Aunque el testimonio de este hombre resucitado de los muertos mucho
hizo para consolidar la fe de la masa de creyentes en el evangelio del
reino, tuvo poca o ninguna influencia sobre la actitud de los líderes y
dirigentes religiosos de Jerusalén, excepto que aceleró su decisión de
destruir a Jesús y terminar su obra.
A la una del día siguiente, viernes, el
sanedrín se reunió para deliberar de nuevo sobre el asunto, «¿qué hemos
de hacer con Jesús de Nazaret?» Después de más de dos horas de discusión
y debate violento, cierto fariseo presentó una resolución que pedía la
muerte inmediata de Jesús, proclamando que éste era una amenaza para
toda Israel y comprometiendo formalmente al sanedrín a la decisión de la
muerte, sin juicio y desafiando todo precedente.
Una y otra vez este augusto cuerpo de
líderes judíos decretó que Jesús debía ser aprehendido y sometido a
juicio, acusado de blasfemia y de numerosas otras transgresiones a la
ley sagrada judía. Ya una vez habían llegado hasta declarar que debía
morir, pero ésta era la primera vez que el sanedrín registraba el deseo
de decretar su muerte aun antes del juicio. Pero esta resolución no fue
votada puesto que catorce miembros del sanedrín renunciaron al tiempo
cuando se propuso tal acción insólita. Aunque no se formalizaron estas
renuncias por casi dos semanas, este grupo de catorce abandonó el
sanedrín ese mismo día para no sentarse nunca más en el concilio. Cuando
estas renuncias fueron posteriormente aceptadas, se expulsaron a otros
cinco miembros porque sus asociados creían que éstos alimentaban
sentimientos cordiales hacia Jesús. Con la eliminación de estos diez y
nueve hombres, el sanedrín estaba en posición de enjuiciar y condenar a
Jesús con una solidaridad que llegaba casi a la unanimidad.
La semana siguiente, Lázaro y sus hermanas
fueron convocados ante el sanedrín. Cuando se hubo oído su testimonio,
no quedó duda alguna de que Lázaro había resucitado de los muertos.
Aunque las transacciones del sanedrín virtualmente admitieron la
resurrección de Lázaro, el registro iba acompañado de una resolución que
atribuía esto y otros portentos realizados por Jesús al poder del
príncipe de los diablos, con el cual se declaró que Jesús estaba aliado.
Fuera cual fuese la fuente de este poder
portentoso, estos líderes judíos estaban persuadidos de que, si no
paraban a Jesús inmediatamente, muy pronto toda la gente común creería
en él. Además, surgirían serias complicaciones con las autoridades
romanas puesto que muchos de los creyentes lo consideraban el Mesías, el
libertador de Israel.
Fue en esta misma reunión del sanedrín en
la que Caifás, el sumo sacerdote, expresó por primera vez un viejo
proverbio judío que luego repitió muchas veces: «Es mejor que un hombre
muera a que perezca la comunidad».
Aunque Jesús había recibido aviso de las
acciones del sanedrín este fatídico viernes por la tarde, no estaba en
lo más mínimo perturbado y continuó descansando durante el sábado con
amigos en Betfagé, una aldea cercana a Betania. Temprano el domingo por
la mañana, Jesús y los apóstoles se reunieron, como habían planeado, en
la casa de Lázaro, y despidiéndose de la familia de Betania, partieron
de vuelta hacia el campamento de Pella.