No muchos de los oyentes del Maestro pudieron comprender tan siquiera
una parte de su disertación matutina. De todos los que lo oyeron, los
griegos fueron los que más comprendieron. Aun los once apóstoles estaban
confundidos por sus alusiones a futuros reinos políticos y a
generaciones sucesivas de creyentes en el reino. Los seguidores más
devotos de Jesús no podían reconciliar el fin inminente de su ministerio
terrenal con estas referencias a un futuro lejano de actividades
evangelísticas. Algunos de estos creyentes judíos estaban comenzando a
percibir que estaba a punto de ocurrir la mayor tragedia de la tierra,
pero no podían reconciliar tal desastre inminente ni con la actitud
personal alegremente indiferente del Maestro, ni con su discurso
matutino, en el cual aludió repetidas veces a transacciones futuras del
reino celestial, que parecía abarcar amplios períodos de tiempo y
comprendía relaciones con muchos y sucesivos reinos temporales en la
tierra.
Para el mediodía de ese día todos los
apóstoles y discípulos se habían enterado de la apresurada fuga de
Lázaro desde Betania. Comenzaron a percibir la amarga determinación de
los dirigentes judíos, decididos a exterminar a Jesús y sus enseñanzas.
David Zebedeo, mediante el trabajo de sus
agentes secretos en Jerusalén, tenía información detallada sobre el
progreso del plan de arrestar y matar a Jesús. Sabía plenamente el papel
que representaba Judas en este complot, pero nunca reveló este conocimiento a los demás
apóstoles ni a ninguno de los discípulos. Poco después del almuerzo,
condujo a Jesús aparte, atreviéndose a preguntarle si él sabía —pero no
pudo continuar su pregunta. El Maestro, levantando la mano, le
interrumpió diciendo: «Si, David, lo sé todo, y sé que tú sabes, pero
asegúrate de no decírselo a ningún hombre. Solamente, no dudes en tu
corazón de que al fin triunfará la voluntad de Dios».
Esta conversación con David fue
interrumpida por la llegada de un mensajero de Filadelfia que traía la
noticia de que Abner había oído hablar de un complot para matar a Jesús y
preguntaba si debía ir a Jerusalén. Este correo salió de prisa hacia
Filadelfia con este mensaje para Abner: «Continúa con tu obra. Si yo te
abandono en la carne, es sólo para que pueda retornar en el espíritu. No
te abandonaré. Estaré contigo hasta el fin».
Alrededor de este momento Felipe se acercó
al Maestro y preguntó: «Maestro, ya que la hora de la Pascua se acerca,
¿dónde quieres tú que nos preparemos para comer la cena?» Cuando Jesús
oyó la pregunta de Felipe respondió: «Vete, trae a Pedro y a Juan, y os
daré instrucciones sobre la cena que vamos a comer juntos esta noche. En
cuanto a la Pascua, eso deberéis considerarlo después que hayamos hecho
esto».
Cuando Judas oyó al Maestro hablando con
Felipe sobre estos asuntos, se acercó para escuchar su conversación.
Pero David Zebedeo, que estaba cerca, se le acercó y empezó con él una
conversación, mientras Felipe, Pedro y Juan se apartaron para hablar con
el Maestro.
Dijo Jesús a los tres: «Id inmediatamente a
Jerusalén, y al entrar por la puerta encontraréis a un hombre que lleva
un cántaro de agua. El os hablará y vosotros lo seguiréis. Cuando os
conduzca a cierta casa, entrad detrás de él y decid al buen amo de esa
casa: `¿Dónde está el aposento donde el Maestro va a comer la cena con
sus apóstoles?' Cuando hayáis preguntado así, este señor de la casa os
mostrará un gran aposento arriba ya dispuesto y listo para nosotros».
Cuando los apóstoles llegaron a la ciudad
se encontraron con el hombre que llevaba el cántaro de agua junto a la
puerta y lo siguieron hasta la casa de Juan Marcos, donde el padre del
muchacho los encontró y les mostró el aposento de arriba listo para la
cena.
Y todo esto ocurrió como resultado de un
acuerdo al que habían llegado el Maestro y Juan Marcos el día anterior
cuando se encontraban a solas en las colinas. Jesus quería estar seguro
de que tendría esta última cena con sus apóstoles sin interrupciones y
creyendo que si Judas conociera de antemano el lugar de encuentro
dispondría con sus enemigos que lo arrestaran, hizo este arreglo secreto
con Juan Marcos. Así pues, Judas no supo del lugar de encuentro hasta
más tarde cuando llegó allí en compañía de Jesús y de los otros
apóstoles.
David Zebedeo tenía muchas transacciones
que discutir con Judas de modo que le resultó fácil impedir que siguiera
a Pedro, Juan y Felipe, como deseaba hacerlo. Cuando Judas dio a David
cierta suma de dinero para las provisiones, David le dijo: «Judas ¿no
estaría bien, bajo las circunstancias, proveerme de un poco de dinero
aun antes de que surjan las necesidades?» Después de reflexionar Judas
un momento, respondió: «Sí, David, pienso que sería sensato. De hecho,
en vista de las difíciles condiciones en Jerusalén, pienso que sería
mejor que yo te diera a ti todo el dinero. Hay un complot contra el
Maestro, y en caso de que pudiera sucederme algo a mí, no quedaríais
desamparados».
Así pues David recibió todos los fondos
apostólicos en efectivo y los recibos del dinero en depósito. Los
apóstoles no supieron de esta transacción hasta la noche del día
siguiente.
Fue a eso de las cuatro y media cuando los
tres apóstoles retornaron e informaron a Jesús que todo estaba dispuesto
para la cena. El Maestro se preparó inmediatamente para conducir a sus
doce apóstoles por el sendero del camino a Betania, y de allí a
Jerusalén. Este fue el último viaje que hizo con los doce.