Cierta vez, al encontrarse Jesús visitando a un grupo de evangelistas
que trabajaban bajo la supervisión de Simón el Zelote, durante su
reunión de la noche Simón preguntó al Maestro: «¿Por qué ocurre que
algunas personas están tanto más dichosas y conformes que otras? ¿Es el
contentamiento asunto de experiencia religiosa?» Entre otras cosas,
Jesús dijo en respuesta a la pregunta de Simón:
«Simón, algunas personas son por naturaleza
más felices que otras. Muchísimo depende del deseo del hombre de ser
conducido y dirigido por el espíritu del Padre que reside en él. ¿Acaso
no habéis leído en las Escrituras las palabras del sabio: `El espíritu
del hombre es la candela del Señor, la cual escudriña lo más profundo de
todo el ser'? También sabéis, que los hombres conducidos por el
espíritu dicen: `Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos; y es
hermosa la heredad que me ha tocado'. `Mejor es lo poco del justo, que
las riquezas de muchos protervos', porque `el hombre bueno encuentra
satisfacción dentro de sí mismo'. `El corazón alegre hermosea el rostro y
es una fiesta constante. Mejor es lo poco con el temor al Señor, que el
gran tesoro donde hay turbación. Mejor es la comida de legumbres donde
hay amor, que de buey engordado donde hay odio. Mejor es lo poco con
justicia que la muchedumbre de frutos sin derecho'. `Un corazón alegre
es como un buen remedio'. `Más vale un puño lleno con descanso, que
ambos puños llenos con pena y aflicción de espíritu'.
«Mucho de la pena del hombre nace de la
desilusión de sus ambiciones y de las heridas a su orgullo. Aunque los
hombres tienen el deber para consigo mismos de hacer lo mejor que pueden
con sus vidas en la tierra, habiendo hecho ese sincero esfuerzo
deberían aceptar su destino con alegría y aplicar su ingenio a sacar el
mayor provecho de lo que les tocó en suerte. Muchísimos de los problemas
de los hombres se originan en el temor que alberga su propio corazón.
`Huye el impío sin que nadie lo persiga'. `Los impíos son como un mar en
tempestad, que no puede estarse quieto y sus aguas arrojan cieno y
lodo; no hay paz, dice Dios, para los impíos'.
«No busquéis pues la paz falsa y el gozo
pasajero, sino la seguridad de la fe y la certidumbre de la filiación
divina, que dan serenidad, contentamiento y gozo supremo en el
espíritu».
Jesús no consideraba este mundo un «valle
de lágrimas». Más bien lo consideraba la esfera donde nacen los
espíritus eternos e inmortales en la ascensión al Paraíso, «el valle
para forjar almas».