Cuando Jesús y la compañía de casi mil
seguidores llegó al vado de Betania sobre el Jordán a veces llamado
Betábara, sus discípulos comenzaron a darse cuenta de que no se dirigía
directamente a Jerusalén. Mientras titubeaban y discutían entre ellos,
Jesús se trepó a una enorme piedra y pronunció ese discurso que es
conocido como «el calcular el gasto». El Maestro dijo:
«Vosotros los que queréis seguirme de ahora
en adelante debéis estar dispuestos a pagar el precio de la dedicación
total a hacer la voluntad de mi Padre. Si queréis ser mis discípulos,
debéis estar dispuestos a abandonar padre, madre, esposa, hijos,
hermanos y hermanas. Si cualquiera entre vosotros quiere ahora ser mi
discípulo, debéis estar dispuestos a abandonar aun vuestra vida así como
el Hijo del Hombre está a punto de ofrecer su vida para completar la
misión de hacer la voluntad del Padre en la tierra y en la carne.
«Si no estás dispuesto a pagar el precio
entero, no puedes ser mi discípulo. Antes de que sigamos, cada uno de
vosotros debería sentarse y calcular el gasto de ser mi discípulo.
¿Quién entre vosotros construiría una torre de vigilia sobre sus predios
sin sentarse primero a sumar el costo y ver si tiene suficiente dinero
para completar la obra? Si no calculas así el gasto, después de haber
echado los cimientos, es posible que descubras que eres incapaz de
terminar lo que has comenzado, y por lo tanto todos tus vecinos se
mofarán de ti diciendo: `he aquí que este hombre empezó a construir pero
no puede terminar su obra'. También, ¿qué rey, cuando se preparara a
guerrear contra otro rey, no se sienta primero a asesorarse sobre si
podrá, con diez mil hombres, luchar contra el que se le enfrenta con
veinte mil? Si el rey no puede enfrentarse con su enemigo porque no está
preparado, envía un embajador a este otro rey, aunque se encuentre muy
lejos, pidiéndole términos de paz.
«Ahora bien, cada uno de vosotros debe
sentarse y calcular el gasto de ser mi discípulo. De ahora en adelante
no podrás seguirnos, escuchando las enseñanzas y contemplando las obras;
tendrás que enfrentar amargas persecuciones y dar prueba de este
evangelio frente a un desencanto aplastante. Si no estás dispuesto a
renunciar a todo lo que eres y a dedicar todo lo que tienes, no mereces
ser mi discípulo. Si ya te has conquistado a ti mismo dentro de tu
corazón, no debes temer esa victoria exterior que pronto deberás ganar
cuando el Hijo del Hombre sea rechazado por los altos sacerdotes y los
saduceos y entregado a las manos de los descreídos que se mofan.
«Ahora debes examinarte para hallar tu
motivación de ser discípulo mío. Si buscas honor y gloria, si tu mente
es mundana, eres como la sal que ha perdido su sabor. Y cuando lo que
vale por su salinidad ha perdido su sabor, ¿con qué lo sazonaremos? Es
inútil tal condimento; sólo sirve para echarlo a la basura. Ahora os he
advertido que os volváis a vuestro hogar en paz, si no estáis dispuestos
a beber conmigo la copa que está siendo preparada. Una y otra vez os he
dicho que mi reino no es de este mundo, pero no me creéis. El que tenga
oído para oír, que oiga lo que yo digo».
Inmediatamente después de decir estas
palabras, Jesús a la cabeza de los doce, partió en dirección a Hesbón,
seguido por unos quinientos. Después de una breve demora, la otra mitad
de la multitud se dirigió a Jerusalén. Sus apóstoles, juntamente con los
discípulos principales, mucho reflexionaron sobre estas palabras, pero
aún seguían aferrándose a la creencia de que, después de este breve
período de adversidad y prueba, el reino sería establecido con certeza,
relativamente de acuerdo con sus esperanzas largamente acariciadas.