiguo lugar de trabajo, el cual estaba ahora a cargo de su sobrino. Pedro condujo a Jesús donde Simón; el Maestro saludó al ardiente patriota y sólo le dijo: «Sígueme».
Regresaron entonces todos a la casa de Mateo, donde mucho hablaron de política y religión hasta la hora de la cena. La familia Leví se dedicaba desde hacía mucho tiempo a los negocios y a la recaudación de impuestos; por lo tanto, muchos de los convidados de Mateo a este banquete habrían sido llamados «publicanos y pecadores» por los fariseos.
En aquellos tiempos, cuando se ofrecía a una persona destacada una recepción banquete de este tipo, era costumbre que todos lo que tuvieran interés merodearan por el salón del banquete para observar a los convidados y escuchar la conversación y los discursos de los huéspedes de honor. Por consiguiente, se encontraban presente en esta ocasión la mayoría de los fariseos de Capernaum, para observar la conducta de Jesús en esta inusual reunión social.
En verdad era éste un extraño espectáculo en el ambiente judío: ver a un hombre de carácter recto y de sentimientos nobles departiendo libre y alegremente con la gente común, incluso con una multitud frívola e irreligiosa de publicanos y supuestos pecadores. Simón el Zelote quería hacer un discurso en esta reunión en la casa de Mateo, pero Andrés, sabiendo que Jesús no quería que el reino venidero se confundiera con el movimiento de los zelotes, lo convenció de que no hiciese comentarios públicos.