La historia del amor de Rebeca por Jesús se cuchicheaba en Nazaret y posteriormente en Capernaum, de manera que, si bien en los años que siguieron muchas mujeres lo amaron así como lo amaban los hombres, nunca más tuvo que rechazar una ofrenda de amor y devoción de otra buena mujer. Desde ese momento en adelante, el amor humano por Jesús se manifestó más bien como adoración y culto. Hombres y mujeres lo amaban devotamente, por lo que él era, sin abrigar deseos de satisfacción personal ni de posesión afectiva. Pero durante muchos años, doquiera se contara la historia de la personalidad humana de Jesús, se relataba la devoción de Rebeca.
Miriam, que bien conocía la historia de Rebeca y había visto a su hermano rechazar hasta el amor de una hermosa doncella (sin darse ella cuenta del factor de su futura carrera de destino), llegó a idealizar a Jesús y a amarlo con un profundo y conmovedor afecto, considerándolo padre y hermano a la vez.
Aunque tenían poco dinero, Jesús sentía un extraño deseo de ir a Jerusalén para la Pascua. Su madre, pensando en su reciente experiencia con Rebeca, lo instó prudentemente a que emprendiera el viaje. Aunque no estaba muy consciente de esto, lo que más deseaba Jesús era la oportunidad de conversar con Lázaro y de hablar con Marta y María. Después de su familia, estas tres personas eran las que más amaba.
En este viaje a Jerusalén, tomó por el camino de Meguido, Antípatris y Lida, cubriendo en parte la misma ruta que atravesaron sus padres cuando lo trajeron de vuelta a Nazaret desde Egipto. El trayecto le llevó cuatro días y mucho pudo reflexionar sobre los acontecimientos del pasado acaecidos en Meguido y sus alrededores, el campo de batalla internacional de Palestina.
Jesús pasó por Jerusalén, deteniéndose tan sólo para contemplar el templo y las multitudes de visitantes. Sentía una extraña y creciente aversión por este templo construido por Herodes, con su sacerdocio sujeto a nombramientos políticos. Lo que más anhelaba era ver a Lázaro, a Marta y a María. Lázaro tenía su misma edad y ya se desempeñaba también como jefe de la familia, pues por el tiempo de esta visita, la madre de Lázaro había fallecido también. Marta era poco más de un año mayor que Jesús, mientras que María era dos años más joven, y Jesús era el ideal idolizado de los tres.
Durante esta visita ocurrió uno de esos brotes periódicos de rebelión contra la tradición —la expresión de resentimiento de Jesús ante prácticas ceremoniales que según él adulteraban la representación de su Padre celestial. No sabiendo que venía Jesús, Lázaro se había dispuesto a celebrar la Pascua con unos amigos en una aldea vecina sobre el camino a Jericó. Jesús propuso ahora que celebraran la fiesta donde estaban, en casa de Lázaro. «Pero», dijo Lázaro, «no tenemos cordero pascual». Y allí inició Jesús una prolongada y convincente disertación para demostrar que el Padre celestial en verdad no les daba importancia a ciertos rituales tan infantiles y carentes de significado. Después de pronunciar una solemne y ferviente oración, se levantaron y dijo Jesús: «Dejad que la mente infantil y oscurecida de mi pueblo sirva a su Dios como Moisés mandó; es mejor que así lo hagan. Pero dejad que nosotros que hemos visto la luz de la vida no nos dirijamos al Padre a través de la oscuridad de la muerte. Dejad que seamos libres en el conocimiento de la verdad del amor eterno de nuestro Padre».
A la hora del crepúsculo se sentaron pues los cuatro a la mesa y compartieron la primera fiesta de Pascua celebrada por judíos piadosos sin cordero pascual. El pan ázimo y el vino habían sido aprontados ya para la Pascua, y estos símbolos sirvió Jesús a sus compañeros, llamándolos «el pan de la vida» y el «agua de la vida», y comieron en solemne conformidad con las enseñanzas que Jesús acababa de impartir. De allí en adelante fue su costumbre oficiar este rito sacramental cada vez que visitaba Betania. Cuando volvió a casa, se lo contó todo a su madre, quien al principio se espantó, pero gradualmente fue comprendiendo su punto de vista; sin embargo, grande fue su alivio cuando Jesús le aseguró que no pensaba introducir esta nueva idea de la Pascua en su propia familia. En su hogar con sus hermanos siguió, año tras año, celebrando la Pascua «según la ley de Moisés».
Fue durante este año durante durante el que María tuvo una larga conversación con Jesús acerca del matrimonio. Le preguntó francamente si consideraría la idea de casarse en caso de no tener ya obligaciones familiares. Jesús le explicó que, puesto que un deber inmediato le impedía el matrimonio, poco había discurrido en este tema. Él agregó que no creía que llegaría a casarse alguna vez pero que estos asuntos debían aguardar «mi hora», cuando «comience la obra de mi Padre». Habiendo decidido ya que no sería padre de hijos carnales, dejó de pensar en el tema del matrimonio humano.
Este año reinició la difícil tarea de entrelazar sus naturalezas divina y humana en una trama que terminaría por ser una individualidad humana simple y efectiva. Seguía creciendo en elevación moral y en comprensión espiritual.
Aunque todas sus propiedades en Nazaret (a excepción de la casa en que vivían) se habían perdido, este año recibieron cierto dinero adicional de la venta de la plusvalía en una propiedad en Capernaum. Esto era lo último que quedaba de la herencia de José. Este trato de bienes raíces en Capernaum se llevó a cabo con un constructor de barcas llamado Zebedeo.
José se graduó en la escuela de la sinagoga este año y se preparó para comenzar a trabajar en el pequeño banco de carpintero del taller que tenían en la casa. Aunque ya no quedaban bienes de su padre, las perspectivas de salir de la pobreza habían mejorado, pues ahora serían tres los que trabajaban regularmente.
Jesús se está convirtiendo rápidamente en hombre, no simplemente un joven adulto, sino un adulto. Ha aprendido bien a cumplir con sus obligaciones. Sabe sobreponerse a las desilusiones, y no se amilana cuando se frustran sus planes y cuando sus propósitos resultan temporalmente derrotados. Ha aprendido a ser equitativo y justo aun frente a la injusticia, y está aprendiendo a ajustar sus ideales de vida espiritual a las demandas prácticas de la existencia terrestre. Está aprendiendo a proyectar la consecución de metas idealistas más distantes y elevadas mientras labora seriamente por la consecución de objetivos necesarios más cercanos e inmediatos. Está desarrollando el arte de ajustar sus aspiraciones a las demandas convencionales de los acontecimientos humanos. Está a punto de dominar la técnica de utilización de la energía del impulso espiritual para mover el mecanismo del logro material. Lentamente está aprendiendo a vivir su vida celestial mientras continúa viviendo la vida terrestre. Cada vez más se acoge a la orientación y dirección final de su Padre celestial a la vez que asume el papel paterno de orientar y dirigir a los hijos de su familia terrestre. Se está volviendo experto en arrancar la victoria de las fauces mismas de la derrota; está aprendiendo a transformar las dificultades temporales en triunfos de la eternidad.
Así pues, según pasan los años, este joven nazareno sigue experimentando la vida como se la vive en la carne mortal de los mundos del tiempo y del espacio. Vive una vida plena, repleta, representativa en Urantia. Al partir de este mundo, llevó toda la experiencia que sus criaturas atraviesan durante los cortos y arduos años de su primera vida, la vida en la carne. Y esta total experiencia humana, es una posesión eterna del Soberano del Universo. Él es nuestro hermano comprensivo, nuestro amigo compasivo, nuestro soberano experto y nuestro padre misericordioso.
Cuando niño acumuló un vasto conjunto de conocimientos; cuando joven arregló, clasificó y correlacionó esta información; y ahora como un hombre del reino, comienza a organizar estas posesiones mentales en preparación para su utilización subsecuente en la enseñanza, el ministerio y el servicio de sus hermanos mortales de este mundo y de todas las demás esferas habitadas del entero universo de Nebadon.
Nacido en el mundo como un niño del reino, ha vivido su infancia y ha pasado por las distintas etapas de la adolescencia y juventud; está ahora en el umbral de la plena edad adulta, rico en la experiencia del vivir humano, repleto de comprensión de la naturaleza humana, y lleno de compasión por las flaquezas de la naturaleza humana. Se está volviendo experto en el arte divino de revelar su Padre del Paraíso a las criaturas mortales de todas las edades y etapas.
Ya hombre plenamente crecido —un adulto del reino— se dispone a continuar su suprema misión de revelar Dios a los hombres y de conducir a los hombres hacia Dios.