Así pues la mañana de este domingo 22 de mayo
del año 29 d. de J.C., Jesús se embarcó con sus doce apóstoles y los
doce evangelistas, huyendo apresuradamente de los oficiales del sanedrín
que se dirigían a Betsaida con el permiso de Herodes Antipas para
arrestarlo y llevarlo a Jerusalén, donde lo juzgarían porque había sido
acusado de blasfemia y de otras contravenciones a las leyes sagradas de
los judíos. Eran casi las ocho y media de esta hermosa mañana cuando
estos veinte y cinco se sentaron en la barca y remaron hacia la costa
oriental del Mar de Galilea.
Seguía a la barca del Maestro una
embarcación más pequeña, que contenía a seis de los mensajeros de David,
quienes tenían instrucciones de mantenerse en contacto con Jesús y sus
asociados y asegurarse de que la información de sus andanzas y de su
seguridad se transmitiera regularmente a la casa de Zebedeo en Betsaida,
que había servido como cuartel general de la obra del reino durante
cierto tiempo. Pero Jesús no se albergaría nunca más en la casa de
Zebedeo. De aquí en adelante, por el resto de su vida en la tierra, el
Maestro verdaderamente «no tendría dónde recostar su cabeza». Ya no
tenía ni siquiera la semejanza de una morada establecida.
Remaron hasta cerca de la aldea de Queresa,
confiaron la barca a los cuidados de amigos, y comenzaron las
peregrinaciones de este último año memorable en la vida del Maestro en
la tierra. Permanecieron cierto tiempo en los dominios de Felipe, yendo
de Queresa a Cesarea de Filipo, y de ahí camino hacia la costa de
Fenicia.
La multitud permaneció alrededor de la casa
de Zebedeo observando estas dos embarcaciones que navegaban por el lago
hacia la orilla oriental. Ya estaban bien alejados cuando llegaron los
oficiales de Jerusalén buscando a Jesús. Se negaban a creer que se les
había escapado, y mientras Jesús y sus asociados estaban viajando hacia el norte por Batanea, los fariseos y sus
asistentes pasaron casi una semana entera buscándole en vano en las
cercanías de Capernaum.
La familia de Jesús volvió a su casa en
Capernaum, y allí pasaron casi una semana hablando, discutiendo y
orando. Estaban llenos de confusión y consternación. No pudieron
tranquilizarse hasta el jueves por la tarde, cuando volvió Ruth de
visitar la casa de Zebedeo, y les dijo que había oído de David que su
padre-hermano estaba a salvo y en buena salud, abriéndose camino hacia
la costa de Fenicia.