El segundo sábado antes de la partida de
los apóstoles y del nuevo cuerpo de evangelistas para la segunda gira de
predicación por Galilea, Jesús habló en la sinagoga de Capernaum sobre «Las alegrías de una
vida de rectitud». Cuando Jesús terminó de hablar, un grupo grande de
mutilados, lisiados y afligidos se reunió a su alrededor, buscando cura.
En este grupo también estaban los apóstoles, muchos de los nuevos
evangelistas, y los espías fariseos de Jerusalén. Dondequiera que fuese
Jesús (excepto cuando iba a las colinas, ocupado en los asuntos de su
Padre) los seis espías de Jerusalén siempre lo seguían.
Mientras Jesús hablaba con la gente, el
jefe de los espías fariseos indujo a un hombre que tenía una mano seca, a
que se le acercara y le preguntara si era legal ser curado el día del
sábado o si debía buscar curación otro día. Cuando Jesús vio al hombre,
escuchó sus palabras, y percibió que había sido enviado por los
fariseos, dijo: «Ven, acércate, y te haré una pregunta. Si tuvieras una
oveja y ésta se cayera en un foso el sábado, ¿irías tú al foso,
socorrerías a la oveja, la rescatarías? ¿Está permitido hacer tal cosa
el día del sábado?» Y el hombre le respondió: «Sí, Maestro, está
permitido hacer el bien de esta manera el sábado». Entonces dijo Jesús,
dirigiéndose a todos ellos: «Sé por qué habéis puesto a este hombre ante
mí. Queréis encontrar en mí causa de ofensa haciéndome caer en la
tentación de mostrar misericordia el sábado. En silencio todos estáis de
acuerdo de que está permitido sacar a una oveja desafortunada de un
foso, aun el sábado, y yo os llamo a testimonio de que está permitido
exhibir comprensión y amor el sábado no sólo a los animales sino también
a los hombres. ¡Cuánto más valioso es un hombre que una oveja! Os
proclamo que está permitido hacer el bien a los hombres el sábado».
Mientras todos ellos estaban de pie en silencio ante él, Jesús,
dirigiéndose al hombre de la mano seca, le dijo: «Ponte de pie aquí a mi
lado para que todos te puedan ver. Y ahora, para que supieses que es la
voluntad de mi Padre que hagas el bien el sábado, si tienes fe en
sanarte, yo te mando que extiendas la mano».
Al extender el hombre su mano seca, fue
sanada. La gente estaba a punto de atacar a los fariseos, pero Jesús les
ordenó que se calmaran, diciendo: «Acabo de deciros que está permitido
hacer el bien el sábado, para salvar una vida, pero no os he dicho que
hagáis daño y que os dejéis llevar por el deseo de matar». Los fariseos
encolerizados se alejaron, y a pesar de que era sábado, se apresuraron
en dirección a Tiberias y fueron a consultar a Herodes, haciendo todo lo
posible por suscitar su prejuicio, con el objeto de que los herodianos
se aliaran con ellos en contra de Jesús. Pero Herodes se negó a tomar
medidas contra Jesús, aconsejándoles que llevaran sus quejas a
Jerusalén.
Éste es el primer caso de un milagro
producido por Jesús en reacción a un desafío de sus enemigos. El Maestro
realizó este así llamado milagro, no como demostración de su capacidad
para curar, sino como protesta eficaz contra el hacer del descanso
religioso del sábado una verdadera esclavitud de restricciones sin
significado para la humanidad. Este hombre volvió a trabajar como
albañil, y demostró ser uno de los en que la curación produjo una vida
de gratitud y rectitud.