Esa misma tarde en Betsaida Juan también
preguntó a Jesús por qué tantos seres aparentemente inocentes sufrían
tantas enfermedades y experimentaban tantas aflicciones. Al responder a
las preguntas de Juan, entre varias otras cosas, dijo el Maestro:
«Hijo mío, no comprendes el significado de
la adversidad ni la misión del sufrimiento. Acaso no has leído esa obra
maestra de la literatura semita —la historia en las Escrituras sobre las
aflicciones de Job? ¿Acaso no recuerdas cómo comienza esta maravillosa
parábola con la narración de la prosperidad material del siervo del
Señor? Bien recuerdas tú que Job estaba bendecido con hijos, riqueza,
dignidad, posición, salud y todas las demás cosas que los hombres
valoran en esta vida temporal. De acuerdo con las enseñanzas
tradicionales de los hijos de Abraham, esta prosperidad material era
prueba suficiente del favor divino. Pero tales posesiones materiales y
tal prosperidad temporal no indican el favor de Dios. Mi Padre en el
cielo ama a los pobres tanto como a los ricos; él no hace acepción de
personas.
«Aunque la transgresión de la ley divina
cosecha, tarde o temprano, el castigo, aunque los hombres indudablemente
terminan por cosechar lo que sembraron, debes saber que el sufrimiento
humano no es siempre castigo por un pecado anterior. Tanto Job como sus
amigos trataron en vano de hallar la respuesta verdadera de sus
perplejidades. Y gracias a la luz de que disfrutas ahora, no asignarías
ni a Satanás ni a Dios los papeles que ambos juegan en esta parábola
singular. Aunque Job no encontró, a través del sufrimiento, la
resolución de sus problemas intelectuales ni la solución de sus
dificultades filosóficas, ganó él grandes victorias; aun cuando
enfrentado con la desintegración de sus defensas teológicas, ascendió a
esas alturas espirituales en las que podía decir con sinceridad: `yo me
aborrezco'; entonces pues se le dispensó la salvación de una visión de
Dios. Así pues, aun a través del sufrimiento mal entendido, Job ascendió
al plano sobrehumano de comprensión moral y discernimiento espiritual.
Cuando el siervo que sufre tiene una visión de Dios, se produce una paz en el alma que sobrepasa toda comprensión humana.
«El primero de los amigos de Job, Elifaz,
exhortó al sufriente a que ejerciera en sus aflicciones la misma
fortaleza que había prescrito a otros en los días de su prosperidad.
Dijo este falso consolador: `Confía en tu religión, Job; recuerda que
los que sufren son los protervos, no los que son rectos. Debes de
merecerte este castigo, o no serías afligido de este modo. Bien sabes
que ningún hombre puede ser recto ante los ojos de Dios. Sabes que los
malvados nunca prosperan. De todos modos, parece que el hombre está
predestinado a sufrir, y tal vez el castigo del Señor sea por tu bien'.
No es de sorprender que el pobre Job no hallara gran consuelo en esta
interpretación del problema del sufrimiento humano.
« Pero el consejo de su segundo amigo,
Bildad, fue aun más deprimente, a pesar de su tino desde el punto de
vista de la teología aceptada en aquella época. Dijo Bildad: `Dios no
puede ser injusto. Tus hijos han de haber sido pecadores, puesto que
perecieron; tú debes haber errado, o no sufrirías tanto. Si eres
verdaderamente recto, seguramente te librará Dios de todas tus
aflicciones. Debes aprender de la historia de los tratos de Dios con el
hombre que el Todopoderoso tan sólo destruye a los protervos'.
« Y recuerdas tú cómo respondió Job a sus
amigos, diciendo: `Yo bien se que Dios no oye mi lamento. ¿Cómo es
posible que Dios sea justo y al mismo tiempo no haga caso alguno de mi
inocencia? Estoy aprendiendo que no consigo satisfacción apelando al
Todopoderoso. ¿Acaso no veis que Dios tolera las persecuciones de los
malos contra los buenos? Puesto que el hombre es tan débil, ¿qué
posibilidades tiene de que un Dios omnipotente lo tome en cuenta? Dios
me ha hecho lo que soy, y cuando él se pone en mi contra, no tengo
defensa. ¿Por qué me creó Dios, para que yo sufra de esta manera tan
miserable?'
«¿Y quién puede criticar la actitud de Job
en vista del consejo de sus amigos y de las ideas erróneas sobre Dios
que ocupaban su mente? ¿No es acaso cierto que Job ansiaba un Dios humano,
que tenía sed de comunicarse con un Ser divino que conociera la
condición mortal del hombre y comprendiera que los justos muchas veces
deben sufrir, siendo inocentes, como parte de esta primera vida en la
larga ascensión al Paraíso? Así pues el Hijo del Hombre ha venido del
Padre para vivir tal vida en la carne que lo hace capaz de consolar y
socorrer a todos los que de aquí en adelante sean llamados a soportar
las aflicciones de Job.
«El tercer amigo de Job, Zofar, habló
entonces palabras aun menos reconfortantes al decir: `Es tonto que digas
que eres recto, si consideras tus sufrimientos. Pero admito que es
imposible comprender la forma de obrar de Dios. Acaso haya un propósito
recóndito en tus aflicciones.' Y cuando Job hubo escuchado a sus tres amigos, apeló directamente a Dios
para que lo ayudara, invocando el hecho de que `el hombre nacido de una
mujer, está corto de días, y hastiado de sinsabores'.
«Comenzó entonces la segunda sesión con sus
amigos. Elifaz se volvió más severo, acusador y sarcástico. Bilbad se
indignó por el desprecio de Job por sus amigos. Zofar repitió su consejo
melancólico. Job a esta altura se había disgustado con sus amigos y
apeló nuevamente a Dios, y ahora apelaba a un Dios justo contra el Dios
de la injusticia representado por la filosofía de sus amigos y venerado
hasta por su propia actitud religiosa. Luego, Job buscó refugio en el
consuelo de una vida futura, en la cual las iniquidades de la existencia
mortal pudieran ser rectificadas por mayor justicia. La imposibilidad
de recibir ayuda del hombre lleva Job a Dios. Hay una gran lucha en su
corazón entre la fe y las dudas. Finalmente, el humano sufriente
comienza a ver la luz de la vida. Su alma torturada asciende a nuevas
alturas de esperanza y valentía; puede que él siga sufriendo y aun
muera, pero su alma esclarecida pronuncia ahora el grito de triunfo,
`¡mi Reivindicador vive!'.
«Job tenía razón en poner en tela de juicio
la doctrina de que Dios aflige a los hijos para castigar a sus padres.
Job estaba pronto a admitir que Dios es recto, pero anhelaba una
revelación que pudiera satisfacer su alma sobre el carácter personal del
Eterno. Y ésa es nuestra misión en la tierra. Ya no se negará a los
mortales sufrientes el consuelo de conocer el amor de Dios y de
comprender la misericordia del Padre en el cielo. Aunque el discurso de
Dios expresado como un torbellino fue un concepto majestuoso para el día
en que fue pronunciado, tú ya has aprendido que el Padre no se revela
de ese modo, sino que más bien habla dentro del corazón humano con voz
suave y baja, diciendo: `éste es el camino; andad por él'. ¿Acaso no
comprendes que Dios reside dentro de ti?, ¡que se ha hecho como eres tú
para que pueda hacerte como es él!»
Luego hizo Jesús su declaración final: «El
Padre en el cielo no aflige a propósito a los hijos de los hombres. El
hombre sufre, primero, por los accidentes del tiempo y por las
imperfecciones que se originan del mal en una existencia física
inmadura. Luego, sufre las consecuencias inexorables del pecado —la
transgresión de las leyes de la vida y de la luz. Finalmente, el hombre
cosecha el fruto de su persistencia inicua en la rebelión contra la
gobierno recto del cielo en la tierra. Pero los sufrimientos del hombre
no son un castigo personal del juicio divino. El hombre puede
hacer, y hará, mucho para disminuir sus sufrimientos temporales. Pero,
apártate de una vez por todas de la superstición de que Dios aflige al
hombre por mandato del diablo. Estudia el Libro de Job sólo para
descubrir cuántas ideas erróneas sobre Dios pueden aun los hombres
buenos honestamente albergar; y luego observa cómo aun el dolorosamente
afligido Job halló el Dios del consuelo y de la salvación a pesar de
estas enseñanzas erróneas. Por fin su fe penetró las nubes del
sufrimiento para discernir la luz de la vida que se derramaba del Padre
como misericordia sanadora y rectitud perdurable».
Juan reflexionó en su corazón sobre estas
palabras por muchos días. Toda su vida después de esta ocasión fue
considerablemente cambiada como resultado de esta conversación con el
Maestro en el jardín, y mucho hizo él, en tiempos posteriores, para que
los otros apóstoles cambiaran su punto de vista relativo a la fuente,
naturaleza y propósito de las aflicciones humanas más comunes. Pero Juan
nunca habló de esta conversación hasta después de la partida del
Maestro.