El 22 de mayo fue un día memorable en la vida
de Jesús. Este domingo por la mañana, antes del amanecer, uno de los
mensajeros de David llegó de gran prisa de Tiberias, trayendo la noticia
de que Herodes había autorizado, o estaba a punto de autorizar, el
arresto de Jesús por parte de los oficiales del sanedrín. Al recibir la
noticia de este peligro inminente, David Zebedeo despertó a sus
mensajeros y los envió a todos los grupos locales de discípulos,
llamándolos para un concilio de emergencia a las siete de esa misma
mañana. Cuando la cuñada de Judá (hermano de Jesús) escuchó este informe
alarmante, rápidamente pasó la noticia a todos los de la familia de
Jesús que vivían cerca, convocándolos a la casa de Zebedeo. En respuesta
a este llamado de urgencia, pronto se congregaron María, Santiago,
José, Judá y Ruth.
En esta reunión temprano por la mañana,
Jesús impartió sus instrucciones de despedida a los discípulos reunidos;
o sea, que se despidió de ellos por el momento, porque bien sabía que
pronto serían dispersados de Capernaum. Les instó a que buscaran a Dios
para que los guiara, y que llevaran a cabo la obra del reino sin temer
las consecuencias. Los evangelistas debían laborar como mejor les
pareciera hasta el momento en que se los llamara. Seleccionó a doce
entre los evangelistas para que lo acompañaran; ordenó a los doce
apóstoles que permanecieran con él pasara lo que pasara. Instruyó a las
doce mujeres que permanecieran en la casa de Zebedeo y en la casa de
Pedro hasta que él enviara por ellas.
Jesús aprobó que David Zebedeo continuara
con el servicio de mensajeros por todo el país, y David, al despedirse
del Maestro, dijo: «Maestro, sal y haz tu obra. No te dejes atrapar por
los fanáticos, y no dudes que los mensajeros estarán siempre a tu
alcance. Mis hombres no te perderán nunca de vista, y por su intermedio
estarás informado sobre el progreso del reino en otras regiones, y por
ellos sabremos nosotros de ti. Nada puede ocurrirme que interfiera con
este servicio, porque he nombrado líderes sustitutos en primero, segundo
y aun tercer término. No soy instructor ni predicador, pero mi corazón
me exige que haga esto, y nadie podrá disuadirme».
A eso de las 7:30 de esta mañana dio
comienzo Jesús a su discurso de despedida a casi cien creyentes que se
apiñaban en el interior de la casa para escucharlo. Era ésta una ocasión
solemne para todos los presentes, pero Jesús parecía estar
especialmente alegre; había vuelto a ser él mismo. La seriedad
de las últimas semanas había desaparecido y los inspiró con palabras de
fe, esperanza y valor.