Cuando le llevaron a Jesús la tercera copa
de vino, la «copa de la bendición», se levantó del diván y, tomando la
copa en sus manos, la bendijo, diciendo: «Tomad todos vosotros esta
copa, y bebed de ella. Ésta será la copa de mi conmemoración. Ésta es la
copa de la bendición de una nueva dispensación de gracia y verdad. Ésta
será para vosotros el emblema del don y el ministerio del Espíritu
divino de la Verdad. Yo no beberé otra vez de esta copa con vosotros
hasta que la beba en forma nueva con vosotros en el reino eterno del
Padre».
Todos los apóstoles, mientras bebían de
esta copa de bendición en profunda reverencia y silencio perfecto
sentían que estaba pasando algo fuera de lo ordinario. La vieja Pascua
conmemoraba la salida de los padres, el pasaje, del estado de esclavitud
racial, a libertad individual; ahora, el Maestro instituía una nueva
cena de conmemoración como símbolo de la nueva dispensación en la cual
el individuo esclarecido emerge de las cadenas del ceremonialismo y del
egoísmo al gozo espiritual de la hermandad y la comunidad de los hijos
de la fe liberados del Dios vivo.
Cuando terminaron de beber esta nueva copa
de conmemoración, el Maestro tomó el pan y, después de dar gracias, lo
rompió en pedazos y, diciéndoles que lo pasaran, dijo: «Tomad este pan
de conmemoración y comedlo. Os he dicho que yo soy el pan de la vida.
Este pan de la vida es la vida unida del Padre y del Hijo en un solo
don. El verbo del Padre, tal como es revelado en el Hijo, es en verdad
el pan de la vida». Cuando hubieron compartido el pan de la
conmemoración, el símbolo del verbo vivo de la verdad encarnado en
semejanza de carne mortal, se sentaron.
Al instituir esta cena de conmemoración, el
Maestro recurrió, como siempre fue su costumbre, a las parábolas y a
los símbolos. Empleó símbolos porque quería enseñar ciertas grandes
verdades espirituales de manera tal que resultara difícil a sus
sucesores darles interpretaciones precisas y significados definidos a
sus palabras. De esta manera, trataba de prevenir que las generaciones
venideras cristalizaran sus enseñanzas y vincularan los significados
espirituales con las cadenas muertas de la tradición y del dogma. En el
establecimiento de la única ceremonia o sacramento asociado con toda su
misión en la vida, Jesús hizo grandes esfuerzos por sugerir sus significados más bien que recurrir a definiciones precisas.
No quería destruir el concepto individual de la comunión divina
estableciendo una forma precisa; tampoco deseaba limitar la imaginación
espiritual del creyente, cortándole las alas por el formalismo. Más bien
buscaba liberar el alma renacida del hombre y ponerla en las alas
dichosas de una nueva y viviente libertad espiritual.
A pesar de los esfuerzos del Maestro por
establecer así este nuevo sacramento de conmemoración, los que vinieron
en los siglos sucesivos frustraron su deseo expreso porque este simple
simbolismo espiritual de aquella última noche en la carne ha sido
reducido a interpretaciones precisas y sujeto a la precisión casi
matemática de una fórmula establecida. De todas las enseñanzas de Jesús,
ninguna se ha vuelto tan normalizada por la tradición.
Esta cena de conmemoración, cuando es
compartida por los que son creyentes en el Hijo y conocedores de Dios,
no necesita asociar a su simbolismo ninguna de las interpretaciones
erróneas y pueriles del hombre sobre el significado de la presencia
divina, porque en tales ocasiones el Maestro está realmente presente,
en cada una de estas ocasiones. La cena de conmemoración es el
encuentro simbólico del creyente con Micael. Cuando os tornáis de este
modo conscientes del espíritu, el Hijo está realmente presente, y su
espíritu fraterniza con el fragmento residente de su Padre.
Después de meditar todos ellos por unos
momentos, Jesús continuó hablando: «Cuando hagáis estas cosas, recordad
la vida que he vivido en la tierra entre vosotros y regocijaos de que he
de seguir viviendo en la tierra con vosotros y sirviendo a través de
vosotros. Como individuos, no discutáis entre vosotros quién será el más
grande. Sed todos vosotros como hermanos. Cuando el reino crezca hasta
comprender grandes grupos de creyentes, tratad del mismo modo de no
buscar la grandeza ni la preferencia entre estos grupos.»
Esta poderosa ocasión ocurrió en un
aposento superior en la casa de un amigo. No hubo nada de formalismo
sagrado ni de consagración ceremonial, ni en la cena ni en el edificio.
La cena de conmemoración se estableció sin sanción eclesiástica.
Cuando Jesús hubo así establecido la cena
de conmemoración, dijo a sus apóstoles: «Toda vez que hagáis esto, será
en memoria mía. Cuando me recordéis, pensad primero en mi vida en la
carne, recordad que estuve cierta vez con vosotros y luego, por la fe,
discernid que todos vosotros vendréis alguna vez a cenar conmigo en el
reino eterno del Padre. Esta es la nueva Pascua que os dejo: la memoria
de mi vida autootorgadora, el verbo de la verdad eterna; y la memoria de
mi amor por vosotros, el derramamiento de mi Espíritu de la Verdad
sobre toda la carne».
Y cerraron esta celebración de la vieja
Pascua, pero sin derramamiento de sangre, en relación con la
inauguración de la nueva cena de conmemoración, cantando, todos juntos,
el salmo ciento dieciocho.