Luego Jesús volvió a ponerse de pie y continuó
enseñando a sus apóstoles: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el
viñatero. Yo soy la vid, vosotros sois las ramas. El Padre requiere de
mí tan sólo que vosotros rindáis mucho fruto. La vid se poda tan sólo
para multiplicar los frutos de sus ramas. Toda rama que salga de mí, que
no rinda fruto, el Padre la podará. Toda rama que rinda fruto, el Padre
la limpiará para que rinda más fruto. Vosotros ya sois limpios por la
palabra que yo he expresado, pero debéis continuar siendo limpios.
Debéis permanecer en mí, y yo en vosotros; la rama muere si se la separa
de la vid. Como la rama no puede rendir fruto a menos que permanezca en
la vid, así tampoco podéis vosotros rendir fruto de servicio amante a
menos que permanezcáis en mí. Recordad: Yo soy la vid verdadera, y
vosotros sois las ramas vivas. El que vive en mí, y yo en él, rendirá
mucho fruto del espíritu y experimentará la felicidad suprema de dar
esta cosecha espiritual. Si mantenéis esta relación viva espiritual
conmigo, rendiréis abundante fruto. Si permanecéis en mí y mis palabras
viven en vosotros, podréis comulgar libremente conmigo, y entonces mi
espíritu vivo de tal manera os imbuirá que vosotros podéis pedir lo que
mi espíritu desea, y hacer todo esto con la seguridad de que el Padre
nos otorgará nuestra petición. Así es glorificado el Padre: que la vid
tenga muchas ramas vivientes, y que cada rama rinda mucho fruto. Y
cuando el mundo vea estas ramas rendidoras de frutos —mis amigos que se
aman unos a otros, así como yo los amé a ellos— todos los hombres sabrán
que sois verdaderamente mis discípulos.
«Así como el Padre me ha amado, así os he
amado yo. Vivid en mi amor aun como yo vivo en el amor del Padre. Si
hacéis como yo os he enseñado, permaneceréis en mi amor así como yo he
cumplido con la palabra del Padre y por siempre permanezco en su amor».
Los judíos habían enseñado desde hacía
mucho tiempo que el Mesías sería «un brote de la vid» de los antepasados
de David, y en conmemoración de esta antigua enseñanza un gran emblema
de la uva y de su vid decoraba la entrada del templo de Herodes. Todos
los apóstoles recordaron estas cosas mientras el Maestro les hablaba
esta noche en el aposento superior.
Pero gran congoja acompañó más adelante la
interpretación errónea de las inferencias del Maestro sobre la oración.
Habría habido muy poca dificultad en estas enseñanzas si sus palabras
exactas se hubiesen recordado y posteriormente se las hubiera registrado
fielmente. Pero así como se hicieron los registros, los creyentes
llegaron a considerar la oración en nombre de Jesús como una especie de
magia suprema, pensando que recibirían del Padre todo lo que pidieran.
Durante siglos muchas almas honestas han destruido su fe al tropezar con
esta interpretación errónea. ¿Cuánto le llevará al mundo de los
creyentes comprender que la oración no es un proceso para conseguir lo
que uno quiere, sino más bien un programa para aceptar el camino de
Dios, una experiencia de aprendizaje para reconocer y cumplir la
voluntad del Padre? Es enteramente verdad que, cuando tu voluntad esté
verdaderamente aliada con su voluntad podrás pedir todo lo que sea
concebido por esa unión de las voluntades, y te será otorgado. Tal unión
de las voluntades se efectúa por Jesús y a través de él, así como la
vida de la vid fluye por las ramas vivas y a través de éstas.
Cuando existe esta conexión viva entre
divinidad y humanidad, si la humanidad impensadamente y en forma
ignorante ora para obtener comodidades egoístas y alcances
vanagloriosos, tan sólo puede haber una respuesta divina: mayor
rendimiento de los frutos del espíritu en las ramas vivas. Cuando la
rama de la vid está viva, tan sólo puede haber una respuesta a todas sus
peticiones: más y más uvas. En efecto, la rama existe para rendir
frutos, y no puede hacer sino rendir uvas. Así, el verdadero creyente
existe tan sólo para el propósito de rendir los frutos del espíritu:
amar a los hombres como él mismo ha sido amado por Dios —que nos amemos
los unos a los otros, así como Jesús nos ha amado a nosotros.
Y cuando la mano de la disciplina del Padre
se apoya sobre la vid, lo hace con amor para que las ramas puedan
rendir mucho fruto. El viñatero sabio tan sólo poda las ramas muertas y
las que no rinden frutos.
Jesús tuvo gran dificultad en inculcar aun
en sus apóstoles que reconocieran que la oración es una función de los
creyentes nacidos del espíritu en el reino dominado por el espíritu.