A medida que pasaba el tiempo, aumentaba la
devoción de los doce por Jesús y el trabajo del reino. Esta devoción era
en gran parte una cuestión de lealtad personal. No comprendían las
múltiples facetas de su enseñanza; tampoco comprendían plenamente la
naturaleza de Jesús ni el significado de su autootorgamiento en la
tierra.
Jesús les aclaró a sus apóstoles que se habían retirado por tres motivos:
1.
Para confirmar su comprensión y fe en el evangelio del reino.
2.
Para permitir que se aquietara la oposición contra su obra en Judea y Galilea.
3. Para aguardar el destino de Juan el Bautista.
Mientras permanecían en Gilboa, Jesús narró
a los doce muchos detalles de sus primeros años de vida y de sus
experiencias en el Monte Hermón; también les reveló algo de lo que
sucedió en las colinas durante los cuarenta días inmediatamente después de su bautismo. Al mismo tiempo les
advirtió que nada contaran a nadie sobre estas experiencias hasta que él
volviera al Padre.
Durante esas semanas de septiembre
descansaron, conversaron, rememoraron sus experiencias desde que Jesús
los había llamado al servicio, y se esforzaron sinceramente por
coordinar lo que el Maestro les había enseñado hasta ese momento. En
cierta medida todos ellos sentían que sería ésta la última oportunidad
que tenían de un descanso prolongado. Se daban cuenta de que el próximo
esfuerzo público en Judea o en Galilea, marcaría el comienzo de la
proclamación final del reino venidero, pero no tenían una idea fija de
cómo sería el reino cuando por fin llegara. Juan y Andrés pensaban que
el reino ya había llegado. Pedro y Santiago creían que aún no había
llegado. Natanael y Tomás confesaban francamente que estaban perplejos.
Mateo, Felipe y Simón el Zelote estaban indecisos y confusos. Los
gemelos no hacían caso alguno de la controversia. Y Judas Iscariote
estaba taciturno, y no tomaba partido.
Mucha parte de este período Jesús se iba
por su cuenta a la montaña cerca del campamento. A veces se llevaba a
Pedro, Santiago o Juan, pero más frecuentemente se iba a solas, para
orar o comulgar. Después del bautismo de Jesús y de los cuarenta días en
las colinas de Perea, ya no se puede decir que estas temporadas de
comunión con el Padre fueran períodos de oración, tampoco se puede
hablar de que Jesús se dedicaba a la adoración; pero es totalmente
correcto aludir a estas temporadas como de comunión personal con su
Padre.
El tema central de las discusiones a lo
largo de este mes de septiembre fue la oración y la adoración. Después
de haber hablado de la adoración durante varios días, Jesús finalmente
pronunció su memorable discurso sobre la oración en respuesta a la
solicitud de Tomás: «Maestro, enséñanos a orar».
Juan había enseñado a sus discípulos una
oración, una oración para la salvación en el reino venidero. Aunque
Jesús nunca prohibió a sus seguidores que usaran la oración de Juan, los
apóstoles percibieron muy pronto que su Maestro no aprobaba plenamente
de la práctica de pronunciar oraciones establecidas y formales. Sin
embargo, los creyentes solicitaban constantemente que se les enseñara a
orar. Los doce anhelaban saber qué tipo de súplica aprobaría Jesús.
Principalmente debido a esta necesidad de una súplica sencilla para la
gente común, Jesús consintió, respondiendo a la solicitud de Tomás, en
sugerirles una forma de oración. Esta lección de Jesús tuvo lugar una
tarde durante la tercera semana de la estadía del grupo en el Monte
Gilboa.