«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

jueves, 4 de abril de 2013

El memorable domingo por la mañana.

El 22 de mayo fue un día memorable en la vida de Jesús. Este domingo por la mañana, antes del amanecer, uno de los mensajeros de David llegó de gran prisa de Tiberias, trayendo la noticia de que Herodes había autorizado, o estaba a punto de autorizar, el arresto de Jesús por parte de los oficiales del sanedrín. Al recibir la noticia de este peligro inminente, David Zebedeo despertó a sus mensajeros y los envió a todos los grupos locales de discípulos, llamándolos para un concilio de emergencia a las siete de esa misma mañana. Cuando la cuñada de Judá (hermano de Jesús) escuchó este informe alarmante, rápidamente pasó la noticia a todos los de la familia de Jesús que vivían cerca, convocándolos a la casa de Zebedeo. En respuesta a este llamado de urgencia, pronto se congregaron María, Santiago, José, Judá y Ruth.
     
En esta reunión temprano por la mañana, Jesús impartió sus instrucciones de despedida a los discípulos reunidos; o sea, que se despidió de ellos por el momento, porque bien sabía que pronto serían dispersados de Capernaum. Les instó a que buscaran a Dios para que los guiara, y que llevaran a cabo la obra del reino sin temer las consecuencias. Los evangelistas debían laborar como mejor les pareciera hasta el momento en que se los llamara. Seleccionó a doce entre los evangelistas para que lo acompañaran; ordenó a los doce apóstoles que permanecieran con él pasara lo que pasara. Instruyó a las doce mujeres que permanecieran en la casa de Zebedeo y en la casa de Pedro hasta que él enviara por ellas.
     
Jesús aprobó que David Zebedeo continuara con el servicio de mensajeros por todo el país, y David, al despedirse del Maestro, dijo: «Maestro, sal y haz tu obra. No te dejes atrapar por los fanáticos, y no dudes que los mensajeros estarán siempre a tu alcance. Mis hombres no te perderán nunca de vista, y por su intermedio estarás informado sobre el progreso del reino en otras regiones, y por ellos sabremos nosotros de ti. Nada puede ocurrirme que interfiera con este servicio, porque he nombrado líderes sustitutos en primero, segundo y aun tercer término. No soy instructor ni predicador, pero mi corazón me exige que haga esto, y nadie podrá disuadirme».
      
A eso de las 7:30 de esta mañana dio comienzo Jesús a su discurso de despedida a casi cien creyentes que se apiñaban en el interior de la casa para escucharlo. Era ésta una ocasión solemne para todos los presentes, pero Jesús parecía estar especialmente alegre; había vuelto a ser él mismo. La seriedad de las últimas semanas había desaparecido y los inspiró con palabras de fe, esperanza y valor.