El domingo 3 de abril, Jesús, acompañado
tan sólo por los doce apóstoles, comenzó desde Betsaida su viaje a
Jerusalén. Para evitar las multitudes y para atraer tan poca atención
como fuera posible, viajaron por Gérasa y Filadelfia. Les prohibió toda
enseñanza pública en este viaje; tampoco les permitió que enseñaran ni
predicaran durante su estadía en Jerusalén. Llegaron a Betania, cerca de
Jerusalén, tarde en la noche del miércoles 6 de abril. Esa noche la
pasaron en la casa de Lázaro, Marta y María, pero al día siguiente se
separaron. Jesús, con Juan, permaneció en la casa de un creyente llamado
Simón, cerca de la casa de Lázaro en Betania. Judas Iscariote y Simón
el Zelote pararon con amigos en Jerusalén, mientras que el resto de los
apóstoles residió, de dos en dos, en diferentes casas.
Jesús entró a Jerusalén sólo una vez
durante esta Pascua, y eso ocurrió en el gran día de la fiesta. Muchos
de los creyentes de Jerusalén, fueron traídos por Abner para reunirse
con Jesús en Betania. Durante esta estadía en Jerusalén los doce
aprendieron cuán resentidos estaban los ánimos contra su Maestro.
Partieron de Jerusalén creyendo todos que estaba a punto de
desencadenarse una crisis.
El domingo 24 de abril, Jesús y los
apóstoles partieron de Jerusalén en dirección a Betsaida, camino de las
ciudades costales de Jope, Cesarea y Tolemaida. Desde allí cruzaron por
Ramá y Corazín a Betsaida, llegando el viernes 29 de abril. En cuanto
llegaron, Jesús inmediatamente envió a Andrés a que solicitara permiso
del rector de la sinagoga para hablar al día siguiente, que era sábado,
en el servicio de la tarde. Bien sabía Jesús que esa sería la última vez
que se le permitiría hablar en la sinagoga de Capernaum.
«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»
jueves, 28 de febrero de 2013
lunes, 25 de febrero de 2013
En Genesaret.
Mientras reposaba en la casa de un rico
creyente de la región de Genesaret, Jesús mantuvo conferencias casuales
con los doce todas las tardes. Los embajadores del reino formaban un
serio, sombrío y abatido grupo de hombres desilusionados. Pero aun
después de todo lo ocurrido, tal como lo indicaron los acontecimientos
subsiguientes, estos doce hombres aún no se habían librado completamente
de sus ideas heredadas y largamente acariciadas sobre la llegada del
Mesías judío. Los acontecimientos de las pocas semanas anteriores habían
ocurrido demasiado rápidamente como para que estos sorprendidos
pescadores pudieran comprender su pleno significado. Se necesita tiempo
para que los hombres y las mujeres cambien radical y ampliamente sus
conceptos básicos y fundamentales de conducta social, actitudes
filosóficas y convicciones religiosas.
Mientras Jesús y los doce estaban descansando en Genesaret, las multitudes se dispersaron, volviendo algunos a sus hogares, mientras que otros se dirigían a Jerusalén para la Pascua. En menos de un mes, los seguidores entusiastas y abiertos de Jesús, que contaban más de cincuenta mil tan sólo en Galilea, se redujeron a menos de quinientos. Jesús deseaba que sus apóstoles tuvieran esta experiencia de cuán efímera es la aclamación popular para que no se dejaran tentar por estas manifestaciones de histeria religiosa transitoria cuando él los dejara solos en el trabajo del reino; pero tan sólo tuvo un éxito parcial en este esfuerzo.
La segunda noche de su estadía en Genesaret el Maestro nuevamente relató a los apóstoles la parábola del sembrador y agregó estas palabras: «Como podéis ver, hijitos míos, el llamado a los sentimientos humanos es transitorio y totalmente descorazonador; apelar exclusivamente al intelecto del hombre es práctica igualmente vacía y estéril; sólo si apeláis al espíritu que vive dentro de la mente humana, podéis esperar éxito duradero, realizar esas maravillosas transformaciones del carácter humano que efectivamente se manifiestan en abundantes frutos genuinos del espíritu, en la vida diaria de todos los que así son liberados de las tinieblas de la incertidumbre por el nacimiento del espíritu en la luz de la fe —el reino del cielo».
Jesús enseñó que apelar a las emociones constituye una técnica para captar y enfocar la atención intelectual. Consideró una mente así despertada y estimulada como la puerta del alma, allí donde reside esa naturaleza espiritual del hombre que debe reconocer la verdad y responder al llamado espiritual del evangelio para producir resultados permanentes de verdaderas transformaciones del carácter.
Así Jesús intentaba preparar a los apóstoles para un inminente cataclismo —la crisis de la actitud pública hacia él, que se desencadenaría en unos pocos días. Explicó a los doce que los dirigentes religiosos de Jerusalén conspirarían con Herodes Antipas para tramar su destrucción. Los doce comenzaron a comprender mejor (aunque no del todo) que Jesús no se sentaría en el trono de David. Vieron más plenamente que la verdad espiritual no progresaba mediante portentos materiales. Empezaron a darse cuenta de que el episodio de los cinco mil y el movimiento popular que quiso coronar rey a Jesús constituían el punto culminante de la expectativa de un pueblo en busca de milagros y prodigios y la cumbre de la ovación de Jesús por la plebe. Vagamente discernían y a duras penas anticipaban los tiempos de sacudida espiritual y adversidad cruel que se aproximaban. Estos doce hombres lentamente despertaban a la comprensión de la verdadera naturaleza de su tarea como embajadores del reino, y comenzaron una fuerte preparación para las pruebas difíciles y sobrecogedoras del último año del ministerio del Maestro sobre la tierra.
Antes de salir de Genesaret, Jesús los instruyó sobre el acontecimiento milagroso de los cinco mil, diciéndoles precisamente por qué había emprendido esta extraordinaria manifestación de poder creativo y reiterándoles que, antes de dejarse llevar por su compasión por la multitud hambrienta, se había asegurado de que eso estaba «de acuerdo con la voluntad del Padre».
Mientras Jesús y los doce estaban descansando en Genesaret, las multitudes se dispersaron, volviendo algunos a sus hogares, mientras que otros se dirigían a Jerusalén para la Pascua. En menos de un mes, los seguidores entusiastas y abiertos de Jesús, que contaban más de cincuenta mil tan sólo en Galilea, se redujeron a menos de quinientos. Jesús deseaba que sus apóstoles tuvieran esta experiencia de cuán efímera es la aclamación popular para que no se dejaran tentar por estas manifestaciones de histeria religiosa transitoria cuando él los dejara solos en el trabajo del reino; pero tan sólo tuvo un éxito parcial en este esfuerzo.
La segunda noche de su estadía en Genesaret el Maestro nuevamente relató a los apóstoles la parábola del sembrador y agregó estas palabras: «Como podéis ver, hijitos míos, el llamado a los sentimientos humanos es transitorio y totalmente descorazonador; apelar exclusivamente al intelecto del hombre es práctica igualmente vacía y estéril; sólo si apeláis al espíritu que vive dentro de la mente humana, podéis esperar éxito duradero, realizar esas maravillosas transformaciones del carácter humano que efectivamente se manifiestan en abundantes frutos genuinos del espíritu, en la vida diaria de todos los que así son liberados de las tinieblas de la incertidumbre por el nacimiento del espíritu en la luz de la fe —el reino del cielo».
Jesús enseñó que apelar a las emociones constituye una técnica para captar y enfocar la atención intelectual. Consideró una mente así despertada y estimulada como la puerta del alma, allí donde reside esa naturaleza espiritual del hombre que debe reconocer la verdad y responder al llamado espiritual del evangelio para producir resultados permanentes de verdaderas transformaciones del carácter.
Así Jesús intentaba preparar a los apóstoles para un inminente cataclismo —la crisis de la actitud pública hacia él, que se desencadenaría en unos pocos días. Explicó a los doce que los dirigentes religiosos de Jerusalén conspirarían con Herodes Antipas para tramar su destrucción. Los doce comenzaron a comprender mejor (aunque no del todo) que Jesús no se sentaría en el trono de David. Vieron más plenamente que la verdad espiritual no progresaba mediante portentos materiales. Empezaron a darse cuenta de que el episodio de los cinco mil y el movimiento popular que quiso coronar rey a Jesús constituían el punto culminante de la expectativa de un pueblo en busca de milagros y prodigios y la cumbre de la ovación de Jesús por la plebe. Vagamente discernían y a duras penas anticipaban los tiempos de sacudida espiritual y adversidad cruel que se aproximaban. Estos doce hombres lentamente despertaban a la comprensión de la verdadera naturaleza de su tarea como embajadores del reino, y comenzaron una fuerte preparación para las pruebas difíciles y sobrecogedoras del último año del ministerio del Maestro sobre la tierra.
Antes de salir de Genesaret, Jesús los instruyó sobre el acontecimiento milagroso de los cinco mil, diciéndoles precisamente por qué había emprendido esta extraordinaria manifestación de poder creativo y reiterándoles que, antes de dejarse llevar por su compasión por la multitud hambrienta, se había asegurado de que eso estaba «de acuerdo con la voluntad del Padre».
sábado, 23 de febrero de 2013
De vuelta en Betsaida.
El jueves por la mañana, antes del amanecer, echaron ancla cerca de
la casa de Zebedeo y fueron a dormir hasta alrededor del mediodía.
Andrés fue el primero en levantarse y, yéndose a caminar junto al mar,
encontró a Jesús en compañía del muchacho mandadero, sentado en una
piedra al borde del agua. Mientras muchos seguidores y jóvenes
evangelistas buscaban a Jesús toda esa noche y buena parte del día
siguiente por las colinas orientales, poco después de la medianoche él y
el mancebo Marcos habían partido, caminando alrededor del lago y
cruzando el río, de vuelta a Betsaida.
De los cinco mil que habían sido milagrosamente alimentados y que, con el estómago lleno y el corazón vacío, habían querido proclamarlo rey, sólo unos quinientos persistieron en seguirlo. Pero antes de que éstos recibieran noticia de que él estaba de vuelta en Betsaida, Jesús pidió a Andrés que congregara a los doce apóstoles y a sus asociados, incluyendo las mujeres, diciendo: «Deseo hablarles». Y cuando todos estuvieron atentos, Jesús dijo:
«¿Hasta cuándo tendré que teneros paciencia? Es que sois todos débiles de comprensión espiritual y deficientes en fe viviente? Todos estos meses os he enseñado las verdades del reino, sin embargo os dejáis dominar por motivos materiales y no por consideraciones espirituales. ¿Es que no habéis leído siquiera en las Escrituras, allí donde Moisés exhorta a los hijos descreídos de Israel, diciendo: `No temáis, estad firmes y ved la salvación del Señor'? Dijo el cantor: `Confiad en el Señor'. `Sé paciente, aguarda al Señor, ten ánimo. Él fortalecerá tu corazón'. `Echa sobre el Señor tu carga, y él te sustentará. Confiad en él en todo tiempo y derramad delante de él vuestro corazón, porque Dios es vuestro refugio'. `El que habita en el lugar secreto del Altísimo, morará bajo la sombra del Todopoderoso'. `Mejor es confiar en el Señor que confiar en los príncipes humanos'.
«¿No veis acaso que el producir milagros y el hacer prodigios materiales no ganan almas para el reino espiritual? Nosotros saciamos a la multitud, pero eso no los condujo a tener hambre por el pan de la vida ni sed por las aguas de la rectitud espiritual. Cuando su hambre fue saciada, no buscaron entrar en el reino del cielo, sino más bien quisieron proclamar rey al Hijo del Hombre, a la manera de los reyes de este mundo, sólo porque quieren seguir comiendo pan sin tener que ganárselo con el sudor de la frente. Y todo esto, en lo que muchos entre vosotros participasteis en mayor o menor grado, nada hace por revelar el Padre celestial o por adelantar su reino en la tierra. ¿Acaso no tenemos suficientes enemigos entre los líderes religiosos del país sin necesidad de enemistarnos también con los potentados civiles por nuestras acciones? Oro porque mi Padre unja vuestros ojos para que podáis ver y abra vuestros oídos para que podáis oír, para que lleguéis a tener fe plena en el evangelio que os he enseñado».
Jesús anunció luego que deseaba retirarse por unos días para descansar con sus apóstoles, antes de aprontarse para ir a Jerusalén para la Pascua, y prohibió a los discípulos y a la multitud que lo siguieran. Así pues, se embarcaron a la región de Genesaret para reposar y dormir. Jesús se estaba preparando para la gran crisis de su vida en la tierra, y por lo tanto pasó mucho tiempo en comunión con su Padre en el cielo.
La nueva de la comida a los cinco mil y del intento de coronar a Jesús despertó gran curiosidad y aumentó el temor de los líderes religiosos y de los gobernantes civiles a lo largo y a lo ancho de Galilea y Judea. Aunque este gran milagro nada hizo en pos del adelanto del evangelio del reino en las almas de los creyentes con predilecciones para los bienes materiales y con reservas, sirvió el propósito de poner fin a las ansias de milagros y pretensiones regias de la familia inmediata de Jesús o sea sus apóstoles y discípulos más íntimos. Este episodio espectacular puso fin a la primera etapa de enseñanza, entrenamiento y curación, preparando así el camino para la inauguración de este último año de proclamación de las fases más altas y más espirituales del nuevo evangelio del reino: filiación divina, libertad espiritual y salvación eterna.
De los cinco mil que habían sido milagrosamente alimentados y que, con el estómago lleno y el corazón vacío, habían querido proclamarlo rey, sólo unos quinientos persistieron en seguirlo. Pero antes de que éstos recibieran noticia de que él estaba de vuelta en Betsaida, Jesús pidió a Andrés que congregara a los doce apóstoles y a sus asociados, incluyendo las mujeres, diciendo: «Deseo hablarles». Y cuando todos estuvieron atentos, Jesús dijo:
«¿Hasta cuándo tendré que teneros paciencia? Es que sois todos débiles de comprensión espiritual y deficientes en fe viviente? Todos estos meses os he enseñado las verdades del reino, sin embargo os dejáis dominar por motivos materiales y no por consideraciones espirituales. ¿Es que no habéis leído siquiera en las Escrituras, allí donde Moisés exhorta a los hijos descreídos de Israel, diciendo: `No temáis, estad firmes y ved la salvación del Señor'? Dijo el cantor: `Confiad en el Señor'. `Sé paciente, aguarda al Señor, ten ánimo. Él fortalecerá tu corazón'. `Echa sobre el Señor tu carga, y él te sustentará. Confiad en él en todo tiempo y derramad delante de él vuestro corazón, porque Dios es vuestro refugio'. `El que habita en el lugar secreto del Altísimo, morará bajo la sombra del Todopoderoso'. `Mejor es confiar en el Señor que confiar en los príncipes humanos'.
«¿No veis acaso que el producir milagros y el hacer prodigios materiales no ganan almas para el reino espiritual? Nosotros saciamos a la multitud, pero eso no los condujo a tener hambre por el pan de la vida ni sed por las aguas de la rectitud espiritual. Cuando su hambre fue saciada, no buscaron entrar en el reino del cielo, sino más bien quisieron proclamar rey al Hijo del Hombre, a la manera de los reyes de este mundo, sólo porque quieren seguir comiendo pan sin tener que ganárselo con el sudor de la frente. Y todo esto, en lo que muchos entre vosotros participasteis en mayor o menor grado, nada hace por revelar el Padre celestial o por adelantar su reino en la tierra. ¿Acaso no tenemos suficientes enemigos entre los líderes religiosos del país sin necesidad de enemistarnos también con los potentados civiles por nuestras acciones? Oro porque mi Padre unja vuestros ojos para que podáis ver y abra vuestros oídos para que podáis oír, para que lleguéis a tener fe plena en el evangelio que os he enseñado».
Jesús anunció luego que deseaba retirarse por unos días para descansar con sus apóstoles, antes de aprontarse para ir a Jerusalén para la Pascua, y prohibió a los discípulos y a la multitud que lo siguieran. Así pues, se embarcaron a la región de Genesaret para reposar y dormir. Jesús se estaba preparando para la gran crisis de su vida en la tierra, y por lo tanto pasó mucho tiempo en comunión con su Padre en el cielo.
La nueva de la comida a los cinco mil y del intento de coronar a Jesús despertó gran curiosidad y aumentó el temor de los líderes religiosos y de los gobernantes civiles a lo largo y a lo ancho de Galilea y Judea. Aunque este gran milagro nada hizo en pos del adelanto del evangelio del reino en las almas de los creyentes con predilecciones para los bienes materiales y con reservas, sirvió el propósito de poner fin a las ansias de milagros y pretensiones regias de la familia inmediata de Jesús o sea sus apóstoles y discípulos más íntimos. Este episodio espectacular puso fin a la primera etapa de enseñanza, entrenamiento y curación, preparando así el camino para la inauguración de este último año de proclamación de las fases más altas y más espirituales del nuevo evangelio del reino: filiación divina, libertad espiritual y salvación eterna.
miércoles, 20 de febrero de 2013
La visión nocturna de Simón Pedro.
Los apóstoles, sin su Maestro —que los
había enviado de vuelta solos— subieron a la barca y en silencio
empezaron a remar hacia Betsaida, en la orilla occidental del lago.
Ninguno de los doce estaba más deprimido y anonadado que Simón Pedro.
Apenas si se habló una palabra; estaban todos pensando en el Maestro,
solo; en las colinas. ¿Acaso los había abandonado? Nunca antes los había
enviado a todos de vuelta, negándose a volverse con ellos. ¿Qué
significaba todo esto?
La oscuridad descendió sobre ellos, porque soplaba un fuerte viento en contra que les impedía avanzar. A medida que pasaban las horas de oscuridad y duro remar, Pedro, agotado, cayó en un profundo sueño. Andrés y Santiago lo acarrearon al asiento acojinado en la popa de la barca. Mientras los demás apóstoles luchaban contra el viento y las olas, Pedro tuvo un sueño; vio una visión de Jesús que se les acercaba caminando sobre el mar. Cuando ya parecía el Maestro caminar pasando de largo junto a la barca, Pedro gritó: «Sálvanos, Maestro, sálvanos». Los que estaban cerca de la popa de la barca le oyeron decir algunas de estas palabras. Continuó esta aparición nocturna en la mente de Pedro, y soñó que Jesús decía: «Estad de buen ánimo; sí, soy yo; no temáis». Fue éste como el bálsamo de Gilead para el alma atribulada de Pedro; serenó su espíritu preocupado, de modo que (en su sueño) gritó al Maestro: «Señor, si eres realmente tú, convídame a que camine contigo sobre las aguas». Y salió Pedro caminando sobre el agua, y las olas embravecidas lo asustaron, y a punto de hundirse, gritó: «Señor, ¡sálvame!» Muchos entre los doce oyeron su grito. Entonces Pedro soñó que Jesús venía a rescatarlo y, dándole la mano, lo aferraba y lo levantaba, diciendo: «Oh, tú con tan poca fe, ¿por qué dudaste?».
En relación con la última parte de su sueño, Pedro en realidad se levantó del asiento sobre el que dormía y salió de la barca al agua. Y despertó de su sueño cuando Andrés, Santiago y Juan corrieron a sacarlo del mar.
Para Pedro, esta experiencia fue siempre real. Creía sinceramente que Jesús había venido durante la noche. Convenció sólo parcialmente a Juan Marcos, lo cual explica por qué Marcos dejó de mencionar en su narrativa una porción de esta historia. Lucas, el médico, quien investigó cuidadosamente estos asuntos, concluyó que el episodio fue una visión de Pedro y por consiguiente se negó a incluir este relato en la preparación de su narrativa.
La oscuridad descendió sobre ellos, porque soplaba un fuerte viento en contra que les impedía avanzar. A medida que pasaban las horas de oscuridad y duro remar, Pedro, agotado, cayó en un profundo sueño. Andrés y Santiago lo acarrearon al asiento acojinado en la popa de la barca. Mientras los demás apóstoles luchaban contra el viento y las olas, Pedro tuvo un sueño; vio una visión de Jesús que se les acercaba caminando sobre el mar. Cuando ya parecía el Maestro caminar pasando de largo junto a la barca, Pedro gritó: «Sálvanos, Maestro, sálvanos». Los que estaban cerca de la popa de la barca le oyeron decir algunas de estas palabras. Continuó esta aparición nocturna en la mente de Pedro, y soñó que Jesús decía: «Estad de buen ánimo; sí, soy yo; no temáis». Fue éste como el bálsamo de Gilead para el alma atribulada de Pedro; serenó su espíritu preocupado, de modo que (en su sueño) gritó al Maestro: «Señor, si eres realmente tú, convídame a que camine contigo sobre las aguas». Y salió Pedro caminando sobre el agua, y las olas embravecidas lo asustaron, y a punto de hundirse, gritó: «Señor, ¡sálvame!» Muchos entre los doce oyeron su grito. Entonces Pedro soñó que Jesús venía a rescatarlo y, dándole la mano, lo aferraba y lo levantaba, diciendo: «Oh, tú con tan poca fe, ¿por qué dudaste?».
En relación con la última parte de su sueño, Pedro en realidad se levantó del asiento sobre el que dormía y salió de la barca al agua. Y despertó de su sueño cuando Andrés, Santiago y Juan corrieron a sacarlo del mar.
Para Pedro, esta experiencia fue siempre real. Creía sinceramente que Jesús había venido durante la noche. Convenció sólo parcialmente a Juan Marcos, lo cual explica por qué Marcos dejó de mencionar en su narrativa una porción de esta historia. Lucas, el médico, quien investigó cuidadosamente estos asuntos, concluyó que el episodio fue una visión de Pedro y por consiguiente se negó a incluir este relato en la preparación de su narrativa.
martes, 19 de febrero de 2013
El episodio de la coronación.
Este festín para las cinco mil personas, mediante la energía
sobrenatural, fue otro de esos casos en los que la piedad humana se sumó
al poder creador para dar como resultado lo que sucedió. Ya la multitud
había sido saciada, y allí mismo y en ese instante la fama de Jesús
tanto se acrecentó por este extraordinario portento, que la idea de
apoderarse del Maestro y proclamarlo rey ya no necesitaba de ningún
cabecilla. La idea pareció propagarse como un contagio entre la
muchedumbre. La reacción de la multitud ante esta satisfacción repentina
y espectacular de sus necesidades físicas fue profunda y sobrecogedora.
Por mucho tiempo a los judíos se les había enseñado que el Mesías, el
hijo de David, cuando viniera, inundaría la tierra, nuevamente, con
leche y miel, y que el pan de la vida llovería sobre ellos como había
supuestamente caído el maná del cielo sobre sus antepasados en el
desierto. ¿Acaso todas estas expectativas no habían sido plenamente
satisfechas ante sus ojos? Cuando esta multitud hambrienta y sin
alimentos se sació de alimento milagroso, tan sólo hubo una reacción
unánime: «He aquí a nuestro rey». Había llegado el liberador portentoso
de Israel. En los ojos de esta gente de mente sencilla, el poder de dar
de comer llevaba en sí mismo el derecho al gobierno. No es pues de
extrañar que la multitud, en cuanto terminó su festín, se puso de pie al
unísono clamando: «¡Hacedlo rey!».
Este poderoso grito entusiasmó a Pedro y a los entre los apóstoles que aún mantenían la esperanza de que Jesús afirmara su derecho a gobernar. Pero, poco durarían estas falsas esperanzas. Aún se oían los ecos de este poderoso grito de la multitud que rebotaban de las rocas cercanas, cuando Jesús se trepó a una enorme piedra y, levantando la mano derecha para imponer silencio, dijo: «Hijitos míos, vosotros tenéis buenas intenciones, pero sois de vista corta y de mentalidad material». Hubo una corta pausa; este fornido galileo se erguía majestuoso contra el resplandor encantador del atardecer oriental. Cada centímetro de su semblante se veía verdaderamente como el de un rey mientras siguió hablando a la multitud que lo contemplaba sin aliento: «Vosotros queréis hacerme rey, no porque vuestra alma se haya iluminado de una gran verdad, sino porque vuestro estómago está lleno de pan. ¿Cuántas veces os he dicho que mi reino no es de este mundo? Este reino del cielo que nosotros proclamamos es una hermandad espiritual, y ningún hombre gobierna sobre este reino sentado en un trono material. Mi Padre en el cielo es el omnisapiente y todopoderoso Gobernante de esta hermandad espiritual de los hijos de Dios en la tierra. ¿Es que tanto he fallado en revelaros al Padre de los espíritus, que vosotros queréis hacer de su Hijo en la carne un rey? Idos pues todos a casa. Si debéis tener rey, que el Padre de las luces sea coronado en el corazón de cada uno de vosotros como el espíritu Gobernante de todas las cosas».
Estas palabras de Jesús despidieron a la multitud, pasmada y desilusionada. Muchos de los que habían creído en él, se fueron y, a partir de ese día, ya no le siguieron. Los apóstoles estaban anonadados; permanecieron de pie en silencio, reunidos alrededor de los doce canastos llenos de trozos de comida; sólo el mandadero, el mancebo Marcos, dijo: «Y se negó a ser nuestro rey». Jesús, antes de irse por su cuenta a las colinas, se volvió hacia Andrés y dijo: «Lleva a tus hermanos de vuelta a la casa de Zebedeo y ora con ellos, especialmente por tu hermano, Simón Pedro».
Este poderoso grito entusiasmó a Pedro y a los entre los apóstoles que aún mantenían la esperanza de que Jesús afirmara su derecho a gobernar. Pero, poco durarían estas falsas esperanzas. Aún se oían los ecos de este poderoso grito de la multitud que rebotaban de las rocas cercanas, cuando Jesús se trepó a una enorme piedra y, levantando la mano derecha para imponer silencio, dijo: «Hijitos míos, vosotros tenéis buenas intenciones, pero sois de vista corta y de mentalidad material». Hubo una corta pausa; este fornido galileo se erguía majestuoso contra el resplandor encantador del atardecer oriental. Cada centímetro de su semblante se veía verdaderamente como el de un rey mientras siguió hablando a la multitud que lo contemplaba sin aliento: «Vosotros queréis hacerme rey, no porque vuestra alma se haya iluminado de una gran verdad, sino porque vuestro estómago está lleno de pan. ¿Cuántas veces os he dicho que mi reino no es de este mundo? Este reino del cielo que nosotros proclamamos es una hermandad espiritual, y ningún hombre gobierna sobre este reino sentado en un trono material. Mi Padre en el cielo es el omnisapiente y todopoderoso Gobernante de esta hermandad espiritual de los hijos de Dios en la tierra. ¿Es que tanto he fallado en revelaros al Padre de los espíritus, que vosotros queréis hacer de su Hijo en la carne un rey? Idos pues todos a casa. Si debéis tener rey, que el Padre de las luces sea coronado en el corazón de cada uno de vosotros como el espíritu Gobernante de todas las cosas».
Estas palabras de Jesús despidieron a la multitud, pasmada y desilusionada. Muchos de los que habían creído en él, se fueron y, a partir de ese día, ya no le siguieron. Los apóstoles estaban anonadados; permanecieron de pie en silencio, reunidos alrededor de los doce canastos llenos de trozos de comida; sólo el mandadero, el mancebo Marcos, dijo: «Y se negó a ser nuestro rey». Jesús, antes de irse por su cuenta a las colinas, se volvió hacia Andrés y dijo: «Lleva a tus hermanos de vuelta a la casa de Zebedeo y ora con ellos, especialmente por tu hermano, Simón Pedro».
lunes, 18 de febrero de 2013
La comida para cinco mil.
Jesús continuó enseñando a la gente durante el
día e instruyendo a los apóstoles y evangelistas por las noches. El
viernes decretó una semana de vacaciones para que sus seguidores
pudieran volver a sus casas o visitar sus amigos por unos días, antes de
prepararse para ir a Jerusalén para la Pascua. Pero más de la mitad de
sus discípulos se negaron a abandonarle, y la multitud aumentaba
diariamente tanto, que David Zebedeo propuso establecer un nuevo
campamento, pero Jesús no le dio su consentimiento. El Maestro no pudo
descansar mucho el sábado, por lo que intentó el domingo 27 de marzo
por la mañana alejarse de la multitud. Quedarían allí algunos de los
evangelistas con el encargo de hablar a la multitud, mientras que Jesús y
los doce planeaban escapar sin ser vistos al otro lado del lago, donde
podrían obtener un merecido y necesario descanso en un hermoso parque al
sur de Betsaida-Julias. Esta región era la zona de elección de los
habitantes de Capernaum para pasar las vacaciones; todos conocían bien
estos parques en la costa oriental.
Pero, la muchedumbre no los dejó. Al ver la dirección que tomaba la barca de Jesús, alquilaron todo navío disponible y salieron en su seguimiento. Los que no consiguieron embarcaciones partieron a pie, caminando alrededor del lago por el norte.
Al caer la tarde, más de mil personas ya habían ubicado al Maestro en uno de los parques, y él les habló brevemente, y después de él habló Pedro. Muchos habían traído comida, y después de cenar, se reunieron en pequeños grupos mientras los apóstoles y discípulos de Jesús les enseñaban.
Para el lunes por la tarde la multitud había aumentado a más de tres mil personas. Y todavía —hasta bien entrada la noche— seguía llegando gente trayendo cantidades de enfermos de todo tipo. Cientos de interesados habían planeado parar en Capernaum, camino de la Pascua, para ver y oír a Jesús, y no había forma de que se resignaran a no verlo. Para el mediodía del miércoles se encontraban reunidos unos cinco mil hombres, mujeres y niños en este parque al sur de Betsaida-Julias. El tiempo estaba agradable, siendo casi el fin de la temporada de lluvia en esta región.
Felipe había traído provisiones suficientes para tres días para Jesús y los doce, encargando su custodia al mancebo Marcos, el mandadero de ellos. Para la tarde de este día, el tercero para casi la mitad de esta multitud, ya prácticamente se había acabado la comida que había traído la gente. David Zebedeo no contaba aquí con una ciudad de tiendas que pudiera alimentar y cobijar a las multitudes. Tampoco había provisto Felipe alimentos para tan grande multitud. Pero la gente, aunque hambrienta, no se iba. Se rumoreaba en voz baja que Jesús, deseando evitar problemas tanto con Herodes como con los líderes de Jerusalén, había elegido este lugar tranquilo, fuera de la jurisdicción de todos sus enemigos, considerándolo el sitio adecuado para ser coronado rey. El entusiasmo de la gente aumentaba de hora en hora. Nadie dijo una sola palabra de esto a Jesús, aunque, por supuesto, él sabía todo lo que estaba pasando. Hasta los doce apóstoles estaban contaminados por estas ideas, y los evangelistas más jóvenes, todavía más. Los apóstoles que estaban a favor de la idea de proclamar rey a Jesús eran Pedro, Juan, Simón el Zelote, y Judas Iscariote. Los que estaban en contra de este plan eran Andrés, Santiago, Natanael, y Tomás. Mateo, Felipe y los gemelos Alfeo no tenían opinión decidida. El cabecilla de esta conspiración para coronarlo rey era Joab, uno de los jóvenes evangelistas.
Ésta era pues la situación a eso de las cinco de la tarde del miércoles, cuando Jesús pidió a Jacobo Alfeo que llamara a Andrés y Felipe. Dijo Jesús: «¿Qué vamos a hacer con la multitud? Ya hace tres días que están con nosotros, y muchos entre ellos tienen hambre. No tienen comida». Felipe y Andrés se intercambiaron una mirada, y entonces Felipe contestó: «Maestro, deberías despedir a esta gente para que vayan a las aldeas cercanas y se compren alimentos». Andrés, que temía se materializara la confabulación para coronar rey a Jesús, inmediatamente se puso de parte de Felipe, diciendo: «Sí, Maestro, pienso que lo mejor sería que disuelvas la asamblea para que esta gente se vaya por su camino y consiga comida, mientras tú reposas una temporada». A esta altura se habían acercado al grupo otros de los doce. Entonces dijo Jesús: «Pero no deseo despedirlos hambrientos; ¿acaso no podéis alimentarlos?» Esto fue demasiado para Felipe, que inmediatamente contestó: «Maestro, en este lugar de campo, ¿adonde hemos de comprar pan para esta multitud en este sitio descampado? Doscientos denarios no bastarían para el almuerzo».
Antes de que los apóstoles tuvieran la oportunidad de expresarse, Jesús se volvió a Andrés y Felipe, diciendo: «No quiero despedir a esta gente. Están aquí, como ovejas sin pastor. Me gustaría alimentarlos. ¿Qué tenemos de comer?» Mientras Felipe conversaba con Mateo y Judas, Andrés llamó al mancebo Marcos para determinar cuánto quedaba de sus provisiones. Volvió a Jesús, diciendo: «El muchacho tan sólo tiene cinco panes de cebada y dos pescados secos» —y Pedro inmediatamente agregó: «Aún no hemos comido esta noche».
Por un momento estuvo Jesús en silencio. Había en sus ojos una expresión lejana. Los apóstoles nada dijeron. Jesús se volvió repentinamente hacia Andrés y dijo: «Tráeme los panes y los peces». Y cuando Andrés hubo traído la canasta a Jesús, el Maestro dijo: «Ordenad a la gente que se siente en el césped en grupos de cien y que nombren un jefe para cada grupo, mientras vosotros traéis aquí a todos los evangelistas».
Jesús tomó los panes en las manos, y después de haber dado las gracias, partió el pan y se lo dio a los apóstoles, quienes se lo pasaron a sus asociados, y quienes a su vez se lo llevaron a la multitud. De la misma manera partió Jesús y distribuyó los peces. Y esta multitud comió y fue saciada. Cuando terminaron de comer, Jesús dijo a los discípulos: «Recoged los trozos que quedan para que nada se pierda». Cuando hubieron ellos terminado de juntar los pedazos, tenían doce canastas llenas. Los que comieron de este extraordinario festín fueron unos cinco mil hombres, mujeres y niños.
Éste fue el primero y único milagro de la naturaleza que realizó Jesús por premeditación consciente. Es verdad que sus discípulos estaban dispuestos a llamar milagros muchas cosas que no lo eran, pero ésta fue una ministración genuinamente sobrenatural. Se nos enseñó, que en este caso, Micael multiplicó los elementos de la comida, tal como siempre lo hace, excepto que eliminó el factor tiempo y el canal vital visible.
Pero, la muchedumbre no los dejó. Al ver la dirección que tomaba la barca de Jesús, alquilaron todo navío disponible y salieron en su seguimiento. Los que no consiguieron embarcaciones partieron a pie, caminando alrededor del lago por el norte.
Al caer la tarde, más de mil personas ya habían ubicado al Maestro en uno de los parques, y él les habló brevemente, y después de él habló Pedro. Muchos habían traído comida, y después de cenar, se reunieron en pequeños grupos mientras los apóstoles y discípulos de Jesús les enseñaban.
Para el lunes por la tarde la multitud había aumentado a más de tres mil personas. Y todavía —hasta bien entrada la noche— seguía llegando gente trayendo cantidades de enfermos de todo tipo. Cientos de interesados habían planeado parar en Capernaum, camino de la Pascua, para ver y oír a Jesús, y no había forma de que se resignaran a no verlo. Para el mediodía del miércoles se encontraban reunidos unos cinco mil hombres, mujeres y niños en este parque al sur de Betsaida-Julias. El tiempo estaba agradable, siendo casi el fin de la temporada de lluvia en esta región.
Felipe había traído provisiones suficientes para tres días para Jesús y los doce, encargando su custodia al mancebo Marcos, el mandadero de ellos. Para la tarde de este día, el tercero para casi la mitad de esta multitud, ya prácticamente se había acabado la comida que había traído la gente. David Zebedeo no contaba aquí con una ciudad de tiendas que pudiera alimentar y cobijar a las multitudes. Tampoco había provisto Felipe alimentos para tan grande multitud. Pero la gente, aunque hambrienta, no se iba. Se rumoreaba en voz baja que Jesús, deseando evitar problemas tanto con Herodes como con los líderes de Jerusalén, había elegido este lugar tranquilo, fuera de la jurisdicción de todos sus enemigos, considerándolo el sitio adecuado para ser coronado rey. El entusiasmo de la gente aumentaba de hora en hora. Nadie dijo una sola palabra de esto a Jesús, aunque, por supuesto, él sabía todo lo que estaba pasando. Hasta los doce apóstoles estaban contaminados por estas ideas, y los evangelistas más jóvenes, todavía más. Los apóstoles que estaban a favor de la idea de proclamar rey a Jesús eran Pedro, Juan, Simón el Zelote, y Judas Iscariote. Los que estaban en contra de este plan eran Andrés, Santiago, Natanael, y Tomás. Mateo, Felipe y los gemelos Alfeo no tenían opinión decidida. El cabecilla de esta conspiración para coronarlo rey era Joab, uno de los jóvenes evangelistas.
Ésta era pues la situación a eso de las cinco de la tarde del miércoles, cuando Jesús pidió a Jacobo Alfeo que llamara a Andrés y Felipe. Dijo Jesús: «¿Qué vamos a hacer con la multitud? Ya hace tres días que están con nosotros, y muchos entre ellos tienen hambre. No tienen comida». Felipe y Andrés se intercambiaron una mirada, y entonces Felipe contestó: «Maestro, deberías despedir a esta gente para que vayan a las aldeas cercanas y se compren alimentos». Andrés, que temía se materializara la confabulación para coronar rey a Jesús, inmediatamente se puso de parte de Felipe, diciendo: «Sí, Maestro, pienso que lo mejor sería que disuelvas la asamblea para que esta gente se vaya por su camino y consiga comida, mientras tú reposas una temporada». A esta altura se habían acercado al grupo otros de los doce. Entonces dijo Jesús: «Pero no deseo despedirlos hambrientos; ¿acaso no podéis alimentarlos?» Esto fue demasiado para Felipe, que inmediatamente contestó: «Maestro, en este lugar de campo, ¿adonde hemos de comprar pan para esta multitud en este sitio descampado? Doscientos denarios no bastarían para el almuerzo».
Antes de que los apóstoles tuvieran la oportunidad de expresarse, Jesús se volvió a Andrés y Felipe, diciendo: «No quiero despedir a esta gente. Están aquí, como ovejas sin pastor. Me gustaría alimentarlos. ¿Qué tenemos de comer?» Mientras Felipe conversaba con Mateo y Judas, Andrés llamó al mancebo Marcos para determinar cuánto quedaba de sus provisiones. Volvió a Jesús, diciendo: «El muchacho tan sólo tiene cinco panes de cebada y dos pescados secos» —y Pedro inmediatamente agregó: «Aún no hemos comido esta noche».
Por un momento estuvo Jesús en silencio. Había en sus ojos una expresión lejana. Los apóstoles nada dijeron. Jesús se volvió repentinamente hacia Andrés y dijo: «Tráeme los panes y los peces». Y cuando Andrés hubo traído la canasta a Jesús, el Maestro dijo: «Ordenad a la gente que se siente en el césped en grupos de cien y que nombren un jefe para cada grupo, mientras vosotros traéis aquí a todos los evangelistas».
Jesús tomó los panes en las manos, y después de haber dado las gracias, partió el pan y se lo dio a los apóstoles, quienes se lo pasaron a sus asociados, y quienes a su vez se lo llevaron a la multitud. De la misma manera partió Jesús y distribuyó los peces. Y esta multitud comió y fue saciada. Cuando terminaron de comer, Jesús dijo a los discípulos: «Recoged los trozos que quedan para que nada se pierda». Cuando hubieron ellos terminado de juntar los pedazos, tenían doce canastas llenas. Los que comieron de este extraordinario festín fueron unos cinco mil hombres, mujeres y niños.
Éste fue el primero y único milagro de la naturaleza que realizó Jesús por premeditación consciente. Es verdad que sus discípulos estaban dispuestos a llamar milagros muchas cosas que no lo eran, pero ésta fue una ministración genuinamente sobrenatural. Se nos enseñó, que en este caso, Micael multiplicó los elementos de la comida, tal como siempre lo hace, excepto que eliminó el factor tiempo y el canal vital visible.
domingo, 17 de febrero de 2013
En la casa de Jairo.
Jairo estaba por supuesto terriblemente
impaciente por la demora en llegar a su casa; por eso se apresuraron a
buen paso. Aun antes de entrar ellos en el patio del rector, uno de los
siervos salió diciendo: «No molestes al Maestro; tu hija está muerta».
Jesús pareció no oír las palabras del siervo, porque, llevándose a
Pedro, Santiago y Juan, se volvió diciendo al padre desconsolado: «No
temas; tan sólo, cree». Al entrar a la casa, ya estaban allí los
flautistas junto a las plañideras y los parientes llorando y
lamentándose, formando un tumulto indecoroso. Después de echar del
cuarto a todas las plañideras, entró Jesús con el padre, la madre y sus
tres apóstoles. Les había dicho a las plañideras que la niña no estaba
muerta, pero se rieron de él con desprecio. Ahora pues, Jesús se volvió a
la madre, diciéndole: «Tu hija no está muerta; sólo está dormida». Y
cuando se hubo tranquilizado la casa, Jesús, acercándose al lecho de la
niña, la tomó de la mano y dijo: «Hija, escúchame: ¡despiértate y
levántate!» Cuando la niña escuchó esas palabras, inmediatamente se
levantó y caminó por el cuarto. Una vez que la niña se hubo recuperado
del aturdimiento, Jesús indicó que le trajeran algo de comer porque no
había tomado alimento por mucho tiempo.
Como había en Capernaum mucha turbulencia en contra de Jesús, reunió a la familia y les explicó que la niña había caído en un coma después de una fiebre persistente, y que él no la había rescatado de la muerte sino que la había despertado. Asimismo explicó todo esto a sus apóstoles, pero fue en vano; todos ellos creyeron que había rescatado a la niña de los muertos. Lo que dijera Jesús para explicar muchos de estos milagros aparentes surtía poco efecto sobre sus seguidores. Los milagros los fascinaban, y no perdían la oportunidad de atribuirle otro portento a Jesús. Jesús y los apóstoles retornaron a Betsaida después de que él exhortara específicamente a todos ellos de que nada dijeran a ningún hombre sobre este acontecimiento.
Cuando salió de la casa de Jairo, dos ciegos conducidos por un muchacho mudo lo siguieron clamando que los curara. En esta época, la reputación de Jesús como curador estaba en su apogeo. Fuera donde fuese, ahí lo esperaban enfermos y afligidos. El Maestro parecía exhausto, y todos sus amigos se preocupaban, pues temían que se esforzara en su labor de enseñanza y curación hasta el colapso.
Los apóstoles de Jesús no podían comprender la naturaleza y atributos de este Dios-hombre, y la gente común entendía aún menos. Ninguna de las generaciones subsiguientes tampoco han podido evaluar lo que ocurrió en la tierra en la persona de Jesús de Nazaret. Y no habrá jamás oportunidad de que la ciencia o la religión examinen estos acontecimientos notables, por la sencilla razón de que tal situación extraordinaria no puede ocurrir otra vez, ni en este mundo ni en ningún otro mundo de Nebadon. Nunca más aparecerá, en ningún mundo del universo, un ser en semejanza de carne mortal que combine simultáneamente todos los atributos de la energía creadora aunados con las dotes espirituales que trascienden el tiempo y la mayor parte de las limitaciones materiales.
Nunca, antes de que Jesús viniera a la tierra, ni desde entonces, ha sido posible procurar en forma tan directa y gráfica los resultados concomitantes de una fe fuerte y viviente de los hombres y mujeres mortales. Para repetir estos fenómenos, sería necesario que llegáramos ante la presencia inmediata de Micael, el Creador, y lo halláramos tal cual fue en aquellos días —el Hijo del Hombre. Del mismo modo, hoy en día, por su ausencia, tales manifestaciones materiales no son posibles, debéis evitar imponer cualquier tipo de limitación sobre la posible manifestación de su poder espiritual. Aunque el Maestro esté ausente como ser material, está presente como influencia espiritual en el corazón de los hombres. Jesús posibilitó, mediante su partida de este mundo, que su espíritu viviera junto con el de su Padre que reside en la mente de toda la humanidad.
Como había en Capernaum mucha turbulencia en contra de Jesús, reunió a la familia y les explicó que la niña había caído en un coma después de una fiebre persistente, y que él no la había rescatado de la muerte sino que la había despertado. Asimismo explicó todo esto a sus apóstoles, pero fue en vano; todos ellos creyeron que había rescatado a la niña de los muertos. Lo que dijera Jesús para explicar muchos de estos milagros aparentes surtía poco efecto sobre sus seguidores. Los milagros los fascinaban, y no perdían la oportunidad de atribuirle otro portento a Jesús. Jesús y los apóstoles retornaron a Betsaida después de que él exhortara específicamente a todos ellos de que nada dijeran a ningún hombre sobre este acontecimiento.
Cuando salió de la casa de Jairo, dos ciegos conducidos por un muchacho mudo lo siguieron clamando que los curara. En esta época, la reputación de Jesús como curador estaba en su apogeo. Fuera donde fuese, ahí lo esperaban enfermos y afligidos. El Maestro parecía exhausto, y todos sus amigos se preocupaban, pues temían que se esforzara en su labor de enseñanza y curación hasta el colapso.
Los apóstoles de Jesús no podían comprender la naturaleza y atributos de este Dios-hombre, y la gente común entendía aún menos. Ninguna de las generaciones subsiguientes tampoco han podido evaluar lo que ocurrió en la tierra en la persona de Jesús de Nazaret. Y no habrá jamás oportunidad de que la ciencia o la religión examinen estos acontecimientos notables, por la sencilla razón de que tal situación extraordinaria no puede ocurrir otra vez, ni en este mundo ni en ningún otro mundo de Nebadon. Nunca más aparecerá, en ningún mundo del universo, un ser en semejanza de carne mortal que combine simultáneamente todos los atributos de la energía creadora aunados con las dotes espirituales que trascienden el tiempo y la mayor parte de las limitaciones materiales.
Nunca, antes de que Jesús viniera a la tierra, ni desde entonces, ha sido posible procurar en forma tan directa y gráfica los resultados concomitantes de una fe fuerte y viviente de los hombres y mujeres mortales. Para repetir estos fenómenos, sería necesario que llegáramos ante la presencia inmediata de Micael, el Creador, y lo halláramos tal cual fue en aquellos días —el Hijo del Hombre. Del mismo modo, hoy en día, por su ausencia, tales manifestaciones materiales no son posibles, debéis evitar imponer cualquier tipo de limitación sobre la posible manifestación de su poder espiritual. Aunque el Maestro esté ausente como ser material, está presente como influencia espiritual en el corazón de los hombres. Jesús posibilitó, mediante su partida de este mundo, que su espíritu viviera junto con el de su Padre que reside en la mente de toda la humanidad.
miércoles, 13 de febrero de 2013
Los acontecimientos que condujeron a la crisis de Capernaum.
LA HISTORIA de la curación de Amós, el lunático de Queresa, ya había
llegado a Betsaida y Capernaum, de manera de que una gran multitud
aguardaba a Jesús cuando su barca llegó a la playa ese martes por la
mañana. En esta multitud se encontraban los nuevos observadores enviados
por el sanedrín de Jerusalén que venían a Capernaum con el objeto de
reunir pruebas para el arresto y enjuiciamiento del Maestro. Mientras
Jesús hablaba con los que se habían reunido para saludarle, Jairo, uno
de los rectores de la sinagoga, se adelantó entre la multitud y, cayendo
a sus pies, le tomó de la mano implorándole que fuera de inmediato con
él, diciendo: «Maestro, mi única hijita yace en mi casa, a punto de
morir. Te ruego que vengas conmigo y la cures». Cuando Jesús escuchó la
petición de este padre, dijo: «Iré contigo».
Mientras Jesús iba con Jairo, y la gran multitud que había oído el ruego de ese padre los seguía para ver qué pasaría. Poco antes de llegar a la casa del rector, mientras caminaban de prisa por una calle estrecha y la muchedumbre lo empujaba, Jesús se detuvo de pronto, exclamando: «Alguien me ha tocado». Cuando los que estaban junto a él negaron haberlo tocado, Pedro habló: «Maestro, bien puedes ver que el gentío nos atropella hasta casi aplastarnos, y sin embargo tú dices `alguien me ha tocado'. ¿Qué quieres decir?» Entonces dijo Jesús: «Pregunté quién me tocó, porque percibí emanar de mí la energía de vida». Al mirar Jesús a su alrededor, su mirada cayó sobre una mujer allí próxima, quien, adelantándose, se arrodilló a sus pies y dijo: «Hace años que me aflige una hemorragia flagelante. Muchas cosas he sufrido de muchos médicos; gasté toda mi fortuna, pero nadie ha podido curarme. Entonces escuché hablar de ti, y pensé que si tan sólo pudiera tocar el ruedo de tu manto, con toda seguridad me curaría. Así pues me abrí paso entre el gentío que te sigue hasta llegar junto a ti, Maestro, y toqué el ruedo de tu manto, y fui curada; he sido curada de mi aflicción».
Cuando Jesús escuchó esto, tomó a la mujer de la mano y, levantándola, dijo: «Hija, tu fe te ha curado; vete en paz». Era su fe y no su toque lo que la había curado. Este caso es una buena ilustración de muchas curas aparentemente milagrosas que acompañaron la carrera terrenal de Jesús, pero que no mandó conscientemente que pasaran en sentido alguno. El paso del tiempo demostró que esta mujer estaba realmente curada de su enfermedad. Su fe era el tipo de fe que se asía directamente del poder creador contenido en la persona del Maestro. Con la fe que ella tenía, tan sólo bastaba con que se acercase a la persona del Maestro. No hacía falta de ninguna manera tocar su manto; ésa era tan sólo la parte supersticiosa de su creencia. Jesús llamó a esta mujer, Verónica de Cesarea de Filipo, ante su presencia para corregir dos errores que podrían haberse alojado en su mente, o en la mente de los que habían presenciado esta cura: no quería que Verónica se fuera pensando que su temor de pedir, manifestado en el intento de robar la cura, había surtido efecto, ni que su idea supersticiosa de tocar el manto de Jesús para curarse tuviera algo que ver con su curación. Deseaba que todos supieran que era su fe pura y viviente la que había forjado la cura.
Mientras Jesús iba con Jairo, y la gran multitud que había oído el ruego de ese padre los seguía para ver qué pasaría. Poco antes de llegar a la casa del rector, mientras caminaban de prisa por una calle estrecha y la muchedumbre lo empujaba, Jesús se detuvo de pronto, exclamando: «Alguien me ha tocado». Cuando los que estaban junto a él negaron haberlo tocado, Pedro habló: «Maestro, bien puedes ver que el gentío nos atropella hasta casi aplastarnos, y sin embargo tú dices `alguien me ha tocado'. ¿Qué quieres decir?» Entonces dijo Jesús: «Pregunté quién me tocó, porque percibí emanar de mí la energía de vida». Al mirar Jesús a su alrededor, su mirada cayó sobre una mujer allí próxima, quien, adelantándose, se arrodilló a sus pies y dijo: «Hace años que me aflige una hemorragia flagelante. Muchas cosas he sufrido de muchos médicos; gasté toda mi fortuna, pero nadie ha podido curarme. Entonces escuché hablar de ti, y pensé que si tan sólo pudiera tocar el ruedo de tu manto, con toda seguridad me curaría. Así pues me abrí paso entre el gentío que te sigue hasta llegar junto a ti, Maestro, y toqué el ruedo de tu manto, y fui curada; he sido curada de mi aflicción».
Cuando Jesús escuchó esto, tomó a la mujer de la mano y, levantándola, dijo: «Hija, tu fe te ha curado; vete en paz». Era su fe y no su toque lo que la había curado. Este caso es una buena ilustración de muchas curas aparentemente milagrosas que acompañaron la carrera terrenal de Jesús, pero que no mandó conscientemente que pasaran en sentido alguno. El paso del tiempo demostró que esta mujer estaba realmente curada de su enfermedad. Su fe era el tipo de fe que se asía directamente del poder creador contenido en la persona del Maestro. Con la fe que ella tenía, tan sólo bastaba con que se acercase a la persona del Maestro. No hacía falta de ninguna manera tocar su manto; ésa era tan sólo la parte supersticiosa de su creencia. Jesús llamó a esta mujer, Verónica de Cesarea de Filipo, ante su presencia para corregir dos errores que podrían haberse alojado en su mente, o en la mente de los que habían presenciado esta cura: no quería que Verónica se fuera pensando que su temor de pedir, manifestado en el intento de robar la cura, había surtido efecto, ni que su idea supersticiosa de tocar el manto de Jesús para curarse tuviera algo que ver con su curación. Deseaba que todos supieran que era su fe pura y viviente la que había forjado la cura.
martes, 12 de febrero de 2013
El lunático de Queresa.
Aunque la mayor parte de la cercana orilla
oriental del lago estaba integrada por suaves pendientes que subían a
las colinas que las rodeaban en este sitio en el que se encontraban
había una colina empinada que en algunos puntos bajaba abruptamente
hasta el lago. Señalando la ladera de la colina cercana, Jesús dijo:
«Trepemos esta ladera para desayunar allí y reposar y conversar en un
refugio».
Toda esta pendiente estaba llena de grutas forjadas en la roca. Muchos de estos nichos eran antiguos sepulcros. Aproximadamente a mitad de camino por la ladera en una pequeña planicie se encontraba el cementerio de la pequeña aldea de Queresa. Cuando Jesús y sus asociados pasaron junto a este cementerio, un lunático que vivía en estas cuevas de la ladera corrió a su encuentro. Este hombre demente era bien conocido en esas regiones, habiendo estado en una época atado con sogas y cadenas y confinado en una de las grutas. Hacía mucho tiempo que había roto sus cadenas y vagabundeaba a su antojo entre las tumbas y los sepulcros abandonados.
Este hombre, cuyo nombre era Amós, estaba afligido por una forma periódica de locura. Había períodos considerablemente largos durante los cuales buscaba abrigo y se conducía relativamente bien entre sus semejantes. Durante uno de estos intervalos de lucidez, había ido a Betsaida, donde había escuchado la predicación de Jesús y de los apóstoles, y en ese momento se había vuelto medio creyente en el evangelio del reino. Pero poco después una etapa tormentosa de su enfermedad reapareció, y huyó a las tumbas, donde gemía, gritaba a voz en cuello y se conducía de un modo que aterrorizaba a todos los que al azar pasaban por allí.
Cuando Amós reconoció a Jesús, cayó a sus pies y exclamó: «Yo te conozco, Jesús, pero estoy poseído por muchos diablos, y te imploro que no me atormentes». Este hombre creía verdaderamente que su aflicción mental periódica era debida al hecho de que, en esos momentos, lo penetraban espíritus malignos o impuros que dominaban su mente y cuerpo. Pero su afección era más que nada de carácter emocional —su cerebro no estaba gravemente enfermo.
Jesús, bajando la mirada al hombre agazapado como un animal a sus pies, se inclinó y, tomándolo de la mano, hizo que se pusiera de pie y le dijo: «Amós, tú no estás poseído por diablo ninguno; ya has oído la buena nueva de que eres hijo de Dios. Te ordeno que salgas de este ataque». Cuando Amós escuchó a Jesús hablar estas palabras ocurrió tal transformación de su intelecto que inmediatamente se restableció su mente sana y el control normal de sus emociones. Ya para entonces se había congregado una muchedumbre considerable proveniente de la aldea cercana, y esta gente, además de un grupo de pastores de cerdos que venían de la meseta más arriba, se sorprendieron al ver al lunático sentado junto a Jesús y a sus seguidores en posesión de su mente sana y conversando libremente con ellos.
Mientras los pastores de cerdos se precipitaron a la aldea para comunicar la nueva de que el lunático había sido domado, los perros atacaron una pequeña manada de unos treinta cerdos que habían quedado sin atención, y los empujaron hasta el precipicio de modo tal que la mayoría cayó al mar. Y este acontecimiento incidental en relación con la presencia de Jesús y la curación supuestamente milagrosa del lunático, dio origen a la leyenda de que Jesús había curado a Amós echando de su ser a una legión de diablos, y que esos diablos se habían metido en una manada de cerdos, obligándolos a caer de cabeza por un precipicio hasta su muerte en el lago. Antes de que terminara ese día, este episodio fue trasmitido a los cuatro vientos por los pastores de cerdos, y la aldea entera lo creyó. Amós ciertamente creía en esta historia pues bien había visto él a los cerdos caer de cabeza desbarrancándose por el precipicio momentos después de recobrar él la lucidez, y siempre creyó que los cerdos se habían llevado a los mismos espíritus malos que durante tanto tiempo lo habían atormentado y afligido. Mucho tuvo esto que ver con el hecho de que su curación fue permanente. Es igualmente cierto que todos los apóstoles de Jesús (salvo Tomás) creyeron que el episodio de los cerdos estaba directamente relacionado con la curación de Amós.
Jesús no consiguió el descanso que estaba buscando. La mayor parte de ese día estuvo asediado por los que vinieron en respuesta a la noticia de que Amós había sido curado, y atraídos por la historia de que los diablos se habían escapado del lunático metiéndose en la manada de cerdos. Así pues, después de sólo una noche de descanso, el martes por la mañana temprano Jesús y sus amigos fueron despertados por una delegación de esos gentiles criadores de cerdos, que venían a solicitarle que se fuera desde la región. Les dijo el portavoz a Pedro y Andrés: «Pescadores de Galilea, idos de aquí y llévaos a vuestro profeta. Sabemos que es un santo varón, pero los dioses de nuestro país no lo conocen, y corremos el riesgo de perder muchos cerdos. El temor de vosotros ha descendido sobre nosotros, por eso rogamos que os vayáis». Y cuando Jesús les oyó, le dijo a Andrés: «Volvamos a nuestro lugar».
Cuando estaban a punto de partir, Amós imploró a Jesús que le permitiese volver con ellos, pero el Maestro no consintió. Dijole Jesús a Amós: «No olvides que eres hijo de Dios. Vuélvete con tu pueblo y muéstrales qué grandes cosas ha hecho Dios por ti». Amós anduvo contando a diestra y siniestra que Jesús había echado a una legión de diablos de su alma atribulada, y que estos malos espíritus se habían metido en una manada de cerdos, arrastrándolos a una destrucción repentina. Y no paró hasta no haber ido a todas las ciudades de la Decápolis declarando qué grandes cosas Jesús había hecho por él.
Toda esta pendiente estaba llena de grutas forjadas en la roca. Muchos de estos nichos eran antiguos sepulcros. Aproximadamente a mitad de camino por la ladera en una pequeña planicie se encontraba el cementerio de la pequeña aldea de Queresa. Cuando Jesús y sus asociados pasaron junto a este cementerio, un lunático que vivía en estas cuevas de la ladera corrió a su encuentro. Este hombre demente era bien conocido en esas regiones, habiendo estado en una época atado con sogas y cadenas y confinado en una de las grutas. Hacía mucho tiempo que había roto sus cadenas y vagabundeaba a su antojo entre las tumbas y los sepulcros abandonados.
Este hombre, cuyo nombre era Amós, estaba afligido por una forma periódica de locura. Había períodos considerablemente largos durante los cuales buscaba abrigo y se conducía relativamente bien entre sus semejantes. Durante uno de estos intervalos de lucidez, había ido a Betsaida, donde había escuchado la predicación de Jesús y de los apóstoles, y en ese momento se había vuelto medio creyente en el evangelio del reino. Pero poco después una etapa tormentosa de su enfermedad reapareció, y huyó a las tumbas, donde gemía, gritaba a voz en cuello y se conducía de un modo que aterrorizaba a todos los que al azar pasaban por allí.
Cuando Amós reconoció a Jesús, cayó a sus pies y exclamó: «Yo te conozco, Jesús, pero estoy poseído por muchos diablos, y te imploro que no me atormentes». Este hombre creía verdaderamente que su aflicción mental periódica era debida al hecho de que, en esos momentos, lo penetraban espíritus malignos o impuros que dominaban su mente y cuerpo. Pero su afección era más que nada de carácter emocional —su cerebro no estaba gravemente enfermo.
Jesús, bajando la mirada al hombre agazapado como un animal a sus pies, se inclinó y, tomándolo de la mano, hizo que se pusiera de pie y le dijo: «Amós, tú no estás poseído por diablo ninguno; ya has oído la buena nueva de que eres hijo de Dios. Te ordeno que salgas de este ataque». Cuando Amós escuchó a Jesús hablar estas palabras ocurrió tal transformación de su intelecto que inmediatamente se restableció su mente sana y el control normal de sus emociones. Ya para entonces se había congregado una muchedumbre considerable proveniente de la aldea cercana, y esta gente, además de un grupo de pastores de cerdos que venían de la meseta más arriba, se sorprendieron al ver al lunático sentado junto a Jesús y a sus seguidores en posesión de su mente sana y conversando libremente con ellos.
Mientras los pastores de cerdos se precipitaron a la aldea para comunicar la nueva de que el lunático había sido domado, los perros atacaron una pequeña manada de unos treinta cerdos que habían quedado sin atención, y los empujaron hasta el precipicio de modo tal que la mayoría cayó al mar. Y este acontecimiento incidental en relación con la presencia de Jesús y la curación supuestamente milagrosa del lunático, dio origen a la leyenda de que Jesús había curado a Amós echando de su ser a una legión de diablos, y que esos diablos se habían metido en una manada de cerdos, obligándolos a caer de cabeza por un precipicio hasta su muerte en el lago. Antes de que terminara ese día, este episodio fue trasmitido a los cuatro vientos por los pastores de cerdos, y la aldea entera lo creyó. Amós ciertamente creía en esta historia pues bien había visto él a los cerdos caer de cabeza desbarrancándose por el precipicio momentos después de recobrar él la lucidez, y siempre creyó que los cerdos se habían llevado a los mismos espíritus malos que durante tanto tiempo lo habían atormentado y afligido. Mucho tuvo esto que ver con el hecho de que su curación fue permanente. Es igualmente cierto que todos los apóstoles de Jesús (salvo Tomás) creyeron que el episodio de los cerdos estaba directamente relacionado con la curación de Amós.
Jesús no consiguió el descanso que estaba buscando. La mayor parte de ese día estuvo asediado por los que vinieron en respuesta a la noticia de que Amós había sido curado, y atraídos por la historia de que los diablos se habían escapado del lunático metiéndose en la manada de cerdos. Así pues, después de sólo una noche de descanso, el martes por la mañana temprano Jesús y sus amigos fueron despertados por una delegación de esos gentiles criadores de cerdos, que venían a solicitarle que se fuera desde la región. Les dijo el portavoz a Pedro y Andrés: «Pescadores de Galilea, idos de aquí y llévaos a vuestro profeta. Sabemos que es un santo varón, pero los dioses de nuestro país no lo conocen, y corremos el riesgo de perder muchos cerdos. El temor de vosotros ha descendido sobre nosotros, por eso rogamos que os vayáis». Y cuando Jesús les oyó, le dijo a Andrés: «Volvamos a nuestro lugar».
Cuando estaban a punto de partir, Amós imploró a Jesús que le permitiese volver con ellos, pero el Maestro no consintió. Dijole Jesús a Amós: «No olvides que eres hijo de Dios. Vuélvete con tu pueblo y muéstrales qué grandes cosas ha hecho Dios por ti». Amós anduvo contando a diestra y siniestra que Jesús había echado a una legión de diablos de su alma atribulada, y que estos malos espíritus se habían metido en una manada de cerdos, arrastrándolos a una destrucción repentina. Y no paró hasta no haber ido a todas las ciudades de la Decápolis declarando qué grandes cosas Jesús había hecho por él.
lunes, 11 de febrero de 2013
La visita a Queresa.
La multitud siguió creciendo a lo largo de esa
semana. El sábado Jesús se fue a las colinas, pero cuando llegó el
domingo por la mañana, las multitudes volvieron. Jesús les habló por la
tarde temprano después de la predicación de Pedro, y cuando hubo
terminado, dijo a sus apóstoles: «Estoy cansado de las multitudes;
crucemos al otro lado para que podamos descansar un día».
Al cruzar el lago, se toparon con una de esas violentas y repentinas tormentas de viento características del mar de Galilea, especialmente en esta temporada del año. Esta extensión de agua está unos dos cientos metros por debajo del nivel del mar, rodeada de altos acantilados, especialmente hacia el oeste. Hay gargantas empinadas que van del lago a las colinas, durante el día el aire caliente se eleva formando una bolsa sobre el lago, después de la caída del sol al enfriarse el aire hay una tendencia de que el aire en las gargantas se lance sobre el lago. Estas oleadas se producen de golpe y a veces también se desvanecen en forma igualmente repentina.
Así pues uno de estos ventarrones vespertinos alcanzó la barca que llevaba a Jesús al otro lado del lago durante esta tarde del domingo. La seguían tres barcas más con algunos de los evangelistas más jóvenes. Era una tormenta violenta, aunque limitada a esta región del lago, pues no había signos de tormenta en la orilla occidental. El viento era tan fuerte que las olas caían sobre la barca. El fuerte viento desgarró la vela antes de que los apóstoles pudieran enrollarla, y sólo dependían de los remos, sobre los que se inclinaban tratando esforzadamente de llegar a la orilla, a poco más de dos kilómetros de distancia.
Mientras tanto, Jesús permanecía dormido en la popa bajo un pequeño cobertizo. El Maestro estaba cansado cuando partieron de Betsaida, y para poder descansar un poco les había ordenado que levantaran vela para cruzar al otro lado del lago. Estos ex pescadores remaban con fuerza y eran expertos, pero ésta era una de las peores tormentas de viento que jamás habían encontrado. Aunque el viento y las olas sacudían la barca como si fuera un barquito de juguete, Jesús seguía durmiendo sin molestarse. Pedro estaba remando a la derecha, cerca de la popa. Cuando la barca empezó a llenarse de agua, dejó su remo y, apresurándose adonde Jesús, lo sacudió vigorosamente para despertarlo, y cuando se despertó, Pedro dijo: «Maestro, ¿acaso no sabes que estamos en el medio de una violenta tormenta? Si no nos salvas, pereceremos todos».
Al salir Jesús en medio de la lluvia, primero miró a Pedro, luego escudriñó en las tinieblas a los que remaban con esfuerzo, y nuevamente volviendo la mirada a Simón Pedro quien, en su agitación, no había retornado aún a su remo, dijo: «¿Por qué tenéis tanto miedo todos vosotros? ¿Adonde está vuestra fe? Paz, callaos». Apenas si acababa Jesús de pronunciar este reproche a Pedro y a los demás apóstoles, apenas si había alcanzado a ordenar a Pedro que se calmara, que aquietara su alma atribulada, cuando la atmósfera tormentosa, habiendo alcanzado su equilibrio, se calmó de pronto. Las olas airadas casi inmediatamente se serenaron, los oscuros nubarrones, habiéndose derretido en una corta lluvia, se desvanecieron, y brillaron las estrellas en el cielo. Según podemos juzgar esto ocurrió por pura coincidencia; pero los apóstoles, particularmente Simón Pedro, nunca dejaron de considerar como un milagro de la naturaleza este episodio. Era especialmente fácil para los hombres de aquella época creer en milagros de la naturaleza, puesto que creían firmemente que la naturaleza toda era un fenómeno directamente controlado por las fuerzas espirituales y los seres sobrenaturales.
Jesús explicó claramente a los doce que sus palabras se habían dirigido al espíritu atribulado de ellos y a su mente sacudida por el terror, que no había mandado a los elementos que lo obedecieran, pero fue en vano. Los seguidores del Maestro siempre persistieron en interpretar a su manera todas estas coincidencias. Desde ese día en adelante insistieron en pensar que el Maestro poseía un poder absoluto sobre los elementos naturales. Pedro no se cansó nunca de proclamar cómo «aun los vientos y las olas obedecen a él».
Era tarde en la noche cuando Jesús y sus asociados alcanzaron la orilla, y puesto que era una bella y calmada noche, todos ellos descansaron en las barcas, sin bajar a la playa hasta poco después del amanecer del día siguiente. Cuando se reunieron, unos cuarenta en total, Jesús dijo: «Vayamos a las colinas más allá y permanezcamos allí unos pocos días mientras discurrimos en los problemas del reino del Padre».
Al cruzar el lago, se toparon con una de esas violentas y repentinas tormentas de viento características del mar de Galilea, especialmente en esta temporada del año. Esta extensión de agua está unos dos cientos metros por debajo del nivel del mar, rodeada de altos acantilados, especialmente hacia el oeste. Hay gargantas empinadas que van del lago a las colinas, durante el día el aire caliente se eleva formando una bolsa sobre el lago, después de la caída del sol al enfriarse el aire hay una tendencia de que el aire en las gargantas se lance sobre el lago. Estas oleadas se producen de golpe y a veces también se desvanecen en forma igualmente repentina.
Así pues uno de estos ventarrones vespertinos alcanzó la barca que llevaba a Jesús al otro lado del lago durante esta tarde del domingo. La seguían tres barcas más con algunos de los evangelistas más jóvenes. Era una tormenta violenta, aunque limitada a esta región del lago, pues no había signos de tormenta en la orilla occidental. El viento era tan fuerte que las olas caían sobre la barca. El fuerte viento desgarró la vela antes de que los apóstoles pudieran enrollarla, y sólo dependían de los remos, sobre los que se inclinaban tratando esforzadamente de llegar a la orilla, a poco más de dos kilómetros de distancia.
Mientras tanto, Jesús permanecía dormido en la popa bajo un pequeño cobertizo. El Maestro estaba cansado cuando partieron de Betsaida, y para poder descansar un poco les había ordenado que levantaran vela para cruzar al otro lado del lago. Estos ex pescadores remaban con fuerza y eran expertos, pero ésta era una de las peores tormentas de viento que jamás habían encontrado. Aunque el viento y las olas sacudían la barca como si fuera un barquito de juguete, Jesús seguía durmiendo sin molestarse. Pedro estaba remando a la derecha, cerca de la popa. Cuando la barca empezó a llenarse de agua, dejó su remo y, apresurándose adonde Jesús, lo sacudió vigorosamente para despertarlo, y cuando se despertó, Pedro dijo: «Maestro, ¿acaso no sabes que estamos en el medio de una violenta tormenta? Si no nos salvas, pereceremos todos».
Al salir Jesús en medio de la lluvia, primero miró a Pedro, luego escudriñó en las tinieblas a los que remaban con esfuerzo, y nuevamente volviendo la mirada a Simón Pedro quien, en su agitación, no había retornado aún a su remo, dijo: «¿Por qué tenéis tanto miedo todos vosotros? ¿Adonde está vuestra fe? Paz, callaos». Apenas si acababa Jesús de pronunciar este reproche a Pedro y a los demás apóstoles, apenas si había alcanzado a ordenar a Pedro que se calmara, que aquietara su alma atribulada, cuando la atmósfera tormentosa, habiendo alcanzado su equilibrio, se calmó de pronto. Las olas airadas casi inmediatamente se serenaron, los oscuros nubarrones, habiéndose derretido en una corta lluvia, se desvanecieron, y brillaron las estrellas en el cielo. Según podemos juzgar esto ocurrió por pura coincidencia; pero los apóstoles, particularmente Simón Pedro, nunca dejaron de considerar como un milagro de la naturaleza este episodio. Era especialmente fácil para los hombres de aquella época creer en milagros de la naturaleza, puesto que creían firmemente que la naturaleza toda era un fenómeno directamente controlado por las fuerzas espirituales y los seres sobrenaturales.
Jesús explicó claramente a los doce que sus palabras se habían dirigido al espíritu atribulado de ellos y a su mente sacudida por el terror, que no había mandado a los elementos que lo obedecieran, pero fue en vano. Los seguidores del Maestro siempre persistieron en interpretar a su manera todas estas coincidencias. Desde ese día en adelante insistieron en pensar que el Maestro poseía un poder absoluto sobre los elementos naturales. Pedro no se cansó nunca de proclamar cómo «aun los vientos y las olas obedecen a él».
Era tarde en la noche cuando Jesús y sus asociados alcanzaron la orilla, y puesto que era una bella y calmada noche, todos ellos descansaron en las barcas, sin bajar a la playa hasta poco después del amanecer del día siguiente. Cuando se reunieron, unos cuarenta en total, Jesús dijo: «Vayamos a las colinas más allá y permanezcamos allí unos pocos días mientras discurrimos en los problemas del reino del Padre».
sábado, 9 de febrero de 2013
Más parábolas junto al mar.
Al día siguiente Jesús nuevamente enseñó a la
gente desde la barca, diciendo: «El reino del cielo es como un hombre
que ha sembrado buena semilla en su campo; pero mientras dormía, vino su
enemigo y sembró malas hierbas en medio del trigo y huyó. Cuando el
trigo creció y se formó la espiga apareció también la mala hierba.
Entonces los siervos de la casa fueron a decirle al amo: `Señor, si la
semilla que sembraste en el campo era buena, ¿de dónde ha salido la mala
hierba?' El amo les respondió: `algún enemigo lo ha hecho'. Entonces
los siervos le preguntaron: `¿quieres que vayamos a arrancar la mala
hierba?' Pero él les dijo: `no, porque al arrancar la mala hierba podéis
arrancar también el trigo. Lo mejor es dejarlos que crezcan juntos
hasta la cosecha; entonces mandaré que los que han de recogerla aparten
primero la mala hierba y la aten en manojos para quemarla, y que después
guarden el trigo en mi granero'».
Después de algunas preguntas de la multitud, Jesús dijo otra parábola: «El reino del cielo es como una semilla de mostaza que un hombre sembró en su campo. La semilla de mostaza es por cierto, la más pequeña de todas las semillas; pero cuando crece, se hace la más grande de todas las hierbas y llega a ser como un árbol, tan grande que las aves del cielo van y reposan en sus ramas».
«El reino del cielo también es como la levadura que una mujer tomó y mezcló en tres medidas de harina para que de este modo se fermente toda la masa».
«El reino del cielo también es como un tesoro escondido en un terreno, que un hombre descubre. En su regocijo va y vende todo lo que tiene para así poder comprar ese terreno».
«El reino del cielo es también como un comerciante que anda buscando perlas finas; y habiendo encontrado una perla de gran valor, va y vende todo lo que tiene para poder comprar esa perla extraordinaria».
«También, el reino del cielo es como una red que se echa al mar y recoge toda clase de pez. Cuando la red se llena, los pescadores la sacan a la playa, y allí se sientan a escoger el pescado; guardan los buenos en vasijas, y arrojan los malos».
Muchas otras parábolas habló Jesús a las multitudes. En efecto, desde ese momento en adelante, pocas veces enseñó a las masas excepto mediante este método. Después de hablar a las audiencias públicas en parábolas, durante las clases vespertinas explicaba más plena y explícitamente sus enseñanzas a los apóstoles y a los evangelistas.
Después de algunas preguntas de la multitud, Jesús dijo otra parábola: «El reino del cielo es como una semilla de mostaza que un hombre sembró en su campo. La semilla de mostaza es por cierto, la más pequeña de todas las semillas; pero cuando crece, se hace la más grande de todas las hierbas y llega a ser como un árbol, tan grande que las aves del cielo van y reposan en sus ramas».
«El reino del cielo también es como la levadura que una mujer tomó y mezcló en tres medidas de harina para que de este modo se fermente toda la masa».
«El reino del cielo también es como un tesoro escondido en un terreno, que un hombre descubre. En su regocijo va y vende todo lo que tiene para así poder comprar ese terreno».
«El reino del cielo es también como un comerciante que anda buscando perlas finas; y habiendo encontrado una perla de gran valor, va y vende todo lo que tiene para poder comprar esa perla extraordinaria».
«También, el reino del cielo es como una red que se echa al mar y recoge toda clase de pez. Cuando la red se llena, los pescadores la sacan a la playa, y allí se sientan a escoger el pescado; guardan los buenos en vasijas, y arrojan los malos».
Muchas otras parábolas habló Jesús a las multitudes. En efecto, desde ese momento en adelante, pocas veces enseñó a las masas excepto mediante este método. Después de hablar a las audiencias públicas en parábolas, durante las clases vespertinas explicaba más plena y explícitamente sus enseñanzas a los apóstoles y a los evangelistas.
Más sobre las parábolas.
Los apóstoles tenían predilección por las
parábolas, tanto que toda la noche siguiente fue dedicada a ulteriores
conversaciones sobre las parábolas. Jesús inauguró la conferencia de la noche diciendo:
«Amados míos, al enseñar debéis siempre saber adaptar vuestra
presentación de la verdad a la mente y corazón de los presentes. Cuando
os halláis frente a una muchedumbre de intelectos y temperamentos
variados, no podéis hablar palabras diferentes para cada tipo de oyente,
pero sí podéis contar una historia que trasmita vuestra enseñanza. Cada
grupo, aun cada individuo hará así su propia interpretación de vuestra
parábola, de acuerdo con sus propias dotes intelectuales y espirituales.
Debéis hacer que vuestra luz brille, pero hacedlo con sabiduría y
discreción. Ningún hombre, al encender una lámpara, la cubre con una
vasija ni la coloca debajo de la cama; pone su lámpara sobre un
pedestal, allí donde todos puedan contemplar la luz. Yo os digo que nada
se oculta en el reino del cielo que no se manifieste finalmente;
tampoco hay secretos que a la larga no se sepan. Finalmente, todas estas
cosas serán iluminadas. Pensad no sólo en las multitudes y cómo oirán
la verdad; prestad atención también a cómo la oiréis vosotros. Recordad
que muchas veces os he dicho: al que tiene, más se le dará, pero al que
no tiene, hasta lo poco que cree que tiene se le quitará».
La prolongada conversación sobre las parábolas y las instrucciones ulteriores en cuanto a su interpretación pueden ser resumidas y expresadas en fraseología moderna como sigue:
1. Jesús aconsejó que no se usaran fábulas ni alegorías en la enseñanza de las verdades del evangelio. Sí recomendó el uso libre de las parábolas, especialmente de las parábolas relacionadas con la naturaleza. Destacó el valor de utilizar la analogía existente entre los mundos natural y espiritual, como medio para enseñar la verdad. Frecuentemente aludió a lo natural como «la sombra irreal y huidiza de las realidades del espíritu».
2. Jesús narró tres o cuatro parábolas de las escrituras hebreas, llamando la atención sobre el hecho de que este método de enseñanza no era completamente nuevo. Sin embargo, se transformó casi en un método nuevo de enseñanza en la manera en que lo empleó él desde ese momento en adelante.
3. Al enseñar a los apóstoles el valor de las parábolas, Jesús llamó la atención sobre los siguientes puntos:
La parábola posibilita la llamada simultánea a niveles vastamente diferentes de mente y espíritu. La parábola estimula la imaginación, desafía la discriminación y provoca el pensamiento crítico; promueve la simpatía sin despertar el antagonismo.
La parábola va de las cosas conocidas al discernimiento de lo desconocido. La parábola utiliza lo material y lo natural como medio de introducción de lo espiritual y lo supermaterial.
Las parábolas favorecen la toma de decisiones morales con imparcialidad. La parábola evade gran parte de los prejuicios y coloca una nueva verdad en la mente y lo hace con donaire y hace todo esto casi sin despertar la autodefensa del resentimiento personal.
Rechazar la verdad contenida en una analogía parabólica requiere una acción intelectual consciente que está directamente en contradicción con el propio juicio honesto y decisión justa. La parábola conduce a esforzar el pensamiento por el sentido del oído.
El uso de parábola como medio de enseñanza permite al instructor presentar nuevas y aun sorprendentes verdades evitando al mismo tiempo, en gran parte, toda controversia y enfrentamiento exterior con la tradición y las autoridades establecidas.
La parábola también posee la ventaja de estimular la memoria de la verdad enseñada, cuando los oyentes subsiguientemente encuentran las mismas escenas familiares.
De esta manera intentaba Jesús hacer que sus seguidores conocieran muchas de las razones por las cuales usaba cada vez más las parábolas en su enseñanza pública.
Hacia el final de la lección de la noche Jesús hizo su primer comentario sobre la parábola del sembrador. Dijo que la parábola se refería a dos cosas: Primero, era una revisión de su propio ministerio hasta ese momento y un pronóstico de lo que le ocurriría a él por el resto de su vida en la tierra. En segundo lugar, también era una alusión a lo que los apóstoles y otros mensajeros del reino podían esperar en su ministerio, de generación en generación, a medida que pasaba el tiempo.
Jesús también recurrió al uso de las parábolas como la mejor refutación posible del esfuerzo consciente de los líderes religiosos de Jerusalén por enseñar que la obra de él se llevaba a cabo con la ayuda de los demonios y del príncipe de los diablos. La mención de la naturaleza estaba en contravención con dicha enseñanza, puesto que en esa época el pueblo consideraba que todos los fenómenos naturales eran producto de la acción directa de seres espirituales y fuerzas supernaturales. También había determinado este método de enseñanza porque le permitía proclamar verdades vitales a los que deseaban conocer el mejor camino, ofreciendo al mismo tiempo menos oportunidades para que sus enemigos detectaran material ofensivo y apilaran acusaciones contra él.
Antes de despedir al grupo por la noche, Jesús dijo: «Ahora os diré la última de las parábolas del sembrador. Quiero probaros para saber cómo recibiréis esto: El reino del cielo es también como un hombre que echa buena semilla sobre la tierra; y mientras dormía por la noche y hacía su trabajo durante el día, la semilla brotó y creció, y aunque no sabía cómo eso había ocurrido, la planta dio fruto. Primero hubo una hoja, luego una espiga, finalmente el grano entero en su espiga. Y cuando el grano estuvo maduro, trajo su hoz, y fue el fin de la cosecha. El que tiene oído para oír, que oiga».
Muchas veces reflexionaron los apóstoles sobre estas palabras, pero el Maestro nunca volvió a mencionar esta ampliación de la parábola del sembrador.
La prolongada conversación sobre las parábolas y las instrucciones ulteriores en cuanto a su interpretación pueden ser resumidas y expresadas en fraseología moderna como sigue:
1. Jesús aconsejó que no se usaran fábulas ni alegorías en la enseñanza de las verdades del evangelio. Sí recomendó el uso libre de las parábolas, especialmente de las parábolas relacionadas con la naturaleza. Destacó el valor de utilizar la analogía existente entre los mundos natural y espiritual, como medio para enseñar la verdad. Frecuentemente aludió a lo natural como «la sombra irreal y huidiza de las realidades del espíritu».
2. Jesús narró tres o cuatro parábolas de las escrituras hebreas, llamando la atención sobre el hecho de que este método de enseñanza no era completamente nuevo. Sin embargo, se transformó casi en un método nuevo de enseñanza en la manera en que lo empleó él desde ese momento en adelante.
3. Al enseñar a los apóstoles el valor de las parábolas, Jesús llamó la atención sobre los siguientes puntos:
La parábola posibilita la llamada simultánea a niveles vastamente diferentes de mente y espíritu. La parábola estimula la imaginación, desafía la discriminación y provoca el pensamiento crítico; promueve la simpatía sin despertar el antagonismo.
La parábola va de las cosas conocidas al discernimiento de lo desconocido. La parábola utiliza lo material y lo natural como medio de introducción de lo espiritual y lo supermaterial.
Las parábolas favorecen la toma de decisiones morales con imparcialidad. La parábola evade gran parte de los prejuicios y coloca una nueva verdad en la mente y lo hace con donaire y hace todo esto casi sin despertar la autodefensa del resentimiento personal.
Rechazar la verdad contenida en una analogía parabólica requiere una acción intelectual consciente que está directamente en contradicción con el propio juicio honesto y decisión justa. La parábola conduce a esforzar el pensamiento por el sentido del oído.
El uso de parábola como medio de enseñanza permite al instructor presentar nuevas y aun sorprendentes verdades evitando al mismo tiempo, en gran parte, toda controversia y enfrentamiento exterior con la tradición y las autoridades establecidas.
La parábola también posee la ventaja de estimular la memoria de la verdad enseñada, cuando los oyentes subsiguientemente encuentran las mismas escenas familiares.
De esta manera intentaba Jesús hacer que sus seguidores conocieran muchas de las razones por las cuales usaba cada vez más las parábolas en su enseñanza pública.
Hacia el final de la lección de la noche Jesús hizo su primer comentario sobre la parábola del sembrador. Dijo que la parábola se refería a dos cosas: Primero, era una revisión de su propio ministerio hasta ese momento y un pronóstico de lo que le ocurriría a él por el resto de su vida en la tierra. En segundo lugar, también era una alusión a lo que los apóstoles y otros mensajeros del reino podían esperar en su ministerio, de generación en generación, a medida que pasaba el tiempo.
Jesús también recurrió al uso de las parábolas como la mejor refutación posible del esfuerzo consciente de los líderes religiosos de Jerusalén por enseñar que la obra de él se llevaba a cabo con la ayuda de los demonios y del príncipe de los diablos. La mención de la naturaleza estaba en contravención con dicha enseñanza, puesto que en esa época el pueblo consideraba que todos los fenómenos naturales eran producto de la acción directa de seres espirituales y fuerzas supernaturales. También había determinado este método de enseñanza porque le permitía proclamar verdades vitales a los que deseaban conocer el mejor camino, ofreciendo al mismo tiempo menos oportunidades para que sus enemigos detectaran material ofensivo y apilaran acusaciones contra él.
Antes de despedir al grupo por la noche, Jesús dijo: «Ahora os diré la última de las parábolas del sembrador. Quiero probaros para saber cómo recibiréis esto: El reino del cielo es también como un hombre que echa buena semilla sobre la tierra; y mientras dormía por la noche y hacía su trabajo durante el día, la semilla brotó y creció, y aunque no sabía cómo eso había ocurrido, la planta dio fruto. Primero hubo una hoja, luego una espiga, finalmente el grano entero en su espiga. Y cuando el grano estuvo maduro, trajo su hoz, y fue el fin de la cosecha. El que tiene oído para oír, que oiga».
Muchas veces reflexionaron los apóstoles sobre estas palabras, pero el Maestro nunca volvió a mencionar esta ampliación de la parábola del sembrador.
viernes, 8 de febrero de 2013
La interpretación de la parábola.
Pedro y el grupo a su alrededor llegó a la conclusión de que la
parábola del sembrador era una alegoría, que cada faceta contenía un
significado oculto, y decidieron ir adonde Jesús y pedirle una
explicación. Por lo tanto, Pedro se acercó al Maestro, diciendo: «No
podemos penetrar el significado de esta parábola y deseamos que nos la
expliques, puesto que dices que se nos da para conocer los misterios del
reino». Al oír estas palabras Jesús le dijo a Pedro: «Hijo mío, nada
deseo ocultarte, pero primero, ¿por qué no me dices qué estuvisteis
discutiendo; cuál es tu interpretación de la parábola?»
Después de un momento de silencio, Pedro dijo: «Maestro, mucho hemos conversado sobre esta parábola, y ésta es la interpretación a la que yo llegué: El sembrador es el predicador del evangelio; la semilla es la palabra de Dios. La semilla que cae al camino representa los que no comprenden las enseñanzas del evangelio. Los pájaros que devoran la semilla que cayó sobre la tierra endurecida representan a Satanás, o al diablo, que roba lo que ha sido sembrado en el corazón de estos seres ignorantes. La semilla que cayó sobre las rocas y que creció tan prontamente, representa a esas personas superficiales y no reflexivas que, al escuchar la buena nueva, reciben el mensaje con regocijo; pero como la verdad no echa raíces verdaderas en su comprensión más profunda, su devoción dura poco cuando se enfrenta con las tribulaciones y las persecuciones. Al encontrar obstáculos, estos creyentes tropiezan; se desvían por la tentación. La semilla que cayó sobre los espinos representa los que oyen la palabra con mucha voluntad, pero permiten que los cuidados mundanos y el engaño de las riquezas ahoguen la palabra de la verdad, de modo que no da frutos. Pero la semilla que cayó en buena tierra y creció dando espigas, de treinta, sesenta, y cien granos, representa a los que, cuando oyen la verdad, la reciben en variados grados de apreciación —dependiendo de sus diversas dotes intelectuales— y así manifiestan estos distintos grados de experiencia religiosa».
Jesús, después de escuchar la interpretación de Pedro de la parábola, preguntó a los demás apóstoles si no tenían también alguna sugerencia. Sólo Natanael respondió a esta invitación. El dijo: «Maestro, aunque reconozco las buenas cosas de la interpretación de Simón Pedro de esta parábola, no estoy en pleno acuerdo con él. Mi idea de esta parábola sería: la semilla representa el evangelio del reino, mientras que el sembrador representa los mensajeros del reino. La semilla que cayó en el camino sobre tierra endurecida representa a los que poco saben del evangelio, a los que son indiferentes al mensaje y a los de corazón endurecido. Los pájaros del cielo que devoran la semilla que cayó en el camino representan las propias costumbres de vida, la tentación del mal, y los deseos de la carne. La semilla que cayó en las rocas representa esas almas emocionales que reciben la nueva enseñanza rápidamente y con igual rapidez abandonan la verdad cuando se enfrentan con las dificultades y realidades de vivir a la altura de esta verdad; les falta percepción espiritual. La semilla que cayó entre los espinos representa a los que son atraídos por las verdades del evangelio; tienen la intención de seguir sus enseñanzas, pero el orgullo de vida, los celos, la envidia y las ansiedades de la existencia humana se lo impiden. La semilla que cayó en buena tierra, brotando hasta dar, algunas espigas treinta, otras sesenta y otras cien granos, representa los distintos niveles naturales de capacidad para comprender la verdad y responder a las enseñanzas espirituales según las diversas dotes de iluminación espiritual de los hombres y mujeres».
Cuando Natanael terminó de hablar, los apóstoles y sus asociados entraron en una discusión seria y un debate sincero, sosteniendo algunos la exactitud de la interpretación de Pedro, mientras que prácticamente el mismo número defendía la explicación de Natanael de la parábola. Mientras tanto, Pedro y Natanael se habían retirado a la casa, esforzándose vigorosa y decididamente el uno para convencer al otro de que cambiara de opinión.
El Maestro dejó que esta confusión alcanzara su punto de expresión más intensa; luego golpeó las manos y los llamó a que se acercaran. Cuando todos ellos estuvieron nuevamente reunidos a su alrededor, dijo: «Antes de que os hable sobre esta parábola, ¿tiene alguno entre vosotros algo más que decir?» Después de un momento de silencio, Tomás habló: «Sí, Maestro, deseo decir unas pocas palabras. Recuerdo que tú cierta vez nos dijiste que nos cuidáramos de esto mismo. Nos instruiste que, al usar ilustraciones en nuestra predicación, debemos emplear historias verdaderas, y no fábulas, y que debemos seleccionar la historia que mejor se adapte a la ilustración de una verdad central y vital que deseemos enseñar a la gente, y que, después de usar así dicha historia, no hemos de intentar la aplicación espiritual de todos los detalles menores relativos al relato mismo. Sostengo que tanto Pedro como Natanael se equivocan en su intento de interpretar la parábola. Admiro la habilidad de ellos para hacer tales cosas, pero estoy igualmente seguro de que el intento de forzar una parábola natural a que arroje analogías espirituales en todos sus aspectos, tan sólo puede dar como resultado la confusión y una interpretación gravemente errónea del verdadero propósito de dicha parábola. El que yo tenga razón está plenamente comprobado por el hecho de que, aunque hace una hora nosotros estábamos todos de acuerdo, ahora estamos divididos en dos grupos separados que mantienen opiniones diferentes sobre esta parábola y sostienen dichas opiniones con tanta intensidad como para interferir, en mi opinión, con nuestra habilidad para aprehender plenamente la gran verdad que tú tenías en mente cuando presentaste esta parábola a la muchedumbre y posteriormente cuando nos pediste que comentáramos sobre ésta».
Las palabras que habló Tomás tuvieron un efecto tranquilizante sobre todos ellos. Les hizo recordar lo que Jesús les había enseñado en ocasiones anteriores, y antes de que Jesús comenzara nuevamente a hablar, Andrés se puso de pie, diciendo: «Estoy persuadido de que Tomás tiene razón, y me gustaría que él nos dijera qué significado le adjudica a la parábola del sembrador». Al indicar Jesús con un gesto a Tomás que hablara, él dijo: «Hermanos míos, no querría prolongar esta discusión, pero si lo deseáis, diré lo que pienso y es que esta parábola fue dicha para enseñarnos una gran verdad. Esa verdad es que nuestra enseñanza del evangelio del reino, independientemente de que nosotros ejecutemos nuestra comisión divina fiel y eficientemente, encontrará grados variados de éxito; y que todas estas diferencias en los resultados se deben directamente a las condiciones inherentes a las circunstancias de nuestro ministerio, condiciones sobre las cuales prácticamente no tenemos control».
Cuando Tomás terminó de hablar, la mayoría de sus hermanos predicadores estaba a punto de concordar con él, hasta Pedro y Natanael se le estaban acercando para conversar con él, cuando Jesús se puso de pie y dijo: «Bien hecho, Tomás; has discernido el verdadero significado de las parábolas; pero tanto Pedro como Natanael os han hecho igual bien a todos, porque ilustraron tan plenamente el peligro que se corre al querer convertir mis parábolas en alegorías. En vuestro corazón podéis emprender frecuentemente y con beneficio estos vuelos de la imaginación especulativa, pero cometéis un error si intentáis ofrecer vuestras conclusiones como parte de vuestra enseñanza pública».
Habiendo ya desaparecido la tensión, Pedro y Natanael se felicitaron mutuamente por sus interpretaciones, y con la excepción de los gemelos Alfeo, cada uno de los apóstoles intentó hacer una interpretación de la parábola del sembrador antes de retirarse por la noche. Aun Judas Iscariote ofreció una interpretación muy plausible. Los doce intentarían frecuentemente, entre ellos, interpretar las parábolas del Maestro como lo harían con una alegoría, pero nunca más consideraron seriamente esas especulaciones. Fue ésta una sesión muy beneficiosa para los apóstoles y sus asociados, especialmente porque de allí en adelante, Jesús empleó más y más parábolas en sus enseñanzas públicas.
Después de un momento de silencio, Pedro dijo: «Maestro, mucho hemos conversado sobre esta parábola, y ésta es la interpretación a la que yo llegué: El sembrador es el predicador del evangelio; la semilla es la palabra de Dios. La semilla que cae al camino representa los que no comprenden las enseñanzas del evangelio. Los pájaros que devoran la semilla que cayó sobre la tierra endurecida representan a Satanás, o al diablo, que roba lo que ha sido sembrado en el corazón de estos seres ignorantes. La semilla que cayó sobre las rocas y que creció tan prontamente, representa a esas personas superficiales y no reflexivas que, al escuchar la buena nueva, reciben el mensaje con regocijo; pero como la verdad no echa raíces verdaderas en su comprensión más profunda, su devoción dura poco cuando se enfrenta con las tribulaciones y las persecuciones. Al encontrar obstáculos, estos creyentes tropiezan; se desvían por la tentación. La semilla que cayó sobre los espinos representa los que oyen la palabra con mucha voluntad, pero permiten que los cuidados mundanos y el engaño de las riquezas ahoguen la palabra de la verdad, de modo que no da frutos. Pero la semilla que cayó en buena tierra y creció dando espigas, de treinta, sesenta, y cien granos, representa a los que, cuando oyen la verdad, la reciben en variados grados de apreciación —dependiendo de sus diversas dotes intelectuales— y así manifiestan estos distintos grados de experiencia religiosa».
Jesús, después de escuchar la interpretación de Pedro de la parábola, preguntó a los demás apóstoles si no tenían también alguna sugerencia. Sólo Natanael respondió a esta invitación. El dijo: «Maestro, aunque reconozco las buenas cosas de la interpretación de Simón Pedro de esta parábola, no estoy en pleno acuerdo con él. Mi idea de esta parábola sería: la semilla representa el evangelio del reino, mientras que el sembrador representa los mensajeros del reino. La semilla que cayó en el camino sobre tierra endurecida representa a los que poco saben del evangelio, a los que son indiferentes al mensaje y a los de corazón endurecido. Los pájaros del cielo que devoran la semilla que cayó en el camino representan las propias costumbres de vida, la tentación del mal, y los deseos de la carne. La semilla que cayó en las rocas representa esas almas emocionales que reciben la nueva enseñanza rápidamente y con igual rapidez abandonan la verdad cuando se enfrentan con las dificultades y realidades de vivir a la altura de esta verdad; les falta percepción espiritual. La semilla que cayó entre los espinos representa a los que son atraídos por las verdades del evangelio; tienen la intención de seguir sus enseñanzas, pero el orgullo de vida, los celos, la envidia y las ansiedades de la existencia humana se lo impiden. La semilla que cayó en buena tierra, brotando hasta dar, algunas espigas treinta, otras sesenta y otras cien granos, representa los distintos niveles naturales de capacidad para comprender la verdad y responder a las enseñanzas espirituales según las diversas dotes de iluminación espiritual de los hombres y mujeres».
Cuando Natanael terminó de hablar, los apóstoles y sus asociados entraron en una discusión seria y un debate sincero, sosteniendo algunos la exactitud de la interpretación de Pedro, mientras que prácticamente el mismo número defendía la explicación de Natanael de la parábola. Mientras tanto, Pedro y Natanael se habían retirado a la casa, esforzándose vigorosa y decididamente el uno para convencer al otro de que cambiara de opinión.
El Maestro dejó que esta confusión alcanzara su punto de expresión más intensa; luego golpeó las manos y los llamó a que se acercaran. Cuando todos ellos estuvieron nuevamente reunidos a su alrededor, dijo: «Antes de que os hable sobre esta parábola, ¿tiene alguno entre vosotros algo más que decir?» Después de un momento de silencio, Tomás habló: «Sí, Maestro, deseo decir unas pocas palabras. Recuerdo que tú cierta vez nos dijiste que nos cuidáramos de esto mismo. Nos instruiste que, al usar ilustraciones en nuestra predicación, debemos emplear historias verdaderas, y no fábulas, y que debemos seleccionar la historia que mejor se adapte a la ilustración de una verdad central y vital que deseemos enseñar a la gente, y que, después de usar así dicha historia, no hemos de intentar la aplicación espiritual de todos los detalles menores relativos al relato mismo. Sostengo que tanto Pedro como Natanael se equivocan en su intento de interpretar la parábola. Admiro la habilidad de ellos para hacer tales cosas, pero estoy igualmente seguro de que el intento de forzar una parábola natural a que arroje analogías espirituales en todos sus aspectos, tan sólo puede dar como resultado la confusión y una interpretación gravemente errónea del verdadero propósito de dicha parábola. El que yo tenga razón está plenamente comprobado por el hecho de que, aunque hace una hora nosotros estábamos todos de acuerdo, ahora estamos divididos en dos grupos separados que mantienen opiniones diferentes sobre esta parábola y sostienen dichas opiniones con tanta intensidad como para interferir, en mi opinión, con nuestra habilidad para aprehender plenamente la gran verdad que tú tenías en mente cuando presentaste esta parábola a la muchedumbre y posteriormente cuando nos pediste que comentáramos sobre ésta».
Las palabras que habló Tomás tuvieron un efecto tranquilizante sobre todos ellos. Les hizo recordar lo que Jesús les había enseñado en ocasiones anteriores, y antes de que Jesús comenzara nuevamente a hablar, Andrés se puso de pie, diciendo: «Estoy persuadido de que Tomás tiene razón, y me gustaría que él nos dijera qué significado le adjudica a la parábola del sembrador». Al indicar Jesús con un gesto a Tomás que hablara, él dijo: «Hermanos míos, no querría prolongar esta discusión, pero si lo deseáis, diré lo que pienso y es que esta parábola fue dicha para enseñarnos una gran verdad. Esa verdad es que nuestra enseñanza del evangelio del reino, independientemente de que nosotros ejecutemos nuestra comisión divina fiel y eficientemente, encontrará grados variados de éxito; y que todas estas diferencias en los resultados se deben directamente a las condiciones inherentes a las circunstancias de nuestro ministerio, condiciones sobre las cuales prácticamente no tenemos control».
Cuando Tomás terminó de hablar, la mayoría de sus hermanos predicadores estaba a punto de concordar con él, hasta Pedro y Natanael se le estaban acercando para conversar con él, cuando Jesús se puso de pie y dijo: «Bien hecho, Tomás; has discernido el verdadero significado de las parábolas; pero tanto Pedro como Natanael os han hecho igual bien a todos, porque ilustraron tan plenamente el peligro que se corre al querer convertir mis parábolas en alegorías. En vuestro corazón podéis emprender frecuentemente y con beneficio estos vuelos de la imaginación especulativa, pero cometéis un error si intentáis ofrecer vuestras conclusiones como parte de vuestra enseñanza pública».
Habiendo ya desaparecido la tensión, Pedro y Natanael se felicitaron mutuamente por sus interpretaciones, y con la excepción de los gemelos Alfeo, cada uno de los apóstoles intentó hacer una interpretación de la parábola del sembrador antes de retirarse por la noche. Aun Judas Iscariote ofreció una interpretación muy plausible. Los doce intentarían frecuentemente, entre ellos, interpretar las parábolas del Maestro como lo harían con una alegoría, pero nunca más consideraron seriamente esas especulaciones. Fue ésta una sesión muy beneficiosa para los apóstoles y sus asociados, especialmente porque de allí en adelante, Jesús empleó más y más parábolas en sus enseñanzas públicas.
lunes, 4 de febrero de 2013
La parábola del sembrador.
Por esta época empezó Jesús a emplear por
primera vez el método de la parábola en sus enseñanzas a las multitudes
que tan frecuentemente se congregaban a su alrededor. Puesto que Jesús
había hablado con los apóstoles y otros casi hasta la madrugada, este
domingo por la mañana muy pocos del grupo estaban levantados a la hora
del desayuno; por eso se dirigió a la orilla del mar y se sentó solo en
una barca, la vieja barca de pesca de Andrés y Pedro, que se mantenía
siempre a su disposición, y meditó sobre el paso siguiente en la tarea
de expandir el reino. Pero el Maestro no permaneció a solas mucho
tiempo. Muy pronto empezó a llegar gente de Capernaum y de las aldeas
cercanas, y para las diez de la mañana, se habían congregado casi mil
personas en la orilla del mar cerca de la barca de Jesús y clamaban su
atención. Pedro ya se había levantado y, dirigiéndose a la barca, dijo a
Jesús: «Maestro, ¿debo hablarles?» Pero Jesús respondió: «No, Pedro, yo
les contaré un cuento». Entonces Jesús comenzó el relato de la parábola
del sembrador, una de las primeras en una larga serie de dichas
parábolas que enseñó a las multitudes que le seguían. Esta barca tenía
un asiento elevado en el que él se sentó (porque era costumbre entonces
enseñar sentados) mientras hablaba a la multitud congregada a lo largo
de la costa. Una vez que Pedro habló unas palabras, Jesús dijo:
«Un sembrador salió a sembrar, y ocurrió que al sembrar, algunas de las semillas cayeron en el camino y fueron pisadas y devoradas por los pájaros del cielo.
Otra semilla cayó entre las rocas, donde había poca tierra, e inmediatamente esa semilla brotó porque la tierra no era muy honda, pero pronto brilló el sol y la quemó porque como no tenía raíz no podía absorber humedad. Otra semilla cayó entre espinos, y los espinos crecieron y la ahogaron, de modo que no dio grano. Pero otra semilla cayó en buena tierra y, al crecer, dio buenas espigas, y algunas espigas dieron treinta granos, otras setenta, y algunas cien». Cuando terminó de hablar esta parábola, dijo a la multitud: «El que tiene oído para oír, que oiga».
Los apóstoles y los que estaban con ellos, cuando oyeron a Jesús enseñar a la gente de esta manera, estuvieron grandemente perplejos; y después de mucho conversar entre ellos, esa noche en el jardín de Zebedeo, Mateo dijo a Jesús: «Maestro, ¿cuál es el significado de las obscuras palabras que hablas a la multitud? ¿Por qué les hablas en parábolas a los que buscan la verdad?» Jesús contestó:
«Con paciencia os he instruido todo este tiempo. A vosotros os han sido dados a conocer los misterios del reino del cielo, pero a las muchedumbres que no disciernen y a aquellos que buscan nuestra destrucción, los misterios del reino les serán presentados de ahora en adelante en parábolas. Así lo haremos, para que los que realmente desean entrar al reino puedan discernir el significado de la enseñanza y de este modo hallar la salvación, mientras que los que escuchan con la intención de tendernos una trampa queden aún más confundidos, porque verán sin ver y oirán sin oír. Hijos míos, acaso no percibís la ley del espíritu que decreta que al que tiene, se le dará aún más y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, hasta lo poco que tiene se le quitará. Por lo tanto, de aquí en adelante mucho hablaré yo a la gente en parábolas, para que nuestros amigos y los que desean conocer la verdad puedan encontrar lo que buscan, y nuestros enemigos y los que no aman la verdad puedan oír sin comprender. Mucha de esta gente no siguen el camino de la verdad. El profeta realmente supo describir todas estas almas sin discernimiento cuando dijo: `Porque engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no discierna la verdad, ni la entienda en su corazón'».
Los apóstoles no comprendieron plenamente el significado de las palabras del Maestro. Mientras Andrés y Tomás siguieron conversando con Jesús, Pedro y los demás apóstoles se retiraron a otra parte del jardín, y allí se pusieron a discutir intensa y largamente.
«Un sembrador salió a sembrar, y ocurrió que al sembrar, algunas de las semillas cayeron en el camino y fueron pisadas y devoradas por los pájaros del cielo.
Otra semilla cayó entre las rocas, donde había poca tierra, e inmediatamente esa semilla brotó porque la tierra no era muy honda, pero pronto brilló el sol y la quemó porque como no tenía raíz no podía absorber humedad. Otra semilla cayó entre espinos, y los espinos crecieron y la ahogaron, de modo que no dio grano. Pero otra semilla cayó en buena tierra y, al crecer, dio buenas espigas, y algunas espigas dieron treinta granos, otras setenta, y algunas cien». Cuando terminó de hablar esta parábola, dijo a la multitud: «El que tiene oído para oír, que oiga».
Los apóstoles y los que estaban con ellos, cuando oyeron a Jesús enseñar a la gente de esta manera, estuvieron grandemente perplejos; y después de mucho conversar entre ellos, esa noche en el jardín de Zebedeo, Mateo dijo a Jesús: «Maestro, ¿cuál es el significado de las obscuras palabras que hablas a la multitud? ¿Por qué les hablas en parábolas a los que buscan la verdad?» Jesús contestó:
«Con paciencia os he instruido todo este tiempo. A vosotros os han sido dados a conocer los misterios del reino del cielo, pero a las muchedumbres que no disciernen y a aquellos que buscan nuestra destrucción, los misterios del reino les serán presentados de ahora en adelante en parábolas. Así lo haremos, para que los que realmente desean entrar al reino puedan discernir el significado de la enseñanza y de este modo hallar la salvación, mientras que los que escuchan con la intención de tendernos una trampa queden aún más confundidos, porque verán sin ver y oirán sin oír. Hijos míos, acaso no percibís la ley del espíritu que decreta que al que tiene, se le dará aún más y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, hasta lo poco que tiene se le quitará. Por lo tanto, de aquí en adelante mucho hablaré yo a la gente en parábolas, para que nuestros amigos y los que desean conocer la verdad puedan encontrar lo que buscan, y nuestros enemigos y los que no aman la verdad puedan oír sin comprender. Mucha de esta gente no siguen el camino de la verdad. El profeta realmente supo describir todas estas almas sin discernimiento cuando dijo: `Porque engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no discierna la verdad, ni la entienda en su corazón'».
Los apóstoles no comprendieron plenamente el significado de las palabras del Maestro. Mientras Andrés y Tomás siguieron conversando con Jesús, Pedro y los demás apóstoles se retiraron a otra parte del jardín, y allí se pusieron a discutir intensa y largamente.
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