La estadía en Cesarea había estado plena de acontecimientos; cuando estuvo listo el barco, Jesús y sus dos amigos zarparon hacia Alejandría en Egipto un día al mediodía.
La travesía fue sumamente agradable para los tres. Ganid estaba encantado con el viaje y mantenía a Jesús ocupado contestando a sus preguntas. Según se acercaban al puerto de la ciudad, el joven se emocionó al ver el gran faro de Faros, situada en la isla que Alejandro había unido por un malecón con la tierra firme, creando de este modo dos magníficos puertos y haciendo por tanto de Alejandría la encrucijada de las rutas comerciales marítimas de África, Asia y Europa. Este gran faro era una de las siete maravillas del mundo, y fue el precursor de todos los faros subsiguientes. Se levantaron temprano por la mañana para contemplar este formidable dispositivo salvavidas creado por el hombre, y en medio de las exclamaciones de Ganid, Jesús dijo: «Y tú, hijo mío, serás como este faro cuando regreses a la India, aun cuando tu padre ya no sea; llegarás a ser la luz de vida para los que estén a tu alrededor en la oscuridad, mostrando a todo el que lo desee el camino seguro para llegar al puerto de la salvación». Apretándole la mano a Jesús, Ganid le dijo: «Lo seré».
Nuevamente anotamos que los primeros maestros de la religión cristiana cometieron un grave error al concentrarse tan exclusivamente en la civilización occidental del mundo romano. Las enseñanzas de Jesús como las observaban los creyentes de Mesopotamia en el siglo primero, habrían sido recibidas prontamente por los diversos grupos de religionistas asiáticos.
A las cuatro horas de desembarcar ya estaban instalados cerca del extremo oriental de la larga y amplia avenida, de unos treinta metros de ancho y ocho kilómetros de largo, que cruzaba esta ciudad de un millón de habitantes hasta sus límites occidentales. Después de recorrer a vuelo de pájaro las principales atracciones de la ciudad —la universidad (el museo), la biblioteca, el mausoleo imperial de Alejandro, el palacio, el templo de Neptuno, el teatro y el gimnasio— Gonod se dedicó a sus negocios mientras Jesús y Ganid fueron a la biblioteca, la más grande del mundo. Había aquí cerca de un millón de manuscritos de todo el mundo civilizado: Grecia, Roma, Palestina, Partia, India, China e incluso el Japón. En esta biblioteca Ganid vio la colección más grande de literatura india de todo el mundo; y durante toda su estadía en Alejandría pasaban ellos un rato en este lugar todos los días. Jesús le contó a Ganid que las escrituras hebreas habían sido traducidas al griego en este lugar. Mucho hablaron de todas las religiones del mundo, esforzándose Jesús en señalar a esta mente joven la verdad que se podía encontrar en cada una, añadiendo siempre: «Pero Yahvé es el Dios que fue desarrollado de las revelaciones de Melquisedek y del pacto con Abraham. Los judíos fueron la progenie de Abraham y posteriormente ocuparon la misma tierra donde Melquisedek había vivido y enseñado, y desde la cual envió maestros a todo el mundo; y su religión finalmente representó un reconocimiento más claro del Señor Dios de Israel como Padre Universal en el cielo que ninguna otra religión del mundo».
Bajo la dirección de Jesús, Ganid hizo una recopilación de las enseñanzas de todas las religiones del mundo que reconocían una Deidad Universal, aunque pudieran otorgar mayor o menor reconocimiento también a deidades subordinadas. Después de mucha discusión, Jesús y Ganid decidieron que los romanos no tenían ningún Dios verdadero en su religión, que su religión era poco más que el culto al emperador. Llegaron a la conclusión de que los griegos habían desarrollado una filosofía, pero difícilmente una religión con un Dios personal. Descartaron los cultos de misterio debido a la confusión de su multiplicidad, y a que los variados conceptos de Deidad parecían derivarse de otras religiones y de las religiones más antiguas.
Aunque estas traducciones fueron hechas en Alejandría, Ganid no arregló estas selecciones y les añadió sus propias conclusiones personales en forma final, sino hasta cerca del fin de su estadía en Roma. Mucho le sorprendió descubrir que los mejores autores del mundo de literatura sagrada, todos reconocían más o menos claramente la existencia de un Dios eterno y concordaban respecto al carácter de este Dios y su relación con el hombre mortal.
Jesús y Ganid pasaron mucho tiempo en el museo durante su estadía en Alejandría. Este museo no era una colección de objetos raros, sino más bien una universidad de bellas artes, ciencia y literatura. Profesores eruditos dictaban clases diarias allí, y en aquellos tiempos éste era el centro intelectual del mundo occidental. Todos los días Jesús interpretaba las conferencias para Ganid; cierto día durante la segunda semana el joven exclamó: «Maestro Josué, sabes más que estos profesores; debes levantarte y decirles las grandes cosas que me has enseñado; están obnubilados por pensar demasiado. Yo hablaré con mi padre para que así lo disponga». Jesús sonrió y le dijo: «Eres un alumno admirador, pero estos maestros no están dispuestos a que tú y yo les enseñemos nada. El orgullo de la erudición no espiritualizada es cosa traicionera en la experiencia humana. El verdadero maestro mantiene su integridad intelectual tan sólo si sigue siendo un aprendiz».
Alejandría era el crisol de las culturas del Occidente y la ciudad más grande y magnífica del mundo después de Roma. Aquí estaba la sinagoga judía más grande del mundo, el asiento del gobierno del sanedrín alejandrino, los setenta ancianos dirigentes.
Entre los muchos hombres con quienes Gonod hizo transacciones mercantiles había cierto banquero judío, Alejandro, cuyo hermano, Filón, era un famoso filósofo religioso de esa época. Filón estaba empeñado en la laudable pero extremadamente difícil tarea de armonizar la filosofía griega con la teología hebrea. Ganid y Jesús conversaron mucho acerca de las enseñanzas de Filón y esperaban asistir a algunas de sus conferencias, pero durante todo el período de su estadía en Alejandría este famoso judío helenista yacía en cama, enfermo.
Mucho había en la filosofía griega y en la doctrina de los estoicos que Jesús recomendó a Ganid, pero le inculcó al muchacho la verdad de que estos sistemas de creencia, así como las enseñanzas de las doctrinas indefinidas de algunos de su propio pueblo, eran religiones sólo en el sentido de que conducían a los hombres a encontrar a Dios y a disfrutar la experiencia viviente de conocer al Eterno.