«Efectivamente Juan os enseñó una forma
sencilla de oración: `¡Oh Padre, límpianos del pecado, muéstranos tu
gloria, revélanos tu amor, y deja que tu espíritu santifique nuestro
corazón para siempre jamás, amén!' Él os enseñó esta oración para que
vosotros tuvierais algo que enseñar a las multitudes. No era su
intención que usarais tan establecida y convencional súplica como
expresión de vuestra propia alma en la oración.
«La oración es una expresión enteramente
personal y espontánea de la actitud del alma hacia el espíritu; el rezo
debe ser la comunión de la filiación y la expresión de la hermandad. La
oración dictada por el espíritu, conduce al progreso espiritual
cooperativo. La oración ideal es una forma de comunión espiritual que
conduce a la adoración inteligente. La oración verdadera es la actitud
sincera en pos de los cielos para alcanzar vuestros ideales.
«La oración es el aliento del alma y debe
conduciros a persistir en vuestro intento de conocer la voluntad del
Padre. Si alguno de vosotros tiene un vecino, y vas a verle a la media
noche para decirle: `amigo mío, préstame tres panes, porque acaba de
llegar un viajero amigo mío, y nada tengo para darle'; y tu vecino
responde, `ya no me molestes; mi puerta ya está cerrada y mis hijos y yo
ya estamos acostados; por eso no puedo levantarme a darte pan', pero
perseverarás y explicarás que tu amigo tiene hambre, y que no tienes
comida para darle. Y yo te digo que si tu vecino no quiere levantarse
para darte pan por amistad, se levantará y te dará tantos panes como
necesites simplemente para que no lo importunes más. Así pues, si la
perseverancia gana el favor de un simple mortal, imaginaos cuanto más
ganará vuestra perseverancia en el espíritu, el pan de la vida de las
manos generosas del Padre en el cielo. Nuevamente os digo, pedid y se os
dará; buscad y encontraréis, golpead la puerta y se os abrirá. Porque
el que pide recibe; el que busca encuentra; y el que golpea la puerta de
la salvación, la puerta se le abrirá.
«¿Qué padre entre vosotros, ante la súplica
inmadura del hijo, vacilaría en dar según la sabiduría paterna, y no de
acuerdo con la solicitud errónea del hijo? Si el niño necesita pan, ¿le
darás una piedra sólo porque insensantemente la solicitó? Si tu hijo
necesita pescado, ¿le darás una serpiente de agua sólo porque apareció
en la red con el pez y el niño tontamente la pide? Si vosotros, mortales
y finitos, sabéis cómo responder a las súplicas y dar a vuestros hijos
dones buenos y apropiados, ¡cuánto más dará espíritu y cuantas
bendiciones adicionales dará vuestro Padre celestial a los que se lo
pidan! Los hombres deben siempre orar sin perder nunca la esperanza.
«Dejadme contaros la historia de cierto
juez que vivía en una ciudad donde dominaba el mal. Este juez no temía a
Dios ni respetaba a los hombres. Habitaba en esa ciudad una viuda
menesterosa que fue repetidamente a ver a este juez injusto, diciendo:
`Protégeme de mi adversario'. Durante cierto tiempo no le prestó él
atención, pero finalmente observó para sus adentros: `Aunque no temo a
Dios ni respeto a los hombres, será mejor que reivindique a esta viuda
para que deje ya de molestarme con sus continuas súplicas'. Os cuento
estas historias para alentaros a perseverar en la oración; no para
sugerir que vuestras súplicas puedan cambiar al Padre justo y recto en
el cielo. Vuestra perseverancia no es para ganar el favor de Dios, sino
que cambiará vuestra actitud terrestre y ampliará la capacidad de
vuestra alma para recibir el espíritu.
«Pero cuando oráis, ejercéis tan poca fe.
La fe genuina es capaz de mover montañas de dificultades materiales
encontradas en el camino de la expansión del alma y del progreso
espiritual».