Al salir el grupo apostólico de Betsaida,
las mujeres viajaban en la retaguardia. Durante las conferencias,
siempre se sentaban en grupo al frente y a la derecha del que hablaba.
Cada vez más mujeres se convertían en creyentes en el evangelio del
reino; había sido fuente de dificultades y muy embarazoso el que alguna
de ellas deseara conversar personalmente con Jesús o con uno de los
apóstoles. Pero todo esto había cambiado. Si una de las mujeres
creyentes deseaba ver al Maestro o conferenciar con los apóstoles, iba a
ver a Susana, e inmediatamente la acompañaba una de las doce mujeres
evangelistas ante la presencia del Maestro o de uno de sus apóstoles.
En Magdala fue donde las mujeres
demostraron por primera vez su utilidad y reivindicaron la sabiduría de
su selección. Andrés había impuesto reglas un tanto estrictas a sus
asociados en lo que concernía al trabajo personal con las mujeres,
especialmente con aquellas de conducta dudosa. Pero al llegar el grupo a
Magdala, les estaba permitido a estas diez mujeres evangelistas entrar
libremente en las casas que albergaban el mal, y allí predicar la buena
nueva directamente a las que allí habitaban. En el ministerio de los
enfermos, estas mujeres entablaban fácilmente relaciones íntimas con sus
hermanas afligidas. Como resultado del ministerio de estas diez mujeres
(más adelante conocidas como las doce mujeres) en este lugar, María
Magdalena fue ganada para el reino. A través de una sucesión de
infortunios y como consecuencia de la actitud de la sociedad
convencional hacia las mujeres que cometen tales errores de juicio, esta
mujer se encontraba en uno de los antros de perdición de Magdala. Marta
y Raquel fueron quienes explicaron a María que las puertas del reino
estaban abiertas aun para las personas de su calaña. María creyó en la
buena nueva y fue bautizada por Pedro al día siguiente.
María Magdalena se convirtió en la más
eficaz instructora del evangelio en este grupo de doce mujeres
evangelistas. Fue seleccionada para este servicio, juntamente con
Rebeca, en Jotapata, unas cuatro semanas después de su conversión. María
y Rebeca, con otras de este grupo, siguieron laborando fiel y
eficazmente para el esclarecimiento y elevación de sus hermanas
oprimidas hasta el fin de la vida terrenal de Jesús; y cuando se
desarrolló el último y trágico episodio en el drama de la vida de Jesús,
a pesar de que todos los apóstoles menos uno huyeron, estas mujeres
estuvieron todas presentes, y ni una sola entre ellas negó a Jesús ni lo
traicionó.