PARA el 10 de marzo, todos los grupos de predicación y enseñanza se
habían reunido en Betsaida. El jueves por la noche y el viernes muchos
de ellos fueron a pescar, mientras que el día del sábado asistieron a la
sinagoga para escuchar a un anciano judío de Damasco hablar sobre la
gloria del padre Abraham. Jesús pasó la mayor parte de este día sábado a
solas en las colinas. Ese sábado por la noche el Maestro habló más de
una hora a los grupos reunidos sobre «la misión de las adversidades y el
valor espiritual del desencanto». Fue ésta una memorable ocasión y sus
oyentes jamás olvidaron la lección por él impartida.
Jesús aún no se había recobrado
completamente de la pesadumbre del reciente rechazo sufrido en Nazaret;
los apóstoles se apercibían de una tristeza peculiar que empañaba su
conducta generalmente alegre. Santiago y Juan estaban con él la mayor
parte del tiempo, pues Pedro estaba muy ocupado con las muchas
responsabilidades que tenían que ver con el bienestar y la dirección del
nuevo cuerpo de evangelistas. Este compás de espera antes de salir
rumbo a Jerusalén para la Pascua, lo pasaron las mujeres visitando de
casa en casa, enseñando el evangelio y ministrando a los enfermos en
Capernaum y en las ciudades y aldeas circunvecinas.