Fue éste el primer año para Jesús de relativa libertad de las obligaciones familiares. Santiago, con la ayuda de Jesús en asesoría y finanzas, administraba con éxito los asuntos del hogar.
La semana que siguió a la Pascua de este año vino a Nazaret un joven de Alejandría para concordar de un encuentro, más adelante en el año, entre Jesús y un grupo de judíos alejandrinos, a celebrarse en algún lugar de la costa de Palestina. Se resolvió que dicha reunión tendría lugar a mediados de junio, y Jesús fue a Cesarea para encontrarse con cinco judíos prominentes de Alejandría, quienes le propusieron que se estableciera en su ciudad como maestro religioso, ofreciéndole como incentivo inicial la posición de ayudante del chazán de la sinagoga principal de la ciudad.
Los portavoces de este consejo explicaron a Jesús que Alejandría estaba destinada a convertirse en el centro de la cultura judía para todo el mundo; que la tendencia helenística en los asuntos judíos había sobrepasado considerablemente a la escuela babilónica de pensamiento. Le recordaron a Jesús los sordos ecos nefastos de rebelión que corrían en Jerusalén y en toda Palestina; le aseguraron que una sublevación de los judíos palestinos equivaldría a un suicidio nacional, que la mano de hierro de Roma aplastaría la rebelión en tres meses, y que Jerusalén sería destruida y el templo demolido, sin que quedara piedra sobre piedra.
Jesús los escuchó atentamente, les agradeció su confianza, y, al rechazar la invitación de ir a Alejandría, les dijo en esencia: «Aún no ha llegado mi hora». Se quedaron desconcertados ante la aparente indiferencia de Jesús al honor que habían querido conferirle. Antes de despedirse de Jesús, quisieron entregarle una bolsa de dinero como muestra de la estima de sus amigos alejandrinos y en compensación por el tiempo y el gasto que incurrió Jesús al viajar a Cesarea para conferenciar con ellos. Pero él del mismo modo rehusó el dinero, diciendo: «La casa de José no ha recibido nunca limosnas; no podemos comer el pan de otro mientras tenga yo brazos fuertes y mis hermanos puedan trabajar».
Sus amigos de Egipto se embarcaron de regreso a su tierra, y en años posteriores, al oír rumores sobre cierto constructor de barcas en Capernaum que tal conmoción estaba creando en Palestina, pocos de entre ellos pudieron imaginar que se tratara del niño de Belén ya adulto, del mismo galileo de extraña conducta que tan poco ceremoniosamente rechazó la invitación de convertirse en un gran maestro en Alejandría.
Jesús regresó a Nazaret. Los seis meses restantes de este año fueron los más tranquilos de toda su carrera. Mucho disfrutó de este respiro pasajero, de este período libre de problemas y dificultades. Estaba en frecuente comunión con su Padre en los cielos e hizo formidables progresos en el dominio de su mente humana.
Pero los asuntos humanos en los mundos del tiempo y el espacio nunca gozan de calma por mucho tiempo. En diciembre, Santiago tuvo una conversación privada con Jesús para explicarle que estaba enamorado de Esta, una doncella de Nazaret, y que le gustaría casarse en el momento que fuera posible. Le recordó que José estaba por cumplir dieciocho años y que sería una buena experiencia para él tener la oportunidad de servir de jefe interino de la familia. Jesús acordó que Santiago se casara dos años más tarde, siempre y cuando en el ínterin le enseñara a José todo lo necesario para que éste asumiera la responsabilidad del hogar.
Ahora empezaron a pasar cosas: había ecos de esponsales en el aire. Como Santiago había obtenido el consentimiento de Jesús, Miriam se sintió con valor suficiente para presentarse ante su padre-hermano con sus propios planes. Jacob, el joven albañil, antiguamente autonombrado defensor de Jesús y presentemente socio de Santiago y José, aspiraba desde hacía mucho tiempo a la mano de Miriam en matrimonio. Al haber Miriam presentado sus planes ante Jesús, él replicó que Jacob debería presentarse ante él para pedir oficialmente la mano de Miriam, prometiéndole a la vez su bendición tan pronto como ella creyera que Marta estaba preparada para asumir los deberes de hija mayor.
Mientras se encontraba en Nazaret, Jesús seguía enseñando en la escuela nocturna tres veces por semana, frecuentemente leía las escrituras los sábados en la sinagoga, conversaba con su madre, enseñaba a los niños, y en general se conducía como un digno y respetable ciudadano de Nazaret dentro de la comunidad de Israel.