Cuando la reunión se volvió demasiado
ruidosa, Simón Pedro, poniéndose de pie, se hizo cargo diciendo:
«Hombres y hermanos, no es apropiado disputar de esta manera entre
vosotros. El Maestro ha hablado, y haríais bien en reflexionar sobre sus
palabras. No es nueva esta doctrina que él proclama a vosotros. ¿Acaso
no habéis escuchado también la alegoría de los nazareos sobre el rico y
el pordiosero? Algunos entre nosotros hemos escuchado a Juan el Bautista
pregonar esta parábola de advertencia a los que aman la riqueza y
codician los bienes deshonestos. Aunque esta vieja parábola no es según
el evangelio que nosotros predicamos, haríais todos bien en aprender sus
lecciones hasta el momento en que podáis comprender la nueva luz del
reino del cielo. La historia tal como Juan la relató es así:
«Había cierto hombre rico llamado Dives,
que, vestía de púrpura y de lino fino, vivía en esplendidez y alegría
todos los días. Había también cierto mendigo llamado
Lázaro,
que estaba echado a la puerta del rico, cubierto de llagas y deseando
que le dieran para comer las migajas que caían de la mesa del rico. Aun
los perros venían y le lamían las llagas. Ocurrió que el mendigo murió y
fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Eventualmente el rico
también murió y fue enterrado con gran pompa y esplendor real. Cuando el
rico partió de este mundo, despertó en Hades, y encontrándose
atormentado, levantó la vista y vio a Abraham allá lejos y a Lázaro en
su seno. Entonces Dives gritó: `Padre Abraham, ten misericordia de mí y
envíame a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque
mi lengua, porque estoy atormentado con mi castigo'. Abraham replicó:
`Hijo mío, deberías recordar que recibiste tus bienes en tu vida
mientras que Lázaro de igual manera recibió los males. Pero ahora todo
eso está cambiado, pues Lázaro ha sido consolado mientras que tú estás
atormentado. Además, un gran espacio está puesto entre nosotros de
manera que no podemos ir adonde tú, ni puedes tú venir adonde nosotros'.
Entonces le dijo Dives a Abraham: `Te suplico que envíes a Lázaro de
vuelta a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que
testifique sobre lo que ocurre, a fin de que no vengan ellos también a
este lugar de tormento'. Pero Abraham dijo: `Hijo mío, tienen a Moisés y
a los profetas; que los escuchen a ellos'. Entonces respondió Dives:
`¡No, no, padre Abraham! Pero si alguno fuere a ellos de entre los
muertos, se arrepentirán'. Y entonces dijo Abraham: `Si no oyen a Moisés
y a los profetas, tampoco se persuadirán si se levantare alguno de
entre los muertos'».
Después de que Pedro recitó esta antigua
parábola de la hermandad nazarea, y como la multitud se había aquietado,
Andrés se levantó y los despidió por la noche. Aunque ambos apóstoles y
sus discípulos frecuentemente hacían preguntas a Jesús sobre la
parábola de Dives y Lázaro, nunca consintió en hacer comentario alguno.