El domingo la entrada triunfal del Maestro a Jerusalén tanto
sobrecogió a los líderes judíos que no se atrevieron a arrestar a Jesús.
Hoy, esta espectacular limpieza del templo del mismo modo pospuso
efectivamente el prendimiento del Maestro. Día tras día los potentados
de los judíos se tornaban más y más convencidos de su decisión de
destruirlo, pero estaban sobrecogidos por dos temores que se conjugaron
para postergar la hora del ataque. Los altos sacerdotes y los escribas
no estaban dispuestos a arrestar a Jesús en público, porque temían que
la multitud se volviera contra ellos en furioso resentimiento; también
temían la posibilidad de que hubiera que llamar a los guardias romanos
para ahogar una revuelta popular.
En la sesión del mediodía del sanedrín, ya
que no había ningún amigo del Maestro asistiendo a esta reunión, se
acordó unánimemente que Jesús debía ser destruido rápidamente. Pero no
podían ponerse de acuerdo en cuanto a cuándo y cómo debía ser arrestado.
Finalmente, acordaron nombrar cinco grupos para que salieran entre la
gente e intentaran enredarlo en una trampa en sus enseñanzas o de otra
manera desacreditarlo a los ojos de los que escuchaban sus enseñanzas.
Por lo tanto, a eso de las dos de la tarde, cuando Jesús acababa de
comenzar su discurso sobre «la libertad de la filiación», un grupo de
estos ancianos de Israel se abrió paso hasta llegar cerca de Jesús e,
interrumpiéndolo de su manera acostumbraba, hicieron esta pregunta:
¿«Por cuál autoridad haces estas cosas? ¿Quién te dio esta autoridad?»
Era completamente apropiado que los
rectores del templo y los funcionarios del sanedrín judío hicieran esta
pregunta al que presumiera enseñar y actuar de la manera extraordinaria
que había sido característica de Jesús, especialmente en cuanto se
refería a su reciente conducta al limpiar el templo de todo comercio.
Estos mercaderes y cambistas operaban por licencia directa de los
líderes más altos, y un porcentaje de sus ganancias supuestamente iba
directamente al tesoro del templo. No os olvidéis que autoridad
era el lema clave de todo el pueblo judaico. Los profetas siempre
provocaban problemas porque presumían tan audazmente enseñar sin
autoridad, sin haber sido debidamente instruidos en las academias
rabínicas y posteriormente con regularidad ordenados por el sanedrín. La
falta de esta autoridad en la enseñanza pretenciosa pública se
consideraba como indicación de presunción ignorante o de rebeldía
abierta. En esta época, sólo el sanedrín podía ordenar a un anciano o a
un instructor, y la ceremonia debía celebrarse en presencia de por lo
menos tres personas que hubieran sido previamente ordenadas de la misma
manera. Tal ordenación confería el título de «rabino» al maestro y
también lo calificaba para actuar como juez, «atando o soltando los
asuntos que pudieran traerse ante él para su adjudicación».
Los rectores del templo se presentaron ante
Jesús en esta hora de la tarde desafiando no sólo sus enseñanzas sino
sus acciones. Jesús bien sabía que estos mismos hombres habían enseñado
durante mucho tiempo públicamente que la autoridad de él para enseñar
era satánica, y que todas sus obras poderosas habían sido forjadas por
poder del príncipe de los diablos. Por consiguiente, el Maestro comenzó
su respuesta a esta pregunta haciéndoles a su vez una pregunta. Dijo
Jesús: «También me gustaría haceros a vosotros una pregunta que, si
queréis contestarla, yo del mismo modo os diré por cuál autoridad hago
estas obras. El bautismo de Juan, ¿de dónde vino? ¿Recibió Juan su
autoridad del cielo o de los hombres?»
Cuando los que lo interrogaban oyeron esto,
se apartaron para asesorarse entre ellos en cuanto a qué respuesta
debían dar. Habían planeado colocar a Jesús en una situación incómoda
ante la multitud, pero ahora se encontraban ellos altamente confusos
frente a todos los que estaban congregados en ese momento en el patio
del templo. Su derrota fue aun más aparente cuando volvieron ante Jesús,
diciendo: «En cuanto al bautismo de Juan, no podemos responder; no
sabemos». Contestaron así al Maestro porque habían razonado entre ellos:
si decimos `del cielo', entonces él dirá, `por qué no creísteis en él',
y tal vez agregará que él recibió su autoridad de Juan; y si decimos
que de los hombres, entonces la multitud tal vez se vuelva contra
nosotros, porque la mayoría de ellos piensa que Juan fue un profeta; de
manera que se vieron obligados a presentarse ante Jesús y la multitud, y
confesar que ellos, los enseñantes y líderes religiosos de Israel, no
podían (o no querían) expresar una opinión sobre la misión de Juan. Y
cuando así hablaron, Jesús, bajando la mirada sobre ellos dijo: «Tampoco
os diré yo por qué autoridad hago estas cosas».
Jesús nunca tuvo la intención de apelar a
Juan para su autoridad. El sanedrín nunca ordenó a Juan. La autoridad de
Jesús estaba en él mismo y en la supremacía eterna de su Padre.
Al emplear este método de trato con sus
adversarios, Jesús no tenía la intención de evitar la pregunta. A
primera vista, podría parecer que él fue culpable de una evasión
maestra, pero no fue así. Jesús no estaba nunca dispuesto a sacar
injusta ventaja ni siquiera de sus enemigos. En esta evasión aparente,
él en realidad proveyó a sus oyentes la respuesta a la pregunta farisea
en cuanto a qué autoridad había detrás de su misión. Ellos habían
afirmado que él actuaba por autoridad del príncipe de los diablos. Jesús
había afirmado repetidamente que todas sus enseñanzas y obras eran por
poder y autoridad de su Padre en el cielo. Esto los líderes judíos se
negaban a aceptar y estaban tratando de ponerlo contra la pared, para
que admitiera que él era un maestro irregular puesto que no había sido
sancionado nunca por el sanedrín. Al responderles como lo hizo, aunque
no reclamó que su autoridad viniera de Juan, satisfizo de esta manera a
la gente con una alusión de que el esfuerzo de sus enemigos por
atraparlo estaba en realidad dirigido contra ellos mismos y los
desacreditaba a ellos ante los ojos de todos los presentes.
Era este magistral trato del Maestro con
sus adversarios, que tanto los asustaba. No intentaron hacer ninguna
otra pregunta ese día; se retiraron para asesorarse ulteriormente entre
ellos. Pero la gente no tardó en discernir la deshonestidad y falta de
sinceridad en estas preguntas hechas por los dirigentes judíos. Aun la
gente común no podía dejar de distinguir entre la majestad moral del
Maestro y la hipocresía intrigante de sus enemigos. Pero la limpieza del
templo atrajo a los saduceos a que se aliaran con los fariseos en el
perfeccionamiento de un plan para destruir a Jesús. Los saduceos
representaban ahora una mayoría en el sanedrín.