Durante varios días después del discurso sobre
la oración, los apóstoles continuaron preguntando al Maestro sobre esta
práctica importantísima y adoradora. Las enseñanzas de Jesús sobre la
oración y la adoración impartidas a los apóstoles durante estos días
pueden ser resumidas y expuestas en lenguaje moderno, como sigue:
La repetición sincera y honesta de una
súplica, cuando esta oración es la expresión sincera de un hijo de Dios y
es pronunciada con fe, aunque desatinada o imposible de responder
directamente, siempre servirá para expandir la capacidad de recepción
espiritual del alma.
En toda oración, recordad que la filiación es un don. Ningún niño tiene que hacer nada para ganar
el estado de hijo o hija. El hijo terrestre adquiere el ser por
voluntad de sus padres. De la misma manera llega el hijo de Dios a la
gracia y a la nueva vida del espíritu por voluntad del Padre en el
cielo. Por consiguiente, el reino del cielo —la filiación divina— debe
ser recibida por el hijo como si fuese un niño pequeño. La
rectitud —el desarrollo progresivo del carácter— se gana, pero la
filiación se recibe mediante la gracia y por la fe.
La oración condujo a Jesús a la
supercomunión de su alma con los Gobernantes Supremos del universo de
los universos. La oración conducirá a los mortales de la tierra a la
comunión de una verdadera adoración. La capacidad espiritual del alma
para recibir determina la cantidad de bendiciones celestiales que pueden
conseguirse personalmente y que se pueden percibir conscientemente como
respuesta a la oración.
La oración, y la adoración con que ésta se
vincula, es una técnica para apartarse de la rutina diaria de la vida,
del agobio y monotonía de la existencia material. Es un camino para
acercarse a la autorrealización y la individualidad espiritualizadas que
constituyen un logro intelectual y religioso.
La oración es el antídoto contra la
introspección nociva; por lo menos, el rezo así como el Maestro lo
enseñó es tal ministerio beneficioso para el alma. Jesús siempre usó la
influencia benéfica de la oración para sus semejantes. El Maestro
generalmente rezaba en plural, no en singular. Sólo en las grandes
crisis de su vida terrestre rezó Jesús para sí mismo.
La oración es el aliento de la vida del
espíritu en medio de la civilización material de las razas humanas. La
adoración es la salvación para las generaciones de mortales en busca de
placer.
Orar es como recargar las baterías
espirituales del alma, y adorar sería como sintonizar el alma para
captar las transmisiones universales del espíritu infinito del Padre
Universal.
La oración es la mirada sincera y anhelante
del hijo dirigida a su Padre espíritu; es el proceso psicológico de
intercambio de la voluntad humana por la voluntad divina. La oración es
una parte del plan divino para transformar lo que es en lo que debería
ser.
Una de las razones por las cuales Pedro,
Santiago y Juan, quienes con frecuencia acompañaron a Jesús en sus
largas noches de vigilia, nunca le escucharon rezar, fue porque su
Maestro no solía pronunciar con palabras sus oraciones. Casi todo su
orar, Jesús lo hizo en el espíritu y en el corazón —en silencio.
De todos los apóstoles, Pedro y Santiago
estuvieron más cerca de comprender las enseñanzas del Maestro sobre la
oración y la adoración.
«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»
miércoles, 31 de octubre de 2012
martes, 30 de octubre de 2012
La oración del creyente.
Pero los apóstoles aún no estaban satisfechos;
querían que Jesús les diese una oración modelo para que ellos pudieran
enseñársela a los nuevos discípulos. Después de escuchar las palabras de
Jesús sobre la oración, Santiago Zebedeo dijo: «Muy bien, Maestro, pero
no pedimos una fórmula de oración para nosotros, sino más bien para los
nuevos creyentes que tan frecuentemente nos imploran: `enseñadnos a
orar en una forma que sea aceptable al Padre en los cielos'».
Cuando Santiago terminó de hablar, Jesús dijo: «Si pues, aún deseáis tal oración, os daré la que enseñé a mis hermanos y hermanas en Nazaret»:
Padre nuestro que estás en los cielos,
Santificado sea tu nombre.
Venga tu reino; hágase tu voluntad
En la tierra así como se hace en el cielo.
Danos hoy nuestro pan para mañana;
Refresca nuestra alma con el agua de la vida.
Y perdónanos nuestras deudas
Así como también perdonamos a nuestros deudores.
Sálvanos de la tentación, líbranos del mal,
Y haznos cada vez tan perfectos como tú.
No es raro que los apóstoles desearan que Jesús les enseñase una oración modelo para los creyentes. Juan el Bautista había enseñado a sus seguidores varias oraciones; todos los grandes maestros habían formulado oraciones para sus discípulos. Los maestros religiosos de los judíos tenían unas veinticinco o treinta oraciones establecidas que recitaban en las sinagogas y aun en la calle. Jesús estaba particularmente en contra de orar en público. Hasta este momento, los doce tan sólo le habían escuchado rezar unas pocas veces. Observaban que pasaba noches enteras orando o dedicado a la adoración, y tenían mucha curiosidad por saber la manera o forma de sus oraciones. Realmente no sabían qué contestar a las multitudes que suplicaban que se les enseñara a rezar así como Juan había enseñado a sus discípulos.
Jesús enseñó a los doce que debían orar siempre en secreto; que debían alejarse a solas, en la serenidad de la naturaleza, o encerrarse en sus cuartos para orar.
Después de la muerte de Jesús y de su ascensión al Padre, muchos creyentes optaron por agregar al final de esta oración, así llamada el Padre nuestro, estas palabras —«En el nombre de Señor Jesús Cristo». Más tarde se perdieron dos líneas al copiarse la oración, y fue agregada una cláusula adicional, como sigue: «Porque tuyo es el reino y el poder y la gloria, por siempre jamás»
Jesús dio esta oración a los apóstoles en su forma colectiva, tal como se la rezaba en la casa de Nazaret. No enseñó nunca una oración personal formal, sino tan sólo súplicas para grupos, familias o reuniones sociales; aun así, tampoco accedió a hacerlo espontáneamente.
Jesús enseñaba que la oración eficaz debe ser:
1. Altruista —no solamente para uno mismo.
2. Creyente —de acuerdo con la fe.
3. Sincera —de corazón honesto.
4. Inteligente —de acuerdo con las propias luces.
5. Confiada —en sumisión a la voluntad omnisapiente del Padre.
Cuando Jesús pasaba noches enteras en la montaña rezando, lo hacía principalmente en súplica para sus discípulos, sobre todo para los doce. El Maestro muy poco oraba por sí mismo, aunque sí practicaba mucha adoración de naturaleza de la comunión de entendimiento con su Padre en el Paraíso.
Cuando Santiago terminó de hablar, Jesús dijo: «Si pues, aún deseáis tal oración, os daré la que enseñé a mis hermanos y hermanas en Nazaret»:
Padre nuestro que estás en los cielos,
Santificado sea tu nombre.
Venga tu reino; hágase tu voluntad
En la tierra así como se hace en el cielo.
Danos hoy nuestro pan para mañana;
Refresca nuestra alma con el agua de la vida.
Y perdónanos nuestras deudas
Así como también perdonamos a nuestros deudores.
Sálvanos de la tentación, líbranos del mal,
Y haznos cada vez tan perfectos como tú.
No es raro que los apóstoles desearan que Jesús les enseñase una oración modelo para los creyentes. Juan el Bautista había enseñado a sus seguidores varias oraciones; todos los grandes maestros habían formulado oraciones para sus discípulos. Los maestros religiosos de los judíos tenían unas veinticinco o treinta oraciones establecidas que recitaban en las sinagogas y aun en la calle. Jesús estaba particularmente en contra de orar en público. Hasta este momento, los doce tan sólo le habían escuchado rezar unas pocas veces. Observaban que pasaba noches enteras orando o dedicado a la adoración, y tenían mucha curiosidad por saber la manera o forma de sus oraciones. Realmente no sabían qué contestar a las multitudes que suplicaban que se les enseñara a rezar así como Juan había enseñado a sus discípulos.
Jesús enseñó a los doce que debían orar siempre en secreto; que debían alejarse a solas, en la serenidad de la naturaleza, o encerrarse en sus cuartos para orar.
Después de la muerte de Jesús y de su ascensión al Padre, muchos creyentes optaron por agregar al final de esta oración, así llamada el Padre nuestro, estas palabras —«En el nombre de Señor Jesús Cristo». Más tarde se perdieron dos líneas al copiarse la oración, y fue agregada una cláusula adicional, como sigue: «Porque tuyo es el reino y el poder y la gloria, por siempre jamás»
Jesús dio esta oración a los apóstoles en su forma colectiva, tal como se la rezaba en la casa de Nazaret. No enseñó nunca una oración personal formal, sino tan sólo súplicas para grupos, familias o reuniones sociales; aun así, tampoco accedió a hacerlo espontáneamente.
Jesús enseñaba que la oración eficaz debe ser:
1. Altruista —no solamente para uno mismo.
2. Creyente —de acuerdo con la fe.
3. Sincera —de corazón honesto.
4. Inteligente —de acuerdo con las propias luces.
5. Confiada —en sumisión a la voluntad omnisapiente del Padre.
Cuando Jesús pasaba noches enteras en la montaña rezando, lo hacía principalmente en súplica para sus discípulos, sobre todo para los doce. El Maestro muy poco oraba por sí mismo, aunque sí practicaba mucha adoración de naturaleza de la comunión de entendimiento con su Padre en el Paraíso.
El discurso sobre la oración.
«Efectivamente Juan os enseñó una forma
sencilla de oración: `¡Oh Padre, límpianos del pecado, muéstranos tu
gloria, revélanos tu amor, y deja que tu espíritu santifique nuestro
corazón para siempre jamás, amén!' Él os enseñó esta oración para que
vosotros tuvierais algo que enseñar a las multitudes. No era su
intención que usarais tan establecida y convencional súplica como
expresión de vuestra propia alma en la oración.
«La oración es una expresión enteramente personal y espontánea de la actitud del alma hacia el espíritu; el rezo debe ser la comunión de la filiación y la expresión de la hermandad. La oración dictada por el espíritu, conduce al progreso espiritual cooperativo. La oración ideal es una forma de comunión espiritual que conduce a la adoración inteligente. La oración verdadera es la actitud sincera en pos de los cielos para alcanzar vuestros ideales.
«La oración es el aliento del alma y debe conduciros a persistir en vuestro intento de conocer la voluntad del Padre. Si alguno de vosotros tiene un vecino, y vas a verle a la media noche para decirle: `amigo mío, préstame tres panes, porque acaba de llegar un viajero amigo mío, y nada tengo para darle'; y tu vecino responde, `ya no me molestes; mi puerta ya está cerrada y mis hijos y yo ya estamos acostados; por eso no puedo levantarme a darte pan', pero perseverarás y explicarás que tu amigo tiene hambre, y que no tienes comida para darle. Y yo te digo que si tu vecino no quiere levantarse para darte pan por amistad, se levantará y te dará tantos panes como necesites simplemente para que no lo importunes más. Así pues, si la perseverancia gana el favor de un simple mortal, imaginaos cuanto más ganará vuestra perseverancia en el espíritu, el pan de la vida de las manos generosas del Padre en el cielo. Nuevamente os digo, pedid y se os dará; buscad y encontraréis, golpead la puerta y se os abrirá. Porque el que pide recibe; el que busca encuentra; y el que golpea la puerta de la salvación, la puerta se le abrirá.
«¿Qué padre entre vosotros, ante la súplica inmadura del hijo, vacilaría en dar según la sabiduría paterna, y no de acuerdo con la solicitud errónea del hijo? Si el niño necesita pan, ¿le darás una piedra sólo porque insensantemente la solicitó? Si tu hijo necesita pescado, ¿le darás una serpiente de agua sólo porque apareció en la red con el pez y el niño tontamente la pide? Si vosotros, mortales y finitos, sabéis cómo responder a las súplicas y dar a vuestros hijos dones buenos y apropiados, ¡cuánto más dará espíritu y cuantas bendiciones adicionales dará vuestro Padre celestial a los que se lo pidan! Los hombres deben siempre orar sin perder nunca la esperanza.
«Dejadme contaros la historia de cierto juez que vivía en una ciudad donde dominaba el mal. Este juez no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Habitaba en esa ciudad una viuda menesterosa que fue repetidamente a ver a este juez injusto, diciendo: `Protégeme de mi adversario'. Durante cierto tiempo no le prestó él atención, pero finalmente observó para sus adentros: `Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, será mejor que reivindique a esta viuda para que deje ya de molestarme con sus continuas súplicas'. Os cuento estas historias para alentaros a perseverar en la oración; no para sugerir que vuestras súplicas puedan cambiar al Padre justo y recto en el cielo. Vuestra perseverancia no es para ganar el favor de Dios, sino que cambiará vuestra actitud terrestre y ampliará la capacidad de vuestra alma para recibir el espíritu.
«Pero cuando oráis, ejercéis tan poca fe. La fe genuina es capaz de mover montañas de dificultades materiales encontradas en el camino de la expansión del alma y del progreso espiritual».
«La oración es una expresión enteramente personal y espontánea de la actitud del alma hacia el espíritu; el rezo debe ser la comunión de la filiación y la expresión de la hermandad. La oración dictada por el espíritu, conduce al progreso espiritual cooperativo. La oración ideal es una forma de comunión espiritual que conduce a la adoración inteligente. La oración verdadera es la actitud sincera en pos de los cielos para alcanzar vuestros ideales.
«La oración es el aliento del alma y debe conduciros a persistir en vuestro intento de conocer la voluntad del Padre. Si alguno de vosotros tiene un vecino, y vas a verle a la media noche para decirle: `amigo mío, préstame tres panes, porque acaba de llegar un viajero amigo mío, y nada tengo para darle'; y tu vecino responde, `ya no me molestes; mi puerta ya está cerrada y mis hijos y yo ya estamos acostados; por eso no puedo levantarme a darte pan', pero perseverarás y explicarás que tu amigo tiene hambre, y que no tienes comida para darle. Y yo te digo que si tu vecino no quiere levantarse para darte pan por amistad, se levantará y te dará tantos panes como necesites simplemente para que no lo importunes más. Así pues, si la perseverancia gana el favor de un simple mortal, imaginaos cuanto más ganará vuestra perseverancia en el espíritu, el pan de la vida de las manos generosas del Padre en el cielo. Nuevamente os digo, pedid y se os dará; buscad y encontraréis, golpead la puerta y se os abrirá. Porque el que pide recibe; el que busca encuentra; y el que golpea la puerta de la salvación, la puerta se le abrirá.
«¿Qué padre entre vosotros, ante la súplica inmadura del hijo, vacilaría en dar según la sabiduría paterna, y no de acuerdo con la solicitud errónea del hijo? Si el niño necesita pan, ¿le darás una piedra sólo porque insensantemente la solicitó? Si tu hijo necesita pescado, ¿le darás una serpiente de agua sólo porque apareció en la red con el pez y el niño tontamente la pide? Si vosotros, mortales y finitos, sabéis cómo responder a las súplicas y dar a vuestros hijos dones buenos y apropiados, ¡cuánto más dará espíritu y cuantas bendiciones adicionales dará vuestro Padre celestial a los que se lo pidan! Los hombres deben siempre orar sin perder nunca la esperanza.
«Dejadme contaros la historia de cierto juez que vivía en una ciudad donde dominaba el mal. Este juez no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Habitaba en esa ciudad una viuda menesterosa que fue repetidamente a ver a este juez injusto, diciendo: `Protégeme de mi adversario'. Durante cierto tiempo no le prestó él atención, pero finalmente observó para sus adentros: `Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, será mejor que reivindique a esta viuda para que deje ya de molestarme con sus continuas súplicas'. Os cuento estas historias para alentaros a perseverar en la oración; no para sugerir que vuestras súplicas puedan cambiar al Padre justo y recto en el cielo. Vuestra perseverancia no es para ganar el favor de Dios, sino que cambiará vuestra actitud terrestre y ampliará la capacidad de vuestra alma para recibir el espíritu.
«Pero cuando oráis, ejercéis tan poca fe. La fe genuina es capaz de mover montañas de dificultades materiales encontradas en el camino de la expansión del alma y del progreso espiritual».
El campamento de Gilboa.
A medida que pasaba el tiempo, aumentaba la
devoción de los doce por Jesús y el trabajo del reino. Esta devoción era
en gran parte una cuestión de lealtad personal. No comprendían las
múltiples facetas de su enseñanza; tampoco comprendían plenamente la
naturaleza de Jesús ni el significado de su autootorgamiento en la
tierra.
Jesús les aclaró a sus apóstoles que se habían retirado por tres motivos:
1. Para confirmar su comprensión y fe en el evangelio del reino.
2. Para permitir que se aquietara la oposición contra su obra en Judea y Galilea.
3. Para aguardar el destino de Juan el Bautista.
Mientras permanecían en Gilboa, Jesús narró a los doce muchos detalles de sus primeros años de vida y de sus experiencias en el Monte Hermón; también les reveló algo de lo que sucedió en las colinas durante los cuarenta días inmediatamente después de su bautismo. Al mismo tiempo les advirtió que nada contaran a nadie sobre estas experiencias hasta que él volviera al Padre.
Durante esas semanas de septiembre descansaron, conversaron, rememoraron sus experiencias desde que Jesús los había llamado al servicio, y se esforzaron sinceramente por coordinar lo que el Maestro les había enseñado hasta ese momento. En cierta medida todos ellos sentían que sería ésta la última oportunidad que tenían de un descanso prolongado. Se daban cuenta de que el próximo esfuerzo público en Judea o en Galilea, marcaría el comienzo de la proclamación final del reino venidero, pero no tenían una idea fija de cómo sería el reino cuando por fin llegara. Juan y Andrés pensaban que el reino ya había llegado. Pedro y Santiago creían que aún no había llegado. Natanael y Tomás confesaban francamente que estaban perplejos. Mateo, Felipe y Simón el Zelote estaban indecisos y confusos. Los gemelos no hacían caso alguno de la controversia. Y Judas Iscariote estaba taciturno, y no tomaba partido.
Mucha parte de este período Jesús se iba por su cuenta a la montaña cerca del campamento. A veces se llevaba a Pedro, Santiago o Juan, pero más frecuentemente se iba a solas, para orar o comulgar. Después del bautismo de Jesús y de los cuarenta días en las colinas de Perea, ya no se puede decir que estas temporadas de comunión con el Padre fueran períodos de oración, tampoco se puede hablar de que Jesús se dedicaba a la adoración; pero es totalmente correcto aludir a estas temporadas como de comunión personal con su Padre.
El tema central de las discusiones a lo largo de este mes de septiembre fue la oración y la adoración. Después de haber hablado de la adoración durante varios días, Jesús finalmente pronunció su memorable discurso sobre la oración en respuesta a la solicitud de Tomás: «Maestro, enséñanos a orar».
Juan había enseñado a sus discípulos una oración, una oración para la salvación en el reino venidero. Aunque Jesús nunca prohibió a sus seguidores que usaran la oración de Juan, los apóstoles percibieron muy pronto que su Maestro no aprobaba plenamente de la práctica de pronunciar oraciones establecidas y formales. Sin embargo, los creyentes solicitaban constantemente que se les enseñara a orar. Los doce anhelaban saber qué tipo de súplica aprobaría Jesús. Principalmente debido a esta necesidad de una súplica sencilla para la gente común, Jesús consintió, respondiendo a la solicitud de Tomás, en sugerirles una forma de oración. Esta lección de Jesús tuvo lugar una tarde durante la tercera semana de la estadía del grupo en el Monte Gilboa.
Jesús les aclaró a sus apóstoles que se habían retirado por tres motivos:
1. Para confirmar su comprensión y fe en el evangelio del reino.
2. Para permitir que se aquietara la oposición contra su obra en Judea y Galilea.
3. Para aguardar el destino de Juan el Bautista.
Mientras permanecían en Gilboa, Jesús narró a los doce muchos detalles de sus primeros años de vida y de sus experiencias en el Monte Hermón; también les reveló algo de lo que sucedió en las colinas durante los cuarenta días inmediatamente después de su bautismo. Al mismo tiempo les advirtió que nada contaran a nadie sobre estas experiencias hasta que él volviera al Padre.
Durante esas semanas de septiembre descansaron, conversaron, rememoraron sus experiencias desde que Jesús los había llamado al servicio, y se esforzaron sinceramente por coordinar lo que el Maestro les había enseñado hasta ese momento. En cierta medida todos ellos sentían que sería ésta la última oportunidad que tenían de un descanso prolongado. Se daban cuenta de que el próximo esfuerzo público en Judea o en Galilea, marcaría el comienzo de la proclamación final del reino venidero, pero no tenían una idea fija de cómo sería el reino cuando por fin llegara. Juan y Andrés pensaban que el reino ya había llegado. Pedro y Santiago creían que aún no había llegado. Natanael y Tomás confesaban francamente que estaban perplejos. Mateo, Felipe y Simón el Zelote estaban indecisos y confusos. Los gemelos no hacían caso alguno de la controversia. Y Judas Iscariote estaba taciturno, y no tomaba partido.
Mucha parte de este período Jesús se iba por su cuenta a la montaña cerca del campamento. A veces se llevaba a Pedro, Santiago o Juan, pero más frecuentemente se iba a solas, para orar o comulgar. Después del bautismo de Jesús y de los cuarenta días en las colinas de Perea, ya no se puede decir que estas temporadas de comunión con el Padre fueran períodos de oración, tampoco se puede hablar de que Jesús se dedicaba a la adoración; pero es totalmente correcto aludir a estas temporadas como de comunión personal con su Padre.
El tema central de las discusiones a lo largo de este mes de septiembre fue la oración y la adoración. Después de haber hablado de la adoración durante varios días, Jesús finalmente pronunció su memorable discurso sobre la oración en respuesta a la solicitud de Tomás: «Maestro, enséñanos a orar».
Juan había enseñado a sus discípulos una oración, una oración para la salvación en el reino venidero. Aunque Jesús nunca prohibió a sus seguidores que usaran la oración de Juan, los apóstoles percibieron muy pronto que su Maestro no aprobaba plenamente de la práctica de pronunciar oraciones establecidas y formales. Sin embargo, los creyentes solicitaban constantemente que se les enseñara a orar. Los doce anhelaban saber qué tipo de súplica aprobaría Jesús. Principalmente debido a esta necesidad de una súplica sencilla para la gente común, Jesús consintió, respondiendo a la solicitud de Tomás, en sugerirles una forma de oración. Esta lección de Jesús tuvo lugar una tarde durante la tercera semana de la estadía del grupo en el Monte Gilboa.
En Gilboa y en la Decápolis.
PASARON los meses de septiembre y octubre en retiro en un campamento
aislado sobre las laderas del Monte Gilboa. El mes de septiembre lo pasó
Jesús a solas con sus apóstoles, enseñando e instruyéndolos en las
verdades del reino.
Había varias razones por las cuales Jesús y sus apóstoles se habían aislado en este período en la frontera de Samaria y la Decápolis. Los líderes religiosos de Jerusalén eran muy antagonistas; Herodes Antipas aún retenía a Juan en la cárcel, temeroso tanto de ponerlo en libertad como de ajusticiarlo, y al mismo tiempo sospechaba que había una relación entre Juan y Jesús. En estas condiciones no era prudente planear una labor dinámica en Judea o en Galilea. Había una tercera razón: la tensión lentamente en aumento entre los líderes de los discípulos de Juan y los apóstoles de Jesús, que iba empeorando a medida que crecía el número de creyentes.
Jesús sabía que el período de trabajo preliminar de enseñanza y predicación ya estaba por terminar, que el paso siguiente sería el comienzo del esfuerzo pleno y final de su vida en la tierra, y no quería que el lanzamiento de esta empresa resultara de alguna manera difícil o embarazosa para Juan el Bautista. Jesús por consiguiente había decidido pasar cierto tiempo en aislamiento, preparando a sus apóstoles y luego trabajando discretamente en las ciudades de la Decápolis, hasta que Juan fuera ajusticiado o puesto en libertad para unirse a ellos en un esfuerzo conjunto.
Había varias razones por las cuales Jesús y sus apóstoles se habían aislado en este período en la frontera de Samaria y la Decápolis. Los líderes religiosos de Jerusalén eran muy antagonistas; Herodes Antipas aún retenía a Juan en la cárcel, temeroso tanto de ponerlo en libertad como de ajusticiarlo, y al mismo tiempo sospechaba que había una relación entre Juan y Jesús. En estas condiciones no era prudente planear una labor dinámica en Judea o en Galilea. Había una tercera razón: la tensión lentamente en aumento entre los líderes de los discípulos de Juan y los apóstoles de Jesús, que iba empeorando a medida que crecía el número de creyentes.
Jesús sabía que el período de trabajo preliminar de enseñanza y predicación ya estaba por terminar, que el paso siguiente sería el comienzo del esfuerzo pleno y final de su vida en la tierra, y no quería que el lanzamiento de esta empresa resultara de alguna manera difícil o embarazosa para Juan el Bautista. Jesús por consiguiente había decidido pasar cierto tiempo en aislamiento, preparando a sus apóstoles y luego trabajando discretamente en las ciudades de la Decápolis, hasta que Juan fuera ajusticiado o puesto en libertad para unirse a ellos en un esfuerzo conjunto.
viernes, 26 de octubre de 2012
Las enseñanzas sobre la oración y la adoración.
En las conferencias nocturnas en el Monte Gerizim, Jesús enseñó muchas grandes verdades y en particular, acentuó lo siguiente:
La verdadera religión es el acto de un alma en sus relaciones autoconscientes con el Creador; la religión organizada es el intento del hombre de socializar la adoración de los religionistas individuales.
La adoración —la contemplación de lo espiritual— debe alternar con el servicio, el contacto con la realidad material. El trabajo debe alternar con el esparcimiento; la religión debe ser equilibrada por el buen humor. La filosofía profunda debe ser aliviada por el ritmo de la poesía. El esfuerzo del vivir —la tensión temporal de la personalidad— debe ser aliviada por el reposo de la adoración. Las sensaciones de inseguridad que surgen del temor al aislamiento de la personalidad en el universo, deben ser contrarrestradas por la contemplación, en fe, del Padre y por el intento de comprender al Supremo.
La oración tiene el objeto de hacer que el hombre piense menos pero que comprenda más; no está hecha para aumentar el conocimiento, sino más bien para ampliar el discernimiento.
La adoración tiene el objeto de anticipar una vida mejor en el futuro y después reflejar estas nuevas significaciones espirituales sobre la vida en el presente. La oración sostiene a uno espiritualmente, pero la adoración es divinamente creadora.
La adoración es la técnica de buscar en el Único la inspiración para servir a muchos. La adoración es la vara que mide el grado de desprendimiento del alma del universo material y su vinculación simultánea y segura a las realidades espirituales de toda la creación.
El orar es recordar a sí mismo —pensamiento sublime; el adorar es olvidar a sí mismo —superpensamiento. La adoración es atención sin esfuerzo, descanso real e ideal del alma, ejercicio espiritual que lleva al sosiego.
La adoración es el acto de una parte que se identifica con el Todo; lo finito con lo Infinito; el hijo con el Padre; el tiempo en el acto de marcar el paso con la eternidad. La adoración es el acto de comunión personal del hijo con el Padre divino, la asunción de actitudes refrescantes, creadoras, fraternales y románticas por parte del alma-espíritu humano.
Aunque los apóstoles sólo comprendieron algunas de sus enseñanzas en el campamento, otros mundos las comprendieron, y otras generaciones en la tierra las comprenderán.
La verdadera religión es el acto de un alma en sus relaciones autoconscientes con el Creador; la religión organizada es el intento del hombre de socializar la adoración de los religionistas individuales.
La adoración —la contemplación de lo espiritual— debe alternar con el servicio, el contacto con la realidad material. El trabajo debe alternar con el esparcimiento; la religión debe ser equilibrada por el buen humor. La filosofía profunda debe ser aliviada por el ritmo de la poesía. El esfuerzo del vivir —la tensión temporal de la personalidad— debe ser aliviada por el reposo de la adoración. Las sensaciones de inseguridad que surgen del temor al aislamiento de la personalidad en el universo, deben ser contrarrestradas por la contemplación, en fe, del Padre y por el intento de comprender al Supremo.
La oración tiene el objeto de hacer que el hombre piense menos pero que comprenda más; no está hecha para aumentar el conocimiento, sino más bien para ampliar el discernimiento.
La adoración tiene el objeto de anticipar una vida mejor en el futuro y después reflejar estas nuevas significaciones espirituales sobre la vida en el presente. La oración sostiene a uno espiritualmente, pero la adoración es divinamente creadora.
La adoración es la técnica de buscar en el Único la inspiración para servir a muchos. La adoración es la vara que mide el grado de desprendimiento del alma del universo material y su vinculación simultánea y segura a las realidades espirituales de toda la creación.
El orar es recordar a sí mismo —pensamiento sublime; el adorar es olvidar a sí mismo —superpensamiento. La adoración es atención sin esfuerzo, descanso real e ideal del alma, ejercicio espiritual que lleva al sosiego.
La adoración es el acto de una parte que se identifica con el Todo; lo finito con lo Infinito; el hijo con el Padre; el tiempo en el acto de marcar el paso con la eternidad. La adoración es el acto de comunión personal del hijo con el Padre divino, la asunción de actitudes refrescantes, creadoras, fraternales y románticas por parte del alma-espíritu humano.
Aunque los apóstoles sólo comprendieron algunas de sus enseñanzas en el campamento, otros mundos las comprendieron, y otras generaciones en la tierra las comprenderán.
sábado, 20 de octubre de 2012
El renacimiento Samaritano.
La tarde en que Nalda atrajo las multitudes de
Sicar para ir a ver a Jesús, los doce acababan de volver con comida, e
instaron a Jesús a que comiese con ellos en vez de hablar a la gente,
porque habían estado sin comer todo el día y tenían hambre. Pero Jesús
sabía que pronto caería la noche. Por eso persistió en su determinación
de hablar con el pueblo antes de despedirlos. Cuando Andrés intentó
persuadirle a que comiera algo poco antes de dirigirse a la multitud,
Jesús le dijo: «Tengo un alimento del que vosotros no sabéis». Al
escuchar esto los apóstoles, se dijeron unos a otros: «¿Le habrá traído
alguien de comer? ¿Es posible que la mujer le dio comida además de
bebida?» Cuando Jesús les oyó conversar entre ellos, antes de hablar a
la gente se volvió para decirles a los doce: «Mi alimento es hacer la
voluntad de Aquel que me ha enviado y llevar a cabo su obra. Ya no
debéis decir vosotros falta tanto y tanto para la cosecha. He aquí a
esta gente que sale de una ciudad samaritana para escucharnos; yo os
digo que los campos ya blanquean para la cosecha. Aquel que siega,
recibe salario y recoge estos frutos para la vida eterna; así pues, los
sembradores y los segadores se alegran juntos, porque en esto es
verdadero el refrán: `uno es el sembrador y otro el segador'. Os envío
ahora a segar donde vosotros no habéis trabajado; otros han trabajado, y
vosotros ahora estáis a punto de uniros con su trabajo». Esto dijo
refiriéndose a la predicación de Juan el Bautista.
Jesús y los apóstoles fueron a Sicar y predicaron dos días antes de establecer su campamento en el Monte Gerizim. Muchos de los habitantes de Sicar creyeron en el evangelio y pidieron ser bautizados, pero los apóstoles de Jesús aún no bautizaban.
La primera noche en el campamento en el Monte Gerizim los apóstoles esperaban que Jesús les reprochara su actitud hacia la mujer junto al pozo de Jacob, pero él no habló del asunto. En cambio, les dio un discurso memorable sobre «las realidades que son centrales en el reino de Dios». En cualquier religión, es muy fácil que los valores se vuelvan desproporcionados y que los hechos ocupen el lugar de la verdad en la teología personal. El hecho de la cruz se volvió el centro mismo del cristianismo subsiguiente. Pero éste no es la verdad central de la religión que se puede derivar de la vida y enseñanzas de Jesús de Nazaret.
El tema de la enseñanza de Jesús en el Monte Gerizim fue de que él desea que todos los hombres vean a Dios como a un Padre-amigo así como él (Jesús) es un hermano-amigo. Una y otra vez les repitió que el amor es la relación más grande en el mundo —en el universo— así como la verdad es la declaración más grande del cumplimiento de estas relaciones divinas.
Jesús se declaró tan plenamente ante los samaritanos porque podía hacerlo sin peligro, y porque sabía que no volvería a visitar el corazón de Samaria para predicar el evangelio del reino.
Jesús y los doce acamparon en el Monte Gerizim hasta fines de agosto. Durante el día predicaron la buena nueva del reino —la paternidad de Dios— a los samaritanos de las ciudades y pasaron las noches en el campamento. El trabajo que Jesús y los doce llevaron a cabo en estas ciudades samaritanas rindió muchas almas para el reino e hizo mucho para preparar el terreno para la obra maravillosa de Felipe en estas regiones, después de la muerte y resurrección de Jesús, posteriormente a la dispersión de los apóstoles hasta los confines del mundo debido a la amarga persecución de los creyentes en Jerusalén.
Jesús y los apóstoles fueron a Sicar y predicaron dos días antes de establecer su campamento en el Monte Gerizim. Muchos de los habitantes de Sicar creyeron en el evangelio y pidieron ser bautizados, pero los apóstoles de Jesús aún no bautizaban.
La primera noche en el campamento en el Monte Gerizim los apóstoles esperaban que Jesús les reprochara su actitud hacia la mujer junto al pozo de Jacob, pero él no habló del asunto. En cambio, les dio un discurso memorable sobre «las realidades que son centrales en el reino de Dios». En cualquier religión, es muy fácil que los valores se vuelvan desproporcionados y que los hechos ocupen el lugar de la verdad en la teología personal. El hecho de la cruz se volvió el centro mismo del cristianismo subsiguiente. Pero éste no es la verdad central de la religión que se puede derivar de la vida y enseñanzas de Jesús de Nazaret.
El tema de la enseñanza de Jesús en el Monte Gerizim fue de que él desea que todos los hombres vean a Dios como a un Padre-amigo así como él (Jesús) es un hermano-amigo. Una y otra vez les repitió que el amor es la relación más grande en el mundo —en el universo— así como la verdad es la declaración más grande del cumplimiento de estas relaciones divinas.
Jesús se declaró tan plenamente ante los samaritanos porque podía hacerlo sin peligro, y porque sabía que no volvería a visitar el corazón de Samaria para predicar el evangelio del reino.
Jesús y los doce acamparon en el Monte Gerizim hasta fines de agosto. Durante el día predicaron la buena nueva del reino —la paternidad de Dios— a los samaritanos de las ciudades y pasaron las noches en el campamento. El trabajo que Jesús y los doce llevaron a cabo en estas ciudades samaritanas rindió muchas almas para el reino e hizo mucho para preparar el terreno para la obra maravillosa de Felipe en estas regiones, después de la muerte y resurrección de Jesús, posteriormente a la dispersión de los apóstoles hasta los confines del mundo debido a la amarga persecución de los creyentes en Jerusalén.
viernes, 19 de octubre de 2012
La mujer de Sicar.
Cuando el Maestro y los doce llegaron al pozo de
Jacob, Jesús, como estaba cansado del viaje, se detuvo junto al pozo
mientras Felipe se llevaba a los apóstoles para traer la comida y las
tiendas desde Sicar, ya que estaban dispuestos a permanecer en este
sitio por un tiempo. Pedro y los hijos de Zebedeo se hubieran quedado
con Jesús, pero él les pidió que se fueran con sus hermanos diciendo:
«No temáis por mí, los samaritanos serán cordiales; sólo nuestros
hermanos, los judíos, quieren hacernos daño». Eran casi las seis de esta
tarde de verano cuando Jesús se sentó junto al pozo para esperar el
regreso de los apóstoles.
El agua del pozo de Jacob contenía menos minerales que el de los pozos de Sicar y por eso era muy apreciada como agua potable. Jesús tenía sed, pero no tenía ningún artefacto para sacar agua del pozo. Por eso, cuando llegó una mujer de Sicar con su cántaro para sacar agua del pozo, Jesús le dijo: «Dame de beber». Esta mujer de Samaria sabía que Jesús era judío por su apariencia y vestimenta y supuso que era un judío de Galilea por su acento. El nombre de la mujer era Nalda, y era ella una bella criatura. Mucho se sorprendió de que un hombre judío le hablara así junto al pozo y le pidiera de beber, porque no se consideraba apropiado en aquellos días que un hombre respetable hablara con una mujer en público y mucho menos que un judío conversara con una samaritana. Por eso Nalda le preguntó a Jesús: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?» Jesús contestó: «En verdad te he pedido de beber, pero si tú pudieras comprender, me pedirías a mí que te diera de beber el agua viva». Entonces dijo Nalda: «Pero Señor, no tienes con qué sacarla, el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob que nos dio el pozo y del cual bebió y bebieron sus hijos y sus ganados?»
Jesús respondió: «Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua del espíritu vivo no volverá a tener sed nunca más. Y esta agua viva se convertirá en él en un manantial refrescante que brotará para la vida eterna». Nalda dijo entonces: «Dame de esa agua para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla. Además, todo lo que una mujer samaritana pueda recibir de un judío tan digno será un placer».
Nalda no sabía cómo interpretar el hecho de que Jesús le había dirigido la palabra. Contemplaba en el rostro del Maestro la expresión de un hombre justo y santo, pero interpretó su cordialidad como familiaridad, y su metáfora, como un avance con intenciones lascivas. Siendo ella una mujer de poca moral, estaba dispuesta a flirtear abiertamente, pero Jesús, mirándola fijamente a los ojos, díjole con voz autoritaria: «Vete mujer, llama a tu marido y vuelve acá». Esta orden devolvió a Nalda sus cabales. Vio que había juzgado erróneamente la gentileza del Maestro, percibió que había interpretado mal sus palabras. Se asustó. Se dio cuenta de que estaba en la presencia de un ser especial, y buscando en su mente una respuesta apropiada, en gran confusión dijo: «Pero Señor, no puedo llamar a mi marido, porque no tengo marido». Entonces dijo Jesús: «Has hablado la verdad porque, aunque una vez tuviste marido, el con que ahora vives no es marido tuyo. Mejor sería que dejaras de jugar con mis palabras y buscaras el agua viva que te he ofrecido en este día».
Ahora Nalda se puso seria, y se despertó su buen sentido moral. No era una mujer ligera sólo por elección. Había sido repudiada dura e injustamente por su marido y encontrándose en una situación desesperada, había consentido en cohabitar con cierto griego como su esposa, pero sin casarse. En ese instante pues, Nalda mucho se avergonzó de haber hablado a Jesús con tanta ligereza, y se dirigió al Maestro con tono penitente, diciendo: «Señor mío, me arrepiento de la forma en que te hablé, porque percibo que eres un hombre santo o tal vez un profeta». Y estaba a punto de solicitar una ayuda directa y personal del Maestro, cuando hizo lo que tantos han hecho antes y después de ella —evitar la cuestión de la salvación personal, embarcándose en cambio en una discusión de teología y filosofía. Cambió el tema de conversación, de sus propias necesidades espirituales a un debate teológico. Señalando el Monte Gerizim, continuó: «Nuestros padres adoraron en este monte, pero tú decidirás que el lugar donde los hombres deben adorar está en Jerusalén; ¿cuál es pues el lugar apropriado para adorar a Dios?»
Jesús percibió que el alma de esta mujer intentaba evitar un contacto directo e investigador con su Hacedor, pero también vio en su alma el deseo de conocer el mejor camino de la vida. Después de todo, había en el corazón de Nalda una verdadera sed de agua viva; por eso la trató con paciencia, diciéndole: «Mujer, déjame que te diga que pronto vendrá el día en el cual no adoraréis al Padre ni en este monte ni en Jerusalén. Pero ahora, vosotros adoráis lo que no conocéis, una mezcla de religiones de muchos dioses paganos y filosofías gentiles. Los judíos por lo menos conocen a quien adoran. Han eliminado toda confusión concentrando su adoración en un solo Dios, Yahvé. Pero debes creerme cuando te digo que la hora está por venir —ya está aquí— en que todos los que adoren sinceramente, adorarán al Padre en el espíritu y en la verdad, porque estos son los creyentes que el Padre busca. Dios es espíritu, y los que lo adoran, deben adorarlo en espíritu y en verdad. Tu salvación nace, no de conocer cómo deberían adorar otros, o dónde, sino de recibir en tu corazón esa agua viva que aun en este momento te ofrezco».
Pero Nalda persistía en evitar la difícil cuestión personal de su vida sobre la tierra y del estado de su alma ante Dios. Una vez más, recurrió a preguntas de religión en general, diciendo: «Sí, yo sé, Señor, que Juan ha predicado sobre el advenimiento del Convertidor, el que será llamado el Libertador, de el que, cuando venga, nos declarará todas las cosas...» y Jesús, interrumpiéndola, dijo con sorprendente seguridad: «Yo que te estoy hablando, soy él».
Fue ésta la primera declaración directa, positiva y clara de su naturaleza divina y filiación que hiciera Jesús sobre la tierra; y esta declaración fue hecha a una mujer, a una mujer samaritana, a una mujer de reputación dudosa ante los ojos de los hombres hasta este momento, pero una mujer en quien los ojos divinos vieron a una persona contra cuya integridad habían otros pecado más de lo que ella hubiera pecado por su propio deseo, un alma humana que ahora deseaba la salvación, la deseaba sinceramente y de todo corazón, y eso bastó.
Cuando Nalda estaba a punto de pronunciar su deseo real y personal de cosas mejores y de un camino más noble del vivir, en el momento en que estaba lista para hablar del verdadero deseo de su corazón, volvieron de Sicar los doce apóstoles, y al contemplar el espectáculo de Jesús que estaba hablando tan íntimamente con esta mujer —esta mujer samaritana, y a solas— se quedaron más que sorprendidos. Rápidamente depositaron sus abastecimientos y se retiraron a un lado, atreviéndose nadie a reprocharle, mientras Jesús decía a Nalda: «Mujer, vete por tu camino; Dios te ha perdonado. De ahora en adelante, vivirás una nueva vida. Has recibido el agua viva, y un nuevo regocijo surgirá dentro de tu alma y serás tú hija del Altísimo». Y la mujer, percibiendo la desaprobación de los apóstoles, dejó su cántaro y huyó a la ciudad.
Al llegar a la ciudad, proclamó a todos los que encontraba: «Id al pozo de Jacob, id inmediatamente para que veáis a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Convertidor?» Antes de que se pusiera el sol, se había reunido una gran multitud junto al pozo de Jacob para escuchar a Jesús, y el Maestro les habló sobre el agua viva, el don del espíritu residente.
Los apóstoles no dejaban de asombrarse de la buena voluntad de Jesús de hablar con mujeres, mujeres de reputación dudosa, aun mujeres inmorales. Era muy difícil para Jesús enseñar a sus apóstoles que las mujeres, aun las así llamadas mujeres inmorales, tienen un alma capaz de elegir a Dios como su Padre, y así convertirse en hijas de Dios y candidatas para la vida eterna. Aun después de diecinueve siglos, muchos tienen la misma falta de deseo a comprender las enseñanzas del Maestro. Hasta la religión cristiana se ha construido persistentemente sobre el hecho de la muerte de Cristo en lugar de la verdad de su vida. El mundo debería ocuparse más de su vida feliz y reveladora de Dios que de su trágica y triste muerte.
Al día siguiente, Nalda relató toda la historia al apóstol Juan, pero él nunca la divulgó completamente a los demás apóstoles, y Jesús no les habló en detalle a los doce.
Nalda le dijo a Juan que Jesús le había dicho «todo lo que he hecho». Juan muchas veces quiso consultar a Jesús sobre este encuentro con Nalda, pero nunca lo hizo. Jesús le dijo a Nalda una sola cosa sobre la vida de ella, pero al mirarla fijamente y su forma de hablarle le trajeron a la mente tal visión panorámica de su vida, que desde ese momento asoció esta autorrevelación con la mirada y la palabra del Maestro. Jesús no le dijo que ella había tenido cinco maridos. Ella había vivido con cuatro hombres distintos desde que su marido la repudió, y este hecho, juntamente con la visión de todo su pasado, se le presentó tan vívidamente a la memoria en el momento en que se dio cuenta de que Jesús era un hombre de Dios, que posteriormente le repitió a Juan que Jesús efectivamente se lo había dicho todo.
El agua del pozo de Jacob contenía menos minerales que el de los pozos de Sicar y por eso era muy apreciada como agua potable. Jesús tenía sed, pero no tenía ningún artefacto para sacar agua del pozo. Por eso, cuando llegó una mujer de Sicar con su cántaro para sacar agua del pozo, Jesús le dijo: «Dame de beber». Esta mujer de Samaria sabía que Jesús era judío por su apariencia y vestimenta y supuso que era un judío de Galilea por su acento. El nombre de la mujer era Nalda, y era ella una bella criatura. Mucho se sorprendió de que un hombre judío le hablara así junto al pozo y le pidiera de beber, porque no se consideraba apropiado en aquellos días que un hombre respetable hablara con una mujer en público y mucho menos que un judío conversara con una samaritana. Por eso Nalda le preguntó a Jesús: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?» Jesús contestó: «En verdad te he pedido de beber, pero si tú pudieras comprender, me pedirías a mí que te diera de beber el agua viva». Entonces dijo Nalda: «Pero Señor, no tienes con qué sacarla, el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob que nos dio el pozo y del cual bebió y bebieron sus hijos y sus ganados?»
Jesús respondió: «Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua del espíritu vivo no volverá a tener sed nunca más. Y esta agua viva se convertirá en él en un manantial refrescante que brotará para la vida eterna». Nalda dijo entonces: «Dame de esa agua para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla. Además, todo lo que una mujer samaritana pueda recibir de un judío tan digno será un placer».
Nalda no sabía cómo interpretar el hecho de que Jesús le había dirigido la palabra. Contemplaba en el rostro del Maestro la expresión de un hombre justo y santo, pero interpretó su cordialidad como familiaridad, y su metáfora, como un avance con intenciones lascivas. Siendo ella una mujer de poca moral, estaba dispuesta a flirtear abiertamente, pero Jesús, mirándola fijamente a los ojos, díjole con voz autoritaria: «Vete mujer, llama a tu marido y vuelve acá». Esta orden devolvió a Nalda sus cabales. Vio que había juzgado erróneamente la gentileza del Maestro, percibió que había interpretado mal sus palabras. Se asustó. Se dio cuenta de que estaba en la presencia de un ser especial, y buscando en su mente una respuesta apropiada, en gran confusión dijo: «Pero Señor, no puedo llamar a mi marido, porque no tengo marido». Entonces dijo Jesús: «Has hablado la verdad porque, aunque una vez tuviste marido, el con que ahora vives no es marido tuyo. Mejor sería que dejaras de jugar con mis palabras y buscaras el agua viva que te he ofrecido en este día».
Ahora Nalda se puso seria, y se despertó su buen sentido moral. No era una mujer ligera sólo por elección. Había sido repudiada dura e injustamente por su marido y encontrándose en una situación desesperada, había consentido en cohabitar con cierto griego como su esposa, pero sin casarse. En ese instante pues, Nalda mucho se avergonzó de haber hablado a Jesús con tanta ligereza, y se dirigió al Maestro con tono penitente, diciendo: «Señor mío, me arrepiento de la forma en que te hablé, porque percibo que eres un hombre santo o tal vez un profeta». Y estaba a punto de solicitar una ayuda directa y personal del Maestro, cuando hizo lo que tantos han hecho antes y después de ella —evitar la cuestión de la salvación personal, embarcándose en cambio en una discusión de teología y filosofía. Cambió el tema de conversación, de sus propias necesidades espirituales a un debate teológico. Señalando el Monte Gerizim, continuó: «Nuestros padres adoraron en este monte, pero tú decidirás que el lugar donde los hombres deben adorar está en Jerusalén; ¿cuál es pues el lugar apropriado para adorar a Dios?»
Jesús percibió que el alma de esta mujer intentaba evitar un contacto directo e investigador con su Hacedor, pero también vio en su alma el deseo de conocer el mejor camino de la vida. Después de todo, había en el corazón de Nalda una verdadera sed de agua viva; por eso la trató con paciencia, diciéndole: «Mujer, déjame que te diga que pronto vendrá el día en el cual no adoraréis al Padre ni en este monte ni en Jerusalén. Pero ahora, vosotros adoráis lo que no conocéis, una mezcla de religiones de muchos dioses paganos y filosofías gentiles. Los judíos por lo menos conocen a quien adoran. Han eliminado toda confusión concentrando su adoración en un solo Dios, Yahvé. Pero debes creerme cuando te digo que la hora está por venir —ya está aquí— en que todos los que adoren sinceramente, adorarán al Padre en el espíritu y en la verdad, porque estos son los creyentes que el Padre busca. Dios es espíritu, y los que lo adoran, deben adorarlo en espíritu y en verdad. Tu salvación nace, no de conocer cómo deberían adorar otros, o dónde, sino de recibir en tu corazón esa agua viva que aun en este momento te ofrezco».
Pero Nalda persistía en evitar la difícil cuestión personal de su vida sobre la tierra y del estado de su alma ante Dios. Una vez más, recurrió a preguntas de religión en general, diciendo: «Sí, yo sé, Señor, que Juan ha predicado sobre el advenimiento del Convertidor, el que será llamado el Libertador, de el que, cuando venga, nos declarará todas las cosas...» y Jesús, interrumpiéndola, dijo con sorprendente seguridad: «Yo que te estoy hablando, soy él».
Fue ésta la primera declaración directa, positiva y clara de su naturaleza divina y filiación que hiciera Jesús sobre la tierra; y esta declaración fue hecha a una mujer, a una mujer samaritana, a una mujer de reputación dudosa ante los ojos de los hombres hasta este momento, pero una mujer en quien los ojos divinos vieron a una persona contra cuya integridad habían otros pecado más de lo que ella hubiera pecado por su propio deseo, un alma humana que ahora deseaba la salvación, la deseaba sinceramente y de todo corazón, y eso bastó.
Cuando Nalda estaba a punto de pronunciar su deseo real y personal de cosas mejores y de un camino más noble del vivir, en el momento en que estaba lista para hablar del verdadero deseo de su corazón, volvieron de Sicar los doce apóstoles, y al contemplar el espectáculo de Jesús que estaba hablando tan íntimamente con esta mujer —esta mujer samaritana, y a solas— se quedaron más que sorprendidos. Rápidamente depositaron sus abastecimientos y se retiraron a un lado, atreviéndose nadie a reprocharle, mientras Jesús decía a Nalda: «Mujer, vete por tu camino; Dios te ha perdonado. De ahora en adelante, vivirás una nueva vida. Has recibido el agua viva, y un nuevo regocijo surgirá dentro de tu alma y serás tú hija del Altísimo». Y la mujer, percibiendo la desaprobación de los apóstoles, dejó su cántaro y huyó a la ciudad.
Al llegar a la ciudad, proclamó a todos los que encontraba: «Id al pozo de Jacob, id inmediatamente para que veáis a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Convertidor?» Antes de que se pusiera el sol, se había reunido una gran multitud junto al pozo de Jacob para escuchar a Jesús, y el Maestro les habló sobre el agua viva, el don del espíritu residente.
Los apóstoles no dejaban de asombrarse de la buena voluntad de Jesús de hablar con mujeres, mujeres de reputación dudosa, aun mujeres inmorales. Era muy difícil para Jesús enseñar a sus apóstoles que las mujeres, aun las así llamadas mujeres inmorales, tienen un alma capaz de elegir a Dios como su Padre, y así convertirse en hijas de Dios y candidatas para la vida eterna. Aun después de diecinueve siglos, muchos tienen la misma falta de deseo a comprender las enseñanzas del Maestro. Hasta la religión cristiana se ha construido persistentemente sobre el hecho de la muerte de Cristo en lugar de la verdad de su vida. El mundo debería ocuparse más de su vida feliz y reveladora de Dios que de su trágica y triste muerte.
Al día siguiente, Nalda relató toda la historia al apóstol Juan, pero él nunca la divulgó completamente a los demás apóstoles, y Jesús no les habló en detalle a los doce.
Nalda le dijo a Juan que Jesús le había dicho «todo lo que he hecho». Juan muchas veces quiso consultar a Jesús sobre este encuentro con Nalda, pero nunca lo hizo. Jesús le dijo a Nalda una sola cosa sobre la vida de ella, pero al mirarla fijamente y su forma de hablarle le trajeron a la mente tal visión panorámica de su vida, que desde ese momento asoció esta autorrevelación con la mirada y la palabra del Maestro. Jesús no le dijo que ella había tenido cinco maridos. Ella había vivido con cuatro hombres distintos desde que su marido la repudió, y este hecho, juntamente con la visión de todo su pasado, se le presentó tan vívidamente a la memoria en el momento en que se dio cuenta de que Jesús era un hombre de Dios, que posteriormente le repitió a Juan que Jesús efectivamente se lo había dicho todo.
miércoles, 17 de octubre de 2012
Los Judíos y los Samaritanos.
Durante más de seiscientos años los judíos
de Judea, y más tarde también los de Galilea, habían permanecido en
enemistad con los samaritanos. Este sentimiento negativo entre los
judíos y los samaritanos resultó de esta manera: unos setecientos años
a. de J.C., Sargón, rey de Asiria, al aplastar una revuelta en la
Palestina central, se llevó en cautiverio a más de veinticinco mil
judíos del reino septentrional de Israel e instaló en su lugar un número
casi igual de descendientes de los cutitas, sefarvitas y amatitas. Más
adelante Asurbanipal envió otros grupos más de colonos a Samaria.
La enemistad religiosa entre los judíos y los samaritanos databa del retorno de aquellos del cautiverio en Babilonia; en esa ocasión, los samaritanos trataron activamente de prevenir la reconstrucción de Jerusalén. Más adelante ofendieron a los judíos porque ofrecieron ayuda a los ejércitos de Alejandro. En recompensa por su amistad, Alejandro dio permiso a los samaritanos para que construyeran un templo sobre el Monte Gerizim, donde adoraban a Yahvé y a sus dioses tribales y ofrecían sacrificios, todo esto muy en manera de los servicios del templo de Jerusalén. Continuaron practicando este culto hasta el tiempo de los macabeos, cuando Juan Hircano destruyó su templo en el Monte Gerizim. El apóstol Felipe, en su obra entre los samaritanos después de la muerte de Jesús, celebró muchas reuniones en el sitio de este viejo templo samaritano.
Los antagonismos entre los judíos y los samaritanos eran históricos, estaban sancionados por el tiempo; la separación entre los dos grupos había ido en aumento desde la época de Alejandro. Los doce apóstoles no eran contrarios a predicar en las ciudades griegas y en otras ciudades gentiles de la Decápolis y en Siria, pero fue para ellos una prueba difícil de su lealtad al Maestro cuando éste dijo, «vamos a Samaria». Sin embargo, durante más del año de convivencia con Jesús, habían desarrollado una lealtad personal que aun transcendía la fe de ellos en sus enseñanzas y los prejuicios contra los samaritanos.
La enemistad religiosa entre los judíos y los samaritanos databa del retorno de aquellos del cautiverio en Babilonia; en esa ocasión, los samaritanos trataron activamente de prevenir la reconstrucción de Jerusalén. Más adelante ofendieron a los judíos porque ofrecieron ayuda a los ejércitos de Alejandro. En recompensa por su amistad, Alejandro dio permiso a los samaritanos para que construyeran un templo sobre el Monte Gerizim, donde adoraban a Yahvé y a sus dioses tribales y ofrecían sacrificios, todo esto muy en manera de los servicios del templo de Jerusalén. Continuaron practicando este culto hasta el tiempo de los macabeos, cuando Juan Hircano destruyó su templo en el Monte Gerizim. El apóstol Felipe, en su obra entre los samaritanos después de la muerte de Jesús, celebró muchas reuniones en el sitio de este viejo templo samaritano.
Los antagonismos entre los judíos y los samaritanos eran históricos, estaban sancionados por el tiempo; la separación entre los dos grupos había ido en aumento desde la época de Alejandro. Los doce apóstoles no eran contrarios a predicar en las ciudades griegas y en otras ciudades gentiles de la Decápolis y en Siria, pero fue para ellos una prueba difícil de su lealtad al Maestro cuando éste dijo, «vamos a Samaria». Sin embargo, durante más del año de convivencia con Jesús, habían desarrollado una lealtad personal que aun transcendía la fe de ellos en sus enseñanzas y los prejuicios contra los samaritanos.
domingo, 14 de octubre de 2012
La recreación y el esparcimiento.
Por este tiempo se desarrolló entre los apóstoles y sus discípulos
asociados inmediatos, un estado de gran tensión nerviosa y emocional.
Aún no se habían acostumbrado a convivir y trabajar juntos. Les
resultaba cada vez más difícil mantener relaciones armoniosas con los
discípulos de Juan. El contacto con los gentiles y samaritanos era una
dura tribulación para estos judíos. Más aún, las recientes declaraciones
de Jesús habían contribuido a la perturbación de su mente. Andrés
estaba casi fuera de sí; ya no sabía qué hacer, y por eso recurrió al
Maestro con sus problemas y perplejidades. Cuando Jesús hubo escuchado a
su jefe apostólico relatar sus problemas, dijo: «Andrés, no puedes
disuadir a la gente de sus incertidumbres cuando han llegado a tal
comportamiento y cuando tantas personas con sentimientos tan fuertes
están inmiscuidas. No puedo hacer lo que tú me pides —no deseo
participar en estas dificultades sociales personales— pero os acompañaré
en disfrutar un período de tres días de descanso y esparcimiento. Ve a
tus hermanos y anúnciales que iremos todos al Monte Sartaba, donde deseo
descansar por uno o dos días.
«Pero debes dirigirte a cada uno de tus once hermanos en privado, diciéndoles: `el Maestro desea que nos apartemos con él por una temporada para descansar y calmarnos. Puesto que todos hemos pasado por un período de desazón espiritual y tensión mental, sugiero que no mencionemos estas tribulaciones y problemas durante estas vacaciones. ¿Puedo confiar en ti para que cooperes conmigo en este asunto?' Habla pues en privado y personalmente con cada uno de tus hermanos de esta manera». Y Andrés hizo tal como el Maestro le había ordenado.
Fue ésta una maravillosa ocasión en la experiencia de cada uno de ellos; jamás olvidaron el día que subieron a la montaña. Durante todo el viaje apenas si se mencionó una palabra de sus problemas. Al llegar a la cima de la montaña, Jesús les indicó que se sentaran a su alrededor mientras decía: «Hermanos míos, todos vosotros debéis aprender el valor del descanso y la eficacia del esparcimiento. Debéis daros cuenta de que la mejor manera de solucionar problemas enmarañados consiste en alejarse de ellos por un tiempo. Así, cuando volváis descansados después de un período de esparcimiento o de adoración, podréis atacar vuestros problemas con mente más clara y mano más firme, y desde luego, con el corazón más resuelto. Muchas veces veréis que el problema se ha achicado en tamaño y proporción durante vuestro reposo de la mente y el cuerpo».
Al día siguiente Jesús asignó un tema de discusión a cada uno de los doce. El día entero fue dedicado a las reminiscencias y a los asuntos no relacionados con su trabajo religioso. Se quedaron ellos anonadados por un momento cuando vieron que Jesús no dio las gracias —oralmente— al romper el pan para el almuerzo del mediodía. Era ésta la primera vez que lo habían observado no cumplir con tales formalidades.
Cuando subieron a la montaña la mente de Andrés se debatía en una maraña de problemas. Las perplejidades carcomían el corazón de Juan. El alma de Santiago estaba dolorosamente atribulada. Mateo no tenía suficientes fondos debido a la estadía de ellos entre los gentiles. Pedro estaba agitado y más temperamental que nunca. Judas sufría uno de sus ataques periódicos de susceptibilidad y egoísmo. Simón se preocupaba más que de costumbre por el esfuerzo de armonizar su patriotismo y la idea del amor de la hermandad de los hombres. Felipe estaba más y más confundido por el desarrollo de los acontecimientos. El sentido del humor de Nataniel había disminuido desde que habían comenzado su obra entre las poblaciones gentiles, y Tomás sufría una grave temporada de depresión. Sólo los gemelos se mostraban normales y sin perturbaciones. Todos ellos estaban dominados por la preocupación de encontrar una manera para convivir en paz con los discípulos de Juan.
Al tercer día, cuando comenzaron el descenso de la montaña para regresar al campamento, se había operado en ellos un gran cambio. Habían hecho el importante descubrimiento de que muchas perplejidades humanas son en realidad inexistentes, muchos problemas aparentemente graves son la creación del temor exagerado y el resultado del recelo magnificado. Habían aprendido que tales perplejidades se manejan mejor alejándose de ellas; al poner un poco de distancia, habían dejado que esos problemas se solucionaran por sí mismos.
Su retorno de este descanso, marcó el comienzo de un período caracterizado por relaciones altamente mejoradas con los seguidores de Juan. Muchos de los doce dieron rienda suelta a la hilaridad en cuanto observaron el cambio de su estado de ánimo y la liberación de esa irritabilidad nerviosa que venían sufriendo; y todo esto, gracias a los tres días de alejamiento de la rutina diaria. Siempre existe el peligro de que la monotonía de las relaciones humanas multiplique las perplejidades y magnifique las dificultades.
No muchos de los gentiles en las dos ciudades griegas de Arquelais y Fasaelis creyeron en el evangelio, pero este primer período de trabajo intenso entre poblaciones exclusivamente gentiles fue una experiencia valiosa para los doce. Un lunes por la mañana, alrededor de la mitad del mes, Jesús le dijo a Andrés: «Vamos a Samaria». Inmediatamente salieron hacia la ciudad de Sicar, cerca del pozo de Jacob.
«Pero debes dirigirte a cada uno de tus once hermanos en privado, diciéndoles: `el Maestro desea que nos apartemos con él por una temporada para descansar y calmarnos. Puesto que todos hemos pasado por un período de desazón espiritual y tensión mental, sugiero que no mencionemos estas tribulaciones y problemas durante estas vacaciones. ¿Puedo confiar en ti para que cooperes conmigo en este asunto?' Habla pues en privado y personalmente con cada uno de tus hermanos de esta manera». Y Andrés hizo tal como el Maestro le había ordenado.
Fue ésta una maravillosa ocasión en la experiencia de cada uno de ellos; jamás olvidaron el día que subieron a la montaña. Durante todo el viaje apenas si se mencionó una palabra de sus problemas. Al llegar a la cima de la montaña, Jesús les indicó que se sentaran a su alrededor mientras decía: «Hermanos míos, todos vosotros debéis aprender el valor del descanso y la eficacia del esparcimiento. Debéis daros cuenta de que la mejor manera de solucionar problemas enmarañados consiste en alejarse de ellos por un tiempo. Así, cuando volváis descansados después de un período de esparcimiento o de adoración, podréis atacar vuestros problemas con mente más clara y mano más firme, y desde luego, con el corazón más resuelto. Muchas veces veréis que el problema se ha achicado en tamaño y proporción durante vuestro reposo de la mente y el cuerpo».
Al día siguiente Jesús asignó un tema de discusión a cada uno de los doce. El día entero fue dedicado a las reminiscencias y a los asuntos no relacionados con su trabajo religioso. Se quedaron ellos anonadados por un momento cuando vieron que Jesús no dio las gracias —oralmente— al romper el pan para el almuerzo del mediodía. Era ésta la primera vez que lo habían observado no cumplir con tales formalidades.
Cuando subieron a la montaña la mente de Andrés se debatía en una maraña de problemas. Las perplejidades carcomían el corazón de Juan. El alma de Santiago estaba dolorosamente atribulada. Mateo no tenía suficientes fondos debido a la estadía de ellos entre los gentiles. Pedro estaba agitado y más temperamental que nunca. Judas sufría uno de sus ataques periódicos de susceptibilidad y egoísmo. Simón se preocupaba más que de costumbre por el esfuerzo de armonizar su patriotismo y la idea del amor de la hermandad de los hombres. Felipe estaba más y más confundido por el desarrollo de los acontecimientos. El sentido del humor de Nataniel había disminuido desde que habían comenzado su obra entre las poblaciones gentiles, y Tomás sufría una grave temporada de depresión. Sólo los gemelos se mostraban normales y sin perturbaciones. Todos ellos estaban dominados por la preocupación de encontrar una manera para convivir en paz con los discípulos de Juan.
Al tercer día, cuando comenzaron el descenso de la montaña para regresar al campamento, se había operado en ellos un gran cambio. Habían hecho el importante descubrimiento de que muchas perplejidades humanas son en realidad inexistentes, muchos problemas aparentemente graves son la creación del temor exagerado y el resultado del recelo magnificado. Habían aprendido que tales perplejidades se manejan mejor alejándose de ellas; al poner un poco de distancia, habían dejado que esos problemas se solucionaran por sí mismos.
Su retorno de este descanso, marcó el comienzo de un período caracterizado por relaciones altamente mejoradas con los seguidores de Juan. Muchos de los doce dieron rienda suelta a la hilaridad en cuanto observaron el cambio de su estado de ánimo y la liberación de esa irritabilidad nerviosa que venían sufriendo; y todo esto, gracias a los tres días de alejamiento de la rutina diaria. Siempre existe el peligro de que la monotonía de las relaciones humanas multiplique las perplejidades y magnifique las dificultades.
No muchos de los gentiles en las dos ciudades griegas de Arquelais y Fasaelis creyeron en el evangelio, pero este primer período de trabajo intenso entre poblaciones exclusivamente gentiles fue una experiencia valiosa para los doce. Un lunes por la mañana, alrededor de la mitad del mes, Jesús le dijo a Andrés: «Vamos a Samaria». Inmediatamente salieron hacia la ciudad de Sicar, cerca del pozo de Jacob.
viernes, 12 de octubre de 2012
La lección sobre el autodominio.
El Maestro era un ejemplar perfeccionado del
autodominio humano. Si lo vilipendiaban, él no vilipendiaba; cuando
sufría, no amenazaba a sus torturadores; cuando fue denunciado por sus
enemigos, se remitió simplemente al juicio justo del Padre en el cielo.
En una de las conferencias nocturnas, Andrés le preguntó a Jesús: «Maestro, ¿hemos de practicar la abnegación, tal como nos enseñara Juan, o hemos de tratar de adquirir el autocontrol que tú nos enseñas? ¿En qué difiere lo que enseñas tú de lo que enseñaba Juan?» Jesús respondió: «Efectivamente, Juan os enseñó el camino de la justicia de acuerdo con las luces y leyes de sus progenitores, la religión de la introspección y del sacrificio. Pero yo he venido con un nuevo mensaje de autoolvido y autocontrol. Os muestro el camino de la vida tal como me lo reveló mi Padre en el cielo.
«De cierto, de cierto os digo, que el que sepa gobernarse a sí mismo es más grande que el que conquista una ciudad. El autodominio es la medida de la naturaleza moral del hombre y el indicador de su desarrollo espiritual. En el viejo orden, vosotros ayunabais y orabais; como criaturas nuevas, renacidas del espíritu, se os enseña a creer y a regocijaros. En el reino del Padre habréis de transformaros en criaturas nuevas; las cosas viejas habrán de perecer; he aquí que os muestro cómo todas las cosas se han de renovar. Y por vuestro amor mutuo, convenceréis al mundo de que habéis pasado de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida eterna.
«Por el viejo método buscáis suprimir, obedecer y conformar a las reglas del vivir; por el nuevo camino, primero seréis transformados por el Espíritu de la Verdad y así vuestra alma se verá fortalecida por la constante renovación espiritual de vuestra mente; de este modo estaréis dotados de la fuerza para hacer con seguridad y júbilo la voluntad misericordiosa, aceptable y perfecta de Dios. No olvidéis: es vuestra fe personal en las extraordinariamente grandes y preciosas promesas de Dios, la que os asegura que participaréis de la naturaleza divina. Así pues, mediante vuestra fe y la transformación del espíritu, llegaréis a ser en realidad, templos de Dios, y su espíritu vive verdaderamente dentro de vosotros. Si el espíritu vive dentro de vosotros, ya no seréis esclavos encadenados por la carne, sino hijos del espíritu libres y liberados. La nueva ley del espíritu os dota de la libertad del autodominio, reemplazando la vieja ley del temor, basada en la autoesclavitud y en las cadenas de la abnegación.
«Muchas veces, cuando habéis hecho el mal, habéis pensado en culpar la influencia del demonio en vuestros actos, aunque en realidad habéis errado guiados por vuestras propias tendencias naturales. ¿Acaso no os dijo el profeta Jeremías hace mucho tiempo que el corazón humano es engañoso por sobre todas las cosas, y a veces, aun desesperadamente perverso? ¡Cuán fácil es engañaros a vosotros mismos y caer así en temores tontos, deseos arrolladores, placeres esclavizantes, malicia, envidia y aun en odio vengativo!
«La salvación se obtiene mediante la regeneración del espíritu y no por las acciones santurronas de la carne. Estáis justificados por la fe y acompañados por la gracia, no por el temor y la abnegación de la carne, aunque los hijos del Padre que han nacido del espíritu son siempre y para siempre dueños de su ser y de todo lo que corresponde a los deseos de la carne. Cuando sabéis que os salva la fe, tendréis paz verdadera con Dios. Y todos los que sigan el camino de esta paz celestial están destinados a ser santificados al servicio eterno de los hijos del Dios eterno, hijos en constante progreso. De aquí en adelante, ya no será un deber, sino más bien un gran privilegio para vosotros purificaros de todos los males de la mente y del cuerpo mientras buscáis la perfección en el amor de Dios.
«Vuestra filiación está fundada en la fe, y debéis permanecer impasibles ante el temor. Vuestro regocijo nace de la confianza en el verbo divino, por consiguiente no dudaréis de la realidad del amor y de la misericordia del Padre. Es la bondad misma de Dios la que conduce a los hombres a un arrepentimiento verdadero y genuino. El secreto de vuestro autodominio está ligado con vuestra fe en el espíritu residente, que siempre labora por amor. La fe salvadora misma no proviene de vosotros; sino que es otro don de Dios. Al ser hijos de esta fe viviente, ya no seréis los esclavos de vuestro yo, sino más bien los dueños triunfantes de vuestro yo, los hijos liberados de Dios.
«Si entonces, hijos míos, nacéis del espíritu, estaréis por siempre libres de la esclavitud autoconsciente de una vida de abnegación y vigilancia continua sobre los deseos de la carne; seréis trasladados al reino jubiloso del espíritu, en el cual haréis resaltar espontáneamente los frutos del espíritu en vuestra vida diaria. Los frutos del espíritu son la esencia del tipo más elevado de autocontrol ennoblecedor y regocijante, aun el alcance máximo del logro mortal terrenal: el verdadero autodominio».
En una de las conferencias nocturnas, Andrés le preguntó a Jesús: «Maestro, ¿hemos de practicar la abnegación, tal como nos enseñara Juan, o hemos de tratar de adquirir el autocontrol que tú nos enseñas? ¿En qué difiere lo que enseñas tú de lo que enseñaba Juan?» Jesús respondió: «Efectivamente, Juan os enseñó el camino de la justicia de acuerdo con las luces y leyes de sus progenitores, la religión de la introspección y del sacrificio. Pero yo he venido con un nuevo mensaje de autoolvido y autocontrol. Os muestro el camino de la vida tal como me lo reveló mi Padre en el cielo.
«De cierto, de cierto os digo, que el que sepa gobernarse a sí mismo es más grande que el que conquista una ciudad. El autodominio es la medida de la naturaleza moral del hombre y el indicador de su desarrollo espiritual. En el viejo orden, vosotros ayunabais y orabais; como criaturas nuevas, renacidas del espíritu, se os enseña a creer y a regocijaros. En el reino del Padre habréis de transformaros en criaturas nuevas; las cosas viejas habrán de perecer; he aquí que os muestro cómo todas las cosas se han de renovar. Y por vuestro amor mutuo, convenceréis al mundo de que habéis pasado de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida eterna.
«Por el viejo método buscáis suprimir, obedecer y conformar a las reglas del vivir; por el nuevo camino, primero seréis transformados por el Espíritu de la Verdad y así vuestra alma se verá fortalecida por la constante renovación espiritual de vuestra mente; de este modo estaréis dotados de la fuerza para hacer con seguridad y júbilo la voluntad misericordiosa, aceptable y perfecta de Dios. No olvidéis: es vuestra fe personal en las extraordinariamente grandes y preciosas promesas de Dios, la que os asegura que participaréis de la naturaleza divina. Así pues, mediante vuestra fe y la transformación del espíritu, llegaréis a ser en realidad, templos de Dios, y su espíritu vive verdaderamente dentro de vosotros. Si el espíritu vive dentro de vosotros, ya no seréis esclavos encadenados por la carne, sino hijos del espíritu libres y liberados. La nueva ley del espíritu os dota de la libertad del autodominio, reemplazando la vieja ley del temor, basada en la autoesclavitud y en las cadenas de la abnegación.
«Muchas veces, cuando habéis hecho el mal, habéis pensado en culpar la influencia del demonio en vuestros actos, aunque en realidad habéis errado guiados por vuestras propias tendencias naturales. ¿Acaso no os dijo el profeta Jeremías hace mucho tiempo que el corazón humano es engañoso por sobre todas las cosas, y a veces, aun desesperadamente perverso? ¡Cuán fácil es engañaros a vosotros mismos y caer así en temores tontos, deseos arrolladores, placeres esclavizantes, malicia, envidia y aun en odio vengativo!
«La salvación se obtiene mediante la regeneración del espíritu y no por las acciones santurronas de la carne. Estáis justificados por la fe y acompañados por la gracia, no por el temor y la abnegación de la carne, aunque los hijos del Padre que han nacido del espíritu son siempre y para siempre dueños de su ser y de todo lo que corresponde a los deseos de la carne. Cuando sabéis que os salva la fe, tendréis paz verdadera con Dios. Y todos los que sigan el camino de esta paz celestial están destinados a ser santificados al servicio eterno de los hijos del Dios eterno, hijos en constante progreso. De aquí en adelante, ya no será un deber, sino más bien un gran privilegio para vosotros purificaros de todos los males de la mente y del cuerpo mientras buscáis la perfección en el amor de Dios.
«Vuestra filiación está fundada en la fe, y debéis permanecer impasibles ante el temor. Vuestro regocijo nace de la confianza en el verbo divino, por consiguiente no dudaréis de la realidad del amor y de la misericordia del Padre. Es la bondad misma de Dios la que conduce a los hombres a un arrepentimiento verdadero y genuino. El secreto de vuestro autodominio está ligado con vuestra fe en el espíritu residente, que siempre labora por amor. La fe salvadora misma no proviene de vosotros; sino que es otro don de Dios. Al ser hijos de esta fe viviente, ya no seréis los esclavos de vuestro yo, sino más bien los dueños triunfantes de vuestro yo, los hijos liberados de Dios.
«Si entonces, hijos míos, nacéis del espíritu, estaréis por siempre libres de la esclavitud autoconsciente de una vida de abnegación y vigilancia continua sobre los deseos de la carne; seréis trasladados al reino jubiloso del espíritu, en el cual haréis resaltar espontáneamente los frutos del espíritu en vuestra vida diaria. Los frutos del espíritu son la esencia del tipo más elevado de autocontrol ennoblecedor y regocijante, aun el alcance máximo del logro mortal terrenal: el verdadero autodominio».
martes, 9 de octubre de 2012
Las predicaciones en Arquelais.
Durante la primera mitad del mes de agosto, el
grupo apostólico estableció su cuartel general en las ciudades griegas
de Arquelais y Fasaelis, donde por primera vez enseñaban casi
exclusivamente a grupos de gentiles —griegos, romanos y sirios— ya que
vivían pocos judíos en estas dos ciudades griegas. En sus encuentros con
estos ciudadanos romanos, los apóstoles se enfrentaron con nuevas
dificultades en la proclamación del mensaje del reino venidero y oyeron
nuevas objeciones a las enseñanzas de Jesús. En una de las muchas
conversaciones nocturnas con sus apóstoles, Jesús escuchó atentamente
estas objeciones al evangelio del reino, mientras los doce relataban sus
experiencias de labor personal.
Una pregunta de Felipe ilustró claramente sus dificultades. Dijo Felipe: «Maestro, estos griegos y romanos toman nuestro mensaje con cierta ligereza, pues dicen que estas enseñanzas son sólo adecuadas para los débiles y los esclavos. Afirman que la religión de los paganos es superior a nuestras enseñanzas, porque inspira a la formación de un carácter fuerte, robusto y agresivo. Afirman que queremos convertir a los hombres en seres debilitados, pasivos y sin resistencia que muy pronto desaparecerían de la superficie de la tierra. A ti te aprecian, Maestro, y admiten libremente que tus enseñanzas son celestiales e ideales, pero a nosotros no nos toman en serio. Afirman que tu religión no es para este mundo; que los hombres no pueden vivir según tus palabras. Ahora bien, Maestro, ¿qué hemos de decir a estos gentiles?»
Después de escuchar Jesús objeciones similares al evangelio del reino presentadas por Tomás, Nataniel, Simón el Zelote y Mateo, les dijo a los doce:
«He venido a este mundo para hacer la voluntad de mi Padre y para revelar su carácter amante a toda la humanidad. Ésta es, hermanos míos, mi misión. Y ésta es la única cosa que haré, aunque los judíos o gentiles de esta época o de otras generaciones interpreten mal mis enseñanzas. Pero no debéis olvidar que aun el amor divino conlleva una disciplina severa. El amor de un padre por su hijo obliga muchas veces al padre a reprimir las acciones tontas de su hijo imprudente. El hijo no siempre comprende los motivos sabios y amantes de la disciplina restrictiva del padre. Pero yo os declaro que mi Padre en el Paraíso gobierna un universo de universos por la irresistible fuerza de su amor. El amor es la más grande de todas las realidades espirituales. La verdad es una revelación liberadora, pero el amor es la relación suprema. Sean cuales fueren los errores que puedan cometer vuestros semejantes en la organización del mundo de hoy, el evangelio que os declaro gobernará este mismo mundo en una era futura. El propósito final del progreso humano es el reconocimiento reverente de la paternidad de Dios y la materialización amante de la hermandad del hombre.
«Pero, ¿quién os dijo que mi evangelio sólo es para esclavos y débiles? ¿Acaso vosotros, mis apóstoles elegidos, sois débiles? ¿Parecía débil Juan? ¿Me veis acaso esclavizado por el temor? Es verdad que predicamos el evangelio a los pobres y a los oprimidos de esta generación. Las religiones de este mundo descuidan a los pobres, pero mi Padre no hace acepción de personas. Además, en esta época los pobres son los primeros en responder al llamado al arrepentimiento y aceptar la filiación de hijos de Dios. El evangelio del reino debe ser predicado a todos los hombres —judíos y gentiles, griegos y romanos, ricos y pobres, libres y esclavizados— y en igual medida a jóvenes y viejos, hombres y mujeres.
«Aunque mi Padre es un Dios de amor que se regocija en la práctica de la misericordia, no creáis que será cosa fácil y monótona servir al reino. La ascensión al Paraíso es la aventura suprema de todos los tiempos, el duro logro de la eternidad. El servicio del reino sobre la tierra requerirá toda la virilidad valerosa que podáis reunir vosotros y vuestros asociados. Muchos de vosotros seréis matados por vuestra lealtad al evangelio de este reino. Es fácil morir en el frente de batalla física, cuando la presencia de vuestros compañeros de lucha fortalece la valentía, pero se necesita una forma más elevada y profunda de valentía y devoción humanas para dar la vida a solas y con serenidad, por el amor de una verdad albergada en vuestro corazón mortal.
«Puede que hoy se burlen los incrédulos porque predicáis un evangelio de no resistencia y vivís una vida sin violencia, pero vosotros sois los primeros voluntarios de una larga línea de creyentes sinceros en este evangelio del reino, que sorprenderán a toda la humanidad por su devoción heroica a estas enseñanzas. Nunca ningún ejército en el mundo ha demostrado nunca más coraje y valor que el que manifestaréis vosotros y vuestros leales sucesores cuando salgáis al mundo para proclamar la buena nueva —la paternidad de Dios y la hermandad de los hombres. La valentía física es la forma más baja de coraje. La valentía de la mente es un tipo más alto de coraje humano, pero el más elevado y supremo consiste en la lealtad sin compromiso a las convicciones esclarecidas de las realidades profundas del espíritu. Este coraje constituye el heroísmo del hombre que conoce a Dios. Y todos vosotros conocéis a Dios; sois, en toda verdad, los asociados personales del Hijo del Hombre».
Esto no fue todo lo que dijo Jesús en esta ocasión pero sólo es la introducción de su disertación. Después amplió e ilustró exhaustivamente esta declaración. Fue éste uno de los discursos más apasionados que Jesús jamás pronunció ante los doce.
Pocas veces hablaba el Maestro a sus apóstoles con tanta pasión, pero ésta fue una de esas pocas ocasiones en las que se expresó con intensidad manifiesta y gran emoción.
El efecto sobre la predicación pública y el ministerio personal de los apóstoles fue inmediato; desde ese mismo día el mensaje de ellos denotó un nuevo matiz valeroso. Los doce continuaron adquiriendo el espíritu de agresión positiva en el nuevo evangelio del reino. De ahí en adelante ya no se preocuparon tanto por predicar las virtudes negativas y las exhortaciones pasivas de la muchas facetas del mensaje de su Maestro.
Una pregunta de Felipe ilustró claramente sus dificultades. Dijo Felipe: «Maestro, estos griegos y romanos toman nuestro mensaje con cierta ligereza, pues dicen que estas enseñanzas son sólo adecuadas para los débiles y los esclavos. Afirman que la religión de los paganos es superior a nuestras enseñanzas, porque inspira a la formación de un carácter fuerte, robusto y agresivo. Afirman que queremos convertir a los hombres en seres debilitados, pasivos y sin resistencia que muy pronto desaparecerían de la superficie de la tierra. A ti te aprecian, Maestro, y admiten libremente que tus enseñanzas son celestiales e ideales, pero a nosotros no nos toman en serio. Afirman que tu religión no es para este mundo; que los hombres no pueden vivir según tus palabras. Ahora bien, Maestro, ¿qué hemos de decir a estos gentiles?»
Después de escuchar Jesús objeciones similares al evangelio del reino presentadas por Tomás, Nataniel, Simón el Zelote y Mateo, les dijo a los doce:
«He venido a este mundo para hacer la voluntad de mi Padre y para revelar su carácter amante a toda la humanidad. Ésta es, hermanos míos, mi misión. Y ésta es la única cosa que haré, aunque los judíos o gentiles de esta época o de otras generaciones interpreten mal mis enseñanzas. Pero no debéis olvidar que aun el amor divino conlleva una disciplina severa. El amor de un padre por su hijo obliga muchas veces al padre a reprimir las acciones tontas de su hijo imprudente. El hijo no siempre comprende los motivos sabios y amantes de la disciplina restrictiva del padre. Pero yo os declaro que mi Padre en el Paraíso gobierna un universo de universos por la irresistible fuerza de su amor. El amor es la más grande de todas las realidades espirituales. La verdad es una revelación liberadora, pero el amor es la relación suprema. Sean cuales fueren los errores que puedan cometer vuestros semejantes en la organización del mundo de hoy, el evangelio que os declaro gobernará este mismo mundo en una era futura. El propósito final del progreso humano es el reconocimiento reverente de la paternidad de Dios y la materialización amante de la hermandad del hombre.
«Pero, ¿quién os dijo que mi evangelio sólo es para esclavos y débiles? ¿Acaso vosotros, mis apóstoles elegidos, sois débiles? ¿Parecía débil Juan? ¿Me veis acaso esclavizado por el temor? Es verdad que predicamos el evangelio a los pobres y a los oprimidos de esta generación. Las religiones de este mundo descuidan a los pobres, pero mi Padre no hace acepción de personas. Además, en esta época los pobres son los primeros en responder al llamado al arrepentimiento y aceptar la filiación de hijos de Dios. El evangelio del reino debe ser predicado a todos los hombres —judíos y gentiles, griegos y romanos, ricos y pobres, libres y esclavizados— y en igual medida a jóvenes y viejos, hombres y mujeres.
«Aunque mi Padre es un Dios de amor que se regocija en la práctica de la misericordia, no creáis que será cosa fácil y monótona servir al reino. La ascensión al Paraíso es la aventura suprema de todos los tiempos, el duro logro de la eternidad. El servicio del reino sobre la tierra requerirá toda la virilidad valerosa que podáis reunir vosotros y vuestros asociados. Muchos de vosotros seréis matados por vuestra lealtad al evangelio de este reino. Es fácil morir en el frente de batalla física, cuando la presencia de vuestros compañeros de lucha fortalece la valentía, pero se necesita una forma más elevada y profunda de valentía y devoción humanas para dar la vida a solas y con serenidad, por el amor de una verdad albergada en vuestro corazón mortal.
«Puede que hoy se burlen los incrédulos porque predicáis un evangelio de no resistencia y vivís una vida sin violencia, pero vosotros sois los primeros voluntarios de una larga línea de creyentes sinceros en este evangelio del reino, que sorprenderán a toda la humanidad por su devoción heroica a estas enseñanzas. Nunca ningún ejército en el mundo ha demostrado nunca más coraje y valor que el que manifestaréis vosotros y vuestros leales sucesores cuando salgáis al mundo para proclamar la buena nueva —la paternidad de Dios y la hermandad de los hombres. La valentía física es la forma más baja de coraje. La valentía de la mente es un tipo más alto de coraje humano, pero el más elevado y supremo consiste en la lealtad sin compromiso a las convicciones esclarecidas de las realidades profundas del espíritu. Este coraje constituye el heroísmo del hombre que conoce a Dios. Y todos vosotros conocéis a Dios; sois, en toda verdad, los asociados personales del Hijo del Hombre».
Esto no fue todo lo que dijo Jesús en esta ocasión pero sólo es la introducción de su disertación. Después amplió e ilustró exhaustivamente esta declaración. Fue éste uno de los discursos más apasionados que Jesús jamás pronunció ante los doce.
Pocas veces hablaba el Maestro a sus apóstoles con tanta pasión, pero ésta fue una de esas pocas ocasiones en las que se expresó con intensidad manifiesta y gran emoción.
El efecto sobre la predicación pública y el ministerio personal de los apóstoles fue inmediato; desde ese mismo día el mensaje de ellos denotó un nuevo matiz valeroso. Los doce continuaron adquiriendo el espíritu de agresión positiva en el nuevo evangelio del reino. De ahí en adelante ya no se preocuparon tanto por predicar las virtudes negativas y las exhortaciones pasivas de la muchas facetas del mensaje de su Maestro.
De paso por Samaria.
AFINES de junio del año 27 d. de J.C., y en vista de la oposición
cada vez mayor que manifestaban los dirigentes religiosos judíos, Jesús y
los doce partieron de Jerusalén, después de enviar sus tiendas y sus
escasos efectos personales a la casa de Lázaro en Betania para que allí
fueran guardados. Procedieron hacia el norte a Samaria, y pasaron el
sábado en Betel. Predicaron aquí durante varios días a la gente que había venido de Gofna y Efraín. Llegó un
grupo de ciudadanos de Arimatea y Tamna para invitar a Jesús a que
visitara sus aldeas. El Maestro y sus apóstoles pasaron más de dos
semanas enseñando a los judíos y samaritanos de esta región, muchos de
los cuales hasta venían de Antipatris, que estaba bastante lejos, para
escuchar la buena nueva del reino.
Los habitantes del sur de Samaria escuchaban con regocijo a Jesús, y los apóstoles, a excepción de Judas Iscariote, pudieron sobreponerse considerablemente a su prejuicio contra los samaritanos. A Judas le resultaba muy difícil amar a estos samaritanos. La última semana de julio, Jesús y sus asociados se prepararon para partir hacia las nuevas ciudades griegas de Fasaelis y Arquelais, cerca del Jordán.
Los habitantes del sur de Samaria escuchaban con regocijo a Jesús, y los apóstoles, a excepción de Judas Iscariote, pudieron sobreponerse considerablemente a su prejuicio contra los samaritanos. A Judas le resultaba muy difícil amar a estos samaritanos. La última semana de julio, Jesús y sus asociados se prepararon para partir hacia las nuevas ciudades griegas de Fasaelis y Arquelais, cerca del Jordán.
domingo, 7 de octubre de 2012
En la Judea del sur.
A fines de abril la oposición a Jesús entre los
fariseos y saduceos se había vuelto tan pronunciada que el Maestro y sus
apóstoles decidieron alejarse de Jerusalén por un tiempo, dirigiéndose
al sur para trabajar en Belén y Hebrón. Todo el mes de mayo fue dedicado
a hacer trabajo personal en estas ciudades y entre la gente de las
aldeas vecinas. Durante este viaje no hubo predicación pública, sino tan
sólo visitas de casa en casa. Parte de este tiempo, mientras los
apóstoles enseñaban el evangelio y ministraban a los enfermos, Jesús y
Abner lo pasaron en En-Gedi, visitando la colonia nazarea. Juan el
Bautista había salido de este lugar, y Abner había sido jefe de este
grupo. Muchos de los que pertenecían a la hermandad nazarea se hicieron
creyentes de Jesús, pero la mayoría de estos hombres ascéticos y
excéntricos se negaron a aceptarlo como un maestro enviado del cielo
porque no enseñaba a ayunar ni otras formas de abnegación.
La gente que vivía en esta región no sabía que Jesús había nacido en Belén. Siempre supusieron que el Maestro había nacido en Nazaret, así como la mayoría de sus discípulos, pero los doce sabían la verdad.
La estadía en el sur de Judea fue una temporada de labor fructífera y serena; muchas almas fueron sumadas al reino. Para los primeros días de junio la agitación contra Jesús en Jerusalén se había calmado lo suficiente como para que el Maestro y los apóstoles retornaran para instruir y consolar a los creyentes.
Aunque Jesús y los apóstoles pasaron todo el mes de junio en Jerusalén y sus cercanías, no hicieron enseñanza pública durante este período. Vivían la mayor parte del tiempo en tiendas que montaban en un parque o jardín sombreado, conocido en esa época como Getsemaní. Este parque estaba situado en la ladera occidental del Monte de los Olivos, no lejos del arroyo Cedrón. Los sábados, o sea los fines de semana, usualmente los pasaban con Lázaro y sus hermanas en Betania. Jesús entró dentro de los muros de Jerusalén sólo unas pocas veces, pero un gran número de interesados concurría a Getsemaní para conversar con él. Un viernes por la noche, Nicodemo y un tal José de Arimatea se atrevieron a salir fuera de la ciudad para visitar a Jesús pero al llegar a la entrada de la tienda del Maestro, por miedo no se atrevieron a entrar y se devolvieron y, por supuesto, no percibieron que Jesús sabía todo lo que estaban haciendo.
Cuando los rectores de lo judíos se enteraron de que Jesús había regresado a Jerusalén, se prepararon para arrestarlo; pero cuando observaron que no predicaba en público, concluyeron que se había asustado por su reacción anterior y decidieron permitirle que continuara con su enseñanza en esa forma privada sin molestarlo más. Así pues los asuntos siguieron en forma tranquila hasta los últimos días de junio, cuando un cierto Simón, miembro del sanedrín, abrazó públicamente las enseñanzas de Jesús, después de declararlo ante los rectores de los judíos. Inmediatamente surgió una nueva agitación en favor del encarcelamiento de Jesús y este movimiento tanto creció que el Maestro decidió retirarse a las ciudades de Samaria y la Decápolis.
La gente que vivía en esta región no sabía que Jesús había nacido en Belén. Siempre supusieron que el Maestro había nacido en Nazaret, así como la mayoría de sus discípulos, pero los doce sabían la verdad.
La estadía en el sur de Judea fue una temporada de labor fructífera y serena; muchas almas fueron sumadas al reino. Para los primeros días de junio la agitación contra Jesús en Jerusalén se había calmado lo suficiente como para que el Maestro y los apóstoles retornaran para instruir y consolar a los creyentes.
Aunque Jesús y los apóstoles pasaron todo el mes de junio en Jerusalén y sus cercanías, no hicieron enseñanza pública durante este período. Vivían la mayor parte del tiempo en tiendas que montaban en un parque o jardín sombreado, conocido en esa época como Getsemaní. Este parque estaba situado en la ladera occidental del Monte de los Olivos, no lejos del arroyo Cedrón. Los sábados, o sea los fines de semana, usualmente los pasaban con Lázaro y sus hermanas en Betania. Jesús entró dentro de los muros de Jerusalén sólo unas pocas veces, pero un gran número de interesados concurría a Getsemaní para conversar con él. Un viernes por la noche, Nicodemo y un tal José de Arimatea se atrevieron a salir fuera de la ciudad para visitar a Jesús pero al llegar a la entrada de la tienda del Maestro, por miedo no se atrevieron a entrar y se devolvieron y, por supuesto, no percibieron que Jesús sabía todo lo que estaban haciendo.
Cuando los rectores de lo judíos se enteraron de que Jesús había regresado a Jerusalén, se prepararon para arrestarlo; pero cuando observaron que no predicaba en público, concluyeron que se había asustado por su reacción anterior y decidieron permitirle que continuara con su enseñanza en esa forma privada sin molestarlo más. Así pues los asuntos siguieron en forma tranquila hasta los últimos días de junio, cuando un cierto Simón, miembro del sanedrín, abrazó públicamente las enseñanzas de Jesús, después de declararlo ante los rectores de los judíos. Inmediatamente surgió una nueva agitación en favor del encarcelamiento de Jesús y este movimiento tanto creció que el Maestro decidió retirarse a las ciudades de Samaria y la Decápolis.
sábado, 6 de octubre de 2012
La lección sobre la familia.
Después del activo período de enseñanza y trabajo personal durante la
semana Pascual en Jerusalén, Jesús pasó el miércoles siguiente en
Betania con sus apóstoles, descansando. Esa tarde, Tomás hizo una
pregunta que produjo una respuesta larga e instructiva. Dijo Tomás:
«Maestro, el día que nos seleccionaste como embajadores del reino, nos
dijiste muchas cosas, nos instruiste sobre nuestro modo personal de
vida, pero, ¿qué le enseñaremos a la multitud? ¿Cómo deben vivir estas
personas después de que el reino llegue más plenamente? ¿Deberán tus
discípulos poseer esclavos? ¿Cortejarán tus creyentes la pobreza y
rechazarán la propiedad privada? ¿Reinará la misericordia por sí sola de
modo tal que ya no habrá ley ni justicia?» Jesús y los doce pasaron
toda la tarde y la noche después de la cena discutiendo las preguntas de
Tomás. Para los fines de esta narración presentamos el siguiente
resumen de las instrucciones del Maestro:
Jesús, en primer lugar, trató de aclarar a sus apóstoles que él estaba en la tierra para vivir una vida excepcional en la carne y que ellos, los doce, habían sido llamados para participar en esta experiencia de autootorgamiento del Hijo del Hombre; y que, como colaboradores, también debían compartir muchas de las restricciones y obligaciones propias de toda la experiencia del autootorgamiento. Hubo una sugerencia velada de que el Hijo del Hombre era el único que jamás hubiera vivido en la tierra, capaz de ver simultáneamente dentro del corazón mismo de Dios y de las profundidades del alma del hombre.
Jesús explicó muy claramente que el reino del cielo era una experiencia evolutiva, que comenzaba aquí en la tierra y progresaba a través de las estaciones sucesivas de vida hasta el Paraíso. En el curso de la noche declaró definitivamente que en una etapa futura del desarrollo del reino, volvería a visitar este mundo, en poder espiritual y gloria divina.
Luego explicó que la «idea del reino» no era la mejor manera de ilustrar la relación del hombre con Dios; empleaba estos tropos porque el pueblo judío estaba esperando el reino y porque Juan había predicado en términos del reino venidero. Dijo Jesús: «Los pueblos de otra era comprenderán mejor el evangelio del reino cuando se lo presente en términos que expresen la relación familiar — cuando el hombre comprenda la religión como la enseñanza de la paternidad de Dios y de la hermandad de los hombres, la filiación con Dios». Luego el Maestro discurrió con cierta amplitud sobre la familia terrestre como ilustración de la familia celestial, volviendo a declarar las dos leyes fundamentales del vivir: el primer mandamiento de amor al padre, el jefe de la familia, y el segundo mandamiento de amor mutuo entre los hijos, de amar a tu hermano como a ti mismo. Procedió luego explicando que esta cualidad de afecto fraternal se manifestaría invariablemente en servicio social, generoso y amante.
Después de esto, sobrevino la memorable conversación sobre las características fundamentales de la vida familiar y su aplicación a la relación existente entre Dios y el hombre. Jesús declaró que una verdadera familia está fundada en los siguientes siete hechos:
1. El hecho de la existencia. Las relaciones discernibles en la naturaleza y los fenómenos del parecido entre los mortales están vinculados a la familia: los niños heredan ciertos rasgos de los padres. Los hijos se originan de los padres. La existencia de la personalidad depende del acto de los padres. La relación del padre y el hijo es inherente en toda la naturaleza y llena todas las existencias vivientes.
2. La seguridad y el placer. Los verdaderos padres derivan gran placer de la satisfacción de las necesidades de sus hijos. Muchos padres no se contentan con satisfacer tan sólo las necesidades de sus hijos, sino que disfrutan en disponer también para sus placeres.
3. La educación y la capacitación. Los padres sabios planean cuidosamente la educación y la capacitación adecuada de sus hijos e hijas. Se prepara así a los jóvenes para las responsabilidades mayores de la vida futura.
4. La disciplina y el establecimiento de limitaciones. Los padres previsores también disponen para la necesaria disciplina, guía, corrección y, de vez en cuando limitaciones, para sus hijos pequeños e inmaduros.
5. El camaraderismo y la lealtad. El padre afectuoso mantiene una relación íntima y amante con sus hijos. Está siempre dispuesto a escuchar sus solicitudes; está dispuesto a compartir sus penas y ayudarlos en sus dificultades. El padre está supremamente interesado en el bienestar progresivo de su progenie.
6. El amor y la misericordia. Un padre compasivo perdona libremente; los padres no alimentan recuerdos vengativos contra sus hijos. Los padres no son como los jueces, los enemigos o los acreedores. Las familias verdaderas están construidas sobre los cimientos de la tolerancia, la paciencia y el perdón.
7. Las disposiciones para el futuro. Los padres temporales desean dejar una herencia para sus hijos. La familia continúa de una generación a otra. La muerte sólo acaba con una generación para marcar el comienzo de la siguiente. La muerte termina una vida individual pero no necesariamente la familia.
El Maestro habló durante horas de la aplicación de estas características de la vida familiar a las relaciones del hombre, el hijo terrestre, con Dios, el Padre del Paraíso. Ésta fue su conclusión: «Yo conozco a la perfección toda la relación de un hijo con el Padre, porque todo lo que debéis alcanzar en la filiación en el futuro eterno, ya he alcanzado. El Hijo del Hombre está preparado para ascender a la diestra del Padre, de modo que en mí está el camino, ahora abierto aún más, para que todos vosotros veáis a Dios y cuando hayáis completado la progresión gloriosa, os tornéis perfectos así como vuestro Padre en el cielo es perfecto».
Cuando los apóstoles escucharon estas palabras sorprendentes, recordaron los pronunciamientos que Juan hizo al tiempo del bautismo de Jesús, y también recordaron vívidamente esta experiencia después de la muerte y resurrección del Maestro, en relación con sus predicciones y enseñanzas.
Jesús es un Hijo divino, uno que cuenta con la confianza plena del Padre Universal. Había estado con el Padre y lo comprendía plenamente. Ahora, había vivido su vida terrestre para la satisfacción plena del Padre, y esta encarnación en la carne le había permitido comprender plenamente al hombre. Jesús era la perfección del hombre; había alcanzado la misma perfección que todos los creyentes verdaderos están destinados a alcanzar en él y a través de él. Jesús reveló al hombre un Dios de perfección y le presentó en sí mismo el hijo perfeccionado de los dominios a Dios.
Aunque Jesús habló por varias horas, Tomás aún no estaba satisfecho, pues dijo: «Pero, Maestro, no parece que el Padre en el cielo nos trate siempre con clemencia y misericordia. Muchas veces sufrimos duramente en la tierra, y no siempre son contestadas nuestras oraciones. ¿En qué punto fracasamos en captar el significado de tus enseñanzas?»
Jesús replicó: «Tomás, Tomás, ¿cuánto tiempo pasará hasta que adquieras la habilidad de escuchar con el oído del espíritu? ¿Cuánto tiempo pasará hasta que disciernas que este reino es un reino espiritual, y que mi Padre es también un ser espiritual? ¿Acaso no comprendes que estoy enseñándoos como hijos espirituales en la familia espiritual del cielo, de la cual el jefe paterno es un espíritu infinito y eterno? ¿No me permitiréis usar a la familia terrestre como ilustración de las relaciones divinas sin aplicar mis enseñanzas tan literalmente a los asuntos materiales? ¿En vuestra mente no podréis separar las realidades espirituales del reino, de los problemas materiales, sociales, económicos y políticos de la época? Cuando hablo el lenguaje del espíritu, ¿por qué insistís en traducir mi significado en un lenguaje de la carne cuando yo empleo relaciones comunes y literales para fines de ilustración? Hijos míos, imploro que ceséis de aplicar las enseñanzas del reino del espíritu a los asuntos sórdidos de la esclavitud, la pobreza, las casas y las tierras, y a los problemas materiales de la ecuanimidad y la justicia humanas. Estos asuntos temporales son la preocupación de los hombres de este mundo, y aunque en cierto modo afectan a todos los hombres, vosotros habéis sido llamados para representarme en el mundo, así como yo represento a mi Padre. Sois los embajadores espirituales de un reino espiritual, los representantes especiales del Padre espíritu. A esta altura debería ser posible para mí instruiros como hombres adultos de mi reino espiritual. ¿Acaso debo dirigirme siempre a vosotros como si fuerais niños? ¿Es que no creceréis nunca en la sensibilidad espiritual? Sin embargo, os amo y os tendré paciencia hasta el fin de nuestra asociación en la carne. Y aun entonces mi espíritu os precederá en el mundo».
Jesús, en primer lugar, trató de aclarar a sus apóstoles que él estaba en la tierra para vivir una vida excepcional en la carne y que ellos, los doce, habían sido llamados para participar en esta experiencia de autootorgamiento del Hijo del Hombre; y que, como colaboradores, también debían compartir muchas de las restricciones y obligaciones propias de toda la experiencia del autootorgamiento. Hubo una sugerencia velada de que el Hijo del Hombre era el único que jamás hubiera vivido en la tierra, capaz de ver simultáneamente dentro del corazón mismo de Dios y de las profundidades del alma del hombre.
Jesús explicó muy claramente que el reino del cielo era una experiencia evolutiva, que comenzaba aquí en la tierra y progresaba a través de las estaciones sucesivas de vida hasta el Paraíso. En el curso de la noche declaró definitivamente que en una etapa futura del desarrollo del reino, volvería a visitar este mundo, en poder espiritual y gloria divina.
Luego explicó que la «idea del reino» no era la mejor manera de ilustrar la relación del hombre con Dios; empleaba estos tropos porque el pueblo judío estaba esperando el reino y porque Juan había predicado en términos del reino venidero. Dijo Jesús: «Los pueblos de otra era comprenderán mejor el evangelio del reino cuando se lo presente en términos que expresen la relación familiar — cuando el hombre comprenda la religión como la enseñanza de la paternidad de Dios y de la hermandad de los hombres, la filiación con Dios». Luego el Maestro discurrió con cierta amplitud sobre la familia terrestre como ilustración de la familia celestial, volviendo a declarar las dos leyes fundamentales del vivir: el primer mandamiento de amor al padre, el jefe de la familia, y el segundo mandamiento de amor mutuo entre los hijos, de amar a tu hermano como a ti mismo. Procedió luego explicando que esta cualidad de afecto fraternal se manifestaría invariablemente en servicio social, generoso y amante.
Después de esto, sobrevino la memorable conversación sobre las características fundamentales de la vida familiar y su aplicación a la relación existente entre Dios y el hombre. Jesús declaró que una verdadera familia está fundada en los siguientes siete hechos:
1. El hecho de la existencia. Las relaciones discernibles en la naturaleza y los fenómenos del parecido entre los mortales están vinculados a la familia: los niños heredan ciertos rasgos de los padres. Los hijos se originan de los padres. La existencia de la personalidad depende del acto de los padres. La relación del padre y el hijo es inherente en toda la naturaleza y llena todas las existencias vivientes.
2. La seguridad y el placer. Los verdaderos padres derivan gran placer de la satisfacción de las necesidades de sus hijos. Muchos padres no se contentan con satisfacer tan sólo las necesidades de sus hijos, sino que disfrutan en disponer también para sus placeres.
3. La educación y la capacitación. Los padres sabios planean cuidosamente la educación y la capacitación adecuada de sus hijos e hijas. Se prepara así a los jóvenes para las responsabilidades mayores de la vida futura.
4. La disciplina y el establecimiento de limitaciones. Los padres previsores también disponen para la necesaria disciplina, guía, corrección y, de vez en cuando limitaciones, para sus hijos pequeños e inmaduros.
5. El camaraderismo y la lealtad. El padre afectuoso mantiene una relación íntima y amante con sus hijos. Está siempre dispuesto a escuchar sus solicitudes; está dispuesto a compartir sus penas y ayudarlos en sus dificultades. El padre está supremamente interesado en el bienestar progresivo de su progenie.
6. El amor y la misericordia. Un padre compasivo perdona libremente; los padres no alimentan recuerdos vengativos contra sus hijos. Los padres no son como los jueces, los enemigos o los acreedores. Las familias verdaderas están construidas sobre los cimientos de la tolerancia, la paciencia y el perdón.
7. Las disposiciones para el futuro. Los padres temporales desean dejar una herencia para sus hijos. La familia continúa de una generación a otra. La muerte sólo acaba con una generación para marcar el comienzo de la siguiente. La muerte termina una vida individual pero no necesariamente la familia.
El Maestro habló durante horas de la aplicación de estas características de la vida familiar a las relaciones del hombre, el hijo terrestre, con Dios, el Padre del Paraíso. Ésta fue su conclusión: «Yo conozco a la perfección toda la relación de un hijo con el Padre, porque todo lo que debéis alcanzar en la filiación en el futuro eterno, ya he alcanzado. El Hijo del Hombre está preparado para ascender a la diestra del Padre, de modo que en mí está el camino, ahora abierto aún más, para que todos vosotros veáis a Dios y cuando hayáis completado la progresión gloriosa, os tornéis perfectos así como vuestro Padre en el cielo es perfecto».
Cuando los apóstoles escucharon estas palabras sorprendentes, recordaron los pronunciamientos que Juan hizo al tiempo del bautismo de Jesús, y también recordaron vívidamente esta experiencia después de la muerte y resurrección del Maestro, en relación con sus predicciones y enseñanzas.
Jesús es un Hijo divino, uno que cuenta con la confianza plena del Padre Universal. Había estado con el Padre y lo comprendía plenamente. Ahora, había vivido su vida terrestre para la satisfacción plena del Padre, y esta encarnación en la carne le había permitido comprender plenamente al hombre. Jesús era la perfección del hombre; había alcanzado la misma perfección que todos los creyentes verdaderos están destinados a alcanzar en él y a través de él. Jesús reveló al hombre un Dios de perfección y le presentó en sí mismo el hijo perfeccionado de los dominios a Dios.
Aunque Jesús habló por varias horas, Tomás aún no estaba satisfecho, pues dijo: «Pero, Maestro, no parece que el Padre en el cielo nos trate siempre con clemencia y misericordia. Muchas veces sufrimos duramente en la tierra, y no siempre son contestadas nuestras oraciones. ¿En qué punto fracasamos en captar el significado de tus enseñanzas?»
Jesús replicó: «Tomás, Tomás, ¿cuánto tiempo pasará hasta que adquieras la habilidad de escuchar con el oído del espíritu? ¿Cuánto tiempo pasará hasta que disciernas que este reino es un reino espiritual, y que mi Padre es también un ser espiritual? ¿Acaso no comprendes que estoy enseñándoos como hijos espirituales en la familia espiritual del cielo, de la cual el jefe paterno es un espíritu infinito y eterno? ¿No me permitiréis usar a la familia terrestre como ilustración de las relaciones divinas sin aplicar mis enseñanzas tan literalmente a los asuntos materiales? ¿En vuestra mente no podréis separar las realidades espirituales del reino, de los problemas materiales, sociales, económicos y políticos de la época? Cuando hablo el lenguaje del espíritu, ¿por qué insistís en traducir mi significado en un lenguaje de la carne cuando yo empleo relaciones comunes y literales para fines de ilustración? Hijos míos, imploro que ceséis de aplicar las enseñanzas del reino del espíritu a los asuntos sórdidos de la esclavitud, la pobreza, las casas y las tierras, y a los problemas materiales de la ecuanimidad y la justicia humanas. Estos asuntos temporales son la preocupación de los hombres de este mundo, y aunque en cierto modo afectan a todos los hombres, vosotros habéis sido llamados para representarme en el mundo, así como yo represento a mi Padre. Sois los embajadores espirituales de un reino espiritual, los representantes especiales del Padre espíritu. A esta altura debería ser posible para mí instruiros como hombres adultos de mi reino espiritual. ¿Acaso debo dirigirme siempre a vosotros como si fuerais niños? ¿Es que no creceréis nunca en la sensibilidad espiritual? Sin embargo, os amo y os tendré paciencia hasta el fin de nuestra asociación en la carne. Y aun entonces mi espíritu os precederá en el mundo».
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