Mientras los capciosos fariseos estaban allí de pie en silencio ante
Jesús, él bajó la mirada sobre ellos y dijo: «Puesto que dudáis de la
misión de Juan y os disponéis en enemistad contra las enseñanzas y las
obras del Hijo del Hombre, prestad oído mientras os relato una parábola:
Cierto terrateniente respetado y en buena posición tenía dos hijos, y
deseando la ayuda de sus hijos en el manejo de sus grandes posesiones
fue a ver a uno de ellos, diciendo: `Hijo, vete a trabajar hoy en mi
viñedo'. Este hijo despreocupado respondió al padre diciendo: `No iré';
pero después, se arrepintió y fue. Cuando encontró a su hijo mayor, del
mismo modo le dijo: `Hijo, vete a trabajar en mi viñedo'. Y este hijo
hipócrita e infiel contestó: `Sí, padre mío, iré'. Pero cuando su padre
partió, no fue. Os pregunto ahora, cuál de los dos hijos realmente hizo
la voluntad de su padre?»
Y la gente habló al unísono, diciendo: «El
primero». Entonces dijo Jesús: «Aun así, ahora os digo que los
publicanos y las rameras, aunque parezcan rechazar el llamado al
arrepentimiento, verán el error en su estilo de vida e irán antes que
vosotros al reino de Dios, que tanto pretendéis servir al Padre en el
cielo y al mismo tiempo os negáis a hacer las obras del Padre. No
fuisteis vosotros, fariseos y escribas, los creyentes de Juan sino más
bien los publicanos y los pecadores; tampoco creéis vosotros en mis
enseñanzas, pero la gente común escucha con deleite mis palabras».
Jesús no despreciaba personalmente a los
fariseos y saduceos. Era su sistema de enseñanzas y sus prácticas los
que él trataba de desacreditar. No mostraba hostilidad contra ningún
hombre, pero se estaba desencadenando aquí el choque inevitable entre
una religión del espíritu, nueva y viva, y la religión más antigua de la
ceremonia, la tradición y la autoridad.
Durante todo este tiempo, los doce
apóstoles permanecieron cerca del Maestro, pero no participaron de
ninguna manera en estas transacciones. Cada uno de los doce reaccionó en
su forma peculiar a los acontecimientos de estos últimos días del
ministerio de Jesús en la carne, y cada uno del mismo modo permaneció
obediente a la admonición del Maestro de no enseñar ni predicar
públicamente durante esta semana de Pascua.