Después de unos pocos minutos de conversación casual, Jesús se puso
de pie y dijo: «Cuando os presenté una parábola indicando de qué manera
debéis estar dispuestos a serviros los unos a los otros, dije que
deseaba daros un nuevo mandamiento; así lo haré ahora que estoy a punto
de dejaros. Vosotros bien conocéis el mandamiento que manda que os améis
los unos a los otros; que ames a tu prójimo como te amas a ti mismo.
Pero no estoy plenamente satisfecho aun con esa devoción sincera por
parte de mis hijos. Quiero que hagáis actos de amor aún más grandes en
el reino de la hermandad creyente. Así pues os doy este nuevo
mandamiento: Que os améis los unos a los otros así como yo os he amado.
Así todos los hombres sabrán que sois mis discípulos, si os amáis de esa
manera.
«Al daros este nuevo mandamiento, no aflijo
vuestra alma con una nueva carga; más bien os traigo nuevo gozo y hago
posible para vosotros la experiencia de un nuevo goce al conocer las
delicias de donar el afecto de vuestro corazón a vuestros semejantes.
Estoy a punto de experimentar la felicidad suprema, aun soportando
exteriormente gran congoja, en el acto de donar mi afecto a vosotros y
vuestros semejantes.
«Cuando os invito a amaros unos a los
otros, así como yo os he amado, os presento la medida suprema del
verdadero afecto, porque el hombre no puede tener mayor amor que éste: el dar la vida por sus
amigos. Y vosotros sois mis amigos; seguiréis siendo mis amigos si tan
sólo estáis dispuestos a hacer lo que yo os he enseñado. Me habéis
llamado Maestro, pero yo no os llamo siervos. Si tan sólo amáis unos a
los otros tal como yo os amo, seréis mis amigos, y yo os hablaré por
siempre de lo que el Padre me revela.
«No es sólo que vosotros me habéis elegido,
sino que yo también os he elegido a vosotros, y os he ordenado para que
salgáis al mundo para rendir el fruto del servicio amante a vuestros
semejantes así como yo he vivido entre vosotros y os he revelado al
Padre. El Padre y yo trabajaremos con vosotros, y vosotros
experimentaréis la divina plenitud de felicidad si obedecéis mi
mandamiento de amaros unos a los otros, aun como yo os he amado a
vosotros».
Si quieres compartir la felicidad del
Maestro, debes compartir su amor. Y compartir su amor significa que has
compartido su servicio. Esa experiencia de amor no te libera de las
dificultades de este mundo; no crea un mundo nuevo, pero con toda
seguridad hace que el viejo mundo resulte nuevo.
Ten en cuenta: Es lealtad, no sacrificio,
lo que demanda Jesús. La conciencia del sacrificio implica la ausencia
de ese afecto sincero que hubiera hecho de ese servicio amante la
felicidad suprema. La idea de deber significa que tienes la
mentalidad del siervo, y por ende te falta el estímulo poderoso de hacer
tu servicio como amigo y para un amigo. El impulso a la amistad
trasciende todas las convicciones del deber, y el servicio a un amigo
para un amigo no puede ser llamado nunca sacrificio. El Maestro enseñó a
los apóstoles que ellos son hijos de Dios. Los ha llamado hermanos, y
ahora, antes de irse, los llama sus amigos.