En enero de este año, el 21 d. de J.C., durante una lluviosa mañana de un domingo, Jesús partió sin ceremonia del seno de su familia, explicándoles tan sólo que iba a Tiberias y luego a visitar otras ciudades en torno al Mar de Galilea. Así les dejó, y nunca más volvería a ser un miembro regular de esta familia.
Pasó una semana en Tiberias, la nueva ciudad que pronto sucedería a Séforis como capital de Galilea; poco encontró allí que le interesara, procediendo pues sucesivamente a Magdala y Betsaida hasta llegar a Capernaum, donde se detuvo para visitar al amigo de su padre, Zebedeo. Los hijos de Zebedeo eran pescadores, él mismo era fabricante de barcas. Jesús de Nazaret era experto tanto en las tareas de diseño como de construcción y un verdadero especialista en el trabajo de madera; y Zebedeo conocía ya desde antes la habilidad de este artesano nazareno. Hacía mucho tiempo que Zebedeo quería construir mejores botes; expuso pues sus planes a Jesús, y le invitó al carpintero visitante a asociarse con él para esta empresa. Jesús prestamente aceptó la invitación.
Jesús tan sólo trabajó con Zebedeo poco más de un año, pero durante ese tiempo creó un nuevo estilo de barca y estableció métodos completamente nuevos para su fabricación. Mediante una técnica superior y métodos altamente perfeccionados de
vaporizar las tablas, Jesús y Zebedeo comenzaron a construir barcas de superior calidad y clase, embarcaciones mucho más seguras para navegar en el lago que las de tipo más antiguo. Durante varios años Zebedeo tuvo más trabajo, fabricando barcas de esta nueva clase, de lo que su pequeño establecimiento podía ocuparse; en menos de cinco años prácticamente todas las embarcaciones que navegaban en el lago habían sido construidas en el taller de Zebedeo en Capernaum. Jesús llegó a ser muy conocido entre los pescadores galileos como el diseñador de las nuevas barcas. Zebedeo era un hombre de posición relativamente acomodada; sus astilleros estaban sobre el lago al sur de Capernaum, y su casa estaba situada junto a la orilla del lago cerca de los centros de pesca de Betsaida. Jesús vivió en la casa de Zebedeo durante el año largo de su estadía en Capernaum. Durante mucho tiempo había trabajado solas en el mundo, es decir, sin padre, y mucho disfrutaba de este período de trabajar con un socio-padre.
La mujer de Zebedeo, Salomé, era parienta de Anás, quien había sido sumo sacerdote en Jerusalén y seguía siendo el hombre más influyente de los saduceos, pues tan sólo había sido depuesto ocho años antes. Salomé llegó a admirar grandemente a Jesús. Lo amaba como a sus propios hijos, Santiago, Juan y David; sus cuatro hijas llegaron a considerar a Jesús como a su hermano mayor. Jesús salía a menudo a pescar con Santiago, Juan y David quienes descubrieron que era tan buen pescador como experto constructor de barcas.
Durante el curso de este año, Jesús envió dinero a Santiago todos los meses. Regresó a Nazaret en octubre para asistir a la boda de Marta. Desde entonces no volvió a ir a Nazaret por más de dos años, cuando regresó poco antes de la doble boda de Simón y Judá.
Jesús continuó durante este año construyendo barcas mientras seguía observando cómo vivían los hombres en la tierra. Frecuentemente salía a visitar la parada de las caravanas, ya que Capernaum estaba en la ruta directa de Damasco hacia el sur. Capernaum era un importante puesto militar romano, y el comandante de la guarnición era un gentil creyente de Yahvé, «un hombre piadoso» como los judíos gustaban de designar a estos prosélitos. Este oficial pertenecía a una rica familia romana, y tomó por sí mismo el trabajo de construir una hermosa sinagoga en Capernaum, donándola a los judíos poco tiempo antes de que Jesús viniera a vivir con Zebedeo. Durante este año, Jesús ofició en esta nueva sinagoga más de la mitad de las veces, y algunos de los viajeros de las caravanas que tuvieron la oportunidad de asistir, le recordaban como el carpintero de Nazaret.
En el patrón de impuestos Jesús se inscribió como un «artesano especializado de Capernaum». A partir de ese día y hasta el fin de su vida terrenal, se le conoció como residente de Capernaum. El nunca declaró residencia legal en ningún otro lugar, aunque, por diversas razones, permitió que otros le asignaran residencia en Damasco, Betania, Nazaret e incluso Alejandría.
En la sinagoga de Capernaum encontró muchos libros nuevos en las arcas de la biblioteca, y pasaba por lo menos cinco noches por semana estudiando intensamente. Dedicaba una noche a hacer vida social con los ancianos, otra, con los jóvenes. En la personalidad de Jesús había algo graciable e inspirador que atraía invariablemente a los jóvenes. A ellos siempre hacía sentir cómodos en su presencia. Acaso el gran secreto de su popularidad con ellos consistía en el doble hecho de que siempre mostraba interés en lo que ellos estaban haciendo, aunque rara vez les ofrecía consejo a menos que se lo pidieran.
La familia de Zebedeo casi adoraba a Jesús, y todos asistían fielmente a las sesiones de preguntas y respuestas que presidía cada noche después de la cena, antes de irse a estudiar a la sinagoga. Frecuentemente los jóvenes del vecindario también acudían a estas reuniones de sobremesa. Jesús les impartía enseñanzas variadas y avanzadas, dentro de lo que ellos podían comprender. Hablaba de manera abierta, expresando sus ideas e ideales sobre política, sociología, ciencia y filosofía, pero nunca presumía de hablar con finalidad autoritaria excepto cuando discutía de religión —la relación del hombre con Dios.
Una vez por semana celebraba Jesús una reunión con todos los jornaleros que trabajaban en la casa, en el taller y en el puerto, pues Zebedeo tenía muchos empleados. Y fue entre estos obreros entre los que Jesús fue llamado por primera vez «el Maestro». Todos ellos lo amaban. Disfrutaba de sus labores con Zebedeo en Capernaum, pero extrañaba a los niños que jugaban junto al taller de carpintería en Nazaret.
Entre los hijos de Zebedeo, Santiago era el más interesado en Jesús como maestro, como filósofo. A Juan le interesaban su enseñanza y opiniones religiosas. David lo respetaba como mecánico pero no le interesaban mucho sus puntos de vista religiosos ni sus enseñanzas filosóficas.
Judá comparecía frecuentemente los sábados para escuchar a Jesús en la sinagoga y se quedaba para conversar con él. Cuanto más veía Judá a su hermano mayor, tanto más se convencía de que Jesús era realmente un gran hombre.
Este año hizo Jesús grandes progresos en la dominación ascendente de su mente humana y alcanzó nuevos y elevados niveles de contacto consciente con su Ajustador del Pensamiento.
Fue éste el último año de vida estable que tuvo. Nunca más pudo Jesús vivir un año entero en un solo lugar, ni ocuparse de una sola empresa. Rápidamente se acercaban los días de sus peregrinaciones terrestres. No estaban lejos en el futuro los períodos de intensa actividad, pero el período que se avecinaba, entre su simple pero intensa vida activa del pasado y su aun más intenso y arduo ministerio público, sería de unos pocos años de extensos viajes y de actividad personal muy diversificada. Su formación como hombre del reino, tenía que ser completada antes de que pudiera entrar a su carrera de enseñanza y predicación como el Dios-hombre perfeccionado de las fases divina y posthumana de su autootorgamiento en Urantia.