Jesús comprendía la mentalidad de los hombres. Sabía lo que había en
el corazón del hombre, y si sus enseñanzas hubieran quedado tal como él
las había impartido, sin más comentario que el de la inspiración
proveniente de la interpretación de su vida en la tierra, todas las
naciones y todas las religiones del mundo habrían abrazado rápidamente
el evangelio del reino. Los esfuerzos bien intencionados de los primeros
seguidores de Jesús por adaptar sus enseñanzas para que fueran más
aceptables a ciertas naciones, razas y religiones, sólo resultaron en
que dichas enseñanzas fueran menos aceptables para todas las demás
naciones, razas y religiones.
El apóstol Pablo, en sus esfuerzos por
presentar las enseñanzas de Jesús bajo una luz favorable a ciertos
grupos de su época, escribió muchas cartas de instrucción y admonición.
Otros instructores del evangelio de Jesús hicieron lo mismo, pero
ninguno de ellos pensó que algunos de estos escritos serían
posteriormente puestos juntos y presentados como esencia de las
enseñanzas de Jesús. Así pues, aunque el así llamado cristianismo
contiene más del evangelio del Maestro que ninguna otra religión,
también contiene mucho que Jesús no enseñó. Aparte de incorporar muchas
enseñanzas de los misterios persas y de la filosofía griega en el
cristianismo primitivo, se cometieron dos grandes errores:
1. El esfuerzo por vincular las enseñanzas
del evangelio directamente con la teología judía, como se ilustra en la
doctrina cristiana del arrepentimiento — la enseñanza de que Jesús fue
el Hijo que se sacrificó para satisfacer la rígida justicia del Padre y
aplacar su ira divina. Estas enseñanzas se originaron en el bien
intencionado esfuerzo por hacer que el evangelio del reino resultara más
aceptable para los judíos incrédulos. Aunque no consiguieron atraer a
los judíos, sí confundieron y alienaron a muchas almas honestas de todas
las generaciones subsiguientes.
2.
El segundo grave error de los primitivos seguidores del Maestro, error
que todas las generaciones subsiguientes persisten en perpetuar, fue el
de organizar las enseñanzas cristianas tan completamente sobre la base
de la persona de Jesús. El énfasis excesivo sobre la
personalidad de Jesús en la teología del cristianismo ha contribuido a
oscurecer sus enseñanzas, lo cual a su vez ha hecho aun más difícil para
judíos, mahometanos, hindúes y otros religiosos orientales aceptar las
enseñanzas de Jesús. No queremos restarle importancia a la personalidad
de Jesús en una religión que pueda llevar su nombre, pero tampoco
queremos permitir que dicha consideración eclipse su vida inspirada o
suplante su mensaje salvador: la paternidad de Dios y la fraternidad de
los hombres.
Los que enseñan la religión de Jesús
deberían visualizar otras religiones sabiendo reconocer las verdades que
éstas comparten (muchas de las cuales provienen directa o indirectamente del mensaje de Jesús) sin prestar excesiva atención a las diferencias.
Aunque en aquella época la fama de Jesús
mucho se basó en su reputación como curador, eso no significa que siguió
siendo así. A medida que pasaba el tiempo, más y más buscaban en él
ayuda espiritual. Pero fueron sus curaciones físicas las que tuvieron
más atractivo directa e inmediatamente para la gente común. Jesús era
buscado, lo buscaban más y más las víctimas de la esclavitud moral y del
vejamen mental, e invariablemente les enseñaba el camino de la
liberación. Los padres solicitaban su consejo sobre la crianza de sus
hijos, y las madres buscaban su ayuda para guiar a sus hijas. Los que
estaban sentados en las tinieblas acudían a él, y él les revelaba la luz
de la vida. Siempre prestaba oído a las penas de la humanidad, y
siempre ayudaba a los que buscaban su ministerio.
Cuando el Creador mismo estuvo en la
tierra, encarnado en la semejanza de la carne mortal, era inevitable que
ocurrieran ciertos acontecimientos extraordinarios. Pero nunca debéis
acercaros a Jesús a través de estos sucesos así llamados milagrosos.
Aprended a acercaros al milagro a través de Jesús, pero no cometáis el
error de acercaros a Jesús a través del milagro. Y esta admonición es
valedera, a pesar de que Jesús de Nazaret fue el único fundador de una
religión que realizó actos supermateriales en la tierra.
El rasgo más sorprendente y revolucionario
de la misión de Micael en la tierra fue su actitud para con las mujeres.
En una época y generación en que no correspondía que un hombre saludara
en la plaza pública ni siquiera a su propia mujer, Jesús se atrevió a
llevar mujeres como instructoras del evangelio durante su tercera gira
de Galilea. Tuvo la cabal valentía de hacerlo a la luz de las enseñanzas
rabínicas que declaran que «mejor sería quemar las palabras de la ley
que entregárselas a las mujeres».
En una sola generación Jesús supo rescatar a
las mujeres del irrespetuoso olvido y de la monotonía esclavizante de
todas las épocas anteriores. Y es una vergüenza de la religión que tuvo
la presunción de tomar el nombre de Jesús que no haya tenido la valentía
moral de seguir este noble ejemplo en su actitud subsiguiente hacia las
mujeres.
Cuando Jesús se mezclaba con la gente,
todos lo encontraban enteramente libre de las supersticiones de esa
época. Estaba libre de todo prejuicio religioso; no fue nunca
intolerante. No había en su corazón nada que se asemejara al antagonismo
social. Aunque cumplía con lo que había de bueno en la religión de sus
padres, no vacilaba en hacer caso omiso de las tradiciones
supersticiosas y esclavizantes inventadas por el hombre. Se atrevió a
enseñar que las catástrofes de la naturaleza, los accidentes del tiempo y
otros acontecimientos calamitosos no son resultado del juicio divino ni
dispensaciones misteriosas de la Providencia. Denunció la devoción
esclavizante a los ceremoniales vacíos y desenmascaró la falacia de la
adoración materialista. Proclamó valientemente la libertad espiritual
del hombre y se atrevió a enseñar que los mortales son, real y
verdaderamente, hijos del Dios viviente.
Jesús transcendió todas las enseñanzas de
sus precursores cuando tuvo la osadía de reemplazar las manos limpias
por un corazón limpio como marca de la religión verdadera. Puso la
realidad en el lugar de la tradición y eliminó toda pretensión de
vanidad e hipocresía. Sin embargo este osado hombre de Dios no dio
rienda suelta a crítica destructiva ni manifestó desprecio por las
costumbres religiosas, sociales, económicas y políticas de su época. Él
no era un revolucionario militante; era un evolucionario progresista.
Sólo destruía lo que era cuando podía ofrecer reemplazarlo simultáneamente a sus semejantes por el concepto superior de lo que debía ser.
Jesús inspiraba sus seguidores a la
obediencia, sin exigirla. Sólo tres de los hombres que él llamó
personalmente se negaron a responder a su llamado y seguirlo como
discípulos. Él ejercía sobre los hombres un poder particular de
atracción, sin ser dictatorial. Inspiraba gran confianza, y nadie se
resintió jamás de que él mandara. Tenía sobre sus discípulos autoridad
absoluta pero nadie la objetó jamás. Permitía que sus seguidores lo
llamaran Maestro.
Todos los que conocieron al Maestro lo
admiraban, excepto los que tenían prejuicios religiosos muy arraigados o
los que imaginaban discernir un peligro político en sus enseñanzas. Los
hombres se asombraban de su originalidad y del tono de autoridad en su
enseñanza. Se maravillaban con su paciencia en el trato con interesados
poco instruidos y difíciles. Inspiraba esperanza y confianza en el
corazón de todos los que recibieron su ministerio. Sólo los que no le
habían conocido le temían, y tan sólo le odiaban los que veían en él al
campeón de esa verdad que estaba destinada a derrotar el mal y el error
que ellos querían albergar a toda costa en su corazón.
Él ejercía una influencia poderosa y
peculiarmente fascinante sobre amigos y enemigos por igual. Las
multitudes lo seguían semanas enteras, tan sólo para escuchar sus
palabras misericordiosas y contemplar su vida sencilla. Hombres y
mujeres devotos amaban a Jesús con un afecto casi sobrehumano, y cuanto
mejor lo conocían, más lo amaban. Esto es verdad hasta el día de hoy;
actualmente, y en todas las épocas futuras, cuanto mejor conozca el
hombre a este Dioshombre, más lo amará y más lo seguirá.