Al llegar a los años adultos, Jesús se dispuso con todo empeño y con plena conciencia de sí mismo a la tarea de completar la experiencia y conocer a fondo la vida de la forma más baja de sus criaturas inteligentes, para así ganar final y plenamente el derecho al gobierno incondicional de este universo por él creado. Se dedicó a esta tarea formidable con el conocimiento pleno de su doble naturaleza. Pero ya había conseguido eficazmente combinar estas dos naturalezas en una sola: la de Jesús de Nazaret.
Josué ben José sabía muy bien que él era un hombre, un hombre mortal, nacido de una mujer. Así lo demostró al seleccionar como su primer título el de Hijo del Hombre. En verdad compartió la carne y la sangre, e incluso ahora, al presidir con autoridad soberana los destinos de un universo, conserva entre sus numerosos y bien ganados títulos, el de Hijo del Hombre. Es literalmente cierto que el Verbo creador —el Hijo Creador— del Padre Universal «se hizo carne y habitó como hombre en el reino de Urantia». Trabajó, se cansó, descansó y durmió. Tuvo hambre, y la sació con alimentos; tuvo sed, y apagó su sed con agua. Sintió en carne propia toda la gama de las emociones y los sentimientos humanos; fue «tentado en todo según vuestra semejanza», y padeció y murió.
Obtuvo conocimientos, adquirió experiencia, y los combinó en la sabiduría, tal como lo hacen otros mortales del reino. Hasta después de su bautismo no se aprovechó de ningún poder sobrenatural. Ningún medio utilizó que no fuera parte de su dote humana como hijo de José y María.
En cuanto a los atributos de su existencia prehumana, se despojó de aqellos. Antes del comienzo de su trabajo público, su conocimiento de los hombres y de los sucesos estaba limitado exclusivamente a su propia experiencia. Fue un verdadero hombre entre los hombres.
Es una eterna y gloriosa verdad que «tenemos un alto gobernante que sabe conmoverse con el sentimiento de nuestros debilidades. Tenemos un Soberano que fue probado y tentado en todos los aspectos como nosotros, pero no pecó». Puesto que él mismo sufrió, fue probado y comprobado, puede comprender y ministrar plenamente a los que están confundidos y agobiados.
Ya el carpintero de Nazaret comprendía plenamente la obra que tenía por delante, pero eligió vivir su vida humana de acuerdo con la corriente natural. Y en algunos de estos asuntos es ciertamente un ejemplo para sus criaturas mortales, aun así está escrito: «Dejad que esta mente haya en vosotors que hubo tambíen en Cristo Jesús, el cual siendo de la naturaleza de Dios, no consideraba extraño ser igual a Dios. Sin embargo, quiso darse ínfima importancia y, tomando la forma de una criatura, nació a semejanza de los hombres. Así pues en semblanza de hombre supo ser humilde, se hizo obediente hasta la muerte, aun hasta la muerte de cruz».
Vivió su vida mortal como todos los otros miembros de la familia humana pueden vivir la suya, como «quien en los días de la carne tan frecuentemente elevó oraciones y súplicas, aun con gran emoción y llantos copiosos, a Aquel que puede salvarnos del mal, y sus oraciones surtían efecto porque él tenía fe». Por tal motivo era menester que él se hiciera en todos los aspectos como sus hermanos para que así pudiera llegar a ser un soberano misericordioso y comprensivo sobre ellos.
Sobre su naturaleza humana nunca abrigó duda alguna; ésta era evidente y siempre estaba presente en su conciencia. Pero sobre su naturaleza divina siempre cabían las dudas y las conjeturas, por lo menos hasta el momento de su bautismo. La conciencia de su divinidad fue adquirida lentamente y, desde el punto de vista humano, constituyó una revelación evolutiva natural. Esta revelación y comprensión de su divinidad, comenzó en Jerusalén con el primer acontecimiento sobrenatural de su existencia humana, cuando no tenía aún trece años; y esta experiencia de realización de la naturaleza divina fue completada en el momento de su segunda experiencia sobrenatural durante su vida humana, episodio que se produjo cuando Juan lo bautizó en el Jordán, suceso éste que señaló el comienzo de su carrera pública de ministerio y enseñanza.
Entre estas dos visitas celestiales, una a los trece años y la otra durante su bautismo, no ocurrió nada sobrenatural ni sobrehumano en la vida de este Hijo Creador encarnado. No obstante, el niño de Belén, el muchacho, el joven, el hombre de Nazaret, eran verdaderamente el Creador encarnado de un universo; pero durante el transcurso de su vida humana hasta el día de su bautismo por Juan, no utilizó este poder ni siquiera una vez, ni se valió de la guía de las personalidades celestiales, aparte de la de su serafín guardián. Y los que aquí atestiguamos, conocemos muy bien lo que estamos diciendo.
Sin embargo, a través de todos estos años de su vida en la carne, era verdaderamente divino. En verdad era un Hijo Creador del Padre del Paraíso. Después de comenzar la carrera pública, y después de completar técnicamente su experiencia puramente mortal para la adquisición de la soberanía, no dudó en admitir públicamente que era el Hijo de Dios. No dudó al declarar: «Yo soy Alfa y Omega, el principio y el fin, el primero y el último.» No protestó en años posteriores, cuando se le llamaba Señor de la Gloria, Gobernante de un Universo, el Dios Señor de toda la creación, el Santo de Israel, el Señor de todo, nuestro Señor y nuestro Dios, Dios con nosotros, el que tiene un nombre que está por encima de todos los nombres y en todos los mundos, la Omnipotencia de un universo, la Mente Universal de esta creación, Aquel que guarda todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento, la plenitud de Aquel que llena todas las cosas, el Verbo eterno del Dios eterno, Aquel que era antes de todas las cosas y en quien consisten todas las cosas, el Creador de los cielos y de la tierra, el Sostenedor de un universo, el Juez de la tierra entera, el Dador de vida eterna, el Verdadero Pastor, el Libertador de los mundos y el Capitán de nuestra salvación.
No objetó nunca el uso de ninguno de estos títulos que se le dieron, después de salir de su vida puramente humana, a los siguientes años en los que ya tenía conciencia plena del ministerio de la divinidad en la humanidad, por la humanidad, y para la humanidad en este mundo y para todos los otros mundos. Jesús sólo objetó a un título: cierta vez, cuando lo llamaron Emanuel, simplemente replicó, «Yo no, él es mi hermano mayor».
Siempre, incluso después de su prominencia en gran escala de la vida en la tierra, Jesús estuvo humildemente sujeto a la voluntad del Padre en los cielos.
Después de su bautismo, no le preocupó el permitir que los sinceros creyentes y sus seguidores agradecidos lo adoraran. Incluso mientras luchaba con la pobreza y trabajaba con sus manos para proveer las primeras necesidades de su familia, su conciencia de que él era Hijo de Dios crecía; sabía que fue el hacedor de los cielos y de esta misma tierra en la cual estaba viviendo su existencia humana. Y las huestes de seres celestiales de todo el grandioso universo que lo estaban contemplando conocían asímismo que este hombre de Nazaret era su amado Soberano y su padre-Creador. Un profundo suspenso invadió el universo de Nebadon durante esos años, todos los ojos celestiales estaban continuamente fijos en Urantia —en Palestina.
Este año Jesús fue a Jerusalén con José para celebrar la Pascua. Habiendo llevado ya a Santiago al templo para su consagración, creía que era su deber llevar a José. Jesús nunca mostró ningún grado de parcialidad en el trato con su familia. Fue con José a Jerusalén por la ruta usual del valle del Jordán, pero regresó a Nazaret por el camino del este del Jordán, que pasaba por Amatus. Bajando por el Jordán, Jesús le contó a José varios episodios de la historia judía y durante el viaje de regreso le relató las experiencias de las famosas tribus de Rubén, Gad y Gilead que tradicionalmente habían habitado en estas regiones al este del río.
José le hizo a Jesús muchas preguntas sugestivas a su misión en la vida, pero a la mayoría de estas indagaciones Jesús sólo replicaba: «Aún no ha llegado mi hora». Sin embargo, en estas discusiones íntimas se dijeron muchas palabras que José recordaría durante los tumultuosos sucesos de los próximos años. Jesús y José pasaron esta Pascua con sus tres amigos en Betania, como era siempre costumbre de Jesús cuando en Jerusalén asistiendo a estos festivales conmemorativas.