Durante la última semana de abril, Jesús y los doce partieron de su
cuartel general en Betania cerca de Jerusalén, comenzando su viaje de
vuelta a Capernaum camino de Jericó y del Jordán.
Los altos sacerdotes y los líderes
religiosos de los judíos celebraron muchas reuniones secretas con el
objeto de decidir qué hacer con Jesús. Estaban todos de acuerdo en que
algo había que hacer para poner fin a sus enseñanzas, pero no estaban de
acuerdo en el método. Habían tenido la esperanza de que las autoridades
civiles dispusieran de él así como Herodes había dispuesto de Juan,
pero descubrieron que Jesús conducía su obra de manera tal que los
oficiales romanos no se alarmaban mucho por sus predicaciones. Por
consiguiente, en una reunión que fue celebrada el día antes de la
partida de Jesús para Capernaum, se decidió que debería ser aprehendido,
acusado de un delito religioso y puesto a juicio por el sanedrín. Así
pues se nombró una comisión de seis espías secretos para que siguieran a
Jesús, observaran sus acciones y palabras, y, cuando hubieran acumulado
pruebas suficientes de blasfemia y desobediencia a la ley, volvieran a
Jerusalén con sus informes. Estos seis judíos alcanzaron al grupo
apostólico, de unos treinta, en Jericó, y bajo la excusa de que deseaban
hacerse discípulos, se unieron a la familia de seguidores de Jesús,
permaneciendo con el grupo hasta el comienzo de la segunda gira de
predicación por Galilea; momento en el cual tres de ellos volvieron a
Jerusalén para presentar su informe a los altos sacerdotes y al
sanedrín.
Pedro predicó a la multitud reunida en el
cruce del Jordán, y a la mañana siguiente prosiguieron río arriba hacia
Amatus. Querían seguir derecho hasta Capernaum, pero se reunió tal
multitud aquí que se quedaron tres días, predicando, enseñando y
bautizando. Se encaminaron de vuelta a casa el sábado temprano en la
mañana, primer día de mayo. Los espías de Jerusalén estaban seguros de
que ya podían anotar la primera acusación contra Jesús —el desobedecer
la ley del sábado— puesto que había decidido comenzar su viaje el día
sábado. Pero estaban destinados a sufrir una desilusión porque, justo
antes de la partida, Jesús llamó a Andrés ante sí y delante de todos
ellos le instruyó que procedieran una distancia de sólo unos mil metros,
el viaje legal judío para el día del sábado.
Pero no tuvieron que esperar mucho los
espías para tener una oportunidad de acusar a Jesús y a sus asociados de
desobedecer la ley del sábado. A medida que el grupo pasaba a lo largo
de un camino angosto, el trigo ondeante, que en esa época estaba
madurando, estaba al alcance de la mano a ambos lados, y algunos de los
apóstoles, como tenían hambre, arrancaron el grano maduro y se lo
comieron. Era costumbre de los viajeros servirse grano al pasar por el
camino, y por consiguiente nadie pensó que hubiera nada malo en esta
conducta. Pero los espías tomaron esto como pretexto para atacar a
Jesús. Cuando vieron que Andrés machacaba el grano entre las manos, se
le acercaron y dijeron: «¿Acaso no sabes que es ilegal arrancar grano y
machacarlo el sábado?» Andrés respondió: «Pero tenemos hambre y sólo
machacamos la cantidad suficiente para nuestras necesidades; y ¿desde
cuándo es pecado comer grano el sábado?» Pero los fariseos contestaron:
«No es pecado comer, pero desobedecéis la ley al arrancar y machacar el
grano entre las manos; vuestro Maestro seguramente no aprobaría tales
acciones». Entonces dijo Andrés: «Pero si no es pecado comer el grano,
seguramente machacarlo entre las manos no puede ser más trabajo que
masticarlo, cosa que vosotros permitís; ¿por qué hacer semejante montaña
de un grano de arena?» Al sugerir Andrés que eran sofistas, ellos se
indignaron y regresando rápidamente hasta donde iba caminando Jesús en
conversación con Mateo, y protestaron, diciendo: «He aquí, Maestro, que
tus apóstoles hacen lo que está prohibido el día sábado; arrancan,
machacan y comen el grano. Estamos seguros de que tú les mandarás que no
lo hagan». Entonces dijo Jesús a los acusadores: «Sois en verdad
celosos protectores de la ley, y hacéis bien en recordar el sábado para santificarlo; pero
¿acaso no leísteis en las Escrituras que cierto día, cuando David tenía
hambre, él y los que con él estaban entraron a la casa de Dios y se
comieron el pan de la proposicion, que estaba prohibido para todos
excepto los sacerdotes? Y David también dio este pan a los que estaban
con él; y ¿acaso no habéis leído en nuestra ley que es legal hacer
muchas cosas necesarias el sábado? y ¿acaso no os veré yo antes de que
termine el día, comer lo que habéis traído para vuestras necesidades de
hoy? Buenos hombres, hacéis bien en defender celosamente el sábado, pero
haríais mejor en guardar la salud y el bienestar de vuestros
semejantes. Os declaro que el sábado fue hecho para el hombre y no el
hombre para el sábado. Y si estáis aquí entre nosotros para vigilar mis
palabras, proclamaré abiertamente que el Hijo del Hombre es también amo
del sábado».
Los fariseos se asombraron y se
confundieron por las palabras de discernimiento y sabiduría de Jesús.
Por el resto del día se mantuvieron separados y no se atrevieron a
preguntar ninguna otra cosa.
El antagonismo de Jesús para con las tradiciones judías y los ceremoniales esclavizantes siempre fue positivo.
Consistía en lo que él hacía y en lo que afirmaba. El Maestro no
malgastaba el tiempo en denuncias negativas. Enseñó que los que conocen a
Dios podrán disfrutar de la libertad del vivir sin engañarse a sí
mismos con las licencias del pecado. Dijo Jesús a sus apóstoles:
«Hombres, si estáis esclarecidos por la verdad y realmente conocéis lo
que hacéis, seréis benditos; pero si no conocéis el camino divino,
seréis desdichados y ya habréis desobedecido la ley».