«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

viernes, 21 de marzo de 2014

Después del almuerzo.

No muchos de los oyentes del Maestro pudieron comprender tan siquiera una parte de su disertación matutina. De todos los que lo oyeron, los griegos fueron los que más comprendieron. Aun los once apóstoles estaban confundidos por sus alusiones a futuros reinos políticos y a generaciones sucesivas de creyentes en el reino. Los seguidores más devotos de Jesús no podían reconciliar el fin inminente de su ministerio terrenal con estas referencias a un futuro lejano de actividades evangelísticas. Algunos de estos creyentes judíos estaban comenzando a percibir que estaba a punto de ocurrir la mayor tragedia de la tierra, pero no podían reconciliar tal desastre inminente ni con la actitud personal alegremente indiferente del Maestro, ni con su discurso matutino, en el cual aludió repetidas veces a transacciones futuras del reino celestial, que parecía abarcar amplios períodos de tiempo y comprendía relaciones con muchos y sucesivos reinos temporales en la tierra.
      
Para el mediodía de ese día todos los apóstoles y discípulos se habían enterado de la apresurada fuga de Lázaro desde Betania. Comenzaron a percibir la amarga determinación de los dirigentes judíos, decididos a exterminar a Jesús y sus enseñanzas.
     
David Zebedeo, mediante el trabajo de sus agentes secretos en Jerusalén, tenía información detallada sobre el progreso del plan de arrestar y matar a Jesús. Sabía plenamente el papel que representaba Judas en este complot, pero nunca reveló este conocimiento a los demás apóstoles ni a ninguno de los discípulos. Poco después del almuerzo, condujo a Jesús aparte, atreviéndose a preguntarle si él sabía —pero no pudo continuar su pregunta. El Maestro, levantando la mano, le interrumpió diciendo: «Si, David, lo sé todo, y sé que tú sabes, pero asegúrate de no decírselo a ningún hombre. Solamente, no dudes en tu corazón de que al fin triunfará la voluntad de Dios».
      
Esta conversación con David fue interrumpida por la llegada de un mensajero de Filadelfia que traía la noticia de que Abner había oído hablar de un complot para matar a Jesús y preguntaba si debía ir a Jerusalén. Este correo salió de prisa hacia Filadelfia con este mensaje para Abner: «Continúa con tu obra. Si yo te abandono en la carne, es sólo para que pueda retornar en el espíritu. No te abandonaré. Estaré contigo hasta el fin».
      
Alrededor de este momento Felipe se acercó al Maestro y preguntó: «Maestro, ya que la hora de la Pascua se acerca, ¿dónde quieres tú que nos preparemos para comer la cena?» Cuando Jesús oyó la pregunta de Felipe respondió: «Vete, trae a Pedro y a Juan, y os daré instrucciones sobre la cena que vamos a comer juntos esta noche. En cuanto a la Pascua, eso deberéis considerarlo después que hayamos hecho esto».
     
Cuando Judas oyó al Maestro hablando con Felipe sobre estos asuntos, se acercó para escuchar su conversación. Pero David Zebedeo, que estaba cerca, se le acercó y empezó con él una conversación, mientras Felipe, Pedro y Juan se apartaron para hablar con el Maestro.
     
Dijo Jesús a los tres: «Id inmediatamente a Jerusalén, y al entrar por la puerta encontraréis a un hombre que lleva un cántaro de agua. El os hablará y vosotros lo seguiréis. Cuando os conduzca a cierta casa, entrad detrás de él y decid al buen amo de esa casa: `¿Dónde está el aposento donde el Maestro va a comer la cena con sus apóstoles?' Cuando hayáis preguntado así, este señor de la casa os mostrará un gran aposento arriba ya dispuesto y listo para nosotros».
      
Cuando los apóstoles llegaron a la ciudad se encontraron con el hombre que llevaba el cántaro de agua junto a la puerta y lo siguieron hasta la casa de Juan Marcos, donde el padre del muchacho los encontró y les mostró el aposento de arriba listo para la cena.
     
Y todo esto ocurrió como resultado de un acuerdo al que habían llegado el Maestro y Juan Marcos el día anterior cuando se encontraban a solas en las colinas. Jesus quería estar seguro de que tendría esta última cena con sus apóstoles sin interrupciones y creyendo que si Judas conociera de antemano el lugar de encuentro dispondría con sus enemigos que lo arrestaran, hizo este arreglo secreto con Juan Marcos. Así pues, Judas no supo del lugar de encuentro hasta más tarde cuando llegó allí en compañía de Jesús y de los otros apóstoles.
     
David Zebedeo tenía muchas transacciones que discutir con Judas de modo que le resultó fácil impedir que siguiera a Pedro, Juan y Felipe, como deseaba hacerlo. Cuando Judas dio a David cierta suma de dinero para las provisiones, David le dijo: «Judas ¿no estaría bien, bajo las circunstancias, proveerme de un poco de dinero aun antes de que surjan las necesidades?» Después de reflexionar Judas un momento, respondió: «Sí, David, pienso que sería sensato. De hecho, en vista de las difíciles condiciones en Jerusalén, pienso que sería mejor que yo te diera a ti todo el dinero. Hay un complot contra el Maestro, y en caso de que pudiera sucederme algo a mí, no quedaríais desamparados». 

Así pues David recibió todos los fondos apostólicos en efectivo y los recibos del dinero en depósito. Los apóstoles no supieron de esta transacción hasta la noche del día siguiente.
     
Fue a eso de las cuatro y media cuando los tres apóstoles retornaron e informaron a Jesús que todo estaba dispuesto para la cena. El Maestro se preparó inmediatamente para conducir a sus doce apóstoles por el sendero del camino a Betania, y de allí a Jerusalén. Este fue el último viaje que hizo con los doce.