Pilato, temblando de emoción temerosa, se sentó
al lado de Jesús, y le preguntó: «¿De dónde vienes? Realmente, ¿quién
eres tú? ¿Qué es esto que dicen ellos, que tú eres el Hijo de Dios?
Pero Jesús no podía contestar estas
preguntas planteadas por un juez temeroso de los hombres, un juez débil y
vacilante que tan injustamente lo hizo azotar aun cuando le había
declarado inocente de todo delito, y antes de haber sido debidamente
sentenciado a muerte. Jesús miró directamente a los ojos a Pilato, pero
no le contestó. Entonces dijo Pilato: «¿Te niegas a hablarme? ¿No te das
cuenta que aún tengo autoridad para soltarte o crucificarte?». Entonces
dijo Jesús: «Ninguna autoridad tendrías tú sobre mí si no fuese dada de
arriba. No puedes ejercer autoridad alguna sobre el Hijo del Hombre a
menos que el Padre en el cielo lo permita. Pero tú no tienes tanta culpa
puesto que eres ignorante del evangelio. El que me traicionó y el que
me entregó a ti, el pecado de ellos es mayor».
Esta última conversación con Jesús
aterrorizó del todo a Pilato. Este cobarde moral y débil juez estaba
ahora bajo el doble peso del temor supersticioso de Jesús y del temor
mortal de los líderes judíos.
Nuevamente Pilato apareció ante el gentío
diciendo: «Estoy seguro de que este hombre es tan sólo un ofensor
religioso. Deberíais tomarlo y juzgarlo por vuestra ley. ¿Por qué
esperáis que yo consienta con su muerte por haber él transgredido
vuestras tradiciones?»
Pilato estaba casi listo para soltar a
Jesús cuando Caifás, el sumo sacerdote, se acercó al cobarde juez romano
y, sacudiendo un dedo vengativo en la cara de Pilato, dijo con palabras
airadas que toda la multitud podía oír: «Si sueltas a este hombre, no
eres amigo del César, y yo me aseguraré de que el emperador se entere de
todo». Esta amenaza pública fue demasiado para Pilato, el temor por su
fortuna individual eclipsó en ese momento toda otra consideración, y el
cobarde gobernador ordenó que Jesús fuera traído ante el asiento del
juez. Mientras el Maestro estaba allí frente a ellos, Pilato lo señaló
con el dedo y dijo burlonamente: «He aquí vuestro rey». Y los judíos
respondieron: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!» Y entonces Pilato dijo, con
mucha ironía y sarcasmo: «¿Es que debo crucificar a vuestro rey?» Y los
judíos respondieron: «Sí, ¡crucifícalo! No tenemos más rey que al
César». Entonces Pilato se dio cuenta de que no había esperanza alguna
de salvar a Jesús, puesto que no estaba dispuesto él a desafiar a los
judíos.