Durante la primera mitad del mes de agosto, el
grupo apostólico estableció su cuartel general en las ciudades griegas
de Arquelais y Fasaelis, donde por primera vez enseñaban casi
exclusivamente a grupos de gentiles —griegos, romanos y sirios— ya que
vivían pocos judíos en estas dos ciudades griegas. En sus encuentros con
estos ciudadanos romanos, los apóstoles se enfrentaron con nuevas
dificultades en la proclamación del mensaje del reino venidero y oyeron
nuevas objeciones a las enseñanzas de Jesús. En una de las muchas
conversaciones nocturnas con sus apóstoles, Jesús escuchó atentamente
estas objeciones al evangelio del reino, mientras los doce relataban sus
experiencias de labor personal.
Una pregunta de Felipe ilustró claramente
sus dificultades. Dijo Felipe: «Maestro, estos griegos y romanos toman
nuestro mensaje con cierta ligereza, pues dicen que estas enseñanzas son
sólo adecuadas para los débiles y los esclavos. Afirman que la religión
de los paganos es superior a nuestras enseñanzas, porque inspira a la
formación de un carácter fuerte, robusto y agresivo. Afirman que
queremos convertir a los hombres en seres debilitados, pasivos y sin
resistencia que muy pronto desaparecerían de la superficie de la tierra.
A ti te aprecian, Maestro, y admiten libremente que tus enseñanzas son
celestiales e ideales, pero a nosotros no nos toman en serio. Afirman
que tu religión no es para este mundo; que los hombres no pueden vivir
según tus palabras. Ahora bien, Maestro, ¿qué hemos de decir a estos
gentiles?»
Después de escuchar Jesús objeciones
similares al evangelio del reino presentadas por Tomás, Nataniel, Simón
el Zelote y Mateo, les dijo a los doce:
«He venido a este mundo para hacer la
voluntad de mi Padre y para revelar su carácter amante a toda la
humanidad. Ésta es, hermanos míos, mi misión. Y ésta es la única cosa
que haré, aunque los judíos o gentiles de esta época o de otras
generaciones interpreten mal mis enseñanzas. Pero no debéis olvidar que
aun el amor divino conlleva una disciplina severa. El amor de un padre
por su hijo obliga muchas veces al padre a reprimir las acciones tontas
de su hijo imprudente. El hijo no siempre comprende los motivos sabios y
amantes de la disciplina restrictiva del padre. Pero yo os declaro que
mi Padre en el Paraíso gobierna un universo de universos por la
irresistible fuerza de su amor. El amor es la más grande de todas las
realidades espirituales. La verdad es una revelación liberadora, pero el
amor es la relación suprema. Sean cuales fueren los errores que puedan
cometer vuestros semejantes en la organización del mundo de hoy, el
evangelio que os declaro gobernará este mismo mundo en una era futura.
El propósito final del progreso humano es el reconocimiento reverente de
la paternidad de Dios y la materialización amante de la hermandad del
hombre.
«Pero, ¿quién os dijo que mi evangelio sólo
es para esclavos y débiles? ¿Acaso vosotros, mis apóstoles elegidos,
sois débiles? ¿Parecía débil Juan? ¿Me veis acaso esclavizado por el
temor? Es verdad que predicamos el evangelio a los pobres y a los
oprimidos de esta generación. Las religiones de este mundo descuidan a
los pobres, pero mi Padre no hace acepción de personas. Además, en esta
época los pobres son los primeros en responder al llamado al
arrepentimiento y aceptar la filiación de hijos de Dios. El evangelio
del reino debe ser predicado a todos los hombres —judíos y gentiles,
griegos y romanos, ricos y pobres, libres y esclavizados— y en igual
medida a jóvenes y viejos, hombres y mujeres.
«Aunque mi Padre es un Dios de amor que se
regocija en la práctica de la misericordia, no creáis que será cosa
fácil y monótona servir al reino. La ascensión al Paraíso es la aventura
suprema de todos los tiempos, el duro logro de la eternidad. El
servicio del reino sobre la tierra requerirá toda la virilidad valerosa
que podáis reunir vosotros y vuestros asociados. Muchos de vosotros
seréis matados por vuestra lealtad al evangelio de este reino. Es fácil
morir en el frente de batalla física, cuando la presencia de vuestros
compañeros de lucha fortalece la valentía, pero se necesita una forma
más elevada y profunda de valentía y devoción humanas para dar la vida a
solas y con serenidad, por el amor de una verdad albergada en vuestro
corazón mortal.
«Puede que hoy se burlen los incrédulos
porque predicáis un evangelio de no resistencia y vivís una vida sin
violencia, pero vosotros sois los primeros voluntarios de una larga
línea de creyentes sinceros en este evangelio del reino, que
sorprenderán a toda la humanidad por su devoción heroica a estas
enseñanzas. Nunca ningún ejército en el mundo ha demostrado nunca más
coraje y valor que el que manifestaréis vosotros y vuestros leales
sucesores cuando salgáis al mundo para proclamar la buena nueva —la
paternidad de Dios y la hermandad de los hombres. La valentía física es
la forma más baja de coraje. La valentía de la mente es un tipo más alto
de coraje humano, pero el más elevado y supremo consiste en la lealtad
sin compromiso a las convicciones esclarecidas de las realidades
profundas del espíritu. Este coraje constituye el heroísmo del hombre
que conoce a Dios. Y todos vosotros conocéis a Dios; sois, en toda
verdad, los asociados personales del Hijo del Hombre».
Esto no fue todo lo que dijo Jesús en esta
ocasión pero sólo es la introducción de su disertación. Después amplió e
ilustró exhaustivamente esta declaración. Fue éste uno de los discursos
más apasionados que Jesús jamás pronunció ante los doce.
Pocas veces hablaba el Maestro a sus
apóstoles con tanta pasión, pero ésta fue una de esas pocas ocasiones en
las que se expresó con intensidad manifiesta y gran emoción.
El efecto sobre la predicación pública y el
ministerio personal de los apóstoles fue inmediato; desde ese mismo día
el mensaje de ellos denotó un nuevo matiz valeroso. Los doce
continuaron adquiriendo el espíritu de agresión positiva en el nuevo
evangelio del reino. De ahí en adelante ya no se preocuparon tanto por
predicar las virtudes negativas y las exhortaciones pasivas de la muchas
facetas del mensaje de su Maestro.