El sábado 22 de junio, poco antes de salir ellos en su primera gira de predicación y unos diez días después del arresto de Juan, Jesús ocupó el púlpito de la sinagoga por segunda vez desde su llegada a Capernaum con sus apóstoles.
Unos días antes de la predicación de este sermón sobre «el Reino», mientras estaba Jesús trabajando en el astillero, Pedro le trajo la noticia del arresto de Juan. Jesús otra vez dejó sus herramientas, se quitó el delantal, y le dijo a Pedro: «La hora del Padre ha llegado. Preparémonos para proclamar el evangelio del reino».
Jesús hizo su último trabajo en el banco de carpintería este martes 18 de junio del año 26 d. de J.C. Pedro se apresuró a salir del taller y hacia el mediodía había reunido a todos sus asociados, y dejándoles en un huerto junto a la costa, fue en busca de Jesús. Pero no pudo encontrarlo, porque el Maestro había ido a otro huerto diferente a orar. Y ellos no volvieron a verle hasta tarde esa noche cuando regresó a la casa de Zebedeo y pidió comida. Al día siguiente envió a su hermano Santiago para que solicitara el privilegio de hablar en la sinagoga el sábado siguiente. El rector de la sinagoga mucho se complació de que Jesús deseaba nuevamente conducir los oficios.
Antes de predicar Jesús este memorable sermón del reino de Dios, el primer esfuerzo ambicioso de su carrera pública, leyó en las Escrituras estos pasajes: «Vosotros seréis para mí un reino de sacerdotes, una gente santa. Yahvé es nuestro juez, Yahvé es nuestro legislador, Yahvé es nuestro rey; él mismo nos salvará. Yahvé es rey mio y Dios mio. Él es un rey grande sobre toda la tierra. La benevolencia recae sobre Israel en este reino. Bendita sea la gloria del Señor porque él es nuestro Rey».
Cuando terminó de leer, dijo Jesús:
«He venido para proclamar el establecimiento del reino del Padre. Y este reino incluirá las almas adorantes de judíos y gentiles, ricos y pobres, libres y esclavos, porque mi Padre no tiene favoritos; su amor y su misericordia son para todos.
«El Padre, que está en el cielo, envía su espíritu para que habite la mente de los hombres, y cuando yo haya terminado mi obra en la tierra, asimismo será derramado el Espíritu de la Verdad sobre toda carne. El espíritu de mi Padre y el Espíritu de la Verdad os establecerán en el reino venidero de comprensión espiritual y rectitud divina. Mi reino no es de este mundo. El Hijo del Hombre no conducirá ejércitos en batalla para el establecimiento de un trono de poderío o un reino de mundana gloria. Cuando haya venido mi reino, conoceréis al Hijo del Hombre como el Príncipe de la Paz, la revelación del Padre sempiterno. Los hijos de este mundo luchan por el establecimiento y expansión de los reinos de este mundo, pero mis discípulos entrarán en el reino del cielo por sus decisiones morales y por sus victorias espirituales; y cuando hayan entrado, encontrarán gozo, rectitud y vida eterna.
«Los que busquen primeramente entrar en el reino, luchando por alcanzar una nobleza de carácter semejante a la de mi Padre, poseerán finalmente todas las demás cosas que les son necesarias. Pero os digo con toda sinceridad: a menos que busquéis entrar en el reino con la fe y la dependencia confiada de un niñito, no seréis en modo alguno admitidos.
«Pero no os engañéis por los que vienen diciéndoos que aquí está el reino o que allí está el reino, porque el reino de mi Padre nada tiene que ver con cosas visibles y materiales. Y este reino ya está entre vosotros, porque donde el espíritu de Dios enseña y dirige al alma del hombre, allí en realidad está el reino del cielo. Y este reino de Dios es rectitud, paz y gozo en el Espíritu Santo.
«Juan ciertamente os bautizó como símbolo del arrepentimiento y para la remisión de vuestros pecados, pero cuando entréis en el reino celestial, seréis bautizados con el Espíritu Santo.
«En el reino de mi Padre no habrá ni judío ni gentil, sólo los que buscan la perfección mediante el servicio, porque declaro que el que quisiese ser grande en el reino de mi Padre debe primero hacerse siervo de todos. Si queréis servir a vuestros semejantes, os sentaréis conmigo en mi reino, así como, sirviendo en la similitud de la criatura, yo dentro de poco estaré sentado con mi Padre en su reino.
«Este nuevo reino es semejante a una semilla que crece en tierra fértil. No alcanza rápidamente su plena fructificación. Hay un intervalo de tiempo entre el establecimiento del reino en el alma del hombre y la hora en que el reino madura hasta llegar a su plena fructificación de la justicia perdurable y la salvación eterna.
«Y este reino que os declaro no es un gobierno de poder y abundancia. El reino del cielo no es asunto de comida y bebida sino más bien de una vida de rectitud progresiva y de creciente gozo en el servicio perfeccionador de mi Padre que está en el cielo. Porque no ha dicho acaso el Padre de sus hijos del mundo: `es mi voluntad que lleguéis a ser perfectos, así como yo soy perfecto'.
«He venido a predicar la buena nueva del reino. No he venido a aumentar las cargas pesadas de los que quieran entrar en este reino. Proclamo un camino nuevo y mejor, y los que puedan entrar en el reino venidero disfrutarán del descanso divino. Sea lo que fuere que os costare en las cosas del mundo, sea el que fuere el precio que paguéis para entrar en el reino del cielo, recibiréis muchas veces más en gozo y progreso espiritual en este mundo, y vida eterna en la era venidera.
«La entrada en el reino del Padre no aguarda los ejércitos que marchan, el derrocamiento de los reinos de este mundo, ni el quebrantamiento del yugo de los cautivos. El reino del cielo está cerca, y todo el que entrare ahí encontrará libertad abundante y salvación dichosa.
«Este reino es un dominio eterno. Los que entran en el reino ascenderán hasta mi Padre; ciertamente alcanzarán la diestra de su gloria en el Paraíso. Y todos los que entren en el reino del cielo se convertirán en los hijos de Dios, y en la era venidera ascenderán hasta el Padre. Y yo no he venido a llamar a los que van a ser justos sino a los pecadores y a los que están hambrientos y sedientos de la rectitud de perfección divina.
«Juan vino a predicar arrepentimiento para prepararos para el reino; ahora yo he venido a proclamar la fe, el regalo de Dios, como el precio de entrada en el reino del cielo. Si únicamente creéis en que mi Padre os ama con un amor infinito, ya estáis en el reino de Dios».
Cuando hubo hablado así, se sentó. Todos los que le oyeron se maravillaron de sus palabras. Sus discípulos se admiraron. Pero la gente no estaba preparada para recibir la buena nueva de labios de este Dios-hombre. Aproximadamente un tercio de los que le oyeron, creyeron en el mensaje, aunque no podían comprenderlo plenamente; aproximadamente un tercio se dispuso a rechazar en su corazón tal concepto puramente espiritual del reino esperado, en tanto que el tercio restante no pudo comprender sus palabras, y muchos realmente creían que él «estaba fuera de sí».