Jesús siempre tuvo dificultad en explicar a los
apóstoles que, aunque ellos proclamaban el establecimiento el reino de
Dios, el Padre en el cielo no era un rey. En la época en que
Jesús vivió en la tierra y enseñó en la carne, la gente de Urantia sabía
más que nada de reyes y emperadores en el gobierno de las naciones, y
los judíos habían contemplado desde hacía mucho tiempo el advenimiento
del reino de Dios. Por éstas y otras razones, el Maestro consideró más
conveniente designar la hermandad espiritual del hombre con el nombre de
el reino del cielo, y la cabeza espiritual de esta hermandad como el Padre en el cielo.
Jesús no se refirió jamás a su Padre como el rey. En sus conversaciones
íntimas con los apóstoles siempre se refería a sí mismo como el Hijo
del Hombre y como el hermano mayor de ellos. Describía a todos sus
seguidores como servidores de las humanidad y mensajeros del evangelio
del reino.
Jesús nunca dio a sus apóstoles una lección
sistemática sobre la personalidad y los atributos del Padre en el
cielo. Nunca pidió a los hombres que creyeran en su Padre; dio por hecho
que así lo hacían. Jesús nunca se empequeñeció profiriendo pruebas de
la realidad del Padre. Sus enseñanzas sobre el Padre se centraban todas
en la declaración de que él y el Padre son uno; que el que ha visto al
Hijo, ha visto al Padre; que el Padre, como el Hijo, conoce todas las
cosas; que sólo el Hijo realmente conoce al Padre, y aquél a quien el
Hijo se lo revela; que el que conoce al Hijo también conoce al Padre; y
que el Padre lo envió al mundo para revelar sus naturalezas combinadas y para mostrar su trabajo
conjunto. Nunca hizo otras declaraciones sobre su Padre, excepto a la
mujer de Samaria junto al pozo de Jacob, cuando declaró: «Dios es
espíritu».
Aprendéis de Dios a través de Jesús,
observando la divinidad de su vida, no dependiendo de sus enseñanzas. De
la vida del Maestro cada uno de vosotros puede asimilar ese concepto de
Dios que representa la medida de vuestra capacidad para percibir las
realidades espiritual y divina, las verdades real y eterna. El finito
jamás puede esperar comprender al Infinito, excepto en cuanto estuvo el
Infinito enfocado en la personalidad espacio-temporal de la experiencia
finita de la vida humana de Jesús de Nazaret.
Jesús bien sabía que Dios tan sólo puede
ser conocido por las realidades de la experiencia; no se lo puede
comprender nunca por la mera enseñanza de la mente. Jesús enseñó a sus
apóstoles que, aunque jamás podrían comprender llenamente a Dios, con
certeza podían conocerle, aun como habían conocido al Hijo del
Hombre. Podéis conocer a Dios, no tanto entendiendo lo que dijo Jesús,
sino más bien conociendo lo que fue Jesús. Jesús fue una revelación de Dios.
Excepto cuando citaba las escrituras
hebreas, Jesús se refirió a la Deidad sólo por dos nombres: Dios y
Padre. Cuando el Maestro hacía referencia a su Padre como Dios,
generalmente empleaba la palabra hebrea que significa el Dios plural (la
Trinidad) y no la palabra Yahvé, que representaba el concepto
progresivo del Dios tribal de los judíos.
Jesús nunca llamó rey al Padre, y mucho
lamentaba que la esperanza de un reino restaurado que alimentaban los
judíos y la proclamación hecha por Juan sobre un reino venidero lo
forzaron a llamar su propuesta hermandad espiritual, el reino del cielo.
Con una excepción —la declaración de que «Dios es espíritu»— Jesús
nunca se refirió a la Deidad de una forma que no fuera en términos
descriptivos de su relación personal con la Primera Fuente y Centro del
Paraíso.
Jesús empleó la palabra Dios para designar la idea de la Deidad y la palabra Padre para designar la experiencia
de conocer a Dios. Cuando la palabra Padre se emplea para denotar a
Dios, debe comprenderse en su más amplio significado posible. La palabra
Dios no puede ser definida y por consiguiente representa el concepto
infinito del Padre, mientras que el término Padre, como puede ser
parcialmente definido, puede ser empleado para representar el concepto
humano del Padre divino como está asociado con el hombre durante el
curso de la existencia mortal.
Para los judíos, Elohim era el Dios de los
dioses, mientras que Yahvé era el Dios de Israel. Jesús aceptaba el
concepto de Elohim y llamaba Dios a este grupo supremo de seres. En
lugar del concepto de Yahvé, la deidad racial, introdujo la idea de la
paternidad de Dios y de la hermandad mundial del hombre. Elevó el
concepto de Yahvé, de Padre deificado de la raza, a la idea del Padre de
todos los hijos de los hombres, un Padre divino de cada creyente.
Además enseñó que este Dios de los universos y este Padre de todos los
hombres eran la misma Deidad del Paraíso.
Jesús nunca afirmó que él fuera la
manifestación de Elohim (Dios) en la carne. Nunca declaró que era una
revelación de Elohim (Dios). Nunca enseñó que el que le viera a él vería
a Elohim (Dios). Pero se proclamó a sí mismo como la revelación del
Padre en la carne, y dijo que todos los que lo vieran a él, verían al
Padre. Como Hijo divino afirmó que representaba sólo al Padre.
Él era realmente el Hijo aun del Dios
Elohim; pero en la semejanza de la carne mortal y para los hijos
mortales de Dios, eligió limitar su revelación de vida a la ilustración
del carácter de su Padre hasta donde tal revelación pudiera ser
comprensible para el hombre mortal. En cuanto al carácter de las otras
personas de la Trinidad del Paraíso, nos conformaremos con la enseñanza
de que ellos son del todo como el Padre, que ha sido revelado en el
retrato personal de la vida de su Hijo encarnado, Jesús de Nazaret.
Aunque Jesús reveló la verdadera naturaleza
del Padre celestial en su vida terrenal, poco enseñó sobre él. En
efecto, enseñó sólo dos cosas: que Dios en sí mismo es espíritu, y que,
en todos los asuntos de las relaciones con sus criaturas, él es un
Padre. Esta noche, Jesús hizo la declaración final de su relación con
Dios cuando afirmó: «He venido del Padre, y he venido al mundo;
nuevamente, dejaré el mundo para ir al Padre».
Pero, ¡recordad siempre! Jesús nunca dijo:
«El que me haya oído a mí, ha oído a Dios». Pero él sí dijo: «El que me
haya visto, ha visto al Padre». Escuchar las enseñanzas de Jesús no equivale a conocer a Dios; pero ver
a Jesús es una experiencia que en sí misma es una revelación del Padre
al alma. El Dios de los universos gobierna una vasta creación, pero es
el Padre en el cielo el que envía su espíritu para que habite en vuestra
mente.
Jesús es el lente espiritual en semejanza
humana que hace visible a la criatura material a Aquél que es invisible.
Él es vuestro hermano mayor que, en la carne, hace que vosotros conozcáis
un Ser de atributos infinitos a quien ni siquiera las huestes
celestiales pueden suponer comprender plenamente. Pero todo esto debe
consistir en la experiencia personal de cada creyente. Dios que
es espíritu puede ser conocido sólo como experiencia espiritual. Dios
puede ser revelado a los hijos finitos de los mundos materiales, por el
Hijo divino de los reinos espirituales, sólo como un Padre. Podéis
conocer al Eterno como un Padre; podéis adorarlo como el Dios de los universos, el Creador infinito de todas las existencias.