Durante varios días después del discurso sobre
la oración, los apóstoles continuaron preguntando al Maestro sobre esta
práctica importantísima y adoradora. Las enseñanzas de Jesús sobre la
oración y la adoración impartidas a los apóstoles durante estos días
pueden ser resumidas y expuestas en lenguaje moderno, como sigue:
La repetición sincera y honesta de una
súplica, cuando esta oración es la expresión sincera de un hijo de Dios y
es pronunciada con fe, aunque desatinada o imposible de responder
directamente, siempre servirá para expandir la capacidad de recepción
espiritual del alma.
En toda oración, recordad que la filiación es un don. Ningún niño tiene que hacer nada para ganar
el estado de hijo o hija. El hijo terrestre adquiere el ser por
voluntad de sus padres. De la misma manera llega el hijo de Dios a la
gracia y a la nueva vida del espíritu por voluntad del Padre en el
cielo. Por consiguiente, el reino del cielo —la filiación divina— debe
ser recibida por el hijo como si fuese un niño pequeño. La
rectitud —el desarrollo progresivo del carácter— se gana, pero la
filiación se recibe mediante la gracia y por la fe.
La oración condujo a Jesús a la
supercomunión de su alma con los Gobernantes Supremos del universo de
los universos. La oración conducirá a los mortales de la tierra a la
comunión de una verdadera adoración. La capacidad espiritual del alma
para recibir determina la cantidad de bendiciones celestiales que pueden
conseguirse personalmente y que se pueden percibir conscientemente como
respuesta a la oración.
La oración, y la adoración con que ésta se
vincula, es una técnica para apartarse de la rutina diaria de la vida,
del agobio y monotonía de la existencia material. Es un camino para
acercarse a la autorrealización y la individualidad espiritualizadas que
constituyen un logro intelectual y religioso.
La oración es el antídoto contra la
introspección nociva; por lo menos, el rezo así como el Maestro lo
enseñó es tal ministerio beneficioso para el alma. Jesús siempre usó la
influencia benéfica de la oración para sus semejantes. El Maestro
generalmente rezaba en plural, no en singular. Sólo en las grandes
crisis de su vida terrestre rezó Jesús para sí mismo.
La oración es el aliento de la vida del
espíritu en medio de la civilización material de las razas humanas. La
adoración es la salvación para las generaciones de mortales en busca de
placer.
Orar es como recargar las baterías
espirituales del alma, y adorar sería como sintonizar el alma para
captar las transmisiones universales del espíritu infinito del Padre
Universal.
La oración es la mirada sincera y anhelante
del hijo dirigida a su Padre espíritu; es el proceso psicológico de
intercambio de la voluntad humana por la voluntad divina. La oración es
una parte del plan divino para transformar lo que es en lo que debería
ser.
Una de las razones por las cuales Pedro,
Santiago y Juan, quienes con frecuencia acompañaron a Jesús en sus
largas noches de vigilia, nunca le escucharon rezar, fue porque su
Maestro no solía pronunciar con palabras sus oraciones. Casi todo su
orar, Jesús lo hizo en el espíritu y en el corazón —en silencio.
De todos los apóstoles, Pedro y Santiago
estuvieron más cerca de comprender las enseñanzas del Maestro sobre la
oración y la adoración.