Por unos momentos después de que el Maestro
se sentó en su lugar, no se habló una palabra. Jesús los miró a todos
y, aliviando la tensión con una sonrisa, dijo: «Mucho he deseado comer
con vosotros esta Pascua. He deseado comer con vosotros una vez más
antes de mi sufrimiento, y sabiendo que mi hora ha llegado, dispuse hoy
esta cena con vosotros porque, en cuanto al mañana,
estamos en las manos del Padre, cuya voluntad he venido a hacer. No
volveré a comer con vosotros hasta que os sentéis conmigo en el reino
que mi Padre me dará cuando haya terminado aquello para lo cual me envió
a este mundo.»
Después de mezclar el agua y el vino,
trajeron la copa a Jesús quien, cuando la hubo recibido de las manos de
Tadeo, la levantó dando gracias. Y cuando hubo terminado de dar gracias,
dijo: «Tomad esta copa y compartidla entre vosotros, y cuando
compartáis de ésta, percataos de que no volveré a beber con vosotros el
fruto de la vid, puesto que ésta es nuestra última cena. Cuando nos
sentemos nuevamente de esta manera, lo será en el reino venidero».
Jesús así comenzó a hablar a sus apóstoles
porque sabía que su hora había llegado. Comprendía que había llegado el
momento en que tenía que retornar al Padre, y que su obra en la tierra
estaba casi terminada. El Maestro sabía que había revelado el amor del
Padre sobre la tierra y había mostrado su misericordia a la humanidad, y
que había completado aquello para lo cual había venido al mundo, aun
hasta recibir todo poder y autoridad en el cielo y en la tierra. Del
mismo modo sabía que Judas Iscariote ya había resuelto entregarlo esta
noche a las manos de sus enemigos. Se daba cuenta plenamente de que esta
pérfida traición era trabajo de Judas, y que también le había dado
placer a Lucifer, Satanás y Caligastia, el príncipe de las tinieblas.
Pero no temía a ninguno de los que buscaban su caída espiritual, así
como tampoco temía a los que buscaban su muerte física. El Maestro tenía
una sola ansiedad, y ésa era por la seguridad y salvación de sus
seguidores elegidos. Así pues, con el conocimiento pleno de que el Padre
había puesto todas las cosas bajo su autoridad, el Maestro se preparaba
ahora para promulgar la parábola del amor fraterno.