Luego Jesús volvió a ponerse de pie y continuó
enseñando a sus apóstoles: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el
viñatero. Yo soy la vid, vosotros sois las ramas. El Padre requiere de
mí tan sólo que vosotros rindáis mucho fruto. La vid se poda tan sólo
para multiplicar los frutos de sus ramas. Toda rama que salga de mí, que
no rinda fruto, el Padre la podará. Toda rama que rinda fruto, el Padre
la limpiará para que rinda más fruto. Vosotros ya sois limpios por la
palabra que yo he expresado, pero debéis continuar siendo limpios.
Debéis permanecer en mí, y yo en vosotros; la rama muere si se la separa
de la vid. Como la rama no puede rendir fruto a menos que permanezca en
la vid, así tampoco podéis vosotros rendir fruto de servicio amante a
menos que permanezcáis en mí. Recordad: Yo soy la vid verdadera, y
vosotros sois las ramas vivas. El que vive en mí, y yo en él, rendirá
mucho fruto del espíritu y experimentará la felicidad suprema de dar
esta cosecha espiritual. Si mantenéis esta relación viva espiritual
conmigo, rendiréis abundante fruto. Si permanecéis en mí y mis palabras
viven en vosotros, podréis comulgar libremente conmigo, y entonces mi
espíritu vivo de tal manera os imbuirá que vosotros podéis pedir lo que
mi espíritu desea, y hacer todo esto con la seguridad de que el Padre
nos otorgará nuestra petición. Así es glorificado el Padre: que la vid
tenga muchas ramas vivientes, y que cada rama rinda mucho fruto. Y
cuando el mundo vea estas ramas rendidoras de frutos —mis amigos que se
aman unos a otros, así como yo los amé a ellos— todos los hombres sabrán
que sois verdaderamente mis discípulos.
«Así como el Padre me ha amado, así os he
amado yo. Vivid en mi amor aun como yo vivo en el amor del Padre. Si
hacéis como yo os he enseñado, permaneceréis en mi amor así como yo he
cumplido con la palabra del Padre y por siempre permanezco en su amor».
Los judíos habían enseñado desde hacía
mucho tiempo que el Mesías sería «un brote de la vid» de los antepasados
de David, y en conmemoración de esta antigua enseñanza un gran emblema
de la uva y de su vid decoraba la entrada del templo de Herodes. Todos
los apóstoles recordaron estas cosas mientras el Maestro les hablaba
esta noche en el aposento superior.
Pero gran congoja acompañó más adelante la
interpretación errónea de las inferencias del Maestro sobre la oración.
Habría habido muy poca dificultad en estas enseñanzas si sus palabras
exactas se hubiesen recordado y posteriormente se las hubiera registrado
fielmente. Pero así como se hicieron los registros, los creyentes
llegaron a considerar la oración en nombre de Jesús como una especie de
magia suprema, pensando que recibirían del Padre todo lo que pidieran.
Durante siglos muchas almas honestas han destruido su fe al tropezar con
esta interpretación errónea. ¿Cuánto le llevará al mundo de los
creyentes comprender que la oración no es un proceso para conseguir lo
que uno quiere, sino más bien un programa para aceptar el camino de
Dios, una experiencia de aprendizaje para reconocer y cumplir la
voluntad del Padre? Es enteramente verdad que, cuando tu voluntad esté
verdaderamente aliada con su voluntad podrás pedir todo lo que sea
concebido por esa unión de las voluntades, y te será otorgado. Tal unión
de las voluntades se efectúa por Jesús y a través de él, así como la
vida de la vid fluye por las ramas vivas y a través de éstas.
Cuando existe esta conexión viva entre
divinidad y humanidad, si la humanidad impensadamente y en forma
ignorante ora para obtener comodidades egoístas y alcances
vanagloriosos, tan sólo puede haber una respuesta divina: mayor
rendimiento de los frutos del espíritu en las ramas vivas. Cuando la
rama de la vid está viva, tan sólo puede haber una respuesta a todas sus
peticiones: más y más uvas. En efecto, la rama existe para rendir
frutos, y no puede hacer sino rendir uvas. Así, el verdadero creyente
existe tan sólo para el propósito de rendir los frutos del espíritu:
amar a los hombres como él mismo ha sido amado por Dios —que nos amemos
los unos a los otros, así como Jesús nos ha amado a nosotros.
Y cuando la mano de la disciplina del Padre
se apoya sobre la vid, lo hace con amor para que las ramas puedan
rendir mucho fruto. El viñatero sabio tan sólo poda las ramas muertas y
las que no rinden frutos.
Jesús tuvo gran dificultad en inculcar aun
en sus apóstoles que reconocieran que la oración es una función de los
creyentes nacidos del espíritu en el reino dominado por el espíritu.
«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»
lunes, 31 de marzo de 2014
domingo, 30 de marzo de 2014
El nuevo mandamiento.
Después de unos pocos minutos de conversación casual, Jesús se puso
de pie y dijo: «Cuando os presenté una parábola indicando de qué manera
debéis estar dispuestos a serviros los unos a los otros, dije que
deseaba daros un nuevo mandamiento; así lo haré ahora que estoy a punto
de dejaros. Vosotros bien conocéis el mandamiento que manda que os améis
los unos a los otros; que ames a tu prójimo como te amas a ti mismo.
Pero no estoy plenamente satisfecho aun con esa devoción sincera por
parte de mis hijos. Quiero que hagáis actos de amor aún más grandes en
el reino de la hermandad creyente. Así pues os doy este nuevo
mandamiento: Que os améis los unos a los otros así como yo os he amado.
Así todos los hombres sabrán que sois mis discípulos, si os amáis de esa
manera.
«Al daros este nuevo mandamiento, no aflijo vuestra alma con una nueva carga; más bien os traigo nuevo gozo y hago posible para vosotros la experiencia de un nuevo goce al conocer las delicias de donar el afecto de vuestro corazón a vuestros semejantes. Estoy a punto de experimentar la felicidad suprema, aun soportando exteriormente gran congoja, en el acto de donar mi afecto a vosotros y vuestros semejantes.
«Cuando os invito a amaros unos a los otros, así como yo os he amado, os presento la medida suprema del verdadero afecto, porque el hombre no puede tener mayor amor que éste: el dar la vida por sus amigos. Y vosotros sois mis amigos; seguiréis siendo mis amigos si tan sólo estáis dispuestos a hacer lo que yo os he enseñado. Me habéis llamado Maestro, pero yo no os llamo siervos. Si tan sólo amáis unos a los otros tal como yo os amo, seréis mis amigos, y yo os hablaré por siempre de lo que el Padre me revela.
«No es sólo que vosotros me habéis elegido, sino que yo también os he elegido a vosotros, y os he ordenado para que salgáis al mundo para rendir el fruto del servicio amante a vuestros semejantes así como yo he vivido entre vosotros y os he revelado al Padre. El Padre y yo trabajaremos con vosotros, y vosotros experimentaréis la divina plenitud de felicidad si obedecéis mi mandamiento de amaros unos a los otros, aun como yo os he amado a vosotros».
Si quieres compartir la felicidad del Maestro, debes compartir su amor. Y compartir su amor significa que has compartido su servicio. Esa experiencia de amor no te libera de las dificultades de este mundo; no crea un mundo nuevo, pero con toda seguridad hace que el viejo mundo resulte nuevo.
Ten en cuenta: Es lealtad, no sacrificio, lo que demanda Jesús. La conciencia del sacrificio implica la ausencia de ese afecto sincero que hubiera hecho de ese servicio amante la felicidad suprema. La idea de deber significa que tienes la mentalidad del siervo, y por ende te falta el estímulo poderoso de hacer tu servicio como amigo y para un amigo. El impulso a la amistad trasciende todas las convicciones del deber, y el servicio a un amigo para un amigo no puede ser llamado nunca sacrificio. El Maestro enseñó a los apóstoles que ellos son hijos de Dios. Los ha llamado hermanos, y ahora, antes de irse, los llama sus amigos.
«Al daros este nuevo mandamiento, no aflijo vuestra alma con una nueva carga; más bien os traigo nuevo gozo y hago posible para vosotros la experiencia de un nuevo goce al conocer las delicias de donar el afecto de vuestro corazón a vuestros semejantes. Estoy a punto de experimentar la felicidad suprema, aun soportando exteriormente gran congoja, en el acto de donar mi afecto a vosotros y vuestros semejantes.
«Cuando os invito a amaros unos a los otros, así como yo os he amado, os presento la medida suprema del verdadero afecto, porque el hombre no puede tener mayor amor que éste: el dar la vida por sus amigos. Y vosotros sois mis amigos; seguiréis siendo mis amigos si tan sólo estáis dispuestos a hacer lo que yo os he enseñado. Me habéis llamado Maestro, pero yo no os llamo siervos. Si tan sólo amáis unos a los otros tal como yo os amo, seréis mis amigos, y yo os hablaré por siempre de lo que el Padre me revela.
«No es sólo que vosotros me habéis elegido, sino que yo también os he elegido a vosotros, y os he ordenado para que salgáis al mundo para rendir el fruto del servicio amante a vuestros semejantes así como yo he vivido entre vosotros y os he revelado al Padre. El Padre y yo trabajaremos con vosotros, y vosotros experimentaréis la divina plenitud de felicidad si obedecéis mi mandamiento de amaros unos a los otros, aun como yo os he amado a vosotros».
Si quieres compartir la felicidad del Maestro, debes compartir su amor. Y compartir su amor significa que has compartido su servicio. Esa experiencia de amor no te libera de las dificultades de este mundo; no crea un mundo nuevo, pero con toda seguridad hace que el viejo mundo resulte nuevo.
Ten en cuenta: Es lealtad, no sacrificio, lo que demanda Jesús. La conciencia del sacrificio implica la ausencia de ese afecto sincero que hubiera hecho de ese servicio amante la felicidad suprema. La idea de deber significa que tienes la mentalidad del siervo, y por ende te falta el estímulo poderoso de hacer tu servicio como amigo y para un amigo. El impulso a la amistad trasciende todas las convicciones del deber, y el servicio a un amigo para un amigo no puede ser llamado nunca sacrificio. El Maestro enseñó a los apóstoles que ellos son hijos de Dios. Los ha llamado hermanos, y ahora, antes de irse, los llama sus amigos.
sábado, 29 de marzo de 2014
El discurso de despedida
DESPUÉS de cantar el salmo al concluir la última cena, los apóstoles
pensaron que Jesús tenía la intención de volver inmediatamente al
campamento, pero indicó que se sentaran. Dijo el Maestro:
«Bien recordáis cuando os envié sin bolsa ni billetera y aun os dije que no llevarais indumentos extra. Recordaréis que nada os faltó. Pero ahora son tiempos difíciles. Ya no podéis depender de la buena voluntad de las multitudes. De aquí en adelante, el que tenga una bolsa, que se la lleve con él. Cuando salgáis al mundo para proclamar este evangelio, disponed de la manera que os parezca más conveniente para vuestro sostén. He venido para traer paz, pero ésta no aparecerá por un tiempo.
«Ya ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado, y el Padre será glorificado en mí. Amigos míos, estaré con vosotros tan sólo poco tiempo más. Pronto me buscaréis pero no me encontraréis, porque iré a un lugar al cual vosotros no podéis, por ahora, venir. Pero cuando hayáis completado vuestra obra en la tierra tal como ya he completado la mía, vendréis a mí así como ahora me preparo para ir al Padre. En muy corto tiempo os dejaré, ya no me veréis en la tierra, pero me veréis en la era venidera cuando ascendáis al reino que mi Padre me ha dado».
«Bien recordáis cuando os envié sin bolsa ni billetera y aun os dije que no llevarais indumentos extra. Recordaréis que nada os faltó. Pero ahora son tiempos difíciles. Ya no podéis depender de la buena voluntad de las multitudes. De aquí en adelante, el que tenga una bolsa, que se la lleve con él. Cuando salgáis al mundo para proclamar este evangelio, disponed de la manera que os parezca más conveniente para vuestro sostén. He venido para traer paz, pero ésta no aparecerá por un tiempo.
«Ya ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado, y el Padre será glorificado en mí. Amigos míos, estaré con vosotros tan sólo poco tiempo más. Pronto me buscaréis pero no me encontraréis, porque iré a un lugar al cual vosotros no podéis, por ahora, venir. Pero cuando hayáis completado vuestra obra en la tierra tal como ya he completado la mía, vendréis a mí así como ahora me preparo para ir al Padre. En muy corto tiempo os dejaré, ya no me veréis en la tierra, pero me veréis en la era venidera cuando ascendáis al reino que mi Padre me ha dado».
viernes, 28 de marzo de 2014
El establecimiento de la cena de conmemoración.
Cuando le llevaron a Jesús la tercera copa
de vino, la «copa de la bendición», se levantó del diván y, tomando la
copa en sus manos, la bendijo, diciendo: «Tomad todos vosotros esta
copa, y bebed de ella. Ésta será la copa de mi conmemoración. Ésta es la
copa de la bendición de una nueva dispensación de gracia y verdad. Ésta
será para vosotros el emblema del don y el ministerio del Espíritu
divino de la Verdad. Yo no beberé otra vez de esta copa con vosotros
hasta que la beba en forma nueva con vosotros en el reino eterno del
Padre».
Todos los apóstoles, mientras bebían de esta copa de bendición en profunda reverencia y silencio perfecto sentían que estaba pasando algo fuera de lo ordinario. La vieja Pascua conmemoraba la salida de los padres, el pasaje, del estado de esclavitud racial, a libertad individual; ahora, el Maestro instituía una nueva cena de conmemoración como símbolo de la nueva dispensación en la cual el individuo esclarecido emerge de las cadenas del ceremonialismo y del egoísmo al gozo espiritual de la hermandad y la comunidad de los hijos de la fe liberados del Dios vivo.
Cuando terminaron de beber esta nueva copa de conmemoración, el Maestro tomó el pan y, después de dar gracias, lo rompió en pedazos y, diciéndoles que lo pasaran, dijo: «Tomad este pan de conmemoración y comedlo. Os he dicho que yo soy el pan de la vida. Este pan de la vida es la vida unida del Padre y del Hijo en un solo don. El verbo del Padre, tal como es revelado en el Hijo, es en verdad el pan de la vida». Cuando hubieron compartido el pan de la conmemoración, el símbolo del verbo vivo de la verdad encarnado en semejanza de carne mortal, se sentaron.
Al instituir esta cena de conmemoración, el Maestro recurrió, como siempre fue su costumbre, a las parábolas y a los símbolos. Empleó símbolos porque quería enseñar ciertas grandes verdades espirituales de manera tal que resultara difícil a sus sucesores darles interpretaciones precisas y significados definidos a sus palabras. De esta manera, trataba de prevenir que las generaciones venideras cristalizaran sus enseñanzas y vincularan los significados espirituales con las cadenas muertas de la tradición y del dogma. En el establecimiento de la única ceremonia o sacramento asociado con toda su misión en la vida, Jesús hizo grandes esfuerzos por sugerir sus significados más bien que recurrir a definiciones precisas. No quería destruir el concepto individual de la comunión divina estableciendo una forma precisa; tampoco deseaba limitar la imaginación espiritual del creyente, cortándole las alas por el formalismo. Más bien buscaba liberar el alma renacida del hombre y ponerla en las alas dichosas de una nueva y viviente libertad espiritual.
A pesar de los esfuerzos del Maestro por establecer así este nuevo sacramento de conmemoración, los que vinieron en los siglos sucesivos frustraron su deseo expreso porque este simple simbolismo espiritual de aquella última noche en la carne ha sido reducido a interpretaciones precisas y sujeto a la precisión casi matemática de una fórmula establecida. De todas las enseñanzas de Jesús, ninguna se ha vuelto tan normalizada por la tradición.
Esta cena de conmemoración, cuando es compartida por los que son creyentes en el Hijo y conocedores de Dios, no necesita asociar a su simbolismo ninguna de las interpretaciones erróneas y pueriles del hombre sobre el significado de la presencia divina, porque en tales ocasiones el Maestro está realmente presente, en cada una de estas ocasiones. La cena de conmemoración es el encuentro simbólico del creyente con Micael. Cuando os tornáis de este modo conscientes del espíritu, el Hijo está realmente presente, y su espíritu fraterniza con el fragmento residente de su Padre.
Después de meditar todos ellos por unos momentos, Jesús continuó hablando: «Cuando hagáis estas cosas, recordad la vida que he vivido en la tierra entre vosotros y regocijaos de que he de seguir viviendo en la tierra con vosotros y sirviendo a través de vosotros. Como individuos, no discutáis entre vosotros quién será el más grande. Sed todos vosotros como hermanos. Cuando el reino crezca hasta comprender grandes grupos de creyentes, tratad del mismo modo de no buscar la grandeza ni la preferencia entre estos grupos.»
Esta poderosa ocasión ocurrió en un aposento superior en la casa de un amigo. No hubo nada de formalismo sagrado ni de consagración ceremonial, ni en la cena ni en el edificio. La cena de conmemoración se estableció sin sanción eclesiástica.
Cuando Jesús hubo así establecido la cena de conmemoración, dijo a sus apóstoles: «Toda vez que hagáis esto, será en memoria mía. Cuando me recordéis, pensad primero en mi vida en la carne, recordad que estuve cierta vez con vosotros y luego, por la fe, discernid que todos vosotros vendréis alguna vez a cenar conmigo en el reino eterno del Padre. Esta es la nueva Pascua que os dejo: la memoria de mi vida autootorgadora, el verbo de la verdad eterna; y la memoria de mi amor por vosotros, el derramamiento de mi Espíritu de la Verdad sobre toda la carne».
Y cerraron esta celebración de la vieja Pascua, pero sin derramamiento de sangre, en relación con la inauguración de la nueva cena de conmemoración, cantando, todos juntos, el salmo ciento dieciocho.
Todos los apóstoles, mientras bebían de esta copa de bendición en profunda reverencia y silencio perfecto sentían que estaba pasando algo fuera de lo ordinario. La vieja Pascua conmemoraba la salida de los padres, el pasaje, del estado de esclavitud racial, a libertad individual; ahora, el Maestro instituía una nueva cena de conmemoración como símbolo de la nueva dispensación en la cual el individuo esclarecido emerge de las cadenas del ceremonialismo y del egoísmo al gozo espiritual de la hermandad y la comunidad de los hijos de la fe liberados del Dios vivo.
Cuando terminaron de beber esta nueva copa de conmemoración, el Maestro tomó el pan y, después de dar gracias, lo rompió en pedazos y, diciéndoles que lo pasaran, dijo: «Tomad este pan de conmemoración y comedlo. Os he dicho que yo soy el pan de la vida. Este pan de la vida es la vida unida del Padre y del Hijo en un solo don. El verbo del Padre, tal como es revelado en el Hijo, es en verdad el pan de la vida». Cuando hubieron compartido el pan de la conmemoración, el símbolo del verbo vivo de la verdad encarnado en semejanza de carne mortal, se sentaron.
Al instituir esta cena de conmemoración, el Maestro recurrió, como siempre fue su costumbre, a las parábolas y a los símbolos. Empleó símbolos porque quería enseñar ciertas grandes verdades espirituales de manera tal que resultara difícil a sus sucesores darles interpretaciones precisas y significados definidos a sus palabras. De esta manera, trataba de prevenir que las generaciones venideras cristalizaran sus enseñanzas y vincularan los significados espirituales con las cadenas muertas de la tradición y del dogma. En el establecimiento de la única ceremonia o sacramento asociado con toda su misión en la vida, Jesús hizo grandes esfuerzos por sugerir sus significados más bien que recurrir a definiciones precisas. No quería destruir el concepto individual de la comunión divina estableciendo una forma precisa; tampoco deseaba limitar la imaginación espiritual del creyente, cortándole las alas por el formalismo. Más bien buscaba liberar el alma renacida del hombre y ponerla en las alas dichosas de una nueva y viviente libertad espiritual.
A pesar de los esfuerzos del Maestro por establecer así este nuevo sacramento de conmemoración, los que vinieron en los siglos sucesivos frustraron su deseo expreso porque este simple simbolismo espiritual de aquella última noche en la carne ha sido reducido a interpretaciones precisas y sujeto a la precisión casi matemática de una fórmula establecida. De todas las enseñanzas de Jesús, ninguna se ha vuelto tan normalizada por la tradición.
Esta cena de conmemoración, cuando es compartida por los que son creyentes en el Hijo y conocedores de Dios, no necesita asociar a su simbolismo ninguna de las interpretaciones erróneas y pueriles del hombre sobre el significado de la presencia divina, porque en tales ocasiones el Maestro está realmente presente, en cada una de estas ocasiones. La cena de conmemoración es el encuentro simbólico del creyente con Micael. Cuando os tornáis de este modo conscientes del espíritu, el Hijo está realmente presente, y su espíritu fraterniza con el fragmento residente de su Padre.
Después de meditar todos ellos por unos momentos, Jesús continuó hablando: «Cuando hagáis estas cosas, recordad la vida que he vivido en la tierra entre vosotros y regocijaos de que he de seguir viviendo en la tierra con vosotros y sirviendo a través de vosotros. Como individuos, no discutáis entre vosotros quién será el más grande. Sed todos vosotros como hermanos. Cuando el reino crezca hasta comprender grandes grupos de creyentes, tratad del mismo modo de no buscar la grandeza ni la preferencia entre estos grupos.»
Esta poderosa ocasión ocurrió en un aposento superior en la casa de un amigo. No hubo nada de formalismo sagrado ni de consagración ceremonial, ni en la cena ni en el edificio. La cena de conmemoración se estableció sin sanción eclesiástica.
Cuando Jesús hubo así establecido la cena de conmemoración, dijo a sus apóstoles: «Toda vez que hagáis esto, será en memoria mía. Cuando me recordéis, pensad primero en mi vida en la carne, recordad que estuve cierta vez con vosotros y luego, por la fe, discernid que todos vosotros vendréis alguna vez a cenar conmigo en el reino eterno del Padre. Esta es la nueva Pascua que os dejo: la memoria de mi vida autootorgadora, el verbo de la verdad eterna; y la memoria de mi amor por vosotros, el derramamiento de mi Espíritu de la Verdad sobre toda la carne».
Y cerraron esta celebración de la vieja Pascua, pero sin derramamiento de sangre, en relación con la inauguración de la nueva cena de conmemoración, cantando, todos juntos, el salmo ciento dieciocho.
jueves, 27 de marzo de 2014
Las últimas palabras al traidor.
Por unos minutos los apóstoles comieron en silencio, pero bajo la
influencia de la conducta alegre del Maestro, pronto entraron en
conversación, y en muy poco rato la cena procedía como si no hubiera
ocurrido nada afuera de lo ordinario que pudiese interferir con el buen
humor y la armonía social de esta extraordinaria ocasión. Después que
hubo pasado cierto tiempo, hacia la mitad del segundo plato de la cena,
Jesús los miró diciendo: «Os he dicho cuánto deseaba compartir esta cena
con vosotros, y sabiendo de qué manera las fuerzas malignas de las
tinieblas han conspirado para efectuar la muerte del Hijo del Hombre,
decidí comer la cena con vosotros en este aposento secreto y un día
antes de la Pascua, puesto que no estaré con vosotros a esta hora mañana
por la noche. Repetidamente os he dicho que debo volver al Padre. Ahora
ha llegado mi hora, pero no hacía falta que uno de vosotros me
traicionara para entregarme a las manos de mis enemigos».
Cuando los doce oyeron estas palabras, después de haber perdido gran parte de su amor propio y autoconfianza debido a la parábola del lavado de los pies y al subsiguiente discurso del Maestro, se miraron unos a otros mientras preguntaban en tono desconcertado y en forma titubeante: «¿Soy yo?» Y cuando todos ellos así preguntaron, Jesús dijo: «Aunque es necesario que yo vaya al Padre, no hacía falta que uno de vosotros se volviera traidor para cumplir con la voluntad del Padre. Esto es la maduración del mal escondido en el corazón del que no supo amar la verdad con toda su alma. ¡Cuán engañoso es el orgullo intelectual que precede a la caída espiritual! Mi amigo de muchos años, el que aun ahora come mi pan, está dispuesto a traicionarme, aun como ahora moja el pan conmigo en el mismo plato».
Cuando Jesús hubo así hablado, todos ellos comenzaron nuevamente a preguntar: «¿Soy yo?». Y mientras Judas, sentado a la izquierda de su Maestro, nuevamente preguntó «¿Soy yo?» Jesús, mojando el pan en el plato de las hierbas, se lo entregó a Judas diciendo: «Tú lo has dicho». Pero los otros no oyeron la palabras de Jesús a Judas. Juan, que se reclinaba a la derecha de Jesús, se inclinó y preguntó al Maestro: «¿Quién es? Deberíamos saber quién se ha demostrado infiel a tu confianza». Jesús respondió: «Ya os lo he dicho, aquel a quien diere yo el pan mojado». Pero era tan natural para el anfitrión dar el pan mojado al que se sentaba a su lado izquierdo que ninguno de ellos prestó atención a esto, aunque el Maestro había hablado tan claramente. Pero Judas estaba dolorosamente consciente del significado de las palabras del Maestro asociadas con su acción, y se llenó de pavor de que sus hermanos del mismo modo se dieran cuenta de que él era el traidor.
Pedro estaba altamente excitado por lo que se había dicho e, inclinándose hacia adelante sobre la mesa, se dirigió a Juan: «Pregúntale quién es, o si te lo ha dicho, dime, ¿quién es el traidor?»
Jesús puso fin a sus murmullos diciendo: «Me apena que este mal tuviera que ocurrir y esperé aun hasta esta hora que el poder de la verdad pudiera triunfar sobre las decepciones del mal, pero estas victorias no se ganan sin la fe basada en el amor sincero por la verdad. No quisiera haberos dicho estas cosas en ésta nuestra última cena, pero deseo advertiros de estas penas para prepararos así para lo que está por ocurrirnos. Os he dicho de esto porque deseo que vosotros recordéis, cuando yo me haya ido, que todo sabía de estos complotes malignos, y que os advertí por adelantado de la traición. Y hago todo esto, sólo para que podáis ser fortalecidos para las tentaciones y pruebas que os esperan».
Cuando Jesús habló así, se inclinó hacia Judas, y dijo: «Lo que has decidido hacer, hazlo en seguida». Y cuando Judas escuchó estas palabras, se levantó de la mesa y se alejó del aposento apresuradamente, saliendo en la noche para hacer lo que tenía decidido llevar a cabo. Cuando los otros apóstoles vieron que Judas salía de prisa después de que Jesús le hubo dirigido la palabra, pensaron que había ido a buscar algo más para la cena o para hacer una diligencia para el Maestro, puesto que suponían que él aún llevaba la bolsa.
Ahora Jesús sabía que ya nada podía hacerse para prevenir Judas tornarse en traidor. Había empezado con doce —ahora, tenía once. Eligió a seis de estos apóstoles, y aunque Judas estaba entre aquellos nombrados por sus apóstoles de primera elección, el Maestro aún lo aceptaba y había, hasta este momento, hecho todo lo posible por santificarlo y salvarlo, así como había luchado por la paz y salvación de los demás.
Esta cena, con sus tiernos episodios y toques suaves, fue el último llamado de Jesús a Judas que estaba desertando, pero fue en vano. Las advertencias, aun cuando se las administra de la manera más diplomática y con el espíritu más compasivo, como regla general, cuando el amor está realmente muerto tan sólo intensifica el odio y enciende la voluntad malvada de llevar a cabo hasta el fin los proyectos egoístas.
Cuando los doce oyeron estas palabras, después de haber perdido gran parte de su amor propio y autoconfianza debido a la parábola del lavado de los pies y al subsiguiente discurso del Maestro, se miraron unos a otros mientras preguntaban en tono desconcertado y en forma titubeante: «¿Soy yo?» Y cuando todos ellos así preguntaron, Jesús dijo: «Aunque es necesario que yo vaya al Padre, no hacía falta que uno de vosotros se volviera traidor para cumplir con la voluntad del Padre. Esto es la maduración del mal escondido en el corazón del que no supo amar la verdad con toda su alma. ¡Cuán engañoso es el orgullo intelectual que precede a la caída espiritual! Mi amigo de muchos años, el que aun ahora come mi pan, está dispuesto a traicionarme, aun como ahora moja el pan conmigo en el mismo plato».
Cuando Jesús hubo así hablado, todos ellos comenzaron nuevamente a preguntar: «¿Soy yo?». Y mientras Judas, sentado a la izquierda de su Maestro, nuevamente preguntó «¿Soy yo?» Jesús, mojando el pan en el plato de las hierbas, se lo entregó a Judas diciendo: «Tú lo has dicho». Pero los otros no oyeron la palabras de Jesús a Judas. Juan, que se reclinaba a la derecha de Jesús, se inclinó y preguntó al Maestro: «¿Quién es? Deberíamos saber quién se ha demostrado infiel a tu confianza». Jesús respondió: «Ya os lo he dicho, aquel a quien diere yo el pan mojado». Pero era tan natural para el anfitrión dar el pan mojado al que se sentaba a su lado izquierdo que ninguno de ellos prestó atención a esto, aunque el Maestro había hablado tan claramente. Pero Judas estaba dolorosamente consciente del significado de las palabras del Maestro asociadas con su acción, y se llenó de pavor de que sus hermanos del mismo modo se dieran cuenta de que él era el traidor.
Pedro estaba altamente excitado por lo que se había dicho e, inclinándose hacia adelante sobre la mesa, se dirigió a Juan: «Pregúntale quién es, o si te lo ha dicho, dime, ¿quién es el traidor?»
Jesús puso fin a sus murmullos diciendo: «Me apena que este mal tuviera que ocurrir y esperé aun hasta esta hora que el poder de la verdad pudiera triunfar sobre las decepciones del mal, pero estas victorias no se ganan sin la fe basada en el amor sincero por la verdad. No quisiera haberos dicho estas cosas en ésta nuestra última cena, pero deseo advertiros de estas penas para prepararos así para lo que está por ocurrirnos. Os he dicho de esto porque deseo que vosotros recordéis, cuando yo me haya ido, que todo sabía de estos complotes malignos, y que os advertí por adelantado de la traición. Y hago todo esto, sólo para que podáis ser fortalecidos para las tentaciones y pruebas que os esperan».
Cuando Jesús habló así, se inclinó hacia Judas, y dijo: «Lo que has decidido hacer, hazlo en seguida». Y cuando Judas escuchó estas palabras, se levantó de la mesa y se alejó del aposento apresuradamente, saliendo en la noche para hacer lo que tenía decidido llevar a cabo. Cuando los otros apóstoles vieron que Judas salía de prisa después de que Jesús le hubo dirigido la palabra, pensaron que había ido a buscar algo más para la cena o para hacer una diligencia para el Maestro, puesto que suponían que él aún llevaba la bolsa.
Ahora Jesús sabía que ya nada podía hacerse para prevenir Judas tornarse en traidor. Había empezado con doce —ahora, tenía once. Eligió a seis de estos apóstoles, y aunque Judas estaba entre aquellos nombrados por sus apóstoles de primera elección, el Maestro aún lo aceptaba y había, hasta este momento, hecho todo lo posible por santificarlo y salvarlo, así como había luchado por la paz y salvación de los demás.
Esta cena, con sus tiernos episodios y toques suaves, fue el último llamado de Jesús a Judas que estaba desertando, pero fue en vano. Las advertencias, aun cuando se las administra de la manera más diplomática y con el espíritu más compasivo, como regla general, cuando el amor está realmente muerto tan sólo intensifica el odio y enciende la voluntad malvada de llevar a cabo hasta el fin los proyectos egoístas.
miércoles, 26 de marzo de 2014
El lavado de los pies de los apóstoles.
Después de beber la primera copa de la Pascua, era costumbre judía
que el anfitrión se levantara de la mesa y se lavara las manos. Más
adelante en el curso de la comida y después de la segunda copa, todos
los huéspedes del mismo modo se levantaban y se lavaban las manos.
Puesto que los apóstoles sabían que su Maestro nunca observaba estos
ritos de lavado ceremonial de las manos, tenían curiosidad por saber qué
tenía intención de hacer cuando, después de compartir esta primera
copa, se levantó de la mesa y silenciosamente se dirigió junto a la
puerta, donde estaban dispuestos los cántaros de agua, las vasijas y las
toallas. Y su curiosidad se transformó en asombro cuando vieron que el
Maestro se quitaba su manto, se envolvía en una toalla y comenzaba a
echar agua en una de las vasijas para los pies. Imaginad el asombro de
estos doce hombres, que tan recientemente se habían negado a lavarse los
pies unos a otros, y que se habían enredado en disputas tan poco
elegantes sobre los sitios de honor en la mesa, cuando le vieron dar la
vuelta alrededor del extremo no ocupado de la mesa, hasta el asiento más
bajo del festín, en el que se reclinaba Simón Pedro y, arrodillándose
en actitud de siervo, se preparó para lavarle los pies a Simón. En el
momento en que se arrodilló el Maestro, los doce se pusieron de pie al
unísono; aun el traidor Judas olvidó por un momento completamente su
infamia y se levantó con sus compañeros apóstoles en esta expresión de
sorpresa, respecto y asombro total.
Allí estaba pues Simón Pedro de pie, mirando hacia abajo al rostro levantado de su Maestro. Jesús no dijo nada; no era necesario que hablara. Su actitud revelaba claramente que estaba dispuesto a lavarle los pies a Simón Pedro. A pesar de la fragilidad de la carne, Pedro amaba al Maestro. Este pescador galileo fue el primer ser humano que creyó de todo corazón en la divinidad de Jesús e hizo una confesión plena y pública de esa fe. Y Pedro nunca había dudado, ni una sola vez, de la naturaleza divina del Maestro. Puesto que Pedro tanto reverenciaba y honraba a Jesús en su corazón, no es extraño que su alma se resintiera de la idea de Jesús arrodillado allí frente a él en actitud de siervo inferior, proponiéndose lavarle los pies como lo haría un esclavo. Cuando Pedro consiguió volver en sí lo suficiente como para dirigirse al Maestro, expresó los sentimientos sinceros de todos los demás apóstoles.
Después de algunos momentos de gran incomodidad, Pedro dijo: «Maestro, ¿es que realmente piensas lavarme los pies?» Luego, levantando la mirada al rostro de Pedro, Jesús dijo: «Tal vez no comprendas plenamente lo que estoy por hacer; pero más adelante sabrás el significado de todas estas cosas». Entonces Simón Pedro, respirando hondo, dijo: «Maestro, ¡jamás lavarás mis pies!» Cada uno de los apóstoles indicó con la cabeza su aprobación de la firme declaración de Pedro al negarse a permitir que Jesús se humillara de esta manera ante ellos.
La atracción dramática de este espectáculo insólito llegó a tocar al principio el corazón de Judas Iscariote; pero cuando su intelecto vanaglorioso juzgó el espectáculo, concluyó que este gesto de humildad era tan sólo otro episodio más que probaba conclusivamente que Jesús nunca sería calificado como el libertador de Israel, y que él no había cometido un error al decidir que desertaría la causa del Maestro.
Mientras estaban todos ellos allí de pie, anhelantes de asombro, Jesús dijo: «Pedro, yo declaro que, si no te lavo los pies, no participarás tú conmigo en lo que estoy a punto de realizar». Cuando Pedro escuchó esta declaración, juntamente con el hecho de que Jesús seguía de rodillas ahí a sus pies, tomó una de esas decisiones de aprobación ciega en cumplimiento del deseo de aquel a quien él tanto respetaba y amaba. Cuando empezó a ocurrírsele a Simón Pedro que en este propuesto acto de servicio había tal vez un significado que determinaba una conexión futura de uno con la obra del Maestro, no sólo se reconcilió con la idea de permitir que Jesús le lavara los pies sino que, con su manera característica e impetuosa, dijo: «Entonces, Maestro, lávame no sólo los pies sino también las manos y la cabeza.»
El Maestro, al aprontarse para comenzar a lavar los pies de Pedro, dijo: «El que ya está limpio, tan sólo necesita que le laven los pies. Vosotros que os sentáis conmigo esta noche estáis limpios —pero no todos. Pero el polvo de vuestros pies debería haber sido lavado antes de sentaros a comer conmigo. Además, haré yo este servicio por vosotros como una parábola para ilustrar el significado de un nuevo mandamiento que pronto os daré».
Del mismo modo el Maestro fue alrededor de la mesa, en silencio, lavando los pies de sus doce apóstoles, sin siquiera excluir a Judas. Cuando Jesús hubo terminado de lavar los pies de los doce, se puso el manto, retornó a su asiento de anfitrión, y después de mirar a sus apóstoles asombrados, dijo:
«¿Comprendéis realmente lo que os he hecho? Me llamáis Maestro, y me llamáis bien, porque eso soy. Si, pues, el Maestro os ha lavado los pies, ¿por qué vosotros no queríais lavaros los pies unos a otros? ¿Qué lección debéis aprender de esta parábola en la que el Maestro tan voluntariosamente hace este servicio que sus hermanos no se ofrecían hacer unos para con los otros? De cierto, de cierto os digo: Un siervo no es más grande que su amo; tampoco es más grande el que es enviado que el que lo envía. Habéis visto el camino del servicio en mi vida entre vosotros, y benditos sois vosotros que tendréis el coraje y la gracia de servir así.
Pero, ¿por qué seréis tan lentos en aprender que el secreto de la grandeza en el reino espiritual difiere de los métodos del poder en el mundo material?
«Cuando entré a este aposento esta noche, no os conformabais con negaros orgullosamente a lavaros los pies unos a otros, sino que también caísteis en disputas entre vosotros sobre quiénes se merecían los sitios de honor en mi mesa. Esos honores los buscan los fariseos y los hijos de este mundo, pero no debería ser así entre los embajadores del reino celestial. ¿Acaso no sabéis que no puede haber sitio de preferencia en mi mesa? ¿Acaso no comprendéis que amo a cada uno de vosotros como a los demás? ¿Acaso no sabéis que el sitio junto a mí, que significa un honor entre los hombres, nada significa en cuanto a vuestro estado en el reino del cielo? Sabéis que los reyes de los gentiles tienen señorío sobre sus súbditos, y que los que ejercen esta autoridad son llamados a veces benefactores. Pero no será así en el reino del cielo. El que quiere ser grande entre vosotros, que sea como el más joven; y el que quiere ser jefe, que sea como el que sirve. ¿Quién es más grande, el que se sienta a comer, o el que sirve? ¿Acaso no se piensa comúnmente que el que se sienta comer es más grande? Pero observaréis que estoy entre vosotros como el que sirve. Si estáis dispuestos a ser consiervos conmigo para hacer la voluntad del Padre, en el reino venidero os sentaréis conmigo en poder, aún haciendo la voluntad del Padre en la gloria futura.»
Cuando Jesús terminó de hablar, los gemelos Alfeo trajeron el pan y el vino, con las hierbas amargas y la pasta de frutas secas, que eran el plato siguiente de la última cena.
Allí estaba pues Simón Pedro de pie, mirando hacia abajo al rostro levantado de su Maestro. Jesús no dijo nada; no era necesario que hablara. Su actitud revelaba claramente que estaba dispuesto a lavarle los pies a Simón Pedro. A pesar de la fragilidad de la carne, Pedro amaba al Maestro. Este pescador galileo fue el primer ser humano que creyó de todo corazón en la divinidad de Jesús e hizo una confesión plena y pública de esa fe. Y Pedro nunca había dudado, ni una sola vez, de la naturaleza divina del Maestro. Puesto que Pedro tanto reverenciaba y honraba a Jesús en su corazón, no es extraño que su alma se resintiera de la idea de Jesús arrodillado allí frente a él en actitud de siervo inferior, proponiéndose lavarle los pies como lo haría un esclavo. Cuando Pedro consiguió volver en sí lo suficiente como para dirigirse al Maestro, expresó los sentimientos sinceros de todos los demás apóstoles.
Después de algunos momentos de gran incomodidad, Pedro dijo: «Maestro, ¿es que realmente piensas lavarme los pies?» Luego, levantando la mirada al rostro de Pedro, Jesús dijo: «Tal vez no comprendas plenamente lo que estoy por hacer; pero más adelante sabrás el significado de todas estas cosas». Entonces Simón Pedro, respirando hondo, dijo: «Maestro, ¡jamás lavarás mis pies!» Cada uno de los apóstoles indicó con la cabeza su aprobación de la firme declaración de Pedro al negarse a permitir que Jesús se humillara de esta manera ante ellos.
La atracción dramática de este espectáculo insólito llegó a tocar al principio el corazón de Judas Iscariote; pero cuando su intelecto vanaglorioso juzgó el espectáculo, concluyó que este gesto de humildad era tan sólo otro episodio más que probaba conclusivamente que Jesús nunca sería calificado como el libertador de Israel, y que él no había cometido un error al decidir que desertaría la causa del Maestro.
Mientras estaban todos ellos allí de pie, anhelantes de asombro, Jesús dijo: «Pedro, yo declaro que, si no te lavo los pies, no participarás tú conmigo en lo que estoy a punto de realizar». Cuando Pedro escuchó esta declaración, juntamente con el hecho de que Jesús seguía de rodillas ahí a sus pies, tomó una de esas decisiones de aprobación ciega en cumplimiento del deseo de aquel a quien él tanto respetaba y amaba. Cuando empezó a ocurrírsele a Simón Pedro que en este propuesto acto de servicio había tal vez un significado que determinaba una conexión futura de uno con la obra del Maestro, no sólo se reconcilió con la idea de permitir que Jesús le lavara los pies sino que, con su manera característica e impetuosa, dijo: «Entonces, Maestro, lávame no sólo los pies sino también las manos y la cabeza.»
El Maestro, al aprontarse para comenzar a lavar los pies de Pedro, dijo: «El que ya está limpio, tan sólo necesita que le laven los pies. Vosotros que os sentáis conmigo esta noche estáis limpios —pero no todos. Pero el polvo de vuestros pies debería haber sido lavado antes de sentaros a comer conmigo. Además, haré yo este servicio por vosotros como una parábola para ilustrar el significado de un nuevo mandamiento que pronto os daré».
Del mismo modo el Maestro fue alrededor de la mesa, en silencio, lavando los pies de sus doce apóstoles, sin siquiera excluir a Judas. Cuando Jesús hubo terminado de lavar los pies de los doce, se puso el manto, retornó a su asiento de anfitrión, y después de mirar a sus apóstoles asombrados, dijo:
«¿Comprendéis realmente lo que os he hecho? Me llamáis Maestro, y me llamáis bien, porque eso soy. Si, pues, el Maestro os ha lavado los pies, ¿por qué vosotros no queríais lavaros los pies unos a otros? ¿Qué lección debéis aprender de esta parábola en la que el Maestro tan voluntariosamente hace este servicio que sus hermanos no se ofrecían hacer unos para con los otros? De cierto, de cierto os digo: Un siervo no es más grande que su amo; tampoco es más grande el que es enviado que el que lo envía. Habéis visto el camino del servicio en mi vida entre vosotros, y benditos sois vosotros que tendréis el coraje y la gracia de servir así.
Pero, ¿por qué seréis tan lentos en aprender que el secreto de la grandeza en el reino espiritual difiere de los métodos del poder en el mundo material?
«Cuando entré a este aposento esta noche, no os conformabais con negaros orgullosamente a lavaros los pies unos a otros, sino que también caísteis en disputas entre vosotros sobre quiénes se merecían los sitios de honor en mi mesa. Esos honores los buscan los fariseos y los hijos de este mundo, pero no debería ser así entre los embajadores del reino celestial. ¿Acaso no sabéis que no puede haber sitio de preferencia en mi mesa? ¿Acaso no comprendéis que amo a cada uno de vosotros como a los demás? ¿Acaso no sabéis que el sitio junto a mí, que significa un honor entre los hombres, nada significa en cuanto a vuestro estado en el reino del cielo? Sabéis que los reyes de los gentiles tienen señorío sobre sus súbditos, y que los que ejercen esta autoridad son llamados a veces benefactores. Pero no será así en el reino del cielo. El que quiere ser grande entre vosotros, que sea como el más joven; y el que quiere ser jefe, que sea como el que sirve. ¿Quién es más grande, el que se sienta a comer, o el que sirve? ¿Acaso no se piensa comúnmente que el que se sienta comer es más grande? Pero observaréis que estoy entre vosotros como el que sirve. Si estáis dispuestos a ser consiervos conmigo para hacer la voluntad del Padre, en el reino venidero os sentaréis conmigo en poder, aún haciendo la voluntad del Padre en la gloria futura.»
Cuando Jesús terminó de hablar, los gemelos Alfeo trajeron el pan y el vino, con las hierbas amargas y la pasta de frutas secas, que eran el plato siguiente de la última cena.
martes, 25 de marzo de 2014
El comienzo de la cena.
Por unos momentos después de que el Maestro
se sentó en su lugar, no se habló una palabra. Jesús los miró a todos
y, aliviando la tensión con una sonrisa, dijo: «Mucho he deseado comer
con vosotros esta Pascua. He deseado comer con vosotros una vez más
antes de mi sufrimiento, y sabiendo que mi hora ha llegado, dispuse hoy
esta cena con vosotros porque, en cuanto al mañana,
estamos en las manos del Padre, cuya voluntad he venido a hacer. No
volveré a comer con vosotros hasta que os sentéis conmigo en el reino
que mi Padre me dará cuando haya terminado aquello para lo cual me envió
a este mundo.»
Después de mezclar el agua y el vino, trajeron la copa a Jesús quien, cuando la hubo recibido de las manos de Tadeo, la levantó dando gracias. Y cuando hubo terminado de dar gracias, dijo: «Tomad esta copa y compartidla entre vosotros, y cuando compartáis de ésta, percataos de que no volveré a beber con vosotros el fruto de la vid, puesto que ésta es nuestra última cena. Cuando nos sentemos nuevamente de esta manera, lo será en el reino venidero».
Jesús así comenzó a hablar a sus apóstoles porque sabía que su hora había llegado. Comprendía que había llegado el momento en que tenía que retornar al Padre, y que su obra en la tierra estaba casi terminada. El Maestro sabía que había revelado el amor del Padre sobre la tierra y había mostrado su misericordia a la humanidad, y que había completado aquello para lo cual había venido al mundo, aun hasta recibir todo poder y autoridad en el cielo y en la tierra. Del mismo modo sabía que Judas Iscariote ya había resuelto entregarlo esta noche a las manos de sus enemigos. Se daba cuenta plenamente de que esta pérfida traición era trabajo de Judas, y que también le había dado placer a Lucifer, Satanás y Caligastia, el príncipe de las tinieblas. Pero no temía a ninguno de los que buscaban su caída espiritual, así como tampoco temía a los que buscaban su muerte física. El Maestro tenía una sola ansiedad, y ésa era por la seguridad y salvación de sus seguidores elegidos. Así pues, con el conocimiento pleno de que el Padre había puesto todas las cosas bajo su autoridad, el Maestro se preparaba ahora para promulgar la parábola del amor fraterno.
Después de mezclar el agua y el vino, trajeron la copa a Jesús quien, cuando la hubo recibido de las manos de Tadeo, la levantó dando gracias. Y cuando hubo terminado de dar gracias, dijo: «Tomad esta copa y compartidla entre vosotros, y cuando compartáis de ésta, percataos de que no volveré a beber con vosotros el fruto de la vid, puesto que ésta es nuestra última cena. Cuando nos sentemos nuevamente de esta manera, lo será en el reino venidero».
Jesús así comenzó a hablar a sus apóstoles porque sabía que su hora había llegado. Comprendía que había llegado el momento en que tenía que retornar al Padre, y que su obra en la tierra estaba casi terminada. El Maestro sabía que había revelado el amor del Padre sobre la tierra y había mostrado su misericordia a la humanidad, y que había completado aquello para lo cual había venido al mundo, aun hasta recibir todo poder y autoridad en el cielo y en la tierra. Del mismo modo sabía que Judas Iscariote ya había resuelto entregarlo esta noche a las manos de sus enemigos. Se daba cuenta plenamente de que esta pérfida traición era trabajo de Judas, y que también le había dado placer a Lucifer, Satanás y Caligastia, el príncipe de las tinieblas. Pero no temía a ninguno de los que buscaban su caída espiritual, así como tampoco temía a los que buscaban su muerte física. El Maestro tenía una sola ansiedad, y ésa era por la seguridad y salvación de sus seguidores elegidos. Así pues, con el conocimiento pleno de que el Padre había puesto todas las cosas bajo su autoridad, el Maestro se preparaba ahora para promulgar la parábola del amor fraterno.
lunes, 24 de marzo de 2014
El anhelo de la preferencia.
Cuando los apóstoles fueron conducidos arriba por Juan Marcos, contemplaron una cámara amplia y cómoda que había sido completamente dispuesta para la cena, y observaron que el pan, el vino, el agua y las hierbas estaban listos a un extremo de la mesa. Excepto por el extremo en el que estaban dispuestos el pan y el vino, esta larga mesa estaba rodeada de trece triclinios de los que se proveían para la celebración de la Pascua en los hogares judíos de buena posición económica.
Cuando los doce entraron al cuarto superior, notaron, inmediatamente junto a la puerta, los cántaros de agua, las vasijas y las toallas para lavarse los pies polvorientos; puesto que no se habían proveído siervos para rendir este servicio, los apóstoles se miraron entre sí en cuanto Juan Marcos les dejó, y cada uno pensó para sus adentros, ¿quién lavará nuestros pies? y cada uno del mismo modo pensó que él no sería quién actuara de esta manera como siervo de los demás.
Mientras estaban allí parados con este dilema en el corazón, observaron el arreglo de los asientos junto a la mesa, tomando nota del diván más alto del anfitrión, con un triclinio a la derecha y los otros once dispuestos alrededor de la mesa, frente a este segundo asiento de honor a la derecha del anfitrión.
Esperaban que el Maestro llegara en cualquier momento, pero estaban en dudas si debían sentarse o esperar su llegada para que les asignara su sitio. Mientras titubeaban, Judas se dirigió al asiento de honor, a la izquierda del anfitrión, y manifestó que tenía la intención de reclinarse allí como huésped preferido. Esta acción de Judas inmediatamente produjo una disputa violenta entre los demás apóstoles. No acababa Judas de apropiarse el asiento de honor cuando Juan Zebedeo reclamó para sí el siguiente asiento preferido, el que estaba situado a la derecha del anfitrión. Simón Pedro tanto se airó por esta toma de posiciones preferidas de Judas y Juan que, mientras los demás apóstoles observaban enojados, dio la vuelta a la mesa y se ubicó en el triclinio más bajo, al final de la fila de asientos y frente al que había elegido Juan Zebedeo. Puesto que otros habían tomado los asientos altos, Pedro pensó en elegir el más bajo, y lo hizo, no solamente en protesta contra el orgullo poco elegante de sus hermanos, sino con la esperanza de que Jesús, cuando entrara y lo viera en el lugar menos honroso, lo llamara a uno más alto, desplazando así a aquel que había presumido honrarse a sí mismo.
Con las posiciones más altas y más bajas ya ocupadas, el resto de los apóstoles eligieron lugares, algunos junto a Judas y otros junto a Pedro, hasta que todos ellos se ubicaron. Se sentaron alrededor de la mesa en forma de U, en estos divanes, en el siguiente orden: a la derecha del Maestro, Juan; a la izquierda, Judas; Simón el Zelote, Mateo, Santiago Zebedeo, Andrés, los gemelos Alfeo, Felipe, Natanael, Tomás y Simón Pedro.
Están reunidos para celebrar, por lo menos en espíritu, una institución que antedataba aun a Moisés y se remontaba a los tiempos en los que sus padres eran esclavos en Egipto. Esta cena es su último encuentro con Jesús, y aun en tal ocasión solemne, bajo el liderazgo de Judas, los apóstoles se dejan llevar una vez más por su vieja predilección por el honor, la preferencia y la exaltación personal.
Aún estaban recriminándose airadamente unos a otros cuando apareció el Maestro en la puerta, permaneciendo allí un instante mientras su rostro se inundaba lentamente de una expresión de desencanto. Sin hacer comentario alguno se dirigió a su asiento, y no cambió la distribución de los asientos de ellos.
Ya estaban listos para empezar la cena, excepto que sus pies aún estaban sin lavar, y que estaban en un estado de ánimo que era de todo, menos agradable. Cuando el Maestro llegó, aún estaban discutiendo de forma poco halageña entre ellos; y no hablemos de los pensamientos de algunos de ellos que tenían suficiente control emocional como para no expresarlos públicamente.
domingo, 23 de marzo de 2014
La última cena.
DURANTE la tarde de este jueves, cuando Felipe recordó al Maestro que
se acercaba la Pascua y preguntó sobre los planes para su celebración,
pensaba en la cena de Pascua que debía comerse a la tarde del día
siguiente, viernes. Era costumbre comenzar las preparaciones para la
celebración de la Pascua no más tarde que el mediodía del día anterior.
Puesto que los judíos consideraban que el día comenzaba a la puesta del
sol, eso significaba que la cena de Pascua del sábado se comería el
viernes por la noche, poco antes de la medianoche.
Los apóstoles, por lo tanto, no podían comprender el anuncio del Maestro de que celebrarían la Pascua un día antes. Pensaban, por lo menos algunos de ellos, que él sabía que sería arrestado antes de la hora de la cena pascual el viernes por la noche y, por consiguiente, los convocaba para una cena especial este jueves por la noche. Otros pensaban que ésta era simplemente una ocasión especial, que precedería a la celebración regular de la Pascua.
Los apóstoles sabían que Jesús había celebrado otras Pascuas sin cordero; sabían que personalmente no participaba en ninguno de los servicios del sistema judío que incluían sacrificios. Muchas veces había compartido el cordero pascual como huésped, pero en todos los casos en que él era el anfitrión, no se servía cordero. No habría sido para los apóstoles una gran sorpresa que se omitiera el cordero aun la noche de la Pascua, y puesto que esta cena se ofrecía un día antes, no les llamó la atención que faltara el cordero.
Después de recibir los saludos y la bienvenida del padre y de la madre de Juan Marcos, los apóstoles fueron inmediatamente al aposento de la parte alta, mientras Jesús se quedaba atrás para hablar con la familia de Marcos.
Se había acordado de antemano que el Maestro celebraría esta ocasión a solas con sus doce apóstoles; por lo tanto, no se había dispuesto que hubiera siervos para servirles.
Los apóstoles, por lo tanto, no podían comprender el anuncio del Maestro de que celebrarían la Pascua un día antes. Pensaban, por lo menos algunos de ellos, que él sabía que sería arrestado antes de la hora de la cena pascual el viernes por la noche y, por consiguiente, los convocaba para una cena especial este jueves por la noche. Otros pensaban que ésta era simplemente una ocasión especial, que precedería a la celebración regular de la Pascua.
Los apóstoles sabían que Jesús había celebrado otras Pascuas sin cordero; sabían que personalmente no participaba en ninguno de los servicios del sistema judío que incluían sacrificios. Muchas veces había compartido el cordero pascual como huésped, pero en todos los casos en que él era el anfitrión, no se servía cordero. No habría sido para los apóstoles una gran sorpresa que se omitiera el cordero aun la noche de la Pascua, y puesto que esta cena se ofrecía un día antes, no les llamó la atención que faltara el cordero.
Después de recibir los saludos y la bienvenida del padre y de la madre de Juan Marcos, los apóstoles fueron inmediatamente al aposento de la parte alta, mientras Jesús se quedaba atrás para hablar con la familia de Marcos.
Se había acordado de antemano que el Maestro celebraría esta ocasión a solas con sus doce apóstoles; por lo tanto, no se había dispuesto que hubiera siervos para servirles.
sábado, 22 de marzo de 2014
Camino a la cena.
Tratando nuevamente de evitar las multitudes
que pasaban por el valle de Cedrón de ida y de vuelta entre el parque de
Getsemaní y Jerusalén, Jesús y los doce caminaron por la cresta
occidental del Monte de los Olivos para tomar el camino que conducía de
Betania a la ciudad. Al acercarse al lugar en el que Jesús se había
detenido la noche anterior para hablar de la destrucción de Jerusalén,
pausaron inconscientemente, permaneciendo allí de pie, callados
contemplando la ciudad. Como tenían tiempo, y puesto que Jesús no quería
pasar por la ciudad antes de la caída del sol, él dijo a sus asociados:
«Sentaos y descansad mientras yo os hablo de lo que pronto ha de ocurrir. Todos estos años yo he vivido con vosotros como hermanos, os he enseñado la verdad sobre el reino del cielo y os he revelado los misterios del mismo. Mi padre ha hecho en verdad muchas obras maravillosas en relación con mi misión en la tierra. Habéis sido testigos de todo esto y habéis compartido la experiencia de laborar juntos con Dios. Y vosotros atestiguaréis que os vengo advirtiendo de que dentro de poco debo retornar a la obra que el Padre me ha dado para hacer; os he dicho claramente que debo dejaros en el mundo para continuar la obra del reino. Para este propósito os escogí en las colinas de Capernaum. La experiencia que habéis tenido conmigo, debéis prepararos ahora para compartirla con otros. Así como el Padre me envió a este mundo, ahora os enviaré a vosotros para que me representéis y terminéis la obra que he comenzado.
«Vosotros bajáis la mirada sobre esta ciudad con congoja, porque habéis oído mis palabras que os describieron el fin de Jerusalén. Os lo he advertido para que no perezcáis en su destrucción, postergando así la proclamación del evangelio del reino. Del mismo modo os advierto que os cuidéis para no exponeros sin necesidad al peligro cuando vengan a llevarse al Hijo del Hombre. Debo irme, pero vosotros debéis quedaros para dar testimonio de este evangelio cuando yo haya partido, aun como le advertí a Lázaro que huyera de la ira del hombre para vivir y hacer conocer así la gloria de Dios. Si es voluntad del Padre que yo parta, nada de lo que vosotros podáis hacer cambiará el plan divino. Cuidaos, para no os maten a vosotros también. Que vuestras almas sean valientes en defensa del evangelio por el poder del espíritu, pero no os confundáis en un intento necio de defender al Hijo del Hombre. No necesito defensa alguna de la mano del hombre; los ejércitos del cielo están aun en este momento junto a mí; pero estoy decidido a hacer la voluntad de mi Padre, y por consiguiente debemos someternos a lo que está por ocurrirnos.
«Cuando veáis esta ciudad destruida, no os olvidéis que ya habéis entrado en la vida eterna del servicio eterno en el reino del cielo en constante avance, aun del cielo de los cielos. Debéis saber que en el universo de mi Padre y en el mío hay muchas moradas, y que allí espera a los hijos de la luz la revelación de ciudades cuyo constructor es Dios y de mundos cuyas costumbres de vida son la rectitud y la felicidad en la verdad. Os he traído el reino del cielo a la tierra, pero os declaro, que todos vosotros que por la fe entráis allí y permanecéis allí por el servicio vivo de la verdad, con certeza ascenderéis a los mundos en lo alto y os sentaréis conmigo en el reino espiritual de nuestro Padre. Pero primero debéis prepararos y completar la obra que habéis comenzado conmigo. Primero debéis pasar por tribulaciones y soportar muchas penas —y estas pruebas ya están por sobrecogernos— y cuando hayáis terminado vuestra obra en la tierra, vendréis a mi felicidad, así como yo he terminado la obra de mi Padre en la tierra y estoy a punto de retornar a su abrazo».
Cuando el Maestro hubo hablado se levantó, y todos ellos le siguieron por el camino hacia abajo del Monte de los Olivos y entraron a la ciudad. Ninguno de los apóstoles, salvo tres, sabían adónde iban mientras se abrían camino por las estrechas calles cuando caía la oscuridad de la noche. Las multitudes los empujaban, pero nadie los reconoció ni supo que el Hijo de Dios estaba pasando por allí, camino de su último encuentro mortal con sus embajadores elegidos del reino. Tampoco sabían los apóstoles que uno de entre ellos ya estaba conspirando para traicionar al Maestro, entregándolo a las manos de sus enemigos.
Juan Marcos los había seguido todo el camino hasta la ciudad, y después de entrar ellos por la puerta, se dio prisa por otro camino para poder recibirlos en la casa de su padre cuando llegaran.
«Sentaos y descansad mientras yo os hablo de lo que pronto ha de ocurrir. Todos estos años yo he vivido con vosotros como hermanos, os he enseñado la verdad sobre el reino del cielo y os he revelado los misterios del mismo. Mi padre ha hecho en verdad muchas obras maravillosas en relación con mi misión en la tierra. Habéis sido testigos de todo esto y habéis compartido la experiencia de laborar juntos con Dios. Y vosotros atestiguaréis que os vengo advirtiendo de que dentro de poco debo retornar a la obra que el Padre me ha dado para hacer; os he dicho claramente que debo dejaros en el mundo para continuar la obra del reino. Para este propósito os escogí en las colinas de Capernaum. La experiencia que habéis tenido conmigo, debéis prepararos ahora para compartirla con otros. Así como el Padre me envió a este mundo, ahora os enviaré a vosotros para que me representéis y terminéis la obra que he comenzado.
«Vosotros bajáis la mirada sobre esta ciudad con congoja, porque habéis oído mis palabras que os describieron el fin de Jerusalén. Os lo he advertido para que no perezcáis en su destrucción, postergando así la proclamación del evangelio del reino. Del mismo modo os advierto que os cuidéis para no exponeros sin necesidad al peligro cuando vengan a llevarse al Hijo del Hombre. Debo irme, pero vosotros debéis quedaros para dar testimonio de este evangelio cuando yo haya partido, aun como le advertí a Lázaro que huyera de la ira del hombre para vivir y hacer conocer así la gloria de Dios. Si es voluntad del Padre que yo parta, nada de lo que vosotros podáis hacer cambiará el plan divino. Cuidaos, para no os maten a vosotros también. Que vuestras almas sean valientes en defensa del evangelio por el poder del espíritu, pero no os confundáis en un intento necio de defender al Hijo del Hombre. No necesito defensa alguna de la mano del hombre; los ejércitos del cielo están aun en este momento junto a mí; pero estoy decidido a hacer la voluntad de mi Padre, y por consiguiente debemos someternos a lo que está por ocurrirnos.
«Cuando veáis esta ciudad destruida, no os olvidéis que ya habéis entrado en la vida eterna del servicio eterno en el reino del cielo en constante avance, aun del cielo de los cielos. Debéis saber que en el universo de mi Padre y en el mío hay muchas moradas, y que allí espera a los hijos de la luz la revelación de ciudades cuyo constructor es Dios y de mundos cuyas costumbres de vida son la rectitud y la felicidad en la verdad. Os he traído el reino del cielo a la tierra, pero os declaro, que todos vosotros que por la fe entráis allí y permanecéis allí por el servicio vivo de la verdad, con certeza ascenderéis a los mundos en lo alto y os sentaréis conmigo en el reino espiritual de nuestro Padre. Pero primero debéis prepararos y completar la obra que habéis comenzado conmigo. Primero debéis pasar por tribulaciones y soportar muchas penas —y estas pruebas ya están por sobrecogernos— y cuando hayáis terminado vuestra obra en la tierra, vendréis a mi felicidad, así como yo he terminado la obra de mi Padre en la tierra y estoy a punto de retornar a su abrazo».
Cuando el Maestro hubo hablado se levantó, y todos ellos le siguieron por el camino hacia abajo del Monte de los Olivos y entraron a la ciudad. Ninguno de los apóstoles, salvo tres, sabían adónde iban mientras se abrían camino por las estrechas calles cuando caía la oscuridad de la noche. Las multitudes los empujaban, pero nadie los reconoció ni supo que el Hijo de Dios estaba pasando por allí, camino de su último encuentro mortal con sus embajadores elegidos del reino. Tampoco sabían los apóstoles que uno de entre ellos ya estaba conspirando para traicionar al Maestro, entregándolo a las manos de sus enemigos.
Juan Marcos los había seguido todo el camino hasta la ciudad, y después de entrar ellos por la puerta, se dio prisa por otro camino para poder recibirlos en la casa de su padre cuando llegaran.
viernes, 21 de marzo de 2014
Después del almuerzo.
No muchos de los oyentes del Maestro pudieron comprender tan siquiera
una parte de su disertación matutina. De todos los que lo oyeron, los
griegos fueron los que más comprendieron. Aun los once apóstoles estaban
confundidos por sus alusiones a futuros reinos políticos y a
generaciones sucesivas de creyentes en el reino. Los seguidores más
devotos de Jesús no podían reconciliar el fin inminente de su ministerio
terrenal con estas referencias a un futuro lejano de actividades
evangelísticas. Algunos de estos creyentes judíos estaban comenzando a
percibir que estaba a punto de ocurrir la mayor tragedia de la tierra,
pero no podían reconciliar tal desastre inminente ni con la actitud
personal alegremente indiferente del Maestro, ni con su discurso
matutino, en el cual aludió repetidas veces a transacciones futuras del
reino celestial, que parecía abarcar amplios períodos de tiempo y
comprendía relaciones con muchos y sucesivos reinos temporales en la
tierra.
Para el mediodía de ese día todos los apóstoles y discípulos se habían enterado de la apresurada fuga de Lázaro desde Betania. Comenzaron a percibir la amarga determinación de los dirigentes judíos, decididos a exterminar a Jesús y sus enseñanzas.
David Zebedeo, mediante el trabajo de sus agentes secretos en Jerusalén, tenía información detallada sobre el progreso del plan de arrestar y matar a Jesús. Sabía plenamente el papel que representaba Judas en este complot, pero nunca reveló este conocimiento a los demás apóstoles ni a ninguno de los discípulos. Poco después del almuerzo, condujo a Jesús aparte, atreviéndose a preguntarle si él sabía —pero no pudo continuar su pregunta. El Maestro, levantando la mano, le interrumpió diciendo: «Si, David, lo sé todo, y sé que tú sabes, pero asegúrate de no decírselo a ningún hombre. Solamente, no dudes en tu corazón de que al fin triunfará la voluntad de Dios».
Esta conversación con David fue interrumpida por la llegada de un mensajero de Filadelfia que traía la noticia de que Abner había oído hablar de un complot para matar a Jesús y preguntaba si debía ir a Jerusalén. Este correo salió de prisa hacia Filadelfia con este mensaje para Abner: «Continúa con tu obra. Si yo te abandono en la carne, es sólo para que pueda retornar en el espíritu. No te abandonaré. Estaré contigo hasta el fin».
Alrededor de este momento Felipe se acercó al Maestro y preguntó: «Maestro, ya que la hora de la Pascua se acerca, ¿dónde quieres tú que nos preparemos para comer la cena?» Cuando Jesús oyó la pregunta de Felipe respondió: «Vete, trae a Pedro y a Juan, y os daré instrucciones sobre la cena que vamos a comer juntos esta noche. En cuanto a la Pascua, eso deberéis considerarlo después que hayamos hecho esto».
Cuando Judas oyó al Maestro hablando con Felipe sobre estos asuntos, se acercó para escuchar su conversación. Pero David Zebedeo, que estaba cerca, se le acercó y empezó con él una conversación, mientras Felipe, Pedro y Juan se apartaron para hablar con el Maestro.
Dijo Jesús a los tres: «Id inmediatamente a Jerusalén, y al entrar por la puerta encontraréis a un hombre que lleva un cántaro de agua. El os hablará y vosotros lo seguiréis. Cuando os conduzca a cierta casa, entrad detrás de él y decid al buen amo de esa casa: `¿Dónde está el aposento donde el Maestro va a comer la cena con sus apóstoles?' Cuando hayáis preguntado así, este señor de la casa os mostrará un gran aposento arriba ya dispuesto y listo para nosotros».
Cuando los apóstoles llegaron a la ciudad se encontraron con el hombre que llevaba el cántaro de agua junto a la puerta y lo siguieron hasta la casa de Juan Marcos, donde el padre del muchacho los encontró y les mostró el aposento de arriba listo para la cena.
Y todo esto ocurrió como resultado de un acuerdo al que habían llegado el Maestro y Juan Marcos el día anterior cuando se encontraban a solas en las colinas. Jesus quería estar seguro de que tendría esta última cena con sus apóstoles sin interrupciones y creyendo que si Judas conociera de antemano el lugar de encuentro dispondría con sus enemigos que lo arrestaran, hizo este arreglo secreto con Juan Marcos. Así pues, Judas no supo del lugar de encuentro hasta más tarde cuando llegó allí en compañía de Jesús y de los otros apóstoles.
David Zebedeo tenía muchas transacciones que discutir con Judas de modo que le resultó fácil impedir que siguiera a Pedro, Juan y Felipe, como deseaba hacerlo. Cuando Judas dio a David cierta suma de dinero para las provisiones, David le dijo: «Judas ¿no estaría bien, bajo las circunstancias, proveerme de un poco de dinero aun antes de que surjan las necesidades?» Después de reflexionar Judas un momento, respondió: «Sí, David, pienso que sería sensato. De hecho, en vista de las difíciles condiciones en Jerusalén, pienso que sería mejor que yo te diera a ti todo el dinero. Hay un complot contra el Maestro, y en caso de que pudiera sucederme algo a mí, no quedaríais desamparados».
Así pues David recibió todos los fondos apostólicos en efectivo y los recibos del dinero en depósito. Los apóstoles no supieron de esta transacción hasta la noche del día siguiente.
Fue a eso de las cuatro y media cuando los tres apóstoles retornaron e informaron a Jesús que todo estaba dispuesto para la cena. El Maestro se preparó inmediatamente para conducir a sus doce apóstoles por el sendero del camino a Betania, y de allí a Jerusalén. Este fue el último viaje que hizo con los doce.
Para el mediodía de ese día todos los apóstoles y discípulos se habían enterado de la apresurada fuga de Lázaro desde Betania. Comenzaron a percibir la amarga determinación de los dirigentes judíos, decididos a exterminar a Jesús y sus enseñanzas.
David Zebedeo, mediante el trabajo de sus agentes secretos en Jerusalén, tenía información detallada sobre el progreso del plan de arrestar y matar a Jesús. Sabía plenamente el papel que representaba Judas en este complot, pero nunca reveló este conocimiento a los demás apóstoles ni a ninguno de los discípulos. Poco después del almuerzo, condujo a Jesús aparte, atreviéndose a preguntarle si él sabía —pero no pudo continuar su pregunta. El Maestro, levantando la mano, le interrumpió diciendo: «Si, David, lo sé todo, y sé que tú sabes, pero asegúrate de no decírselo a ningún hombre. Solamente, no dudes en tu corazón de que al fin triunfará la voluntad de Dios».
Esta conversación con David fue interrumpida por la llegada de un mensajero de Filadelfia que traía la noticia de que Abner había oído hablar de un complot para matar a Jesús y preguntaba si debía ir a Jerusalén. Este correo salió de prisa hacia Filadelfia con este mensaje para Abner: «Continúa con tu obra. Si yo te abandono en la carne, es sólo para que pueda retornar en el espíritu. No te abandonaré. Estaré contigo hasta el fin».
Alrededor de este momento Felipe se acercó al Maestro y preguntó: «Maestro, ya que la hora de la Pascua se acerca, ¿dónde quieres tú que nos preparemos para comer la cena?» Cuando Jesús oyó la pregunta de Felipe respondió: «Vete, trae a Pedro y a Juan, y os daré instrucciones sobre la cena que vamos a comer juntos esta noche. En cuanto a la Pascua, eso deberéis considerarlo después que hayamos hecho esto».
Cuando Judas oyó al Maestro hablando con Felipe sobre estos asuntos, se acercó para escuchar su conversación. Pero David Zebedeo, que estaba cerca, se le acercó y empezó con él una conversación, mientras Felipe, Pedro y Juan se apartaron para hablar con el Maestro.
Dijo Jesús a los tres: «Id inmediatamente a Jerusalén, y al entrar por la puerta encontraréis a un hombre que lleva un cántaro de agua. El os hablará y vosotros lo seguiréis. Cuando os conduzca a cierta casa, entrad detrás de él y decid al buen amo de esa casa: `¿Dónde está el aposento donde el Maestro va a comer la cena con sus apóstoles?' Cuando hayáis preguntado así, este señor de la casa os mostrará un gran aposento arriba ya dispuesto y listo para nosotros».
Cuando los apóstoles llegaron a la ciudad se encontraron con el hombre que llevaba el cántaro de agua junto a la puerta y lo siguieron hasta la casa de Juan Marcos, donde el padre del muchacho los encontró y les mostró el aposento de arriba listo para la cena.
Y todo esto ocurrió como resultado de un acuerdo al que habían llegado el Maestro y Juan Marcos el día anterior cuando se encontraban a solas en las colinas. Jesus quería estar seguro de que tendría esta última cena con sus apóstoles sin interrupciones y creyendo que si Judas conociera de antemano el lugar de encuentro dispondría con sus enemigos que lo arrestaran, hizo este arreglo secreto con Juan Marcos. Así pues, Judas no supo del lugar de encuentro hasta más tarde cuando llegó allí en compañía de Jesús y de los otros apóstoles.
David Zebedeo tenía muchas transacciones que discutir con Judas de modo que le resultó fácil impedir que siguiera a Pedro, Juan y Felipe, como deseaba hacerlo. Cuando Judas dio a David cierta suma de dinero para las provisiones, David le dijo: «Judas ¿no estaría bien, bajo las circunstancias, proveerme de un poco de dinero aun antes de que surjan las necesidades?» Después de reflexionar Judas un momento, respondió: «Sí, David, pienso que sería sensato. De hecho, en vista de las difíciles condiciones en Jerusalén, pienso que sería mejor que yo te diera a ti todo el dinero. Hay un complot contra el Maestro, y en caso de que pudiera sucederme algo a mí, no quedaríais desamparados».
Así pues David recibió todos los fondos apostólicos en efectivo y los recibos del dinero en depósito. Los apóstoles no supieron de esta transacción hasta la noche del día siguiente.
Fue a eso de las cuatro y media cuando los tres apóstoles retornaron e informaron a Jesús que todo estaba dispuesto para la cena. El Maestro se preparó inmediatamente para conducir a sus doce apóstoles por el sendero del camino a Betania, y de allí a Jerusalén. Este fue el último viaje que hizo con los doce.
jueves, 20 de marzo de 2014
La disertación sobre la filiación y la ciudadanía.
Jesús habló a unos cincuenta de sus seguidores
de confianza por casi dos horas y respondió a una veintena de preguntas
sobre la relación del reino del cielo con los reinos de este mundo,
sobre la relación de la filiación con Dios en cuanto a la ciudadanía en
los gobiernos terrenales. Esta disertación, juntamente con sus
respuestas a las preguntas, puede ser resumida y expresada en lenguaje
moderno como sigue:
Los reinos de este mundo, siendo materiales, pueden enfrentarse con frecuencia con la necesidad de emplear la fuerza física en la ejecución de sus leyes y para mantener el orden. En el reino del cielo, los verdaderos creyentes no recurrirán al empleo de la fuerza física. El reino del cielo, siendo la hermandad espiritual de los hijos de Dios nacidos del espíritu, puede ser promulgado tan sólo por el poder del espíritu. Esta distinción de procedimientos se refiere a las relaciones del reino de los creyentes con los reinos de gobierno secular y no nulifica el derecho que tienen los grupos sociales de creyentes de mantener el orden en sus filas y administrar disciplina a sus miembros díscolos e indeseables.
No hay nada incompatible entre la filiación en el reino espiritual y la ciudadanía del gobierno civil o secular. Es deber del creyente dar al César las cosas que son del César y a Dios, las cosas que son de Dios. No puede haber desavenencia alguna entre esos dos requisitos, siendo uno material y otro espiritual, a menos que sucediera que un César presumiese usurpar las prerrogativas de Dios y demandar que se le rindiese homenaje espiritual y adoración suprema. En tal caso, adoraréis sólo a Dios tratando al mismo tiempo de esclarecer esos líderes terrenales descarriados conduciéndolos de esta manera a ellos también al reconocimiento del Padre en el cielo. No prestaréis adoración espiritual a los gobernantes terrenales; tampoco debéis emplear la fuerza física de gobiernos terrestres, cuyos líderes a la sazón se hayan hecho creyentes para avanzar la misión del reino espiritual.
La filiación en el reino, desde el punto de vista de la civilización en avance, debería ayudaros a volveros ciudadanos ideales de los reinos de este mundo, puesto que la hermandad y el servicio son el pilar del evangelio del reino. El llamado al amor del reino espiritual debería actuar como destructor eficaz del impulso al odio de los ciudadanos descreídos y propensos a las guerras de los reinos terrestres. Pero estos hijos que se preocupan de los bienes materiales y que se hallan en las tinieblas nunca van a saber nada de vuestra luz espiritual de la verdad, a menos que os acerquéis a ellos con ese servicio social altruista que es la consecuencia natural de rendir los frutos del espíritu en la experiencia de vida de cada creyente.
Como hombres mortales y materiales, vosotros sois efectivamente ciudadanos de los reinos terrestres, y deberíais ser buenos ciudadanos, mejores aun por haber renacido como hijos espirituales del reino celestial. Como hijos esclarecidos por la fe y liberados por el espíritu del reino del cielo, os enfrentáis con una doble responsabilidad de deber hacia el hombre y deber hacia Dios, mientras que voluntariamente asumís una tercera y sagrada obligación: el servicio a la hermandad de los creyentes conocedores de Dios.
No debéis adorar a vuestros gobernantes temporales, y no debéis emplear el poder temporal para el adelanto del reino espiritual; pero debéis manifestar a creyentes y no creyentes por igual el ministerio recto del servicio amante. En el evangelio del reino reside el poderoso Espíritu de la Verdad, y dentro de poco yo derramaré ese mismo espíritu sobre todos los seres humanos. Los frutos del espíritu o sea vuestro servicio sincero y amante, son la poderosa palanca social que eleva las razas de las tinieblas, y este Espíritu de la Verdad será vuestro fulcro multiplicador de poder.
Manifestad sabiduría y exhibid sagacidad en vuestro trato con los gobernantes civiles incrédulos. Por discreción, mostraos expertos en solucionar desacuerdos menores y en ajustar interpretaciones erróneas de poca importancia. De toda manera posible —en todo lo que no atañe a vuestra lealtad espiritual a los gobernantes del universo— tratad de vivir en paz con todos los hombres. Sed siempre sabios como serpientes pero inocuos como palomas.
Deberíais volveros ciudadanos mucho mejores del estado secular como resultado de volveros hijos esclarecidos del reino; del mismo modo los gobernantes de los estados terrestres deberían tornarse mejores gobernantes en los asuntos civiles como resultado de la fe en este evangelio del reino celestial. La actitud del servicio altruista a los hombres y la adoración inteligente de Dios hará que todos los creyentes del reino se vuelvan mejores ciudadanos del mundo; al mismo tiempo, la disposición de quedar un ciudadano honesto y la de la devoción sincera a los deberes temporales hará que ese ciudadano sea más receptivo al llamado espiritual de la filiación en el reino celestial.
Hasta tanto traten los gobernantes de los estados terrestres de ejercer la autoridad de dictadores religiosos, los que crean en este evangelio tan sólo podrán esperar dificultades, persecución y aun la muerte. Pero la luz misma que vosotros traéis al mundo, y aun la manera misma en la cual sufriréis y moriréis por este evangelio del reino, esclarecerán finalmente al mundo entero y llevarán gradualmente al divorcio de la política y la religión. La predicación persistente de este evangelio del reino traerá algún día una nueva e increíble liberación, libertad intelectual y libertad religiosa a todas las naciones.
Durante las inminentes persecuciones que sufriréis de parte de los que odian este evangelio de felicidad y libertad, vosotros floreceréis y el reino prosperará. Pero correréis graves peligros en tiempos subsiguientes, cuando la mayoría de la gente hablará bien de los creyentes del reino, y muchos en altas posiciones aceptarán nominalmente el evangelio del reino celestial. Aprended a ser fieles al reino, aun en tiempos de paz y prosperidad. No tentéis a los ángeles que os supervisan a que os conduzcan por inquietantes caminos como una disciplina amante diseñada para salvar vuestras almas que hayan caído en el camino de la fácil comodidad.
Recordad que estáis comisionados para predicar este evangelio del reino —el supremo deseo de hacer la voluntad del Padre combinado con la suprema felicidad de la comprensión mediante la fe de la filiación con Dios— y no debéis permitir que nada desvíe vuestra devoción de este deber único. Que la humanidad toda se beneficie en el desbordamiento de vuestro ministerio espiritual amante, vuestra comunión intelectual esclareciente, vuestro servicio social edificante; pero ninguna de estas labores humanitarias, ni todas éstas, deben tomar el lugar de la proclamación del evangelio. Estas ministraciones poderosas son los efectos sociales secundarios de las ministraciones aun más poderosas y sublimes y transformaciones forjadas en el corazón del creyente del reino por el Espíritu vivo de la Verdad y por la comprensión personal del hecho de que la fe de un hombre nacido del espíritu confiere la certeza de una hermandad viva con el Dios eterno.
No debéis tratar de promulgar la verdad ni de establecer la rectitud por el poder de los gobiernos civiles ni por la vigencia de las leyes seculares. Siempre podéis laborar para persuadir la mente de los hombres, pero no debéis atreveros nunca a forzarles. No debéis olvidar la gran ley de justicia humana que os he enseñado en forma positiva: Cualquiera que sea lo que queréis que los hombres hagan por vosotros, lo mismo haced por ellos.
Cuando un creyente del reino es llamado a servir al gobierno civil, que rinda ese servicio como ciudadano temporal de tal gobierno, en forma tal que ponga en evidencia la manera en que el esclarecimiento espiritual de la asociación ennoblecedora de la mente del hombre mortal con el espíritu residente del Dios eterno eleva los rasgos comunes de la buena ciudadanía. Si resulta que un no creyente puede calificar como un superior servidor civil habrá que investigar seriamente si las raíces de la verdad en vuestro corazón no se han secado por falta del agua viva de la comunión espiritual, combinada con el servicio social. La conciencia de la filiación de Dios debe estimular la entera vida de servicio de todo hombre, mujer y niño que posea tan poderoso estímulo para todos los poderes inherentes de una personalidad humana.
No debéis ser místicos pasivos ni ascetas insulsos; no debéis llegar a ser soñadores ni vagabundos, que confían supinamente en una Providencia ficticia para que provea aun sus necesidades vitales. Debéis en verdad ser tiernos en vuestro trato con los mortales que yerran, pacientes en vuestras relaciones con los ignorantes, serenos cuando se os provoque; pero también debéis ser valientes en la defensa de la rectitud, poderosos en la promulgación de la verdad y enérgicos en la predicación de este evangelio del reino, aun hasta los fines de la tierra.
Este evangelio del reino es una verdad viva. Yo os he dicho que es como levadura en la masa, como el grano de la semilla de mostaza; ahora os declaro que es como la semilla del ser vivo que, de generación en generación, aunque sigue siendo la misma simiente viva, se desarrolla infaliblemente en nuevas manifestaciones y crece aceptablemente en canales de nueva adaptación a las necesidades y condiciones particulares de cada generación sucesiva. La revelación que yo os he hecho es una revelación viva, y deseo que rinda los frutos apropiados en cada individuo y en cada generación de acuerdo con las leyes del crecimiento, el aumento y el desarrollo adaptativo espirituales. De generación en generación este evangelio debe mostrar una vitalidad en aumento y exhibir mayor profundidad de poder espiritual. No debe permitirse que se vuelva meramente un recuerdo sagrado, un mero relato tradicional sobre mí y los tiempos en los que vivimos ahora.
Y no olvidéis: no hemos atacado en forma directa ni las personas ni la autoridad de los que se sientan en el trono de Moisés; tan sólo les ofrecimos la nueva luz, que ellos tan vigorosamente rechazaron. Tan sólo los hemos asaltado con la denuncia de su deslealtad espiritual a las mismas verdades que profesan enseñar y salvaguardar. Tan sólo nos pusimos en conflicto con estos líderes establecidos y potentados reconocidos, cuando se interpusieron directamente en el camino de la predicación del evangelio del reino a los hijos de los hombres. Aun ahora, nosotros no los atacamos, sino que son ellos los que buscan nuestra destrucción. No os olvidéis que estáis comisionados para salir a predicar sólo la buena nueva. No debéis atacar las viejas costumbres; más bien habéis de mezclar hábilmente la levadura de la nueva verdad en la masa de las antiguas creencias. Dejad que el Espíritu de la Verdad realice su obra. Dejad que la controversia se produzca sólo cuando los que desprecian la verdad os fuercen a ello. Pero cuando os ataca el descreído obstinado, no titubeéis en defender vigorosamente la verdad que os ha salvado y santificado.
A lo largo de las vicisitudes de la vida, recordad siempre que debéis amaros unos a los otros. No luchéis con los hombres, ni siquiera con los incrédulos. Manifestad misericordia aun a los que con desprecio os insultan. Mostrad que sois ciudadanos leales, artesanos nobles, vecinos dignos de encomio, parientes devotos, padres comprensivos y creyentes sinceros en la hermandad del reino del Padre. Y mi espíritu estará sobre vosotros, ahora y aun hasta el fin del mundo.
Cuando Jesús hubo concluido sus enseñanzas, era casi la una, y volvieron inmediatamente al campamento, donde David y sus asociados tenían el almuerzo listo para ellos.
Los reinos de este mundo, siendo materiales, pueden enfrentarse con frecuencia con la necesidad de emplear la fuerza física en la ejecución de sus leyes y para mantener el orden. En el reino del cielo, los verdaderos creyentes no recurrirán al empleo de la fuerza física. El reino del cielo, siendo la hermandad espiritual de los hijos de Dios nacidos del espíritu, puede ser promulgado tan sólo por el poder del espíritu. Esta distinción de procedimientos se refiere a las relaciones del reino de los creyentes con los reinos de gobierno secular y no nulifica el derecho que tienen los grupos sociales de creyentes de mantener el orden en sus filas y administrar disciplina a sus miembros díscolos e indeseables.
No hay nada incompatible entre la filiación en el reino espiritual y la ciudadanía del gobierno civil o secular. Es deber del creyente dar al César las cosas que son del César y a Dios, las cosas que son de Dios. No puede haber desavenencia alguna entre esos dos requisitos, siendo uno material y otro espiritual, a menos que sucediera que un César presumiese usurpar las prerrogativas de Dios y demandar que se le rindiese homenaje espiritual y adoración suprema. En tal caso, adoraréis sólo a Dios tratando al mismo tiempo de esclarecer esos líderes terrenales descarriados conduciéndolos de esta manera a ellos también al reconocimiento del Padre en el cielo. No prestaréis adoración espiritual a los gobernantes terrenales; tampoco debéis emplear la fuerza física de gobiernos terrestres, cuyos líderes a la sazón se hayan hecho creyentes para avanzar la misión del reino espiritual.
La filiación en el reino, desde el punto de vista de la civilización en avance, debería ayudaros a volveros ciudadanos ideales de los reinos de este mundo, puesto que la hermandad y el servicio son el pilar del evangelio del reino. El llamado al amor del reino espiritual debería actuar como destructor eficaz del impulso al odio de los ciudadanos descreídos y propensos a las guerras de los reinos terrestres. Pero estos hijos que se preocupan de los bienes materiales y que se hallan en las tinieblas nunca van a saber nada de vuestra luz espiritual de la verdad, a menos que os acerquéis a ellos con ese servicio social altruista que es la consecuencia natural de rendir los frutos del espíritu en la experiencia de vida de cada creyente.
Como hombres mortales y materiales, vosotros sois efectivamente ciudadanos de los reinos terrestres, y deberíais ser buenos ciudadanos, mejores aun por haber renacido como hijos espirituales del reino celestial. Como hijos esclarecidos por la fe y liberados por el espíritu del reino del cielo, os enfrentáis con una doble responsabilidad de deber hacia el hombre y deber hacia Dios, mientras que voluntariamente asumís una tercera y sagrada obligación: el servicio a la hermandad de los creyentes conocedores de Dios.
No debéis adorar a vuestros gobernantes temporales, y no debéis emplear el poder temporal para el adelanto del reino espiritual; pero debéis manifestar a creyentes y no creyentes por igual el ministerio recto del servicio amante. En el evangelio del reino reside el poderoso Espíritu de la Verdad, y dentro de poco yo derramaré ese mismo espíritu sobre todos los seres humanos. Los frutos del espíritu o sea vuestro servicio sincero y amante, son la poderosa palanca social que eleva las razas de las tinieblas, y este Espíritu de la Verdad será vuestro fulcro multiplicador de poder.
Manifestad sabiduría y exhibid sagacidad en vuestro trato con los gobernantes civiles incrédulos. Por discreción, mostraos expertos en solucionar desacuerdos menores y en ajustar interpretaciones erróneas de poca importancia. De toda manera posible —en todo lo que no atañe a vuestra lealtad espiritual a los gobernantes del universo— tratad de vivir en paz con todos los hombres. Sed siempre sabios como serpientes pero inocuos como palomas.
Deberíais volveros ciudadanos mucho mejores del estado secular como resultado de volveros hijos esclarecidos del reino; del mismo modo los gobernantes de los estados terrestres deberían tornarse mejores gobernantes en los asuntos civiles como resultado de la fe en este evangelio del reino celestial. La actitud del servicio altruista a los hombres y la adoración inteligente de Dios hará que todos los creyentes del reino se vuelvan mejores ciudadanos del mundo; al mismo tiempo, la disposición de quedar un ciudadano honesto y la de la devoción sincera a los deberes temporales hará que ese ciudadano sea más receptivo al llamado espiritual de la filiación en el reino celestial.
Hasta tanto traten los gobernantes de los estados terrestres de ejercer la autoridad de dictadores religiosos, los que crean en este evangelio tan sólo podrán esperar dificultades, persecución y aun la muerte. Pero la luz misma que vosotros traéis al mundo, y aun la manera misma en la cual sufriréis y moriréis por este evangelio del reino, esclarecerán finalmente al mundo entero y llevarán gradualmente al divorcio de la política y la religión. La predicación persistente de este evangelio del reino traerá algún día una nueva e increíble liberación, libertad intelectual y libertad religiosa a todas las naciones.
Durante las inminentes persecuciones que sufriréis de parte de los que odian este evangelio de felicidad y libertad, vosotros floreceréis y el reino prosperará. Pero correréis graves peligros en tiempos subsiguientes, cuando la mayoría de la gente hablará bien de los creyentes del reino, y muchos en altas posiciones aceptarán nominalmente el evangelio del reino celestial. Aprended a ser fieles al reino, aun en tiempos de paz y prosperidad. No tentéis a los ángeles que os supervisan a que os conduzcan por inquietantes caminos como una disciplina amante diseñada para salvar vuestras almas que hayan caído en el camino de la fácil comodidad.
Recordad que estáis comisionados para predicar este evangelio del reino —el supremo deseo de hacer la voluntad del Padre combinado con la suprema felicidad de la comprensión mediante la fe de la filiación con Dios— y no debéis permitir que nada desvíe vuestra devoción de este deber único. Que la humanidad toda se beneficie en el desbordamiento de vuestro ministerio espiritual amante, vuestra comunión intelectual esclareciente, vuestro servicio social edificante; pero ninguna de estas labores humanitarias, ni todas éstas, deben tomar el lugar de la proclamación del evangelio. Estas ministraciones poderosas son los efectos sociales secundarios de las ministraciones aun más poderosas y sublimes y transformaciones forjadas en el corazón del creyente del reino por el Espíritu vivo de la Verdad y por la comprensión personal del hecho de que la fe de un hombre nacido del espíritu confiere la certeza de una hermandad viva con el Dios eterno.
No debéis tratar de promulgar la verdad ni de establecer la rectitud por el poder de los gobiernos civiles ni por la vigencia de las leyes seculares. Siempre podéis laborar para persuadir la mente de los hombres, pero no debéis atreveros nunca a forzarles. No debéis olvidar la gran ley de justicia humana que os he enseñado en forma positiva: Cualquiera que sea lo que queréis que los hombres hagan por vosotros, lo mismo haced por ellos.
Cuando un creyente del reino es llamado a servir al gobierno civil, que rinda ese servicio como ciudadano temporal de tal gobierno, en forma tal que ponga en evidencia la manera en que el esclarecimiento espiritual de la asociación ennoblecedora de la mente del hombre mortal con el espíritu residente del Dios eterno eleva los rasgos comunes de la buena ciudadanía. Si resulta que un no creyente puede calificar como un superior servidor civil habrá que investigar seriamente si las raíces de la verdad en vuestro corazón no se han secado por falta del agua viva de la comunión espiritual, combinada con el servicio social. La conciencia de la filiación de Dios debe estimular la entera vida de servicio de todo hombre, mujer y niño que posea tan poderoso estímulo para todos los poderes inherentes de una personalidad humana.
No debéis ser místicos pasivos ni ascetas insulsos; no debéis llegar a ser soñadores ni vagabundos, que confían supinamente en una Providencia ficticia para que provea aun sus necesidades vitales. Debéis en verdad ser tiernos en vuestro trato con los mortales que yerran, pacientes en vuestras relaciones con los ignorantes, serenos cuando se os provoque; pero también debéis ser valientes en la defensa de la rectitud, poderosos en la promulgación de la verdad y enérgicos en la predicación de este evangelio del reino, aun hasta los fines de la tierra.
Este evangelio del reino es una verdad viva. Yo os he dicho que es como levadura en la masa, como el grano de la semilla de mostaza; ahora os declaro que es como la semilla del ser vivo que, de generación en generación, aunque sigue siendo la misma simiente viva, se desarrolla infaliblemente en nuevas manifestaciones y crece aceptablemente en canales de nueva adaptación a las necesidades y condiciones particulares de cada generación sucesiva. La revelación que yo os he hecho es una revelación viva, y deseo que rinda los frutos apropiados en cada individuo y en cada generación de acuerdo con las leyes del crecimiento, el aumento y el desarrollo adaptativo espirituales. De generación en generación este evangelio debe mostrar una vitalidad en aumento y exhibir mayor profundidad de poder espiritual. No debe permitirse que se vuelva meramente un recuerdo sagrado, un mero relato tradicional sobre mí y los tiempos en los que vivimos ahora.
Y no olvidéis: no hemos atacado en forma directa ni las personas ni la autoridad de los que se sientan en el trono de Moisés; tan sólo les ofrecimos la nueva luz, que ellos tan vigorosamente rechazaron. Tan sólo los hemos asaltado con la denuncia de su deslealtad espiritual a las mismas verdades que profesan enseñar y salvaguardar. Tan sólo nos pusimos en conflicto con estos líderes establecidos y potentados reconocidos, cuando se interpusieron directamente en el camino de la predicación del evangelio del reino a los hijos de los hombres. Aun ahora, nosotros no los atacamos, sino que son ellos los que buscan nuestra destrucción. No os olvidéis que estáis comisionados para salir a predicar sólo la buena nueva. No debéis atacar las viejas costumbres; más bien habéis de mezclar hábilmente la levadura de la nueva verdad en la masa de las antiguas creencias. Dejad que el Espíritu de la Verdad realice su obra. Dejad que la controversia se produzca sólo cuando los que desprecian la verdad os fuercen a ello. Pero cuando os ataca el descreído obstinado, no titubeéis en defender vigorosamente la verdad que os ha salvado y santificado.
A lo largo de las vicisitudes de la vida, recordad siempre que debéis amaros unos a los otros. No luchéis con los hombres, ni siquiera con los incrédulos. Manifestad misericordia aun a los que con desprecio os insultan. Mostrad que sois ciudadanos leales, artesanos nobles, vecinos dignos de encomio, parientes devotos, padres comprensivos y creyentes sinceros en la hermandad del reino del Padre. Y mi espíritu estará sobre vosotros, ahora y aun hasta el fin del mundo.
Cuando Jesús hubo concluido sus enseñanzas, era casi la una, y volvieron inmediatamente al campamento, donde David y sus asociados tenían el almuerzo listo para ellos.
domingo, 2 de marzo de 2014
El último día en el campamento.
JESÚS pensaba pasar ese jueves, su último día libre
en la tierra como Hijo Divino
encarnado, con sus apóstoles y unos pocos discípulos leales y devotos. Poco después de la hora del desayuno de esa hermosa mañana, el Maestro los condujo a un sitio retirado a poca distancia, más alto que el campamento, y allí les enseñó muchas nuevas verdades. Aunque Jesús pronunció otros discursos a los apóstoles durante las horas tempranas de la tarde de ese día, esta conversación del jueves por la mañana fue su sermón de despedida al grupo combinado de apóstoles y discípulos elegidos que estaban en el campamento, tanto judíos como gentiles. Los doce estaban todos presentes, excepto Judas. Pedro y varios de los apóstoles mencionaron su ausencia, y algunos de ellos pensaron que Jesús lo había enviado a la ciudad para ocuparse de algún asunto, probablemente para arreglar los detalles de la inminente celebración de la Pascua. Judas no retornó al campamento hasta mediados de la tarde, poco tiempo antes de que Jesús condujera a los doce a Jerusalén para compartir la Última Cena.
encarnado, con sus apóstoles y unos pocos discípulos leales y devotos. Poco después de la hora del desayuno de esa hermosa mañana, el Maestro los condujo a un sitio retirado a poca distancia, más alto que el campamento, y allí les enseñó muchas nuevas verdades. Aunque Jesús pronunció otros discursos a los apóstoles durante las horas tempranas de la tarde de ese día, esta conversación del jueves por la mañana fue su sermón de despedida al grupo combinado de apóstoles y discípulos elegidos que estaban en el campamento, tanto judíos como gentiles. Los doce estaban todos presentes, excepto Judas. Pedro y varios de los apóstoles mencionaron su ausencia, y algunos de ellos pensaron que Jesús lo había enviado a la ciudad para ocuparse de algún asunto, probablemente para arreglar los detalles de la inminente celebración de la Pascua. Judas no retornó al campamento hasta mediados de la tarde, poco tiempo antes de que Jesús condujera a los doce a Jerusalén para compartir la Última Cena.
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