Esa noche el mensaje de Jesús sobre el matrimonio y la
bienaventuranza de los niños se difundió por todo Jericó, de modo tal
que por la mañana siguiente, mucho antes de que Jesús y los apóstoles
estuvieran preparados para partir, aun antes de la hora del desayuno,
decenas de madres vinieron adonde Jesús, trayendo a sus niños en los
brazos y llevándolos de la mano, y deseaban que bendijera a los
pequeños. Cuando los apóstoles salieron y vieron esta asamblea de
mujeres con sus hijos, intentaron despedirlas, pero las mujeres se
negaron a partir antes de que colocara el Maestro sus manos sobre los
niños y los bendijera. Cuando los apóstoles reprendieron en voz alta a
estas madres, Jesús, habiendo oído el tumulto, salió indignado y los censuró, diciendo: «Dejad a los
niños que vengan a mí; no lo impidáis, porque de ellos es el reino del
cielo. De cierto, de cierto os digo que el que no reciba el reino de
Dios como un niño, difícilmente podrá entrar en él y crecer hasta la
estatura plena de la hombría espiritual».
Cuando el Maestro hubo hablado a sus
apóstoles, recibió a todos los niños, tocándoles, mientras decía a las
madres palabras de valor y esperanza.
Jesús muchas veces habló a sus apóstoles
sobre las mansiones celestiales y les enseñó que los hijos de Dios en
avance deben allí crecer espiritualmente como crecen los niños
físicamente en este mundo. Así pues muchas veces lo sagrado parece como
lo común, como en este día los niños y sus madres no se dieron cuenta de
que las inteligencias observadoras de Nebadon contemplaban a los niños
de Jericó jugar con el Creador de un universo.
La posición de la mujer en Palestina mucho
mejoró por las enseñanzas de Jesús; así habría sucedido en todo el
mundo, si sus seguidores no se hubiesen alejado tanto de lo que él tan
esmeradamente les había enseñado.
Fue también en Jericó, en relación con una
conversación sobre la temprana capacitación religiosa de los niños en
los hábitos de adoración divina, donde Jesús explicó a sus apóstoles el
gran valor de la belleza como influencia que estimula a adorar,
especialmente con los niños. El Maestro por precepto y ejemplo enseñó el
valor de adorar al Creador en el ambiente natural de la creación.
Prefería comunicarse con el Padre celestial en los bosques y rodeado por
las criaturas más bajas del mundo natural. Se regocijaba de contemplar
al Padre a través del espectáculo inspirador de los reinos llenos
estelares de los Hijos Creadores.
Cuando no sea posible adorar a Dios en los
tabernáculos de la naturaleza, el hombre debería proveer edificios
bellos, santuarios de atrayente sencillez y belleza artística para que
pueda despertarse la más alta de las emociones humanas, asociada con un
enfoque intelectual a la comunión espiritual con Dios. La verdad, la
belleza y la santidad son auxilios poderosos y eficaces para la
verdadera adoración. Pero la comunión espiritual no se estimula
meramente con los adornos masivos y el embellecimiento exagerado de un
arte humano elaborado y ostentoso. La perfección es tanto más religiosa
cuanto más sencilla y semejante a la naturaleza sea. ¡Qué pena que los
niños pequeños conozcan por primera vez los conceptos de adoración
pública en fríos, estériles aposentos, tan despojados de belleza y
vacíos de toda sugerencia de alegría y santidad inspiradora! El niño
debería acercarse primero a la adoración en un medio natural; más tarde,
acompañado por sus padres, debería poder concurrir a un templo público
religioso que sea por lo menos tan atrayente materialmente y
artísticamente hermoso, como el hogar en el cual vive a diario.