Poco después de que fuera Jesús entregado a los soldados romanos al
fin de la audiencia ante Pilato, un grupo de guardianes del templo se
dirigió de prisa a Getsemaní para dispersar o arrestar a los seguidores
del Maestro. Pero mucho antes de su llegada, estos seguidores se habían
dispersado. Los apóstoles se habían retirado a lugares designados para
ocultarse; los griegos se habían separado y se habían dirigido a
distintas casas en Jerusalén; los demás discípulos habían desaparecido
del mismo modo. David Zebedeo creía que los enemigos de Jesús
retornarían; por lo tanto en seguida quitó unas cinco o seis tiendas en
la parte alta de la hondonada, junto al sitio al que tan frecuentemente
el Maestro se retiraba para orar y adorar. Aquí él pensaba ocultarse y
al mismo tiempo mantener un centro, o estación coordinadora, para sus
servicios de mensajería. Apenas David había abandonado el campamento,
cuando llegaron los guardianes del templo. Como no encontraron allí a
nadie, se conformaron con incendiar el campamento y luego se apresuraron
a volver al templo. Al escuchar su informe, el sanedrín estuvo
satisfecho de que los seguidores de Jesús estaban tan totalmente
asustados y preocupados que ya no habría peligro de revueltas ni intento
alguno de rescatar a Jesús de las manos de sus ajusticiadores. Por fin
pudieron respirar en paz, y así levantaron la sesión, y cada uno fue a
prepararse para la Pascua.
Tan pronto como Pilato entregó a Jesús a
los soldados romanos para su crucifixión, un mensajero se fue de prisa a
Getsemaní para informar a David, y a los cinco minutos ya habían
corredores camino de Betsaida, Pella, Filadelfia, Sidón, Siquem, Hebrón,
Damasco y Alejandría. Todos estos mensajeros llevaban la noticia de que Jesús estaba a punto de ser crucificado por los romanos por pedido insistente de los potentados de los judíos.
A lo largo de este día trágico, hasta que
finalmente llegó el mensaje de que el Maestro había sido colocado en el
sepulcro, David envió mensajeros aproximadamente cada media hora con
informes para los apóstoles, los griegos, y la familia terrenal de
Jesús, reunida en la casa de Lázaro en Betania. Cuando los mensajeros
partieron con la noticia de que Jesús había sido sepultado, David
despidió a su cuerpo de corredores locales para la celebración de la
Pascua y para el sábado de reposo, con instrucciones de que volvieran a
él en secreto el domingo por la mañana, concurriendo a la casa de
Nicodemo, en donde pensaba esconderse por unos días con Andrés y Simón
Pedro.
Este David Zebedeo de mente tan peculiar
fue el único de los principales discípulos de Jesús que tomó
literalmente y como cosa normal la declaración del Maestro de que él
moriría y «resucitaría al tercer día». David le había escuchado una vez
esta predicción y, siendo de mente literal, se proponía reunir a sus
mensajeros el domingo por la mañana temprano en la casa de Nicodemo,
para que estuvieran disponibles para difundir la noticia, en caso de que
Jesús se levantara de los muertos. Pronto descubrió David que ninguno
de los seguidores de Jesús esperaba que él volviese tan pronto de la
tumba; por lo tanto, poco dijo de su creencia, y nada sobre la
movilización de sus mensajeros para el domingo por la mañana temprano,
excepto a los corredores que habían sido enviados en la mañana del
viernes a ciudades y centros de creyentes distantes.
Así pues estos seguidores de Jesús,
dispersados por todo Jerusalén y sus alrededores, esa noche compartieron
la Pascua y al día siguiente permanecieron en retiro.