Junto a la cruz estuvieron en distintos momentos de la crucifixión María, Ruth, Judá, Juan, Salomé (la madre de Juan), y un grupo de mujeres, sinceras creyentes, que incluía a María la mujer de Clopas y la hermana de la madre de Jesús, a María Magdalena, y a Rebeca, anteriormente de Séforis. Estos y otros amigos de Jesús se mantuvieron en silencio, prsesenciando su gran paciencia y fortaleza y contemplando sus intensos sufrimientos.
Muchos de los que pasaban por ahí meneaban la cabeza y, burlándose de él, decían: «Tú que destruirías el templo y lo volverías a edificar en tres días, sálvate. Si eres el Hijo de Dios, ¿por qué no te bajas de tu cruz?» De la misma manera algunos de los líderes de los judíos se mofaban de él diciendo: «Salvó a otros, pero no se puede salvar a sí mismo». Otros decían: «Si eres el rey de los judíos, bájate de la cruz, y entonces creeremos en ti». Y más tarde se burlaron aun más, diciendo: «El confió en que Dios le libraría. Aun afirmó ser el Hijo de Dios —miradlo ahora— crucificado entre dos ladrones». Hasta los dos ladrones también se burlaban de él y lo reprochaban.
Como Jesús no respondía nada a sus burlas, y puesto que se estaba acercando el mediodía de este día especial de preparación, a eso de las once y media la mayoría de la multitud jocosa y vituperante se había ido por su camino; permanecieron allí menos de cincuenta personas. Los soldados se dispusieron a comer y beber su vino barato y agrio, preparándose para la larga vigilia de la muerte. Al compartir su vino, burlonamente brindaron a Jesús, diciendo: «¡Salud y buena fortuna! Al rey de los judíos». Y se asombraron ante la reacción tolerante del Maestro a sus burlas y mofas.
Cuando Jesús los vio comer y beber, bajó la mirada hacia ellos y dijo: «Tengo sed». Al oír el capitán de los guardias a Jesús decir «tengo sed», le llevó un poco del vino de su botella y, colocando una esponja saturada en el extremo de una jabalina, la levantó hasta Jesús para que se pudiese humedecer los labios resecos.
Jesús se había propuesto vivir sin recurrir a sus poderes sobrenaturales y del mismo modo eligió morir como un mortal común y corriente en la cruz. Había vivido como un hombre, y quería morir como un hombre —haciendo la voluntad del Padre.