No existe una relación directa entre la muerte de Jesús y la Pascua
judía. Es verdad que el Maestro entregó su vida en la carne en este día,
el día de preparación para la Pascua judía, y alrededor de la hora en
que se sacrificaba los corderos pascuales en el templo. Pero este
acontecimiento coincidente no indica de ninguna manera que la muerte del
Hijo del Hombre en la tierra tenga relación alguna con el sistema
sacrificatorio judío. Jesús era judío, pero como Hijo del Hombre era un
mortal de los reinos. Los acontecimientos ya narrados que condujeron a
esta hora de crucifixión inminente del Maestro son suficientes para
indicar que su muerte aproximadamente en ese momento fue un asunto
puramente natural y en manos de los hombres.
Fue el hombre y no Dios quien planeó y ejecutó la muerte de Jesús en la
cruz. Es verdad que el Padre se negó a interferir en la marcha de los
acontecimientos humanos en Urantia, pero el Padre en el Paraíso no
decretó, no demandó, ni requirió la muerte de su Hijo de la manera como
se la llevó a cabo en la tierra. Es un hecho que de alguna forma, tarde o
temprano, Jesús habría tenido que despojarse de su cuerpo mortal, dando
fin a su encarnación, pero podría haberlo hecho de maneras incontables,
sin morir en una cruz entre dos ladrones. Todo esto fue obra del
hombre, no de Dios.
A la hora del bautismo del Maestro, él ya había cumplido con la técnica
de la experiencia requisita en la tierra y en la carne, necesaria para
que concluyera su séptimo y último autootorgamiento en el universo. Se
cumplió en este mismo momento el deber de Jesús en la tierra. Toda la
vida que vivió después de eso, y aun la forma de su muerte, fue un
ministerio puramente personal de su parte para bienestar y elevación de
las criaturas mortales en este mundo y en otros mundos.
El evangelio de la buena nueva de que el hombre mortal puede, por la
fe, llegar a ser consciente espiritualmente de que él es hijo de Dios,
no depende de la muerte de Jesús. Es verdad, en efecto, que este
evangelio del reino ha sido enormemente iluminado por la muerte del
Maestro, pero lo fue aun más por su vida.
Todo lo que el Hijo del Hombre dijo o hizo en la tierra embelleció
grandemente las doctrinas de la filiación con Dios y de la hermandad de
los hombres, pero estas relaciones esenciales de Dios y de los hombres
son inherentes en los hechos universales del amor de Dios por sus
criaturas y de la misericordia innata de sus Hijos divinos. Estas
relaciones conmovedoras y divinamente hermosas entre el hombre y su
Hacedor en este mundo y en todos los otros a lo largo y a lo ancho del
universo de los universos, han existido desde la eternidad; y no son en
sentido alguno dependientes de esas actuaciones periódicas de
autootorgamiento de los Hijos Creadores de Dios, quienes así toman la
naturaleza y semejanza de las inteligencias creadas por ellos, como
parte del precio que deben pagar para adquirir finalmente la soberanía
ilimitada de sus respectivos universos locales.
El Padre en el cielo amaba de igual manera al hombre mortal en la
tierra antes de la vida y muerte de Jesús en Urantia que después de esta
exhibición trascendental de asociación de hombre y Dios. Esta poderosa
transacción de la encarnación del Dios de Nebadon como hombre en Urantia
no podía aumentar los atributos del Padre eterno, infinito y universal,
pero sí enriqueció y esclareció a todos los demás administradores y
criaturas del universo de Nebadon. Aunque el Padre en el cielo no nos
ama más por esta encarnación de Micael, todas las demás inteligencias
celestiales sí lo hacen. Y esto se debe a que Jesús reveló, no solamente
a Dios al hombre, sino asimismo hizo una nueva revelación del hombre a
los Dioses y a las inteligencias celestiales del universo de los
universos.
Jesús no está a punto de morir como sacrificio por el pecado. El no
expía la culpa moral innata de la raza humana. La humanidad no tiene tal
culpa racial ante Dios. La culpa es puramente una cuestión de pecado
personal y rebeldía deliberada y de sabiendas contra la voluntad del
Padre y la administración de sus Hijos.
El pecado y la rebelión nada tienen que ver con el plan fundamental de
autootorgamientos de los Hijos de Dios Paradisiacos, aunque nos parezca
que el plan de salvación es una característica provisional del plan
autootorgador.
La salvación de Dios para los mortales de Urantia habría sido
igualmente eficaz y perfectamente certera si Jesús no hubiese sido
puesto a muerte por las manos crueles de mortales ignorantes. Si los
mortales de la tierra hubieran recibido favorablemente al Maestro y si
él hubiera partido de Urantia por abandono voluntario de su vida en la
carne, el hecho del amor de Dios y de la misericordia del Hijo —el hecho
de la filiación con Dios— de ninguna manera habría sido afectado.
Vosotros los mortales sois hijos de Dios, y sólo una cosa se requiere
para que esta verdad se vuelva un hecho en vuestra experiencia personal,
y ésa es: vuestra fe nacida del espíritu.