En esta reunión temprano por la mañana, Jesús impartió sus instrucciones de despedida a los discípulos reunidos; o sea, que se despidió de ellos por el momento, porque bien sabía que pronto serían dispersados de Capernaum. Les instó a que buscaran a Dios para que los guiara, y que llevaran a cabo la obra del reino sin temer las consecuencias. Los evangelistas debían laborar como mejor les pareciera hasta el momento en que se los llamara. Seleccionó a doce entre los evangelistas para que lo acompañaran; ordenó a los doce apóstoles que permanecieran con él pasara lo que pasara. Instruyó a las doce mujeres que permanecieran en la casa de Zebedeo y en la casa de Pedro hasta que él enviara por ellas.
Jesús aprobó que David Zebedeo continuara
con el servicio de mensajeros por todo el país, y David, al despedirse
del Maestro, dijo: «Maestro, sal y haz tu obra. No te dejes atrapar por
los fanáticos, y no dudes que los mensajeros estarán siempre a tu
alcance. Mis hombres no te perderán nunca de vista, y por su intermedio
estarás informado sobre el progreso del reino en otras regiones, y por
ellos sabremos nosotros de ti. Nada puede ocurrirme que interfiera con
este servicio, porque he nombrado líderes sustitutos en primero, segundo
y aun tercer término. No soy instructor ni predicador, pero mi corazón
me exige que haga esto, y nadie podrá disuadirme».A eso de las 7:30 de esta mañana dio comienzo Jesús a su discurso de despedida a casi cien creyentes que se apiñaban en el interior de la casa para escucharlo. Era ésta una ocasión solemne para todos los presentes, pero Jesús parecía estar especialmente alegre; había vuelto a ser él mismo. La seriedad de las últimas semanas había desaparecido y los inspiró con palabras de fe, esperanza y valor.