El jueves por la tarde Jesús habló a la multitud sobre la «gracia de
la salvación». En el curso de este sermón volvió a relatar la historia
de las ovejas perdidas y de la moneda perdida y luego agregó su parábola
favorita del hijo pródigo. Dijo Jesús:
«Los profetas, desde Samuel hasta Juan os
han advertido que busquéis a Dios — que busquéis la verdad. Siempre os
dijeron: `buscad al Señor mientras se le pueda hallar'. Y toda esta
enseñanza debe tomarse como verdad. Pero yo he venido para mostraros
que, mientras vosotros buscáis a Dios, Dios del mismo modo os busca a
vosotros. Muchas veces os he relatado la historia del buen pastor que
dejó a las noventa y nueve ovejas en el redil para salir a buscar a la
que se había extraviado, y cómo, cuando encontró a la oveja descarriada,
se la echó al hombro y la llevó tiernamente de vuelta al redil. Y cuando
la oveja perdida volvió al redil, recordaréis que el buen pastor llamó a
sus amigos y los invitó a que se regocijaran con él porque había
encontrado a la oveja que se había extraviado. Nuevamente os digo que
hay más regocijo en el cielo cuando se arrepiente un pecador que por
noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento. El hecho de que
las almas están extraviadas sólo acrecienta el interés del
Padre celestial. Yo he venido a este mundo para hacer los deseos de mi
Padre, y en verdad se ha dicho del Hijo del Hombre que él es amigo de
publicanos y pecadores.
«Se os ha enseñado que la aceptación divina
viene después de vuestro arrepentimiento y como resultado de vuestras
obras de sacrificio y penitencia, pero yo os aseguro que el Padre os
acepta aun antes de que os hayáis arrepentido y envía al Hijo y a sus
asociados para encontraros y traeros, con regocijo, de vuelta al redil,
el reino de la filiación y del progreso espiritual. Todos vosotros sois
como ovejas que se han descarriado, y yo he venido para buscaros y
salvar a los que estén perdidos.
«También debéis recordar la historia de la
mujer que después de utilizar diez piezas de plata para hacer un collar
de adorno, perdió una pieza, y después de encender la lámpara barrió
diligentemente la casa y siguió buscando hasta encontrar la pieza de
plata perdida. En cuanto encontró la moneda que había perdido, llamó a
sus amigos y vecinos diciendo: `regocijaos conmigo porque encontré la
pieza que se había perdido'. Nuevamente os digo, siempre hay felicidad
en presencia de los ángeles del cielo cuando se arrepiente un pecador y
vuelve al redil del Padre. Os relato esta historia para que comprendáis
que el Padre y su Hijo salen en busca de aquellos que están
perdidos, y en esta búsqueda empleamos todas las influencias capaces de
ofrecer ayuda en nuestros esfuerzos diligentes por encontrar a los que
se han extraviado, los que necesitan ser salvados. Así pues, mientras el
Hijo del Hombre sale al desierto para buscar a la oveja descarriada,
también busca la moneda que se ha perdido en la casa. La oveja se aleja
sin intención; la moneda está cubierta con el polvo del tiempo y
oscurecida por la acumulación de las cosas humanas.
«Ahora me gustaría contaros la historia del hijo desconsiderado de un agricultor de buena posición que deliberadamente
dejó la casa de su padre y se fue a tierra extranjera donde sufrió
muchas tribulaciones. Recordáis que la oveja se descarrió sin intención,
pero este joven abandonó su casa con premeditación. Esto fue lo que
ocurrió:
«Cierto hombre tenía dos hijos; uno, el más
joven, era despreocupado y libre de cuidados, buscando siempre pasarla
bien y evitando las responsabilidades, mientras que su hermano mayor era
serio, sobrio, trabajador y dispuesto a cargar con las
responsabilidades. Ahora bien, estos dos hermanos no se llevaban bien;
estaban constantemente discutiendo y riñendo. El más joven era alegre y
vivaz, pero indolente y no se podía confiar en él; el mayor era serio y
activo, pero también egocéntrico, arrogante y presumido. El más joven
disfrutaba de jugar pero evitaba el trabajo; el mayor estaba siempre
dispuesto a trabajar pero pocas veces jugaba. Esta asociación se tornó
tan desagradable que el hijo menor fue adonde su padre y le dijo:
`Padre, dame la tercera parte de tus bienes que yo heredaría y permíteme
que me vaya al mundo para buscar mi suerte'. Cuando el padre escuchó
esta solicitud, sabiendo cuán desdichado el joven estaba en el hogar y
con su hermano mayor, repartió sus bienes, dándole al joven su parte.
«A las pocas semanas el joven reunió todos
sus fondos y salió de viaje a un país lejano, y como no encontró nada
que fuera provechoso y al mismo tiempo agradable, en poco tiempo derrochó su herencia
viviendo perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una
prolongada escasez en aquel país, y todo comenzó a faltarle. Así pues,
cuando sufrió hambre y su desesperación fue grande, encontró empleo con
uno de los ciudadanos de aquella tierra, quien le envió a su hacienda
para que apacentase cerdos. El joven gustosamente se hubiera llenado con
las cáscaras que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
«Cierto día, cuando tenía mucha hambre,
volvió en sí y se dijo: `Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen
abundancia de pan y más que suficiente mientras que yo perezco de
hambre, apacentando cerdos aquí en un país extranjero! Me levantaré e
iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti,
no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus
jornaleros'. Y cuando el joven llegó a esta decisión, se levantó y
partió para la casa de su padre.
«El padre mucho había penado por este hijo;
extrañaba a este alegre, aunque descuidado, muchacho. Este padre amaba a
su hijo y constantemente esperaba su retorno, de manera que el día en
que el hijo se fue acercando a la casa, aun desde muy lejos, el padre lo
vio y sintiendo una compasión amante, corrió a su encuentro, y lo
saludó con afecto abrazándolo y besándolo. Después de encontrarse así,
el hijo levantó la vista al rostro bañado de lágrimas de su padre y
dijo: `Padre, he pecado contra el cielo y ante tus ojos, ya no soy digno
de ser llamado tu hijo' —pero el muchacho no tuvo oportunidad de
completar su confesión, porque el padre regocijado dijo a los siervos
que en este momento ya llegaban a la carrera: `Traedle el mejor vestido,
el que yo guardé, y vestidle, y poned en su mano el anillo de hijo y
buscad sandalias para sus pies'.
«Luego, después de haber conducido el padre
feliz a su hijo cansado y con los pies doloridos hasta la casa, llamó a
sus siervos: `Traed el becerro gordo y matadlo, comamos y hagamos
fiesta, porque este hijo que estaba muerto, ahora vive nuevamente;
estaba perdido y ahora lo he encontrado'. Y todos rodearon al padre para
regocijarse con él por el retorno de este hijo.
«En ese momento, mientras estaban
celebrando, llegó su hijo mayor de su jornada de trabajo en el campo, y
al acercarse a la casa, oyó la música y las danzas. Cuando llegó a la
puerta de atrás, llamó a uno de los criados y le preguntó cuál era el
significado de este festín. Entonces dijo el criado: `Tu hermano perdido
hace mucho tiempo ha vuelto a casa, y tu padre ha hecho matar el
becerro para regocijarse por el retorno de su hijo. Entra para que tú
también puedas saludar a tu hermano y recibirlo nuevamente en la casa de
tu padre'.
«Pero cuando el hermano mayor oyó esto,
estuvo tan dolorido y enojado que no quiso entrar. Cuando el padre supo
de su resentimiento por la recepción al hermano menor, salió para hablar
con él. Pero el hijo mayor no quiso dejarse convencer por la persuasión
de su padre. Respondió a su padre diciendo: `He aquí que te he servido
tantos años, no habiéndote desobedecido jamás, y sin embargo nunca me
has dado ni siquiera una cabritilla para celebrar yo un festín con mis
amigos. Me he quedado aquí para cuidarte todos estos años, y nunca te
regocijaste por mi servicio fiel, pero cuando volvió este hijo tuyo,
después de haber derrochado tu fortuna con rameras, corres a hacerle
matar el becerro y regocijarte con él'.
«Como este padre amaba verdaderamente a sus
dos hijos, trató de razonar con el hijo mayor: `Pero hijo mío, has
estado conmigo todo este tiempo, y todas mis cosas son tuyas. Hubieras
podido tener una cabritilla en cualquier momento para gozarte en júbilo
con tus amigos si los hubieras tenido. Mas es apropiado que compartas
conmigo la fiesta y el regocijo por el retorno de tu hermano. Piensa en ello, hijo mío, tu hermano se había perdido y ha sido hallado; ¡ha vuelto vivo a nosotros!'»
Fue ésta una de las parábolas más emotivas y
eficaces de todas las que Jesús presentó para inculcar en sus oyentes
el deseo del Padre de recibir a todos los que buscan entrada en el reino
del cielo.
A Jesús le gustaba relatar estas tres
historias al mismo tiempo. Presentaba la historia de la oveja
descarriada para mostrar que, cuando los hombres se alejan
involuntariamente del camino de la vida, el Padre está consciente de
estos seres extraviados y sale, con sus Hijos, los verdaderos
pastores del rebaño, a buscar la oveja descarriada. Luego relataba la
historia de la moneda perdida en la casa para ilustrar cuán profunda es
la búsqueda divina de todos los que están confusos, inciertos, o
de otra manera cegados espiritualmente por las preocupaciones
materiales y las acumulaciones del vivir. Luego se lanzaba a contar el
relato de la parábola del hijo perdido, la recepción del hijo pródigo
que retorna, para mostrar cuán completa es la restauración del hijo perdido en la casa y en el corazón de su padre.
Muchas, muchas veces durante sus años de
enseñanzas, Jesús relató y volvió a relatar esta historia del hijo
pródigo. Esta parábola y la historia del buen samaritano eran sus formas
preferidas de enseñar el amor al Padre y la sociabilidad de los
hombres.