EL VIERNES por la tarde, poco después del entierro de Jesús, el jefe
de los arcángeles de Nebadon, a la sazón presente en Urantia, convocó su
concilio para la resurrección de las criaturas volitivas durmientes y
empezó a considerar las posibles técnicas de restitución de Jesús. Estos
hijos del universo local, las criaturas de Micael, reunidos tomaron
esta decisión por sí solos; Gabriel no los había convocado. A medianoche
ya habían llegado a la conclusión de que la criatura nada podía hacer
para facilitar la resurrección del Creador. Estaban dispuestos a aceptar
el consejo de Gabriel, quien les instruyó que, puesto que Micael había
«dado su vida por su propio y libre albedrío, tiene también el poder de
volver a tomar posesión de ésta según su propia decisión». Poco después
de que se levantara este concilio de arcángeles, los Portadores de Vida,
y sus varios asociados en la tarea de rehabilitación de la criatura y
de creación morontial, el Ajustador Personalizado de Jesús,
personalmente a cargo de las huestes celestiales reunidas en ese momento
en Urantia, dijo estas palabras a los espectadores en ansiosa espera:
«Ninguno de vosotros puede hacer nada para
ayudar a vuestro Padrecreador a retornar a la vida. Como mortal del
reino él ha experimentado la muerte mortal; como Soberano de un
universo, él vive. Lo que observáis es el tránsito mortal de Jesús de
Nazaret de la vida en la carne a la vida en la morontia. El tránsito
espiritual de este Jesús fue completado en el momento en que yo me
separé de su personalidad y asumí el cargo de director temporal de
vosotros. Vuestro Padre-creador ha elegido pasar a través de la
experiencia total de sus criaturas mortales, desde el nacimiento en los
mundos materiales, a través de la muerte natural y la resurrección
morontial, hasta el estado de existencia espiritual verdadera. Estáis a
punto de observar cierta fase de esta experiencia, pero no podéis
participar en ésta. Esas cosas que vosotros ordinariamente hacéis por la
criatura, no podéis hacerlas por el Creador. Un Hijo Creador tiene en
sí mismo el poder de autootorgarse en semejanza de cualquiera de sus
hijos creados; él tiene en sí mismo el poder de ofrendar su vida
observable y de volver a poseerla; y él tiene este poder por mando
directo del Padre del Paraíso, y yo sé de qué yo digo».
Cuando escucharon las palabras del
Ajustador Personalizado, todos ellos, desde Gabriel hasta el querubín
más humilde, adoptaron una actitud de ansiosa expectativa. Veían el
cuerpo mortal de Jesús en el sepulcro; detectaban síntomas de la
actividad universal de su Soberano amado; y como no comprendían estos
fenómenos, esperaron pacientemente lo que sobrevendría.