Camino a Judea, Jesús iba seguido de un grupo de casi cincuenta
amigos y enemigos. Durante el almuerzo del mediodía, el día miércoles,
habló a sus apóstoles y a este grupo de seguidores sobre los «Términos
de la salvación»; y al fin de esta lección relató la parábola del
fariseo y el publicano (un recolector de impuestos). Dijo Jesús: «Veis
pues que el Padre otorga salvación a los hijos de los hombres, y esta
salvación es un don para todos los que tienen la fe necesaria para
recibir la filiación en la familia divina. No hay nada que el hombre
pueda hacer para merecer esta salvación. Las obras de mojigatería no
compran el favor de Dios, las oraciones públicas no expían la falta de
fe viviente en el corazón. Podréis engañar a los hombres con vuestro
servicio exterior, pero Dios mira dentro de vuestra alma. Lo que yo os
digo está bien ilustrado por dos hombres que fueron a orar al templo, el
uno un fariseo, y el otro un publicano. El fariseo estuvo de pie y oró
para sí mismo: `Dios, doy gracias porque no soy como los demás hombres,
que son extorsionadores, ignorantes, injustos, adúlteros o aun como este
publicano. Yo ayuno dos veces por semana; doy diezmos de todo lo que
gano'. Pero el publicano, parado a la distancia, ni siquiera se atrevió a
levantar los ojos al cielo, sino que golpeándose el pecho dijo, `Dios,
ten compasión de este pecador'. Yo os digo que el publicano se fue a
casa con la aprobación de Dios, más bien que el fariseo, pues el que se
exalta a sí mismo será humillado, pero el que se humilla será exaltado».
Esa noche en Jericó, los fariseos hostiles
trataron de hacer caer al Maestro en una trampa, enredándolo en
discusiones sobre el matrimonio y el divorcio, así como lo habían hecho
otros cierta vez en Galilea, pero Jesús hábilmente evitó sus esfuerzos
de ponerlo en conflicto con sus leyes relativas al divorcio. Así como el
publicano y el fariseo ilustraban la buena religión y la mala religión,
sus prácticas de divorcio servían para contrastar las mejores leyes
matrimoniales del código judío con la laxitud condenable de la
interpretación farisea de estos estatutos mosaicos del divorcio. El
fariseo se juzgaba a sí mismo por la norma más baja; el publicano se
medía por el ideal más alto. La devoción, para el fariseo, era una
manera de inducir una inactividad santurrona y la confianza en una falsa
seguridad espiritual; la devoción, para el publicano, era una manera de
estimular el alma a la comprensión de la necesidad de arrepentimiento,
confesión y aceptación, por la fe, del perdón misericordioso. El fariseo
buscaba justicia; el publicano buscaba misericordia. La ley del
universo es: pide y recibirás; busca y encontrarás.
Aunque Jesús se negó a participar en
controversias con los fariseos sobre el divorcio, sí proclamó una
enseñanza positiva de los ideales más altos del matrimonio. Exaltó el
matrimonio como la relación más elevada e ideal de todos los enlaces
humanos. Asimismo sugirió su desaprobación intensa de las prácticas
laxas e injustas de divorcio aplicadas por los judíos de Jerusalén, que
en esa época permitían que el hombre divorciara a su esposa
por las razones más insignificantes, como por ejemplo porque no cocinaba
bien, porque no era buena ama de casa, o simplemente porque se había
enamorado de una mujer más hermosa.
Los fariseos aun habían llegado a enseñar
que esta fácil variedad de divorcio era una dispensación especial,
otorgada al pueblo judío, a los fariseos en particular. Por eso, aunque
Jesús se negó a hacer declaraciones sobre el matrimonio y el divorcio,
denunció con la mayor amargura estas burlas vergonzosas de la relación
matrimonial y señaló su injusticia para con las mujeres y los niños.
Nunca sancionó práctica alguna de divorcio que otorgara al hombre
ventajas sobre la mujer; el Maestro tan sólo aprobaba aquellas
enseñanzas que otorgaban igualdad entre mujeres y hombres.
Aunque Jesús no ofreció nuevos mandatos
para el matrimonio y el divorcio, urgió a los judíos a que cumplieran
con sus propias leyes y con sus enseñanzas más elevadas. Apeló
constantemente a las Escrituras en su esfuerzo por mejorar las prácticas
de ellos en estos asuntos sociales. Jesús supo subrayar los conceptos
más elevados e idealistas del matrimonio, evitando hábilmente el debate
con sus interrogadores sobre las prácticas sociales representadas tanto
por las leyes escritas como por sus muy amados privilegios de divorcio.
Era muy difícil para los apóstoles
comprender la renuencia del Maestro a hacer declaraciones positivos
sobre los problemas científicos, sociales, económicos y políticos. No
entendían plenamente que su misión terrenal estaba exclusivamente
dedicada a la revelación de las verdades espirituales y religiosas.
Después de hablar Jesús así sobre el
matrimonio y el divorcio, más tarde, esa noche, sus apóstoles le
hicieron privadamente muchas preguntas adicionales, y las respuestas a
estas preguntas liberaron la mente de ellos de muchas interpretaciones
incorrectas. Al final de esta conferencia, Jesús dijo: «El matrimonio es
loable y todos los hombres lo deberían desear. El hecho de que el Hijo
del Hombre cumpla solo su misión terrenal, no debe de ninguna manera
reflejarse en forma negativa sobre la deseabilidad del matrimonio. Es
voluntad del Padre que yo trabaje de esta manera, pero el mismo Padre ha
ordenado la creación del hombre y de la mujer, y es voluntad divina que
los hombres y las mujeres encuentren su servicio más elevado y regocijo
consiguiente en el establecimiento del hogar para recibir y criar a los
hijos, en cuya creación estos padres se asocian con los Hacedores del
cielo y de la tierra. Por esta causa el hombre dejará a padre y madre
para unirse con su esposa, y los dos llegarán a ser uno solo».
De esta manera liberó Jesús la mente de los
apóstoles de muchas preocupaciones sobre el matrimonio y aclaró muchas
interpretaciones erróneas sobre el divorcio; al mismo tiempo, hizo mucho
por exaltar sus ideales de unión social e incrementar el respeto de
ellos para con las mujeres, los niños y el hogar.