«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

domingo, 2 de diciembre de 2012

La fiesta de la bondad espiritual.

 Esa noche, mucho después de que se hubieron retirado los oyentes habituales, Jesús continuó enseñando a sus apóstoles. Comenzó esta lección especial citando al profeta Isaías:
      
«`¿Por qué habéis ayunado? ¿Por qué razón afligís vuestras almas mientras seguís encontrando placer en la opresión y regocijo en la injusticia? He aquí, que ayunáis por amor a la contienda y a la disputa y para golpear con el puño de la maldad. Pero no ayunaréis de esta manera para que vuestras voces sean oídas en lo alto.
     
«`¿Es éste el ayuno que yo he elegido —un día para que un hombre aflija su alma? ¿Es para que baje la cabeza como un junco, para que se humille vestido de saco y cenizas? ¿Os atreveréis a decir que éste es un ayuno y un día aceptable a los ojos del Señor? ¿Acaso no es éste el ayuno que yo elegiría: soltar las cadenas de la maldad, deshacer los nudos de las cargas pesadas, dejar ir libres a los oprimidos, y romper todo yugo? ¿No es acaso compartir mi pan con el hambriento y traer bajo mi techo a los que no tienen casa y son pobres? Y cuando vea a los desnudos, los vestiré.
     
«`Entonces vuestra luz brillará como la mañana y vuestro bienestar no tendrá límites. Vuestra rectitud os precederá mientras que la gloria del Señor será vuestra retaguardia. Entonces invocaréis al Señor, y él os responderá; clamaréis, y dirá él —Heme aquí. Y todo esto él hará si os negáis a la opresión, a la condenación y a la vanidad. El Padre desea que ofrezcáis vuestro corazón a los hambrientos, que administréis a las almas afligidas; entonces vuestra luz brillará en la obscuridad; y aun vuestra obscuridad será como el mediodía. Entonces el Señor os guiará continuamente, satisfaciendo vuestra alma y renovando vuestra fortaleza. Y seréis como huerto de riego, y como manantial cuyas aguas nunca faltan. Y los que hagan estas cosas restituirán la gloria perdida; establecerán los cimientos de muchas generaciones; se los llamará los reconstructores de los muros rotos, los restauradores de los caminos seguros en los cuales se puede habitar'».
     
Luego, hasta muy entrada la noche, expuso Jesús a sus apóstoles la verdad de que era la fe de ellos la que les aseguraba el reino del presente y del futuro, y no la aflicción de su alma ni el ayuno de su cuerpo. Exhortó a los apóstoles a que por lo menos estuvieran a la altura de las ideas del antiguo profeta y expresó la esperanza de que también progresarían mucho más allá de los ideales de Isaías y de los antiguos profetas. Sus últimas palabras esa noche fueron: «Creced en la gracia por medio de esa fe viviente que es capaz de comprender el hecho de que sois hijos de Dios y a la vez de reconocer a todos los hombres como hermanos».
      
Eran más de las dos de la mañana cuando Jesús dejó de hablar y cada uno se fue a su lugar de descanso.