Fue en Gamala, durante la lección de la tarde, donde Felipe dijo a
Jesús: «¿Maestro, por qué nos instruyen las Escrituras que `temamos al
Señor' mientras tú quieres que contemplemos sin temores al Padre en el
cielo? ¿Cómo podremos armonizar estas enseñanzas?» y Jesús replicó a
Felipe, diciendo:
«Hijitos míos, no me sorprendo de que
preguntéis tales cosas. Al principio, el hombre sólo podía aprender la
reverencia por medio del temor, pero yo he venido para revelar el amor
del Padre, para que vosotros seáis atraídos a la adoración del Eterno
por el imán del reconocimiento afectuoso de un hijo y la devoción
recíproca al amor profundo y perfecto del Padre. Yo os liberaré de la
esclavitud que os lleva por el temor al servicio difícil de un Dios-Rey
celoso e iracundo. Yo os instruiré en la relación Padre-hijo de Dios y
el hombre, para que podáis ser conducidos con dicha a la adoración
libre, excelsa y sublime de un Padre-Dios amante, justo y
misericordioso.
«El `temor al Señor' ha tenido significados
diferentes a través de las épocas, partiendo del temor, pasando por la
angustia y el terror, hasta llegar al respeto y a la reverencia. Ahora
quiero llevaros de la reverencia, a través del reconocimiento, la
comprensión y la apreciación, al amor. Cuando el hombre reconoce sólo
las obras de Dios, tiende a temer al Supremo; pero cuando el hombre
comienza a comprender y a experimentar la personalidad y carácter del
Dios vivo, es conducido cada vez más al amor de un Padre tan
bueno y perfecto, tan universal y eterno. Es este cambio de la relación
del hombre con Dios el que constituye la misión del Hijo del Hombre en
la tierra.
«Los hijos inteligentes no temen a su padre
para poder recibir dádivas de sus manos; pero habiendo ya recibido la
abundancia de las buenas cosas donadas por los dictados del afecto del
padre hacia sus hijos y sus hijas, estos hijos muy amados llegan a amar a
su padre en reconocimiento sensible y apreciación de tan magnífica
beneficencia. La bondad de Dios conduce al arrepentimiento; la
beneficencia de Dios conduce al servicio; la misericordia de Dios
conduce a la salvación; mientras que el amor de Dios conduce a la
adoración inteligente y espontánea.
«Vuestros antepasados temían a Dios porque
era poderoso y misterioso. Vosotros lo adoraréis porque es magnífico en
su amor, pletórico en su misericordia, y glorioso en su verdad. El poder
de Dios engendra temor en el corazón del hombre, pero la nobleza y la
rectitud de su personalidad originan reverencia, amor y adoración
voluntariosa. Un hijo cumplido y afectuoso no teme ni tiene terror de un
padre aunque éste sea poderoso y noble. He venido al mundo para poner
amor en el lugar del temor, gozo en el lugar de la pena, confianza en el
lugar del terror, servicio amante y adoración apreciativa en lugar de
esclavitud encadenada y ceremonias sin significado. Pero aún es verdad
para los que se sientan en las tinieblas que `el temor al Señor es el
comienzo de la sabiduría'. Sin embargo, cuando la luz haya llegado aún
más, los hijos de Dios serán conducidos a alabar al Infinito por lo que
él es en vez de temerlo por lo que él hace.
«Cuando los hijos son pequeños e
impulsivos, se les debe exhortar a honrar a sus padres; pero cuando
crecen y comienzan a apreciar mejor los beneficios del
ministerio y protección paterna, son conducidos, a través del respeto
comprensivo y del afecto cada vez más grande, a ese nivel de experiencia
en el que realmente aman a sus padres por lo que son, más que por lo
que han hecho. El padre naturalmente ama al hijo, pero el hijo debe
desarrollar su amor por el padre a partir del temor de lo que el padre
pueda hacer, a través del respeto, el terror, la dependencia y la
reverencia, hasta el respeto apreciativo y afectuoso del amor.
«Se os ha enseñado que vosotros debéis
`temer a Dios y guarda sus mandamientos, porque ése es el todo deber del
hombre'. Pero yo he venido para daros un nuevo mandamiento aún más
alto. Quiero enseñaros a `amar a Dios y aprender a hacer su voluntad,
porque ése es el privilegio más elevado de los hijos liberados de Dios'.
A vuestros padres se enseñó a `temer a Dios —el Rey Todopoderoso', yo
os enseño `a amar a Dios —el Padre todomisericordioso'.
«En el reino del cielo, que he venido para
declarar, no hay reyes altos y poderosos; este reino es una familia
divina. El centro y jefe universalmente reconocido y adorado sin
reservas de esta vasta hermandad de seres inteligentes es mi Padre y
vuestro Padre. Yo soy su Hijo, y vosotros también sois sus hijos. Por
consiguiente es eternamente verdadero que vosotros y yo somos hermanos
en el estado celestial, y más aún desde que nos hemos hecho hermanos de
carne en la vida terrenal. Dejad pues de temer a Dios como a un rey o de
servirle como a un amo; aprended a tenerle reverencia como Creador; a
honrarle como al Padre de vuestro juventud espiritual; a amarlo como a
un defensor misericordioso; y finalmente, a adorarlo como al Padre
amante y omnisapiente de vuestra comprensión y apreciación espiritual
más maduras.
«De vuestros conceptos erróneos sobre el
Padre en el cielo surgen vuestras falsas ideas de humildad y nace mucha
de vuestra hipocresía. El hombre puede ser un gusano en el polvo por su
naturaleza y origen, pero cuando lo habita el espíritu de mi Padre, ese
hombre se hace divino en su destino. El espíritu otorgado por mi Padre
volverá con toda seguridad a la fuente divina y al nivel universal de
origen, y el alma humana del hombre mortal que habrá llegar a ser el
hijo renacido de este espíritu residente ascenderá certeramente con el
espíritu divino hasta la presencia misma del Padre eterno.
«La humildad en verdad corresponde al
hombre mortal que recibe todos estos dones del Padre en el cielo, si
bien existe en cada uno de estos candidatos de la fe para la ascensión
eterna al reino del cielo una dignidad divina. Las prácticas vacías y
necias de una humildad ostentosa y falsa son incompatibles con a
apreciación de la fuente de vuestra salvación y con el reconocimiento
del destino de vuestras almas nacidas del espíritu. La humildad ante
Dios por cierto corresponde en la profundidad de vuestro corazón; la
mansedumbre ante los hombres es loable; pero la hipocresía de la
humildad autoconsciente y ostentosa es infantil e indigna de los hijos
esclarecidos del reino.
«Hacéis bien en ser mansos ante Dios y en
controlaros ante los hombres, pero haced que vuestra mansedumbre sea de
origen espiritual y no la exteriorización autoengañosa de un sentido
autoconsciente de superioridad presuntuosa. El profeta habló sabiamente
cuando dijo, `caminad humildemente con Dios' porque, aunque el Padre en
el cielo es el Infinito y el Eterno, él también habita `con aquel que
tiene mente contrita y espíritu humilde'. Mi Padre desprecia el orgullo,
detesta la hipocresía, y aborrece la iniquidad. Es precisamente para
acentuar el valor de la sinceridad y confianza perfectas en el apoyo
amante y la guía fiel de nuestro Padre celestial, para que yo tan
frecuentemente uso el ejemplo de un niño, para ilustrar la actitud
mental y la respuesta espiritual que son tan esenciales para que el hombre mortal entre en las realidades espirituales del reino del cielo.
«Bien describió el profeta Jeremías a
muchos mortales cuando dijo: `Cerca estás tú de Dios en tu boca, pero
lejos de él en tu corazón'. Y acaso no habéis leído también esa terrible
advertencia del profeta que dijo: `Sus sacerdotes enseñan por precio y
sus profetas adivinan por dinero. Al mismo tiempo profesan piedad y
alegan que el Señor está con ellos'. ¿Acaso no habéis sido puestos en
guardia contra los que `hablan paz con sus prójimos, pero la maldad está
en su corazón', los que `hablan con labios lisonjeros, y con doblez de
corazón'? De todas las penas de un hombre confiado, ninguna es tan
terrible como la de ser `herido en la casa de su amigo en quien
confía'».