Después de pasar Jesús unos momentos consolando a Marta y María,
apartados de los demás, les preguntó: «¿Adónde lo habéis puesto?»
Entonces Marta dijo: «Ven y verás». Mientras el Maestro seguía en
silencio a las dos sufrientes hermanas, lloró. Cuando los amigos
judíos que los seguían vieron sus lágrimas, uno de ellos dijo: «Mirad
cómo lo amaba él. ¿Acaso el que abriera los ojos de un ciego no podría
haber prevenido la muerte de este hombre?» En ese momento ya se
encontraban de pie frente al sepulcro familiar, que era una pequeña
cueva natural o declive en el reborde de la roca que se levantaba unos
diez metros en el extremo más alejado del jardín.
Es difícil explicar a la mente humana por
qué lloró Jesús. Aunque tenemos acceso al registro de las emociones
humanas combinadas con el pensamiento divino, como se anotan en la mente
del Ajustador Personalizado, no estamos completamente seguros de la
causa real de las manifestaciones emocionales. Nos inclinamos a creer
que Jesús lloró debido a una cantidad de pensamientos y sentimientos que
pasaban por su mente en ese momento, tales como:
1.
Sentía una compasión genuina y dolorosa por Marta y María; tenía un
afecto humano profundo y real por estas hermanas que habían perdido a su
hermano.
2.
Su mente se perturbó por la presencia de la multitud de plañideros,
algunos sinceros, otros meramente fingidos. Siempre resentía él estas
exteriorizaciones de pesar. Sabía que las hermanas amaban a su hermano y
tenían fe en la sobrevivencia de los creyentes. Estas emociones
conflictivas posiblemente expliquen por qué lloraba al acercarse a la
tumba.
3.
Verdaderamente titubeó antes de traer a Lázaro de vuelta a la vida
mortal. Sus hermanas en verdad lo necesitaban, pero Jesús lamentaba
tener que traer de vuelta a su amigo para que experimentara la amarga
persecución que sabía que Lázaro habría de sufrir como resultado de
protagonizar la más grande de las demostraciones de poder divino del
Hijo del Hombre.
Ahora podemos relatar un hecho interesante e
instructivo: aunque esta narrativa se desarrolla como un conjunto
aparentemente natural y normal de acontecimientos humanos, tiene ciertas
manifestaciones colaterales sumamente interesantes. Cuando el mensajero
fue adonde Jesús el domingo para decirle de la enfermedad de Lázaro,
Jesús envió su mensaje de que «no era para la muerte», sin embargo,
cuando fue personalmente a Betania, preguntó a las hermanas: «¿Adónde lo
habéis puesto?» Aunque todo esto parecería indicar que el Maestro
procedía según la forma de esta vida y de acuerdo con el conocimiento
limitado de la mente humana, sin embargo, los registros del universo
revelan que el Ajustador Personalizado de Jesús impartió órdenes de que
se detuviera indefinidamente en el planeta al Ajustador del Pensamiento
de Lázaro después de la muerte de éste, y esta orden se registró tan
sólo quince minutos antes de que Lázaro expirara.
¿Acaso la mente divina de Jesús ya sabía,
aun antes de que muriera Lázaro, que lo despertaría de los muertos? No
lo sabemos. Sólo sabemos lo que aquí narramos.
Muchos de los enemigos de Jesús tendían a
mofarse de sus manifestaciones de afecto, y decían entre ellos: «Si
tanto apreciaba a este hombre, ¿por qué tardó tanto en venir a Betania?
Si él es lo que dicen que es, ¿por qué no salvó a su querido amigo? ¿Qué
beneficio representa curar extraños en Galilea si no puede salvar a los
que ama?» Y de muchas otras maneras desdeñaron y restaron importancia a
las enseñanzas y obras de Jesús.
Así pues, este jueves por la tarde a eso de
las dos y media, estuvo listo el escenario en esta pequeña aldea de
Betania para la realización de la más grande de las obras relacionadas
con el ministerio terrenal de Micael de Nebadon, la más grande manifestación de poder divino durante su
encarnación, puesto que su propia resurrección ocurrió después de
haberse él liberado de los vínculos de la morada mortal.
El pequeño grupo reunido ante la tumba de
Lázaro no podía darse cuenta de la presencia cercana de vastas huestes
de todas las órdenes de seres celestiales reunidas bajo la guía de
Gabriel y aguardando la dirección del Ajustador Personalizado de Jesús,
vibrando de expectativa y listos para ejecutar la solicitud de su amado
Soberano.
Cuando Jesús pronunció esas palabras
ordenando: «Quitad la piedra», las huestes celestiales reunidas se
prepararon para actuar el drama de la resurrección de Lázaro en la
semejanza de su carne mortal. Esta forma de resurrección comprende
dificultades de ejecución que en mucho transcienden la técnica usual de
la resurrección de las criaturas mortales en forma morontial y requiere
muchas más personalidades celestiales y una organización mucho mayor de
recursos universales.
Cuando Marta y María oyeron la orden de
Jesús de que quitaran la piedra a la entrada de la tumba, se llenaron de
emociones opuestas. María esperaba que Lázaro resucitara de entre los
muertos. Pero Marta, aunque hasta cierto punto compartía la fe de su
hermana, más sufría por el temor de que Lázaro no estuviera presentable,
en su apariencia, ante Jesús, los apóstoles y sus amigos. Dijo Marta:
«¿Realmente debemos quitar la piedra? Mi hermano ya hace cuatro días que
murió, ya ha empezado su cuerpo a descomponerse». Marta dijo esto,
también porque no estaba segura de la razón por la cual el Maestro había
pedido que se quitara la piedra; pensó que tal vez Jesús tan sólo
quería ver a Lázaro por última vez. Ella no era de carácter firme ni
constante en su actitud. Como titubeaban antes de quitar la piedra,
Jesús dijo: «¿Acaso no os dije desde el principio que esta enfermedad no
era para la muerte? ¿Acaso no he venido para cumplir mi promesa?
Después de llegar aquí, ¿acaso no dije que, si tan sólo creéis, veréis
la gloria de Dios? ¿Por qué dudáis? ¿Cuánto hay que esperar antes de que
vosotros creáis y obedezcáis?»
Cuando Jesús terminó de hablar, sus
apóstoles, con la ayuda de vecinos serviciales, se acercaron a la piedra
y la hicieron rodar hasta que se descubrió la entrada de la tumba.
Era creencia común de los judíos que la
gota de hiel en la punta de la espada del ángel de la muerte comenzaba a
actuar al fin del tercer día, de modo que su efecto pleno se
manifestaba al cuarto día. Aceptaban que el alma del hombre pudiera
rezagarse junto a la tumba hasta el fin del tercer día, tratando de
reanimar al cuerpo muerto; pero creían firmemente que esa alma se iba a
la morada de los espíritus antes de que amaneciera el cuarto día.
Estas creencias y opiniones sobre los
muertos y la partida de los espíritus de los muertos sirvieron para
asegurar, en la mente de todos los que ahora estaban presentes junto a
la tumba de Lázaro y posteriormente para todos los que oyeron lo que
estaba por ocurrir, que éste era real y verdaderamente un caso de
resurrección de entre los muertos por obra personal de el que declaró
que él era «la resurrección y la vida».