En las conferencias nocturnas en el Monte Gerizim, Jesús enseñó muchas grandes verdades y en particular, acentuó lo siguiente:
La verdadera religión es el acto de un alma
en sus relaciones autoconscientes con el Creador; la religión
organizada es el intento del hombre de socializar la adoración de los religionistas individuales.
La adoración —la contemplación de lo
espiritual— debe alternar con el servicio, el contacto con la realidad
material. El trabajo debe alternar con el esparcimiento; la religión
debe ser equilibrada por el buen humor. La filosofía profunda debe ser
aliviada por el ritmo de la poesía. El esfuerzo del vivir —la tensión
temporal de la personalidad— debe ser aliviada por el reposo de la
adoración. Las sensaciones de inseguridad que surgen del temor al
aislamiento de la personalidad en el universo, deben ser
contrarrestradas por la contemplación, en fe, del Padre y por el intento
de comprender al Supremo.
La oración tiene el objeto de hacer que el hombre piense menos pero que comprenda más; no está hecha para aumentar el conocimiento, sino más bien para ampliar el discernimiento.
La adoración tiene el objeto de anticipar
una vida mejor en el futuro y después reflejar estas nuevas
significaciones espirituales sobre la vida en el presente. La oración
sostiene a uno espiritualmente, pero la adoración es divinamente
creadora.
La adoración es la técnica de buscar en el Único la inspiración para servir a muchos.
La adoración es la vara que mide el grado de desprendimiento del alma
del universo material y su vinculación simultánea y segura a las
realidades espirituales de toda la creación.
El orar es recordar a sí mismo —pensamiento
sublime; el adorar es olvidar a sí mismo —superpensamiento. La
adoración es atención sin esfuerzo, descanso real e ideal del alma,
ejercicio espiritual que lleva al sosiego.
La adoración es el acto de una parte que
se identifica con el Todo; lo finito con lo Infinito; el hijo con el
Padre; el tiempo en el acto de marcar el paso con la eternidad. La
adoración es el acto de comunión personal del hijo con el Padre divino,
la asunción de actitudes refrescantes, creadoras, fraternales y
románticas por parte del alma-espíritu humano.
Aunque los apóstoles sólo comprendieron
algunas de sus enseñanzas en el campamento, otros mundos las
comprendieron, y otras generaciones en la tierra las comprenderán.