El jueves 9 de junio por la mañana, después de
recibir noticia sobre el progreso del reino, traída de Betsaida por los
mensajeros de David, este grupo de veinticinco instructores de la
verdad partió de Cesarea de Filipo para comenzar su viaje a la costa de
Fenicia. Pasaron rodeando la región pantanosa, camino a Luz, hasta el
punto de unión con el camino de Magdala al Monte Líbano, de allí al
cruce con el camino que conducía a Sidón, llegando allí el viernes por
la tarde.
Al pausar para almorzar bajo la sombra de
unas rocas inclinadas, cerca de Luz, Jesús hizo uno de los más notables
discursos que sus apóstoles le habían escuchado jamás a lo largo de
todos sus años de asociación con él. Acababan de sentarse para romper
pan cuando Simón Pedro le preguntó a Jesús: «Maestro, puesto que el
Padre en el cielo lo sabe todo, y puesto que su espíritu es nuestro
apoyo en el establecimiento del reino del cielo en la tierra, ¿por qué
huimos de las amenazas de nuestros enemigos? ¿Por qué nos negamos a
enfrentarnos con los enemigos de la verdad?» Pero antes de que Jesús
hubiera comenzado a contestar la pregunta de Pedro, Tomás interrumpió
diciendo: «Maestro, realmente quisiera saber qué hay de erróneo en la
religión de nuestros enemigos en Jerusalén. ¿Cuál es la real diferencia
entre su religión y la nuestra? ¿Por qué tenemos tantas creencias
diversas si todos nosotros profesamos servir al mismo Dios?» Cuando Tomás hubo
terminado, Jesús dijo: «Aunque no deseo ignorar la pregunta de Pedro,
porque bien sé cuán fácil sería interpretar mal mis razones para evitar
un encuentro abierto con los potentados de los judíos en este preciso
momento, será más útil para todos vosotros que yo elija más bien
responder a la pregunta de Tomás. Y eso es pues lo que haré cuando
hayáis terminado vuestro almuerzo».