Jesús hizo muy poco trabajo público durante
esta gira de predicación, pero condujo muchas clases vespertinas para
los creyentes en la mayoría de las ciudades y aldeas en las que a la
sazón se detenía con Santiago y Juan. En una de estas reuniones
vespertinas, uno de los evangelistas más jóvenes hizo a Jesús una
pregunta sobre la ira, y el Maestro entre otras cosas dijo en respuesta:
«La ira es una manifestación material que
representa, de manera general, la medida del fracaso de la naturaleza
espiritual en la tarea de ganar el control sobre las naturalezas
intelectual y física combinadas. La ira indica vuestra falta de amor
fraternal tolerante más vuestra falta de respeto propio y de
autocontrol. La ira afecta la salud, envilece la mente, y limita al
instructor espiritual del alma del hombre. ¿Acaso no habéis leído en las
Escrituras que `la ira mata al tonto', y que el hombre `se destruye a
sí mismo en su ira'? ¿Que `el que tarda en airarse es grande de
entendimiento', mientras que `el que es impaciente de espíritu enaltece
la necedad'. Todos vosotros sabéis que `la blanda respuesta quita la
ira', y que `las palabras ásperas hacen subir el furor'. `La cordura
detiene el furor' mientras que `como ciudad derribada y sin muro, es el
hombre cuyo yo no tiene rienda'. `Cruel es la ira, e impetuoso el
furor'. `Los hombres iracundos levantan contiendas, y los furiosos
multiplican sus errores'. `No te apresures en tu espíritu, porque el
enojo reposa en el seno de los necios'». Antes de terminar de hablar
Jesús también dijo: «Dejad que vuestro corazón esté tan dominado por el
amor, que el espíritu guía pueda con poca dificultad libraros de la
tendencia a dejaros llevar por esas explosiones de ira animal que son
inconsistentes con el estado de filiación divina.»
En esta misma ocasión el Maestro les habló
al grupo sobre la importancia de poseer un carácter bien equilibrado. El
reconocía que la mayoría de los hombres tienen que dedicarse al dominio
de una vocación, pero deploraba el exceso de especialización, tendencia
que limita la mente y circunscribe las actividades vitales. Mencionó el
hecho de que toda virtud, si se la lleva a extremos, puede volverse
vicio. Jesús siempre predicó la moderación y enseñó la constancia — una
adaptación proporcional a los problemas de la vida. Observó que el
exceso de compasión y piedad puede degenerar en una grave inestabilidad
emocional; que el entusiasmo puede llevar al fanatismo. Mencionó el
hecho de un ex asociado de ellos, cuya imaginación lo había llevado a
empresas visionarias e imprácticas. Al mismo tiempo, les advirtió contra
los peligros de la monotonía inherente en una mediocridad demasiado
conservadora.
Luego habló Jesús de los peligros del
coraje y de la fe, y de cómo estos dos factores a veces llevan a un alma
no reflexiva a la presunción y la imprudencia. También mostró cómo la
prudencia y la discreción, llevadas a los extremos, conducen a la
cobardía y al fracaso. Exhortó a sus oyentes a que procuraran la
originalidad, pero evitando caer en la excentricidad. La comprensión no
debe caer en sentimentalismo, ni la piedad en beatería. Enseñó
reverencia libre de miedo y superstición.
No fueron tanto las enseñanzas de Jesús
sobre un carácter equilibrado las que impresionaban a sus asociados,
sino el hecho de que su propia vida era ejemplo elocuente de estas
enseñanzas. Vivía él en medio de apremios y tempestades, pero jamás
vaciló. Sus enemigos continuamente preparaban trampas, pero nunca cayó
en ésas. Los sabios e instruidos trataban de hacerlo tropezar, pero
nunca tropezó. Trataban de enredarlo en debates, pero sus respuestas
eran siempre esclarecedoras, dignas y definitivas. Cuando interrumpían
sus disertaciones con múltiples preguntas, sus respuestas eran siempre
significativas y definitivas. No recurrió jamás a tácticas indignas
cuando se enfrentaba con la presión constante de sus enemigos, que no
vacilaban en emplear todo tipo de ataque falso, injusto y desleal.
Aunque es verdad que muchos hombres y
mujeres deben dedicarse asiduamente a una vocación específica para
ganarse la vida, es sin embargo enteramente deseable que los seres
humanos cultiven una amplia gama de familiaridad cultural con la vida
tal como se la vive en la tierra. Las personas verdaderamente cultas no
se conforman con permanecer en la ignorancia respecto de la forma de
vida y las hazañas de sus semejantes.